Henry Newman, víctima de los integristas.
Este post es largo. Trata resumidamente sobre la vida de Nenry Newman, que fue elevado a Cardenal por León XIII tras ser marginado y en ocasiones despreciado bajo el pontificado de Pío IX. Como se que es largo, he querido señalizar en negrita las frases de Newman, subrayar algunas polémicas importantes y cuestiones llamativas para favorecer su rápida lectura. El texto proviene del libro “La fabricación de los Santos” Autor: Kenneth L. Woodward. El autor analiza en su obra las políticas de beatificaciones y canonizaciones, tras pasar mucho tiempo en el Vaticano y trabar amistades en la Congregación para las Causas de los Santos. Les recomiendo paciencia, estoy seguro que no dejará indiferente la figura de un hombre que para muchos cristianos progresistas de hoy es conservador, y para los conservadores e integristas del siglo XIX una amenaza.
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Newman fue anglicano durante cuarenta y cuatro años. Técnicamente, lo que un candidato a la santidad dice o hace antes de su conversión se considera irrelevante para la demostración de su virtud heroica. Pero Newman mismo era reacio a dividir su vida en un "antes" y un "después". Desde la adolescencia tuvo la profunda sensación de hallarse guiado por Dios, intuición que más tarde dramatizaría en su verso más conocido: "Lead, Kindly Light" ("Guía, amable luz").
Influido por el evangelismo protestante, Newman vivió a la edad de quince años lo que él mismo consideraría siempre una experiencia personal de conversión. En 1833, todavía un hombre joven y de viaje por Sicilia, volvió a sentir un llamamiento semejante para trabajar por la reforma de la Iglesia de Inglaterra. Entre esas dos experiencias religiosas, Newman fue estudiante del Trinity College de Oxford y obtuvo una beca para el Oriel College, la distinción más codiciada dentro de la universidad. De todas las instituciones humanas, Trinity y Oriel eran las que Newman más quería. Los profesores y los compañeros de estudio comprendieron su genio, y, entre los veinte y los treinta años, estaba comenzando, según escribiría más tarde, "a preferir la excelencia intelectual a la moral".
Oxford era en aquellos días el baluarte intelectual del anglicanismo; se prohibía el acceso a los católicos y a los disidentes protestantes, Fue en ese ambiente donde Newman, ordenado ya sacerdote y vicario de la capilla de Santa María, inició un intenso estudio de los antiguos padres de la Iglesia, con la intención de fundamentar el "camino medio" anglicano entre el catolicismo y el protestantismo en la historia primitiva de la cristiandad. Contra la opinión de los liberales teológicos, Newman defendía la importancia de la revelación para el cristianismo y la de las experiencias históricas de la Iglesia como matriz donde se desarrolla la doctrina.
Las investigaciones de Newman tenían cierto filo polémico. Junto con un grupo de compañeros universitarios de talento, Impulsó el Movimiento de Oxford, un renacimiento teológico y espiritual que, finalmente, precipitó su conversión al catolicismo romano. Newman y sus camaradas se ocuparon, entre otras cosas, de recuperar las raíces del anglicanismo anteriores a la Refoma. Propugnaron su programa en una serie de breves y anónimos "Tratados para nuestro tiempo". En el número 90, Newman fue demasiado lejos, al defender una interpretación católica de los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia anglicana, lo que le acarreó la censura de la universidad y de veinticuatro de los obispos de la Iglesia. En 1841, se retiró a una pequeña comunidad eclesiástica de Littlemore. Allí, durante los preparativos de su influyente "Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana", llegó a la conclusión de que la "verdad" estaba del lado de Roma. En 1845, él y un grupo de amigos que compartían sus ideas fueron recibidos en la Iglesia católica.
El cambio de obediencia espiritual le costó caro. Lo expulsaron de su querido Oxford, exilio que describiría en su novela "Loss and Gain ("Pérdidas y ganancias"), relato de un anglicano convertido al catolicismo de Roma. Su familia y sus amigos más íntimos de Oxford seguían siendo anglicanos. Por otro lado, los católicos ingleses jamás llegaron a aceptarlo del todo y los obispos de su Iglesia adoptiva nunca apreciaron plenamente ni utilizaron su talento. Pero Newman halló más que compensación en el sentimiento de haber descubierto por fin "la verdadera Iglesia del Redentor". Al igual que san Agustín, veía en su propia búsqueda espiritual el espejo y el movimiento de la historia; y la historia le haría justicia. Pero, durante largos períodos de su vida como católico romano, se sintió utilizado, agotado por querellas mezquinas. En un momento de apocamiento le confió a su diario privado: "¡Cuán triste y desolado ha sido el curso de mi vida desde que me hice católico! Aquí está el contraste: cuando era protestante, me aburría mi religión, pero no mi vida; ahora que soy católico, es mi vida la que me aburre, pero no mi religión."
Ordenado sacerdote en Roma en 1847, se estableció en Birmingham, con el encargo del papa Pío IX de fundar una comunidad de oratorianos, congregación religiosa instituida en 1564 en Roma por san Felipe Neri. A diferencia de las otras órdenes religiosas, los miembros del Oratorio no hacen los votos monásticos, sino que viven en común y fraternal caridad. Viviendo de ese modo, se esperaba que Newman pudiera incorporar a otros conversos a una nueva comunidad de sacerdotes y hermanos que se consagraran a las necesidades parroquiales de los católicos locales. En vista de las evidente dotes intelectuales de Newman, se otorgó al oratorio de Birmingham un permiso especial para cultivar también los estudios. Pero eso fue lo único que Newman pudo hacer para mantener unida la comunidad; el dinero resultaba difícil de conseguir -los católicos ingleses raras veces eran gente acomodada- y, a veces, el antiguo profesor de Oxford no podía permitirse la adquisición de un nuevo par de zapatos.
En 1850, el papa restauró la jerarquía católica romana de Inglaterra, país que carecía de obispos católicos residentes desde que el rey Enrique VIII se proclamara a sí mismo jefe de la Iglesia local. La decisión provocó protestas públicas contra la resurrección del "papismo" en la protestante Inglaterra. Como converso más prominente al catolicismo romano, Newman fue un blanco privilegiado del vilipendio. En 1851, lo acusaron de difamación por haber denunciado los abusos sexuales cometidos por un ex sacerdote dominico, Giacinto Achilli, que, ante el público protestante, se hacía pasar por víctima de la Inquisición. Newman tuvo también una desavenencia dolorosa con su amigo F. W. Faber, otro converso del anglicanismo, por la dirección de un segundo oratorio en Londres. No deja de ser interesante que uno de los motivos de la discordia fuera la afición de Faber a traducir las historias más peregrinas de los santos católicos, que Newman juzgaba absurdas y dañinas para la credibilidad de la Iglesia.
Pero las frustraciones más graves que sufrió en el cenit de su vida provinieron de ciertos obispos católicos. En 1851, lo invitó el arzobispo de Armagh, Paul Cullen, a establecer una universidad católica en Irlanda. Como trabajo preparatorio, Newman entregó una serie de discursos que se convertirían finalmente en su clásica obra sobre la educación, "La idea de una universidad". Lo que necesitaba la Iglesia de Irlanda -y, según creía Newman, también la de Inglaterra- era un laicado culto. Pero sus ideas sobre la enseñanza no coincidían con las de los obispos. Éstos pensaban en una universidad organizada como un seminario, con un programa de estudios limitado y bajo la firme dirección de los clérigos; Newman tenía de la educación universitaria un concepto más liberal, más clásico y más colegial: algo más parecido a Oxford, pero insertado en la tradición católica romana. Cullen no quiso saber nada de ese plan y tampoco el cardenal Manning, primado católico romano de Inglaterra. Cuando Newman fue invitado por su obispo a establecer en Oxford una "misión" colegiada para estudiantes católicos, Manning trabajó silenciosamente a sus espaldas para desbaratar el proyecto. Manning era, igual que Newman, un anglicano converso; pero, a diferencia de este, temía que los conversos educados en Oxford pudieran constituir una quinta columna del anglicanismo en el seno de la Iglesia católica romana. "Veo un gran peligro en cierto catolicismo inglés, cuyo exponente más destacado es Newman. Es el viejo tono anglicano, patrístico y literario de Oxford, trasplantado a la Iglesia", escribió Manning a un colega de Roma. Newman, por su parte, pensaba que "la Iglesia debe prepararse para los conversos y los conversos, para la Iglesia". Preparación significaba para él educar mediante una enseñanza genuina. Al fin y al cabo observó respecto de su propia conversión, "quien nos convirtió en católicos no fueron los católicos; fue Oxford".
La mala suerte de Newman fue haberse hecho católico en un momento en que la dirección de Roma estaba visceralmente opuesta al pensamiento moderno. En 1864, el papa Pío IX publicó su notorio "Syllabus de errores", que Newman encontró superficial y abstracto; pero la recién restaurada jerarquía inglesa se hacía eco del conservadurismo de Roma. Él atribuía gran importancia a la obediencia eclesiástica y, por mucho que lo irritara la "tiranía" de Manning, guardó para sí muchas de sus opiniones. Su teoría del desarrollo de las creencias religiosas, por ejemplo, lo inclinó a aceptar la argumentación de Darwin en "El origen de las especies" (1859). "O iré hasta las últimas consecuencias con Darwin o renunciaré por completo al tiempo y a la historia, sosteniendo no sólo la teoría de las especies distintas, sino también la de la creación de rocas que contienen fósiles", le confesó a su cuaderno. Pero, en la práctica, se sentía obligado a proceder con cautela en sus declaraciones públicas; los guardianes de Pío IX estaban rastreando las provincias del norte en busca de incipientes herejes.
Aun así, lo cogió desprevenido la reacción de Roma ante un artículo que escribió en 1859 como redactor jefe de "Rambler", una revista católica inglesa. El artículo se titulaba "Sobre la consulta a los creyentes en materia de doctrina", algo que Roma de ningún modo pensaba hacer. Newman fue delatado inmediatamente por el obispo de Newport, Thomas Joseph Brown, como sospechoso de fomentar la herejía.
Informado de su transgresión, Newman se ofreció a aclarar cualquier pasaje ofensivo y, al final, el asunto quedó zanjado; pero tuvo que dimitir de su cargo de redactor jefe y, para Roma, su reputación siguió siendo dudosa. Monseñor George Talbot, agente de los obispos ingleses en el Vaticano, lo denunció como líder de un partido liberal disidente en el seno de la Iglesia inglesa. "Si no se les pone freno a los legos en Inglaterra, serán ellos los dueños de la Iglesia católica en lugar de la Santa Sede y del episcopado", previno a los funcionarios del Vaticano. A continuación, Talbot expuso su propia opinión sobre el tema. "¿Cuál es el dominio del laicado? La caza y los esparcimientos; de eso sí que entienden. Pero no tienen derecho alguno a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos (...). El doctor Newman es el hombre más peligroso de Inglaterra, ya se verá que utiliza al laicado en contra de Su Ilustrísima."
Cinco años después, fue atacado desde otro lado. Desde las páginas de una revista londinense, Charles Kingsley, un literato popular y capellán de la reina, infamó gratuitamente la integridad de Newman y, por extensión, la honestidad de todos los sacerdotes de obediencia romana. "La verdad como un fin en sí mismo no ha sido nunca una virtud del clero romano", escribió Kingsley, citando en apoyo de sus afirmaciones un sermón de Newman. Resultaba que dicho sermón lo había pronunciado varias décadas antes, en los tiempos en que era anglicano; pero cuando Newman hizo público tal hecho en una ingeniosa réplica, Kingsley respondió con otro libelo aún más intempestivo. Ésa era para Newman la ocasión, en sus propias palabras, de "derrotar no sólo a mi acusador, sino también a mis jueces". En diez semanas de incesante trabajo, escribió, por entregas semanales, a menudo con el recadero del impresor aguardando a su lado, una exposición de los pensamientos que lo habían conducido a la conversión. El resultado, de quinientas páginas, fue su clásica "Apologia pro vita sua", obra tan poderosa, sutil y persuasiva que Newman se ganó la reivindicación no sólo de su persona, sino la de toda la Iglesia católica inglesa. En adelante, su reputación estuvo asegurada, en su país y en el extranjero, con excepción de unos pocos católicos reaccionarios, como el cardenal Manning, que seguían considerándolo un espíritu demasiado libre en materia intelectual. En 1870, a la "Apología" le siguió su igualmente exquisita "Grammar of Assent" ("Gramática del asenso"), un estudio filosófico y psicológico de la relación entre fe y razón. Queriéndolo o no, Manning tuvo que admitir que Newman era y continuaría siendo la voz más importante del catolicismo, tanto en el ámbito del pensamiento religioso contemporáneo como en el de los asuntos públicos de Inglaterra.
Cuando en 1869 se abrieron las sesiones del I Concilio Vaticano, Manning encabezaba el partido ultramontano, decidido a arrancar del concilio la más enérgica definición posible de la infalibilidad papal. Los ultramontanos no sólo querían un papa que se pronunciara infaliblemente sobre virtualmente todos los asuntos serios de índole moral e intelectual, sino que también deseaban que la condena, pronunciada por Pío IX contra el liberalismo, la separación de Estado e Iglesia, el progreso y todo el resto del "Syllabus de errores", fuera elevada a rango de dogma de fe para todos los católicos; Newman, en cambio, detestaba las fracciones dentro de la Iglesia, aun tratándose de fracciones papales, y, en materia de controversia, se oponía a las condenas bruscas: "Contra los meros errores teológicos hay que hacer valer los argumentos, no la autoridad; o por lo menos, los argumentos primero."
A pesar de sus opiniones avanzadas, tres obispos (entre ellos Brown, aquel que lo delatara a Roma) invitaron a Newman a asistir al concilio en calidad de consultor. Pero, tras sopesar los pros y los contras, decidió quedarse en casa; se dijo a sí mismo que el trabajo en gremios y en comisiones nunca había sido su fuerte y que no se sentía libre de hablar con franqueza en presencia de obispos, y anotó en su diario: "Nunca he tenido buenos tratos de amistad con mis superiores eclesiásticos, debido a mi timidez y al constante recuerdo de que estoy obligado a obedecerlos, lo que me pone nervioso y me impide hablar con desenvoltura, decir lo que pienso sin esforzarme o discutir con lucidez y con calma. Nunca sabría hacer "sentir" mi presencia."
Sabía que Pío IX estaba firmemente decidido a imponer el dogma de la infalibilidad y, aunque Newman mismo creía en la infalibilidad, se oponía a la definición formal de la doctrina por considerarla inoportuna e imprudente. No veía en el horizonte herejía alguna que requiriese una decisión tan severa. Además, pensaba que la infalibilidad debía ejercerse en el sentido de que el papa se pronunciase tras consultar con un concilio ecuménico de todos los obispos; temía que una declaración de la infalibilidad papal alentara al papa a actuar en solitario. Ante todo, veía la Iglesia como un organismo: ser un pensador de la Iglesia significaba pensar con la compañía del cuerpo entero de la Iglesia, no solamente con la de quien ocupara el trono de san Pedro; y Newman sabía que esas opiniones lo volvían sospechoso a los ojos del Vaticano.
Tras muchas maniobras y sometidos a considerable presión por Pío IX, los padres conciliares aprobaron una constitución, titulada "Pastor aeternus", en la que se definía la infalibilidad del papa y su jurisdicción inmediata sobre todos los católicos romanos. Pero la formulación definitiva del documento era cautelosa, limitada y deliberadamente vaga; para consternación de Manning y de otros ultramontanos, la infalibilidad no se hacía extensiva a toda declaración papal ni se aludía a la inspiración divina de los sumos pontífices. A su regreso a Inglaterra, sin embargo, Manning publicó una carta pastoral sobre el concilio, en la cual se exageraba el alcance que de la definición había dado el concilio mismo. Newman sabía que era una exageración, pero tenía tal fe en la Iglesia que le impedía perder la esperanza en la obra de Pío IX. Confió a su diario:
"No es bueno que un papa dure veinte años. Es una anomalía y no trae buenos frutos; el papa se convierte en un dios, no tiene quien lo contradiga, no conoce los hechos y comete crueldades sin pretenderlo. Durante los últimos años, mi consuelo personal ha sido la presencia de Nuestro Señor en el Tabernáculo. De la dureza de la autoridad externa me vuelvo hacia Él, que puede compensar infinitamente estas pruebas que, después de todo, no son reales (...)".
A un amigo suyo le escribió estas palabras que, a la luz de la decisión de Juan XXIII de convocar, un siglo después, -el II Concilio Vaticano, resultarían proféticas: "Seamos pacientes, tengamos fe; un nuevo papa y un nuevo concilio tal vez enderecen la nave."
Newman no tenía pensado pronunciarse públicamente sobre el tema de la infalibilidad, pero la noticia del dogma irritó a la Inglaterra protestante. William Gladstone, el anterior primer ministro, publicó un ensayo en el cual afirmaba que, a la luz de la definición de la infalibilidad papal, enunciada por el concilio, los católicos no podían ser a la vez súbditos leales del papa y de la Corona británica.
El ataque de Gladstone exigía una respuesta y, a sus setenta y tres años, Newman volvió a empuñar la pluma. En su célebre "Carta al duque de Norfolk", responsabilizó a los ultramontanos de que Gladstone hubiera entendido mal la posición católica. Arguyó que los actos de los papas no obedecen a una inspiración personal de Dios; si un papa tomara una decisión que resultase ser inmoral, los católicos no estarían obligados por ella. "Como persona particular", escribió, la autoridad de la palabra del papa "no tiene absolutamente ningún peso". Aseguró que no había nada en la declaración del. concilio que pudiera subvertir la inviolabilidad de la conciencia personal. "Por cierto, si se me obliga a llevar la religión a un brindis de sobremesa (que, de todos modos, no parece un lugar muy adecuado), brindaré... por el papa, si ustedes quieren, pero siempre por la conciencia primero y por el papa después."
La respuesta de Newman no sólo convenció al receloso público inglés, que desde entonces lo miraría con orgullo como una gloria nacional, sino que incluso Manning mismo aceptó la interpretación de su adversario. En 1874, Trinity, el antiguo colegio de Newman, le alegró los años de vejez al nombrado su primer socio honorario. Aunque seguía prohibido el acceso a Oxford de los católicos, Newman no dejó nunca de añorar el Trinity College; la boca de dragón que crecía en el muro, frente al cuarto que ocupó como estudiante de primer curso, era para él el emblema de "mi residencia perpetua en la universidad, hasta la muerte". Se alegró de regresar para asistir al banquete. Aquel mismo mes murió Pío IX. Cinco años después, a instigación de varios legos católicos prominentes -y a pesar de algunas maniobras de Manning-, el nuevo papa, León XIII, nombró a Newman su primer cardenal. Para el anciano polemista era la reivindicación final de su vida como católico y, pese a su decrepitud progresiva, viajó personalmente a Roma para recibir la birreta.
A su muerte, Newman fue celebrado como un sabio de la era victoriana. Su reputación era tal que aparecieron necrologías en mil quinientos periódicos del mundo entero. En Birmingham, una multitud, estimada en entre diez y quince mil personas, se agolpó en las aceras de las calles por las que pasaba el féretro en su camino del Oratorio hacia la tumba de Rednal, el retiro de los oratorianos, situado a unos once kilómetros de distancia, en donde sus restos descansan hasta el día de hoy. "The Times", de Londres, no fue el único periódico que subrayó la posibilidad de la canonización de Newman; entre otros, el "Evangelical Magazine", publicación aceradamente protestante, afirmó que, "de la multitud de santos que hay en el calendario romano, pocos podrán considerarse más merecedores de tal título que el cardenal Newman"
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Newman fue anglicano durante cuarenta y cuatro años. Técnicamente, lo que un candidato a la santidad dice o hace antes de su conversión se considera irrelevante para la demostración de su virtud heroica. Pero Newman mismo era reacio a dividir su vida en un "antes" y un "después". Desde la adolescencia tuvo la profunda sensación de hallarse guiado por Dios, intuición que más tarde dramatizaría en su verso más conocido: "Lead, Kindly Light" ("Guía, amable luz").
Influido por el evangelismo protestante, Newman vivió a la edad de quince años lo que él mismo consideraría siempre una experiencia personal de conversión. En 1833, todavía un hombre joven y de viaje por Sicilia, volvió a sentir un llamamiento semejante para trabajar por la reforma de la Iglesia de Inglaterra. Entre esas dos experiencias religiosas, Newman fue estudiante del Trinity College de Oxford y obtuvo una beca para el Oriel College, la distinción más codiciada dentro de la universidad. De todas las instituciones humanas, Trinity y Oriel eran las que Newman más quería. Los profesores y los compañeros de estudio comprendieron su genio, y, entre los veinte y los treinta años, estaba comenzando, según escribiría más tarde, "a preferir la excelencia intelectual a la moral".
Oxford era en aquellos días el baluarte intelectual del anglicanismo; se prohibía el acceso a los católicos y a los disidentes protestantes, Fue en ese ambiente donde Newman, ordenado ya sacerdote y vicario de la capilla de Santa María, inició un intenso estudio de los antiguos padres de la Iglesia, con la intención de fundamentar el "camino medio" anglicano entre el catolicismo y el protestantismo en la historia primitiva de la cristiandad. Contra la opinión de los liberales teológicos, Newman defendía la importancia de la revelación para el cristianismo y la de las experiencias históricas de la Iglesia como matriz donde se desarrolla la doctrina.
Las investigaciones de Newman tenían cierto filo polémico. Junto con un grupo de compañeros universitarios de talento, Impulsó el Movimiento de Oxford, un renacimiento teológico y espiritual que, finalmente, precipitó su conversión al catolicismo romano. Newman y sus camaradas se ocuparon, entre otras cosas, de recuperar las raíces del anglicanismo anteriores a la Refoma. Propugnaron su programa en una serie de breves y anónimos "Tratados para nuestro tiempo". En el número 90, Newman fue demasiado lejos, al defender una interpretación católica de los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia anglicana, lo que le acarreó la censura de la universidad y de veinticuatro de los obispos de la Iglesia. En 1841, se retiró a una pequeña comunidad eclesiástica de Littlemore. Allí, durante los preparativos de su influyente "Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana", llegó a la conclusión de que la "verdad" estaba del lado de Roma. En 1845, él y un grupo de amigos que compartían sus ideas fueron recibidos en la Iglesia católica.
El cambio de obediencia espiritual le costó caro. Lo expulsaron de su querido Oxford, exilio que describiría en su novela "Loss and Gain ("Pérdidas y ganancias"), relato de un anglicano convertido al catolicismo de Roma. Su familia y sus amigos más íntimos de Oxford seguían siendo anglicanos. Por otro lado, los católicos ingleses jamás llegaron a aceptarlo del todo y los obispos de su Iglesia adoptiva nunca apreciaron plenamente ni utilizaron su talento. Pero Newman halló más que compensación en el sentimiento de haber descubierto por fin "la verdadera Iglesia del Redentor". Al igual que san Agustín, veía en su propia búsqueda espiritual el espejo y el movimiento de la historia; y la historia le haría justicia. Pero, durante largos períodos de su vida como católico romano, se sintió utilizado, agotado por querellas mezquinas. En un momento de apocamiento le confió a su diario privado: "¡Cuán triste y desolado ha sido el curso de mi vida desde que me hice católico! Aquí está el contraste: cuando era protestante, me aburría mi religión, pero no mi vida; ahora que soy católico, es mi vida la que me aburre, pero no mi religión."
Ordenado sacerdote en Roma en 1847, se estableció en Birmingham, con el encargo del papa Pío IX de fundar una comunidad de oratorianos, congregación religiosa instituida en 1564 en Roma por san Felipe Neri. A diferencia de las otras órdenes religiosas, los miembros del Oratorio no hacen los votos monásticos, sino que viven en común y fraternal caridad. Viviendo de ese modo, se esperaba que Newman pudiera incorporar a otros conversos a una nueva comunidad de sacerdotes y hermanos que se consagraran a las necesidades parroquiales de los católicos locales. En vista de las evidente dotes intelectuales de Newman, se otorgó al oratorio de Birmingham un permiso especial para cultivar también los estudios. Pero eso fue lo único que Newman pudo hacer para mantener unida la comunidad; el dinero resultaba difícil de conseguir -los católicos ingleses raras veces eran gente acomodada- y, a veces, el antiguo profesor de Oxford no podía permitirse la adquisición de un nuevo par de zapatos.
En 1850, el papa restauró la jerarquía católica romana de Inglaterra, país que carecía de obispos católicos residentes desde que el rey Enrique VIII se proclamara a sí mismo jefe de la Iglesia local. La decisión provocó protestas públicas contra la resurrección del "papismo" en la protestante Inglaterra. Como converso más prominente al catolicismo romano, Newman fue un blanco privilegiado del vilipendio. En 1851, lo acusaron de difamación por haber denunciado los abusos sexuales cometidos por un ex sacerdote dominico, Giacinto Achilli, que, ante el público protestante, se hacía pasar por víctima de la Inquisición. Newman tuvo también una desavenencia dolorosa con su amigo F. W. Faber, otro converso del anglicanismo, por la dirección de un segundo oratorio en Londres. No deja de ser interesante que uno de los motivos de la discordia fuera la afición de Faber a traducir las historias más peregrinas de los santos católicos, que Newman juzgaba absurdas y dañinas para la credibilidad de la Iglesia.
Pero las frustraciones más graves que sufrió en el cenit de su vida provinieron de ciertos obispos católicos. En 1851, lo invitó el arzobispo de Armagh, Paul Cullen, a establecer una universidad católica en Irlanda. Como trabajo preparatorio, Newman entregó una serie de discursos que se convertirían finalmente en su clásica obra sobre la educación, "La idea de una universidad". Lo que necesitaba la Iglesia de Irlanda -y, según creía Newman, también la de Inglaterra- era un laicado culto. Pero sus ideas sobre la enseñanza no coincidían con las de los obispos. Éstos pensaban en una universidad organizada como un seminario, con un programa de estudios limitado y bajo la firme dirección de los clérigos; Newman tenía de la educación universitaria un concepto más liberal, más clásico y más colegial: algo más parecido a Oxford, pero insertado en la tradición católica romana. Cullen no quiso saber nada de ese plan y tampoco el cardenal Manning, primado católico romano de Inglaterra. Cuando Newman fue invitado por su obispo a establecer en Oxford una "misión" colegiada para estudiantes católicos, Manning trabajó silenciosamente a sus espaldas para desbaratar el proyecto. Manning era, igual que Newman, un anglicano converso; pero, a diferencia de este, temía que los conversos educados en Oxford pudieran constituir una quinta columna del anglicanismo en el seno de la Iglesia católica romana. "Veo un gran peligro en cierto catolicismo inglés, cuyo exponente más destacado es Newman. Es el viejo tono anglicano, patrístico y literario de Oxford, trasplantado a la Iglesia", escribió Manning a un colega de Roma. Newman, por su parte, pensaba que "la Iglesia debe prepararse para los conversos y los conversos, para la Iglesia". Preparación significaba para él educar mediante una enseñanza genuina. Al fin y al cabo observó respecto de su propia conversión, "quien nos convirtió en católicos no fueron los católicos; fue Oxford".
La mala suerte de Newman fue haberse hecho católico en un momento en que la dirección de Roma estaba visceralmente opuesta al pensamiento moderno. En 1864, el papa Pío IX publicó su notorio "Syllabus de errores", que Newman encontró superficial y abstracto; pero la recién restaurada jerarquía inglesa se hacía eco del conservadurismo de Roma. Él atribuía gran importancia a la obediencia eclesiástica y, por mucho que lo irritara la "tiranía" de Manning, guardó para sí muchas de sus opiniones. Su teoría del desarrollo de las creencias religiosas, por ejemplo, lo inclinó a aceptar la argumentación de Darwin en "El origen de las especies" (1859). "O iré hasta las últimas consecuencias con Darwin o renunciaré por completo al tiempo y a la historia, sosteniendo no sólo la teoría de las especies distintas, sino también la de la creación de rocas que contienen fósiles", le confesó a su cuaderno. Pero, en la práctica, se sentía obligado a proceder con cautela en sus declaraciones públicas; los guardianes de Pío IX estaban rastreando las provincias del norte en busca de incipientes herejes.
Aun así, lo cogió desprevenido la reacción de Roma ante un artículo que escribió en 1859 como redactor jefe de "Rambler", una revista católica inglesa. El artículo se titulaba "Sobre la consulta a los creyentes en materia de doctrina", algo que Roma de ningún modo pensaba hacer. Newman fue delatado inmediatamente por el obispo de Newport, Thomas Joseph Brown, como sospechoso de fomentar la herejía.
Informado de su transgresión, Newman se ofreció a aclarar cualquier pasaje ofensivo y, al final, el asunto quedó zanjado; pero tuvo que dimitir de su cargo de redactor jefe y, para Roma, su reputación siguió siendo dudosa. Monseñor George Talbot, agente de los obispos ingleses en el Vaticano, lo denunció como líder de un partido liberal disidente en el seno de la Iglesia inglesa. "Si no se les pone freno a los legos en Inglaterra, serán ellos los dueños de la Iglesia católica en lugar de la Santa Sede y del episcopado", previno a los funcionarios del Vaticano. A continuación, Talbot expuso su propia opinión sobre el tema. "¿Cuál es el dominio del laicado? La caza y los esparcimientos; de eso sí que entienden. Pero no tienen derecho alguno a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos (...). El doctor Newman es el hombre más peligroso de Inglaterra, ya se verá que utiliza al laicado en contra de Su Ilustrísima."
Cinco años después, fue atacado desde otro lado. Desde las páginas de una revista londinense, Charles Kingsley, un literato popular y capellán de la reina, infamó gratuitamente la integridad de Newman y, por extensión, la honestidad de todos los sacerdotes de obediencia romana. "La verdad como un fin en sí mismo no ha sido nunca una virtud del clero romano", escribió Kingsley, citando en apoyo de sus afirmaciones un sermón de Newman. Resultaba que dicho sermón lo había pronunciado varias décadas antes, en los tiempos en que era anglicano; pero cuando Newman hizo público tal hecho en una ingeniosa réplica, Kingsley respondió con otro libelo aún más intempestivo. Ésa era para Newman la ocasión, en sus propias palabras, de "derrotar no sólo a mi acusador, sino también a mis jueces". En diez semanas de incesante trabajo, escribió, por entregas semanales, a menudo con el recadero del impresor aguardando a su lado, una exposición de los pensamientos que lo habían conducido a la conversión. El resultado, de quinientas páginas, fue su clásica "Apologia pro vita sua", obra tan poderosa, sutil y persuasiva que Newman se ganó la reivindicación no sólo de su persona, sino la de toda la Iglesia católica inglesa. En adelante, su reputación estuvo asegurada, en su país y en el extranjero, con excepción de unos pocos católicos reaccionarios, como el cardenal Manning, que seguían considerándolo un espíritu demasiado libre en materia intelectual. En 1870, a la "Apología" le siguió su igualmente exquisita "Grammar of Assent" ("Gramática del asenso"), un estudio filosófico y psicológico de la relación entre fe y razón. Queriéndolo o no, Manning tuvo que admitir que Newman era y continuaría siendo la voz más importante del catolicismo, tanto en el ámbito del pensamiento religioso contemporáneo como en el de los asuntos públicos de Inglaterra.
Cuando en 1869 se abrieron las sesiones del I Concilio Vaticano, Manning encabezaba el partido ultramontano, decidido a arrancar del concilio la más enérgica definición posible de la infalibilidad papal. Los ultramontanos no sólo querían un papa que se pronunciara infaliblemente sobre virtualmente todos los asuntos serios de índole moral e intelectual, sino que también deseaban que la condena, pronunciada por Pío IX contra el liberalismo, la separación de Estado e Iglesia, el progreso y todo el resto del "Syllabus de errores", fuera elevada a rango de dogma de fe para todos los católicos; Newman, en cambio, detestaba las fracciones dentro de la Iglesia, aun tratándose de fracciones papales, y, en materia de controversia, se oponía a las condenas bruscas: "Contra los meros errores teológicos hay que hacer valer los argumentos, no la autoridad; o por lo menos, los argumentos primero."
A pesar de sus opiniones avanzadas, tres obispos (entre ellos Brown, aquel que lo delatara a Roma) invitaron a Newman a asistir al concilio en calidad de consultor. Pero, tras sopesar los pros y los contras, decidió quedarse en casa; se dijo a sí mismo que el trabajo en gremios y en comisiones nunca había sido su fuerte y que no se sentía libre de hablar con franqueza en presencia de obispos, y anotó en su diario: "Nunca he tenido buenos tratos de amistad con mis superiores eclesiásticos, debido a mi timidez y al constante recuerdo de que estoy obligado a obedecerlos, lo que me pone nervioso y me impide hablar con desenvoltura, decir lo que pienso sin esforzarme o discutir con lucidez y con calma. Nunca sabría hacer "sentir" mi presencia."
Sabía que Pío IX estaba firmemente decidido a imponer el dogma de la infalibilidad y, aunque Newman mismo creía en la infalibilidad, se oponía a la definición formal de la doctrina por considerarla inoportuna e imprudente. No veía en el horizonte herejía alguna que requiriese una decisión tan severa. Además, pensaba que la infalibilidad debía ejercerse en el sentido de que el papa se pronunciase tras consultar con un concilio ecuménico de todos los obispos; temía que una declaración de la infalibilidad papal alentara al papa a actuar en solitario. Ante todo, veía la Iglesia como un organismo: ser un pensador de la Iglesia significaba pensar con la compañía del cuerpo entero de la Iglesia, no solamente con la de quien ocupara el trono de san Pedro; y Newman sabía que esas opiniones lo volvían sospechoso a los ojos del Vaticano.
Tras muchas maniobras y sometidos a considerable presión por Pío IX, los padres conciliares aprobaron una constitución, titulada "Pastor aeternus", en la que se definía la infalibilidad del papa y su jurisdicción inmediata sobre todos los católicos romanos. Pero la formulación definitiva del documento era cautelosa, limitada y deliberadamente vaga; para consternación de Manning y de otros ultramontanos, la infalibilidad no se hacía extensiva a toda declaración papal ni se aludía a la inspiración divina de los sumos pontífices. A su regreso a Inglaterra, sin embargo, Manning publicó una carta pastoral sobre el concilio, en la cual se exageraba el alcance que de la definición había dado el concilio mismo. Newman sabía que era una exageración, pero tenía tal fe en la Iglesia que le impedía perder la esperanza en la obra de Pío IX. Confió a su diario:
"No es bueno que un papa dure veinte años. Es una anomalía y no trae buenos frutos; el papa se convierte en un dios, no tiene quien lo contradiga, no conoce los hechos y comete crueldades sin pretenderlo. Durante los últimos años, mi consuelo personal ha sido la presencia de Nuestro Señor en el Tabernáculo. De la dureza de la autoridad externa me vuelvo hacia Él, que puede compensar infinitamente estas pruebas que, después de todo, no son reales (...)".
A un amigo suyo le escribió estas palabras que, a la luz de la decisión de Juan XXIII de convocar, un siglo después, -el II Concilio Vaticano, resultarían proféticas: "Seamos pacientes, tengamos fe; un nuevo papa y un nuevo concilio tal vez enderecen la nave."
Newman no tenía pensado pronunciarse públicamente sobre el tema de la infalibilidad, pero la noticia del dogma irritó a la Inglaterra protestante. William Gladstone, el anterior primer ministro, publicó un ensayo en el cual afirmaba que, a la luz de la definición de la infalibilidad papal, enunciada por el concilio, los católicos no podían ser a la vez súbditos leales del papa y de la Corona británica.
El ataque de Gladstone exigía una respuesta y, a sus setenta y tres años, Newman volvió a empuñar la pluma. En su célebre "Carta al duque de Norfolk", responsabilizó a los ultramontanos de que Gladstone hubiera entendido mal la posición católica. Arguyó que los actos de los papas no obedecen a una inspiración personal de Dios; si un papa tomara una decisión que resultase ser inmoral, los católicos no estarían obligados por ella. "Como persona particular", escribió, la autoridad de la palabra del papa "no tiene absolutamente ningún peso". Aseguró que no había nada en la declaración del. concilio que pudiera subvertir la inviolabilidad de la conciencia personal. "Por cierto, si se me obliga a llevar la religión a un brindis de sobremesa (que, de todos modos, no parece un lugar muy adecuado), brindaré... por el papa, si ustedes quieren, pero siempre por la conciencia primero y por el papa después."
La respuesta de Newman no sólo convenció al receloso público inglés, que desde entonces lo miraría con orgullo como una gloria nacional, sino que incluso Manning mismo aceptó la interpretación de su adversario. En 1874, Trinity, el antiguo colegio de Newman, le alegró los años de vejez al nombrado su primer socio honorario. Aunque seguía prohibido el acceso a Oxford de los católicos, Newman no dejó nunca de añorar el Trinity College; la boca de dragón que crecía en el muro, frente al cuarto que ocupó como estudiante de primer curso, era para él el emblema de "mi residencia perpetua en la universidad, hasta la muerte". Se alegró de regresar para asistir al banquete. Aquel mismo mes murió Pío IX. Cinco años después, a instigación de varios legos católicos prominentes -y a pesar de algunas maniobras de Manning-, el nuevo papa, León XIII, nombró a Newman su primer cardenal. Para el anciano polemista era la reivindicación final de su vida como católico y, pese a su decrepitud progresiva, viajó personalmente a Roma para recibir la birreta.
A su muerte, Newman fue celebrado como un sabio de la era victoriana. Su reputación era tal que aparecieron necrologías en mil quinientos periódicos del mundo entero. En Birmingham, una multitud, estimada en entre diez y quince mil personas, se agolpó en las aceras de las calles por las que pasaba el féretro en su camino del Oratorio hacia la tumba de Rednal, el retiro de los oratorianos, situado a unos once kilómetros de distancia, en donde sus restos descansan hasta el día de hoy. "The Times", de Londres, no fue el único periódico que subrayó la posibilidad de la canonización de Newman; entre otros, el "Evangelical Magazine", publicación aceradamente protestante, afirmó que, "de la multitud de santos que hay en el calendario romano, pocos podrán considerarse más merecedores de tal título que el cardenal Newman"