"Otro mundo es posible, otra Iglesia es posible, otro hombre es posible" Evangelio de María Magdalena

Evangelio de María Magdalena
Evangelio de María Magdalena

"Creemos en la resurrección no porque alguien haya asistido a ese acontecimiento, sino por lo que ese acontecimiento suscitó en el corazón y en la vida de nosotros, sus primeros discípulos"

"El Evangelio nunca utiliza un lenguaje altisonante y arrogante, no hace alarde de palabras. Es memoria de gestos y signos que hay que escrutar"

"Solamente la clarividencia de nosotras, las mujeres, es lo que permite a la comunidad cristiana leer su propia historia y vislumbrar el camino a recorrer"

"El lenguaje de la Pascua es, en efecto, un lenguaje demasiado alternativo: nadie habría imaginado que quienes comprenderían su mensaje serían precisamente aquellos que una cultura y una religión habrían excluido"

Conmigo podéis seguir mis pasos para recorrer vuestro camino. Conmigo podréis descubrir que el acontecimiento que funda nuestra fe no conoce el lenguaje del trastorno, del triunfo o de la explosión. Nadie fue espectador. Nada fue espectacular

Creemos en la resurrección no porque alguien haya asistido a ese acontecimiento, sino por lo que ese acontecimiento suscitó en el corazón y en la vida de nosotros, sus primeros discípulos. Todo muy ligero: solo signos que hay que leer. La discreción de la Pascua. 

La Pascua, de hecho, no es una ostentación de certezas exhibidas, sino ante todo atención a las preguntas, a las lágrimas, a los caminos de cada uno: “Mujer, ¿por qué lloras?». ¿A quién buscas?… ¿Qué es lo que habláis por el camino?” 

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Magdalena

No es la visión de Jesús, sino esta atención a los caminos de cada uno —los más transitados por la huida y la desesperación— uno de los primeros signos de la resurrección. Yo lo reconocí cuando me llamó por mi nombre. A los dos de Emaús se les alegró el corazón cuando conversó con ellos por el camino. Los gestos y el tono de voz disipan las tinieblas del corazón. 

El Evangelio nunca utiliza un lenguaje altisonante y arrogante, no hace alarde de palabras. Es memoria de gestos y signos que hay que escrutar. Y es necesario que alguien nos instruya para que no nos quedemos contando los signos, incapaces de interpretarlos. 

Jesús había resucitado, pero yo seguía en mi oscuridad. Quizás os pase lo mismo a vosotros: la resurrección ya está en marcha, pero vuestros ojos están como impedidos, en la oscuridad. 

Y, sin embargo, la invitación que os llega es la de atreveros a acercarnos como lo hice yo aunque en mi caso los signos que acompañaron la muerte aún hablaban. Por eso lloré y por eso busqué. Solamente la clarividencia de nosotras, las mujeres, es lo que permite a la comunidad cristiana leer su propia historia y vislumbrar el camino a recorrer, lo que Galilea aún le espera. 

Todo esto «cuando aún era de noche». La noche aún no ha amanecido, pero el día se apresura a salir porque no dejé que una lápida apagara para siempre mi esperanza. Ya es una gracia levantarse cuando ante nosotros se encuentra la ruina de la esperanza. Quien, en la noche, acepta ponerse en camino, descubre que «la lápida ya no está en su lugar». 

Caminos que comienzan en la oscuridad. Movidos solo por la conciencia de que no hay fuerzas que puedan apagar para siempre el sueño de la vida. Todavía es posible frecuentar lo imposible

Magdalena

Otro mundo es posible, otra Iglesia es posible, otro hombre es posible. Una resurrección es posible: todavía hay lugar para la bondad y la humanidad en este mundo. En ninguna parte está escrito que las fuerzas de la muerte tengan la última palabra. 

Nuestra tarea no es embalsamar una vez más a Jesús y enterrar definitivamente lo que, gracias a sus gestos y palabras, hemos vislumbrado como posible. Nos corresponde anticipar el amanecer, apresurar el día, superar mi situación porque yo entonces aún no había comprendido las Escrituras, es decir, que él debía resucitar de entre los muertos. 

En este clima vuestro, en el que a menudo se mata la vida y grandes rocas quieren impedir la posibilidad de soñar aún con una vida nueva, podéis descubriros precisamente como nosotras, las mujeres, al amanecer del primer día de la semana. 

Ojalá para vosotros resuene hoy la invitación a no tener miedo y a identificar la Galilea en la que os da cita el que os precede. Tened cuidado porque los lugares en los que se deja encontrar el Galileo no son solo los lugares religiosos, sino la casa, el jardín, la calle, el lago, una posada. 

Y el encuentro con Él es siempre distinto, plural, según los rasgos y las capacidades de cada uno. Y siempre es un encuentro que toca el corazón porque está abierto a la relación. 

La Pascua no es una restauración repentina de la vida. No busquéis al Señor de la Vida como un cuerpo pasado, no hay que buscar la vida como una reedición del pasado. Hay que ir más allá: no es casualidad que el rastro del cuerpo de Jesús haya sido sustraído. La atención debe dirigirse a otra parte. 

No es fruto de algo improvisado, mágico, sino el resultado de un proceso, de un lento caminar, de una transformación de la vida que conoce los rasgos de la cotidianidad y de la debilidad. La Pascua es el fruto maduro de una vida que acepta consumirse, no ser retenida. 

A veces tengo la sensación de que un poco apresuradamente la hemos llamado resurrección, pero no olvidéis que se trata de una Pascua, de una herida, de algo que se rompe, se quiebra, se abre para que suceda otra cosa. 

Magdalena

Y sucede precisamente a través de la experiencia de la traición, del pecado, del vacío y de la muerte, reinterpretados como un momento de paso a la fe en la misericordia del Padre que está más allá de la muerte. Lo sabemos: tenemos miedo de utilizar un lenguaje así porque no sabemos a dónde puede llevarnos. Seguramente a hacer nuevas todas las cosas. 

El lenguaje de la Pascua es, en efecto, un lenguaje demasiado alternativo: nadie habría imaginado que quienes comprenderían su mensaje serían precisamente aquellos que una cultura y una religión habrían excluido

Él nos precede en la profecía y en el sacramento de la vida cotidiana, en las periferias de nuestras Galileas, en los bordes y en los cruces de nuestros caminos: ahí le veréis aunque tal vez no siempre le reconoceréis hasta que os llame por vuestro nombre. 

Vuestra, María Magdalena, amada del Señor. 

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