El coraje de una mujer creyente en el siglo XII



En el siglo de las Cruzadas y del arte gótico, en el tiempo de cátaros y albigentes, en la época de los enfrentamientos entre el sacro imperio romano-germánico y el Papado, cuando se iniciaron la primeras escaramuzas entre fe y razón surge Hildegarda de Bingen que escribió una obra enciclopédica, compositora y autora teatral, predicadora y reformadora monástica que como mística se sentía enviada por Dios. Margarethe Von Trotta se fijó hace bastantes años en la vida de esta monja benedictina que se le presentaba como mujer revolucionaria que vivió de una extraña inspiración. Visión. La vida de Hildegarda de Bingen es la película que intenta presentar su historia con un deseo sincero de adentrarse en los motivos y el carácter de esta mujer. Un empeño histórico difícil, una mirada biográfica compleja y una experiencia religiosa inefable de los que la directora sale airosa aunque con una propuesta no fácil de digerir.
Von Trotta ya nos ha acostumbrado - recordemos sus películas El segundo despertar de Christa Klages (1977), La hermanas alemanas (1981) Rosa de Luxemburgo (1985) y más recientemente Rosenstrasse (2003)- a presentarnos personajes femeninos. Estas luchadoras tienen, como dirá la propia directora en una entrevista, en Hildegarda de Bingen a una precursora indiscutible. Con este fin la directora alemana emprende esta aventura arriesgada, asumiendo sus limitaciones de interpretación nacidas tanto de la distancia temporal como de la dificultad de comprender una experiencia espiritual por la que se siente atraída pero en el fondo desconoce. El intento es sincero, el resultado interesante y la apuesta arriesgada para poderla ofrecer al público.

Tras un prólogo sobre el milenarismo que nos coloca en la época social y religiosa conocemos a la pequeña Hildegarda (Barbara Sukowa) cuando con ocho años fue entregada por sus padres en un monasterio benedictino. Allí queda bajo la tutela de Jutta de Sponheim (Lena Stolze), recibirá su formación humana y creyente a la vez que se constituye la comunidad femenina en San Disibodo. Tras la muerte de Jutta, Hildegarda es elegida como maestra de la comunidad, iniciando una serie de cambios en la vida del monasterio ayudada por uno de los monjes llamado Volmar (Heino Ferch) que pasarán por la independización de la comunidad femenina construyendo una nueva abadía, la formación de las monjas y cuidado de la vida comunitaria. Adelantada a su tiempo y marcada por una fuerte sensibilidad intelectual, artística y espiritual a pesar de su precaria salud la vemos guiada por sus visiones de los misterios de Dios y abriéndose paso en medio de una iglesia necesitada de reforma en muchos aspectos. Narrada en forma de episodios va desgranando cuadros de la vida de la comunidad, el proceso de formación de la abadía de Bingen con los enfrentamientos con el prior del monasterio de San Disidobo, la experiencia de sus visiones, la atención a los enfermos con medicina natural, reconocimiento de la Iglesia, su misión como consejera del emperador germanorromano Federico Barbarroja y su pasión por sacar adelante sus planes.

La reconstrucción histórica resulta bastante cuidada a pesar de simplificaciones en aras de la agilidad de una narración que se centra en la figura de Hildegarda con una interpretación llena de matices de Barbaba Sukowa, actriz que ya ha participado en cinco películas de von Trotta. Marcada por un efecto bastante teatral (vestuario, ambientes cerrados, preferencia de la palabra y los planos cortos) la construcción en episodios va dejando algunos hilos argumentales sueltos que hacen perder coherencia y ritmo al conjunto de la acción dramática. Se agradecen las escenas de exteriores que contrastan un tono intimista y un tanto cerrado. Superando la hagiografía presenta los conflictos interiores y el apasionamiento de la protagonista, centrados especialmente en su relación con Ricarda (Sunnyi Melles), una monja joven e inquieta a la que adopta como hija y de la que le costará desprenderse. Bastante equilibrada en el tratamiento de la iglesia de su tiempo presenta sus límites pero también sus dones así junto los personajes ambiciosos y cerrados aparecen otros marcados por la bondad y la disposición generosa.

Especialmente interesante es el tratamiento de los textos de Hildegarda que van acompañando la narración así como la introducción de su música e incluso de un pequeño fragmento de su auto sacramental “El coro de las Virtudes”. Lo más complejo es la presentación audiovisual de las visiones donde la directora se decanta por la simplicidad formal, la luz del sol y la propia vivencia de Hildegarda centrándose en el mundo interior más que en la aparición visual. Lo que permite una interpretación abierta donde la palabra divina puede ser explicada como experiencia humana. Uno de los retos del cine espiritual más complicados – y en el que muchos directores se han estrellado- es la representación de la experiencia mística. Aquí la austeridad formal tiende a horizontalizar la experiencia, venciendo el riesgo de hacerla extraordinaria. Aunque un estilo más trascendente y simbólico hubiera abierto la expresión a lo invisible. Parece ser que en el caso de Trotta le interesa más la mujer extraordinaria que lo asombroso de la experiencia de Dios.

Una película profunda y sincera que viene a recobrar una figura enormemente sugerente que no tenía hasta ahora ninguna expresión cinematográfica. Un reto difícil que Margarethe Von Trotta supera aunque también exigirá el esfuerzo del espectador.
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