Una sociedad cuya vida pasa por la codicia organizada, el terrorismo y la opresión sistemàtica, siempre tenderá a ser violenta?

Una sociedad cuyas políticas son normalmente violentas, inarticuladas e irrazonables es una sociedad infrapolítica y, por tanto, infrahumana. La no-violencia pertenece a la esencia de la vida política para que esta sea plenamente humana.
No podemos aceptar seriamente las demandas planteadas por una sociedad básicamente violenta que espera preservar el orden y la paz mediante la amenaza de la destrucción masiva y del odio total. No podemos ignorar esta falsedad y las contradicciones internas de la sociedad violenta. Debemos enfrentarnos ante la mentira existente en esta sociedad, dando fe de ella, para que todo el mundo se pueda dar cuenta de dicha falsedad. Debemos sacar a la luz las situaciones injustas de opresión y odio, aunque nos cueste sufrir y morir.
Veamos el ejemplo de Gandhi: Sus actos políticos fueron también espirituales y religiosos, al menos en tres niveles: en primer lugar actos de fe religiosa; en segundo, actos simbólicos y educativos que condujeron al pueblo indio a darse cuenta de sus verdaderas necesidades y de su lugar en la vida del mundo; y, en tercer lugar, fueron actos que tuvieron un impacto universal por ser verdades urgentes de desenmascaramiento de la falsedad política, que despertaron a la humanidad exigiendo renovación y unidad a escala mundial.
Este mensaje gandhiano, lanzado desde los polvorientos senderos indios, sigue siendo más significativo que las engañosas promesas procedentes de las grandes capitales del mundo. Como declaró el padre Jules Monchanin (1895-1957) sacerdote francés promotor del diálogo interreligioso entre el catolicismo y el hinduismo e innovador de la teología misionera católica, que se convirtió en ermitaño a la muerte de Gandhi: “Cuando oíamos la voz de Gandhi oíamos la voz de la madre India. Oíamos la voz de todas las masas campesinas esforzándose en los campos de arroz de la India” (C. DREVET, Pour connaître la pensé de Gandhi, París 1954, 2ª edición, 224)
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