El servidor del Evangelio está movido por la fe en el Dios-Amor odos, testigos del amor manifestado en Jesús (Santiago apóstol 25 julio 2025)
Nosotros, Cristo Jesús, queremos ser apóstoles de tu Amor
| Rufo González
Comentario: “nosotros creemos y por eso hablamos” (2Cor 4, 7-15)
Pablo reflexiona sobre su ministerio (4,1-6,10). Se cree “encargado de este ministerio por la misericordia obtenida” (4,1). Experiencia de Amor misericordioso al ver a Jesús y sus discípulos perdonar a quienes los perseguían. Eso le ha conducido a la conversión y a tomar conciencia de su ministerio. Los versículos 1-6 del cap. 4º narran su respuesta valiente a la llamada de Dios: “no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, no actuando con intrigas ni falseando la palabra de Dios; sino que, manifestando la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo el mundo delante de Dios. Si nuestro Evangelio está velado, lo está entre los que se pierden, los incrédulos, cuyas mentes ha obcecado el dios de este mundo para que no vean el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el Dios que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo” (4,1-6).
El apóstol sabe de su debilidad: “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (v. 7). Señala las debilidades junto con la fuerza divina que impide “aplastarle, desesperarle, abandonarle, aniquilarle” (v. 8-9). Confianza que viene del Amor:“estoy convencido de que ni muerte, ni vida…, ni ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38-39).
El apóstol vive, como Jesús, el misterio de muerte-resurrección: “llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (v. 10). “La muerte de Jesús” es ofrenda de perdón (Lc 23,34: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen») y de vida (Lc 23,43: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso»). Vivir en Cristo es ir dando muerte a pulsiones y actividades negativas, y reavivando mociones y acciones positivas.
La vida en Amor ofrece muchas ocasiones de participar en la muerte y en la vida de Jesús:“Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (v. 11).“De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros” (v. 12). Es decir, nuestro esfuerzo de amor, “cargar su cruz”, repercute en bien de los otros. Quien ama no hace daño nunca. Pero está expuesto al daño de fanáticos del mal, del poder, del honor, del dinero... Como escribe Pablo, hay personas “cuyas mentes ha obcecado el dios de este mundo para que no vean el resplandor del Evangelio” (2 Cor 4,4).El “dios de este mundo” es el Egoísmo, lo contrario al Amor. Egoísmo que se concreta en cualquier realidad creada que se absolutiza, se idolatra, se le entrega la vida como suelen ser el dinero, el honor, el poder, la salud, la religión…
El servidor del Evangelio está movido por la fe en el Dios-Amor: “teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios” (vv. 13-15). De aquí concluye con lógica San Ireneo (s. II): “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios” (Tratado contra las herejías. Libro 4, 20,5-7).
Oración: “nosotros creemos y por eso hablamos” (2 Cor 4, 7-15)
Jesús, maestro y guía de los apóstoles:
Pablo, como tú, sintió en sus entrañas el amor del Padre;
lo experimentó al ver cómo tus primeros testigos,
Santiago y Esteban, morían perdonando;
camino de Damasco le estalló la luz de tu Amor:
“respirando amenazas de muerte contra tus discípulos…,
una luz celestial lo envolvió con su resplandor…;
soy Jesús, a quien tú persigues” (He 9,1-5);
terminó descubriendo que “es un instrumento elegido por ti
para llevar tu nombre a pueblos y reyes,
y a los hijos de Israel” (He 9,15).
Esta es, Jesús, tu voluntad para tu Iglesia:
“Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos»” (Mt 28,19-20).
Camino que debemos hacer siguiendo tu Espíritu:
no como querían Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo;
no“tiranizando ni oprimiendo...;
el que quiera ser grande entre vosotros,
que sea vuestro servidor,
y el que quiera ser primero entre vosotros,
que sea vuestro esclavo.
Igual que tú, Hijo del hombre, que no has venido
a ser servido sino a servir
y a dar su vida en rescate por todos” (Mt 20,25-28).
¡Qué bien lo explicó Pablo a los filipenses!:
“tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús;
el cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los seres humanos.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz” (Flp 2,5-8).
Tu Espíritu quedó reflejado en el mandato nuevo:
“también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros…;
os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
como yo os he amado, amaos también unos a otros.
En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os amáis unos a otros” (Jn 13,14.34-35).
Tres, Jesús de todos, son tus encargos principales:
anunciar el Evangelio del amor del Padre;
amarnos mutuamente, como tú amas;
y “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1Cor 11,24).
Tres mandatos, Señor, que nosotros hemos amañado:
a todos nos urges a anunciar el evangelio,
a amarnos desinteresadamente,
a celebrar tu memoria;
pero nosotros nos hemos dividido:
unos tienen deberes y poder;
otros sólo deberes, sujetos al poder;
evangelizar y amarse se han quedado en ceremonias,
en recomendaciones, en deseos…;
celebrar tu memoria depende del clero:
que decide quién y cómo preside la eucaristía;
por ello, muchas comunidades no pueden celebrar;
para Pablo lo que invalida la eucaristía es la división,
la insolidaridad con los necesitados, la no fraternidad;
para nosotros son las normas impuestas por el clero.
Nosotros, Cristo Jesús, queremos ser apóstoles de tu Amor:
conscientes de que “llevamos este tesoro en vasijas de barro,
para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios
y no proviene de nosotros” (2Cor 4, 7);
dispuestos a “hacer obras como las tuyas y aún mayores” (Jn 14, 12);
“atribulados en todo, mas no aplastados;
apurados, mas no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados;
derribados, mas no aniquilados,
llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús,
para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestro cuerpo” (vv. 8-10).
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