Guerra de Corea, un soldado turco adopta una niña Ayla, la hija de la guerra

Ayla, la hija de la guerra
Ayla, la hija de la guerra

Al reencuentro del melodrama tradicional

Μέλος es el canto y la música mientras que δράμα es la acción dramática. Y ciertamente en esta película turca se reúnen todos los elementos de este género que el cine europeo y norteamericano hace tiempo que ha olvidado. El melodrama en estado puro vuelve en esta historia entre el sargento Süleyman y una niña coreana abandonada en medio de las batallas iniciales de la guerra de Corea.  Ambos se conocen y se adoptan mutuamente como padre e hija hasta que la vuelta a casa del militar los separa. La banda sonora grandilocuente, emocional, desgarradora, por momentos, nos llega de la partitura del pianista Fahir Atakoglu que practica con solvencia los caminos entre la épica histórica y el romanticismo de la sensibilidad. El director turco Can Ulkayalterna una puesta en escena espectacular en las secuencias de guerra con subrayados efectistas en las relaciones entre los protagonistas. Si todavía no lo han intuido ahora lo confieso directamente, se trata de una película entre lágrimas, hecha para cautivar el sentimiento y entretener descansando el dolor en la bondad ingenua.

La simplicidad del guion no nos impide algunos apuntes. Se inspira en el el documental "Ayla, My Korean Daughter", filmado en 2010 y que conmovió a dos países lejanos: Corea y Turquía. En él se descubrió esta historia que pasada al cine fue presentada, sin fortuna, a los premios Oscar por Turquía. La contextualización histórica se reduce a lo imprescindible para la ambientación, sin ningún interés social y político, todo es corrección superficial. Se trataba del primer gran episodio de la Guerra Fría donde murieron millones de civiles y casi el 15 % de la población del norte de Corea desaparecida. La república de Corea y EEUU por un lado, URSS, China y la república popular de Corea por otro. De aquellos barros el lodo de Kim Jong-un y su descabellada dictadura. La participación turca con casi 5500 soldados se une al ejército norteamericano del general MacArthur y sus aliados ingleses, australianos, neozelandeses, canadienses, sudafricanos, colombianos, etíopes y filipinos. Todo un mapa del amigo americano por el mundo. Del armisticio por equilibrio de fuerzas tampoco una palabra en la película. Solo al final la nueva y resplandeciente Corea del Sur contemporánea.

Temáticamente, a pesar todo sensiblero y elemental hay asuntos ciertamente de interés. Resalta al grupo de soldado y oficiales en su lado humano desarmado por la vulnerabilidad de una niña pequeña. La rigidez militar se trastoca en sonrisa, ternura y excepcionalidad con una serie de tipos pintados con enorme ingenuidad: el valiente francotirador, el tartamudo servicial o el comandante protector. Todo ello configura una ejército más de fábula que de realidad. La fuerza de la paternidad adoptiva más allá de las diferencias raciales destaca lo que verdaderamente hace a los seres humanos, incluso en medio de la violencia animalizadora. La promesa y el paso del tiempo apuntan al amor como fidelidad representado en la relación adoptiva que resiste la distancia física y al envejecimiento. El personaje de la esposa del protagonista, aunque ocupa la última parte, vine a dar un poco de color de sacrificio y una resolución demasiado evidente.

Como suele ocurrir en este tipo de películas basadas en hechos reales, la conclusión se sale de la ficción para acampar en los verdaderos rostros del reencuentro. La película deja un sabor añejo y recuerda “Lo que el viento se llevó”. Sin embargo, hay un cierto atractivo en esta ingenuidad narrativa, fuertemente manipuladora y superficial, que trasparentado lo mejor recuerda a los cuentos de hadas que llegaron a fascinar antes de su interpretación psicoanalítica.

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