La Iglesia siempre le ha hecho poco caso a san José, ahora el Papa Francisco quiere resituar su figura Una mujer, sor Isabel de Villena (S. XV), reivindicó el papel de san José en la vida de Jesús

San José, convento Carmelita Desierto de las Palmas, Benicassim.
San José, convento Carmelita Desierto de las Palmas, Benicassim.

La primera edición del “Vita Christi”, donde relata de forma deliciosa la vida de Jesús, fue impresa en Valencia en 1497 por Lope de Roqua, descendiente de alemanes, magnates de la imprenta en Valencia en sus orígenes.

La fiesta de san José no fue introducida por Sixto V en el Misal Romano hasta 1479 y sólo para la Diócesis de Roma, y mucho más tarde, en 1621, Gregorio XV, establecería la fiesta en toda la Iglesia Universal.

La Iglesia, a base de darle mucha importancia a la Virgen María, que la tiene, orilló y difuminó papel y la función de san José en la vida de Jesús. Tuvo que ser una mujer, sor Isabel de Villena, quien a través de su obra literaria desde su convento en Valencia, lo reivindicaría, de manera singular en su libro “Vita Christi”, un Evangelio narrado de manera sencilla y magistral en Lengua Valenciana.

Sor Isabel de Villena, Abadesa de las Franciscanas Clarisas del Convento de la Trinidad de Valencia, formó parte de la nómina de escritores clásicos de la Lengua Valenciana, cuando ésta estaba en su cima en las postrimerías del siglo XV. Su prosa era renacentista, como ella misma, que, además, dibujaba y pintaba. Era una gran comunicadora, su estilo literario llano y sencillo, natural y emotivo, lo puso al servicio de la evangelización. Su profundo saber teológico lo iba deslizando con palabras inteligibles y comprensibles, utilizaba un lenguaje atractivo para todos. Se entiende bien por todos los auditorios y lectores lo que escribe. Un don que no tienen muchísimos de los teólogos y curas dedicados por oficio y profesión a estos menesteres: comunicar con sencillez y fe.

Tiene la religiosa un monumento literario leído por muy pocos, “Vita Christi”, redactado en la Lengua Valenciana del siglo XV entre los venerables muros del convent de la Trinitat, que se alza junto al puente de su mismo nombre, al inicio de la calle Alboraya, aunque allí ya no residen sus moradoras históricas, las Franciscanas Clarisas, trasladas al Convento de la Puridad, ahora dedicadas a la elaboración de repostería para subsistir.

La primera edición del “Vita Christi”, donde relata de forma deliciosa la vida de Jesús, fue impresa en Valencia en 1497 por Lope de Roqua, descendiente de alemanes, que fueron los magnates de la imprenta en Valencia en sus orígenes. A pesar del tiempo transcurrido, en el texto se reconoce con total claridad y nitidez palabras que aún utilizamos en la actualidad en nuestra lengua vernácula o propia de los valencianos y conforman un relato muy descriptivo, pormenorizado, cinematográfico, fílmico.

Escribe con fruición y ternura la religiosa literata su propio Evangelio, lo desgrana, explica e interpreta, le pone color y emoción. En absoluto hace una narración gris o pesada, difícil de digerir, está llena de dinamismo, invita a seguir leyendo sin parar, a devorar las líneas tan repletas de datos y conceptos, de noticias.

El poco caso a san José

En lo tocante al histórico nacimiento de Jesús es cuidadosa con todos los detalles. No se deja ninguno en el tintero. A san José, tan olvidado tradicionalmente por la Iglesia oficial. La fiesta de san José, cuenta Jesús Villalmanzo, no fue introducida por Sixto V en el Misal Romano hasta 1479 y sólo para la Diócesis de Roma, y mucho más tarde, en 1621, Gregorio XV, establecería la fiesta en toda la Iglesia Universal. Fuera de los Siete Domingos de san José poco caso solía hacérsele, por ello ahora el Papa Francisco pretende potenciarlo más al dedicarle todo un año especial en su honor y recuerdo- lo tiene en gran consideración. Isabel de Villena en la vida de Cristo que escribe le da un papel importante a san José, especialmente en el tiempo de su nacimiento e infancia.

Previamente al parto, habla de la tristeza de san José por no poderle ofrecer a María un lugar digno donde pudiera parir. María le responde: “Aquest secret vull que sapiau, Joseph: que lo flll meu ha elegit Bethleem per a celebrar la nativitat sua, per augmentar la dolor e vergonya sua. Axi, Joseph deixau tots pensaments e posem-nos en cami, car lo temps del meu parir es molt prop”. San José aparece en la explicación de lo acontecido en Belén en numerosos párrafos, como coprotagonista destacado en el feliz suceso, no difuminado ni eclipsado por la potente imagen de María proyectada siempre por la Iglesia, que es lo que generalmente ha ocurrido, en detrimento, a veces, hasta del propio Jesús. 

Aparece un san José muy preocupado por la Virgen en tan especial trance. La consuela, la anma, la ensalza. “Car vos, senyora, sou una gran suavitat e dolçor de la mia anima, pau e alegría en les tribulación mies… E Joseph, qui continunament plorava mirant aquestes coses, prengue un ramaç  que trobà aquí e començà apartar lo fem e agranar un troç de terra hon la senyora sigués, e dix-li: “Oh reyna del cel e de la terra, aquest es lo strado que lo mon vos ha aparellat hon reposeu lo tresor infinit, que ell portau”. E reposada la senyora en aquell pobrissim loch, Joseph ana per aygua a una Font qui stava aquí prop, e ab unes poques de panses e pa soparen los dos, que de tot lo dia o havien menjst; e pasaren  tota aquella anit, qui era divendres,  e lo cendema, dissabte, continuament parlant e tractant dels grans secrets e meravelles de nostre Senyor Deu”.

El momento del parto es contado por Isabel de Villena en modo gran película en la que se desplegaron en la humilde “coveta” de Belén las grandes galas celestiales. “E stant axi la senyora, tota inflammada e absorta en la amor divina e en lo desig de veure aquell seu fill tan amat, acostant-se la mija nit fon aquí lo gran princep sanct Miquel ab tota la cort del cel, e ficant lo genoll davant a senyoria, besaren-li la ma, tots per orde, com a reyna e senyor del cel imperial, e resplandi aquell loch de singular claredat… e crida lo gran secretari de sa senyoria, Gabriel nomenat, e lo princep Rafel, perque los tres cantassen alegrant sa senyoria. E ans de començar demanaren de gracia a sanct Joseph volgues fer la tenor …   Ab aquesta melodía , venint la hora e temps per lo Pare eternal ordenat, ixque lo Senyor del ventre virginal de l mare sua sens ar-li ninguna dolor, leixant-la verge e pura segons David havia prophetat…”

Y continúa  sor Isabel de Villena: “E sanct Miquel e los altres prínceps prengueren lo Senyor prestament perque no caygues en terra, e adoraren sa magestat ab profunda reverencia e presentaren-lo a la senyora mare sua, qui ab goig infinit lo mirava, la qual lo adora ans de tocar-lo, reconeixent-lo esser son Deu e Senyor, recordantt-se primer de la reverencia divina que de la amor de mare, ab tot que sens terme la amava”.

Bolcadet

Isabel de Villena  gustaba de utilizar alegorías en sus escritos y cuenta en su crónica del parto que a María ya en ese momento el dolor le atravesó el corazón cuando al recién nacido “lo senti plorar de fret; e, acompanyant-lo en son plor ab sobirana pietat, embolca´l ab summa diligencia, ajudant-li ses donzelles; car Diligencia li donava los bolquers, Caritat los escalfava, Pobretat los estirava tant com podía per a que bastasen a cobrir los peuets del Senyor, e Pietat portava un drap que li fos posat damunt lo cap. E tenint-lo la senyora axi bolcadet, lo Senyor leixà lo plorar, mostrant que havia pres plaer ab aquella robeta que´l estalviava del fret”.

Y ahora una digresión lingüística. El acudir a las fuentes clásicas de nuestras lengua y literatura es importante siempre, ayuda a conservar nuestra originalidad, por ejemplo en lo concerniente a la utilización de vocablos que vilmente han sido arrancados de cuajo del idioma, como el neutro “lo”, suplantado por el im propio “el”, en aras de una extraña “normalització”, que, en absoluto, normaliza respetar nuestra esencia y verdad lingüística. El “lo” aparece en casi todas las líneas del “Vita Christi” de sor Isabel de Villena, es algo que nos pertenece de manera intrínseca y que despiadadamente ha sido expulsado del pretendido idioma académico.

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