El discurso del rey: la audacia de la debilidad



Película comercial, candidata a siete premios Globos de Oro y con olor a Oscar, nos ofrecer la historia doblemente real de superación de la tartamudez del rey Jorge VI gracias a su amistad con un curioso e intrépido logopeda, Lionel Logue. Contada con guión inteligente, puesta en escena excepcional y actuaciones al más puro estilo inglés emociona e invita a la audacia superadora de las limitaciones a través de un personaje que representa a un pueblo que tiembla ante el horror que se avecina.

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La actuación de Colin Firth, en el papel del rey, nos adentra con trasparente veracidad en la personalidad torturada de quien ha luchado pero nunca vencido con sus limitaciones. Fruto de una educación encubridora de las emociones, exigente hasta la desmesura y humilladora con la debilidad ha forjado un carácter firme pero atenazado por el miedo que se manifiesta en serios problemas de dicción. Pero Bertie, como se conoce familiarmente al duque de York y segundo en la línea de sucesión, se ve atrapado en una encrucijada histórica tras la muerte de su padre y la abdicación de su hermano mayor. Y todo ello a las puertas de la IIª Guerra Mundial cuando Europa empezaba a escuchar la voz de dicción segura y atronadora del personaje al que Chaplin inmortalizó jugando con la bola del mundo. A su lado va emergiendo Geoffrey Rush en estado de gracia, al realizar una interpretación del original logopeda que representa la intrepidez de los pequeños que basan su confianza en la certeza de las posibilidades del ser humano. Del encuentro de estos dos hombres representantes de la debilidad humana de la realeza y la osadía de los humildes brotará una voz capaz de convocar a la unidad, al sacrificio y a la lucha por la victoria. Todo ello secundado por ambas esposas, lúcida y fiel Helena Bonham Carter, en el papel de la reina Elizabeth, y Jennifer Ehle, en el papel de recatado de Myrtle Logue. Y con todos ellos una serie de secundarios que completan el cuadro de un pueblo que ante el abismo deberá recoger lo mejor de sí para tomar impulso para afrontar la responsabilidad inevitable.

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En el fondo nos aproxima a una interesante reflexión sobre el liderazgo en un tiempo donde los líderes -políticos, sociales o religiosos, tanto da- de construcción virtual tienden a no estar preparados para responder a los desafíos reales a los que se enfrentan. Más allá de que el personaje principal sea un rey, vemos a un ser humano que no busca el poder como ambición, que es tan consciente de sus límites que no logra salir de ellos y que está atrapado por un miedo, por eso su voz se encasquilla, que procede de la lucidez del que comprende la magnitud de la prueba a la que se enfrenta. La película muestra el proceso de formación de una voz de liderazgo que ha traspasado la debilidad, de todos conocida ya que pública era su incapacidad, y que tiene se convierte en una voz coral que tiene detrás la certeza de la amistad y la confianza de la música de los que saben de la rectitud de su interior.

El elogio de la amistad como superadora de las dificultades y las diferencias -impresionante el momento en que el logopeda se sienta en el trono- apunta a la importancia del encuentro interhumano para la superación de las pruebas. La tartamudez, presentada en su dramatismo, no es más que una metáfora del miedo global ante un conflicto inevitable. La película afecta al espectador al enfrentar a los propios límites y al mostrar, a la vez, que los otros y el coraje interior son el camino de superación. Quizás demasiado efectista, confía poco en el espectador, haciendo excesivo, aunque interesante, el acompañamiento musical; recarga los planos de intencionalidad afectiva, perdiendo confianza en la veracidad de la historia que cuenta y en las cualidades de sus actores. Algo que por otra parte queda demostrado.

Película, pues, sin grandes innovaciones y en tono bastante comercial, pero que cuenta una historia profunda y de calado antropológico. En cuanto al aspecto espiritual, no queda demasiado bien parada la Iglesia de Inglaterra representada en un arzobispo atrapado por su papel institucional e incapaz de llegar a lo personal. Pero donde aparece resaltado el lugar de Dios, que es mucho más de un recurso retórico y formal, en la hora de las pruebas y de las grandes decisiones. Fíjese el espectador que el nombre de Dios únicamente se cita en el momento decisivo. No se trata de una fórmula arcaica, sino de la Presencia que es fuente del valor necesario para el compromiso ineludible.

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