En la mitad un año especial "La verdadera esperanza no desatiende, apela a lo posible, a lo aún no probado"
Para los cristianos, 2025 se presentó, al modo bíblico, con la promesa de perdón y de justicia, de descanso y peregrinación que reviven al modo bíblico los años jubilares
Sabemos, desde las fuentes mismas, que la esperanza de los cristianos es un esperar de largo alcance que promete lo que apenas avistamos
Pero si esperar es confiar en que el futuro será al fin una vida plena que ha vencido a la muerte, es también un empeño decidido por abrir puertas en el presente y preparar el futuro inmediato. La verdadera esperanza no desatiende, sino que alienta y suma todas las esperas de bien, los esfuerzos por enmendar los errores y curar los males del ahora
Atender a las expectativas nobles, que no faltan en nuestro hoy, forma parte de lo que en lenguaje conciliar se expresó como “escrutar los signos de los tiempos” (GS 4)
Pero si esperar es confiar en que el futuro será al fin una vida plena que ha vencido a la muerte, es también un empeño decidido por abrir puertas en el presente y preparar el futuro inmediato. La verdadera esperanza no desatiende, sino que alienta y suma todas las esperas de bien, los esfuerzos por enmendar los errores y curar los males del ahora
Atender a las expectativas nobles, que no faltan en nuestro hoy, forma parte de lo que en lenguaje conciliar se expresó como “escrutar los signos de los tiempos” (GS 4)
| Felisa Elizondo
Para los cristianos, 2025 se presentó, al modo bíblico, con la promesa de perdón y de justicia, de descanso y peregrinación que reviven al modo bíblico los años jubilares. El papa Francisco, el inolvidable pregonero que iba a dejarnos en la mañana que siguió a la fiesta mayor de Pascua, lo abrió con una bula que desde el título invitaba a confiar porque “la esperanza no defrauda”.
Pasadas unas semanas, al menos con la cercanía que consienten las pantallas, hemos compartido la conmoción de miles de personas que, en el silencio de la plaza de San Pedro o apiñados en las aceras de la ciudad, acompañaron el último viaje del papa, venido “desde el otro extremo del mundo”, hacia su descanso en un ángulo de la bellísima basílica de Santa María la Mayor. En la plaza, poderosos y sencillos se sumaron en un adiós agradecido al pastor siempre cercano que se había despedido allí mismo, bendiciendo desde una silla de ruedas. El papa argentino que recordó una y más veces que son muchos los que no pueden caer en el olvido si el mundo ha de ser de veras una humanidad fraterna.
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De la de san Pedro, se podría decir siguiendo al poeta:“Era una gran plaza abierta, / y había olor de existencia. / Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo, / un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano, / su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba” (Vicente Aleixandre, En la plaza).

Pocos días después, tras unas cuantas horas de espera, un aplauso cerrado recibió el nuevo nombre que se oyó decir desde la imponente fachada. Y con el alborozo unánime la misma plaza se transformó en “plaza de la esperanza”: “Todavía hay tardes luminosas”, escribió refiriéndose a la de ese día Miguel García-Baró, un filósofo que insiste en que el esperar “absoluto” es la marca del creyente.
Esperar atendiendo a los signos
Sabemos, desde las fuentes mismas, que la esperanza de los cristianos es un esperar de largo alcance que promete lo que apenas avistamos: “lo que nadie ha visto”, al decir de san Pablo. Reconocemos que el don que sigue a la fe y que se cimienta en ella apunta, en forma de promesa que no puede fallar, a nada menos que a lo inmerecido e impensable. Aunque no ahorre temblores ni incertidumbre. Se comprende que, a la altura del 2025, en un tiempo de sobresaltos y de horas bajas en el ánimo de muchos, haya que volver a recordar esa fuerza que nos asiste.
Pero si esperar es confiar en que el futuro será al fin una vida plena que ha vencido a la muerte, es también un empeño decidido por abrir puertas en el presente y preparar el futuro inmediato. La verdadera esperanza no desatiende, sino que alienta y suma todas las esperas de bien, los esfuerzos por enmendar los errores y curar los males del ahora. Atender a las expectativas nobles, que no faltan en nuestro hoy, forma parte de lo que en lenguaje conciliar se expresó como “escrutar los signos de los tiempos” (GS 4).
Y entre las señales a atender –lo señala la bula del jubileo– está en primer lugar el ansia de paz en medio de conflictos que rebrotan. Le sigue el afán de compartir y de ayudara que otros vivan, hasta forjar “una alianza social por la esperanza”. Y pide expresamente dirigir y sostener la mirada a presos, enfermos, discapacitados, migrantes, jóvenes, ancianos y pobres en su gran número, para que la palabra esperanza guarde su dignidad entera y despliegue su potencial.
La misma bula plantea el año jubilar como un peregrinaje que se inicia con la memoria viva de los textos que hablan del amor que fundamenta nuestro poder esperar, del que “nada nos puede separar” (cf. Rom 8, 35-39). Una memoria que quien peregrina ha de comunicar a otros, porque el mensaje es para todos. Y –citando Spes Salvi 7– recuerda que quienes aguardan confiadamente la venida definitiva del Señor saben también que esa esperanza incide en la historia: “la fe no es solo un tender de la persona hacia lo que ha de venir…, el hecho de que este futuro exista cambia el presente”.

Señales en nuestros días
Hemos oído afirmar a más de uno que la desesperanza puede ser a veces la grieta por la que se abre paso la gracia de esperar. También hay maestros de vida que nos avisan de que la lucidez en reconocer las tintas oscuras de un momento no se opone a aceptar que también otros tiempos fueron críticos, pero no por ello vieron cerrado su futuro: “Estudiamos el pasado para descubrir las semillas de un futuro inimaginable”, decía un sabio dominico.
El aviso encaja bien en un tiempo que los analistas consideran, si no de depresión, al menos de incertidumbre. Porque sale al paso de la necesidad de prestar atención a señales de futuro que pueden ignorar los observadores más pesimistas. Algo que, además de ser más justo con esa misma realidad, ayuda a no desistir de aguardar lo nuevo.
Curiosamente, un autor en boga: Byun-Chul-Hanque, en libros como La sociedad del cansancio y en intervenciones que los medios multiplican, aplica calificativos nada sosegantes a nuestra ultramodernidad hipertecnificada, ha apelado recientemente a lo positivo y curador de una brecha de futuro en El espíritu de la esperanza (Herder 2024).
Como ha venido haciendo en otros ensayos, repasa las posiciones de autores varios y, en este caso, cita todo un tramo de la observación de Václav Havel, el presidente checo nada resignado al maltrato de la libertad: “Cuanto más adversa sea la situación en la que conservamos nuestra esperanza, tanto más profunda será esta. La esperanza no es optimismo. No es el convencimiento de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, al margen de cómo salga luego”.
Para el autor coreano –que lee a los modernos europeos– ni la resignación, ni tampoco el optimismo fácil de los libros de autoayuda, y menos aún el miedo fácil, pueden hacer frente a la cortedad del deseo que subyace en el consumo desatado. Pero, a su juicio, la desgana que cunde podría encontrar una salida si una razón más libre se atreve a postular lo posible, lo aún no probado. En estas páginas, que un artista reconocido ilustra con los trazos de un aleteo, encontramos afirmaciones como éstas:“La esperanza prevé y presagia. Nos da una capacidad de actuar y una visión de las que la razón y el intelecto serían incapaces”. “La esperanza tiende una pasarela sobre un abismo al que la razón no se atreve a asomarse. La esperanza percibe un armónico para el que la razón es sorda. La razón no advierte los indicios de lo venidero, de lo nonato. Es un órgano que solo rastrea lo ya existente”. Y apunta a la posibilidad de que, en este ambiente plano, la esperanza salte, como hizo notar Eric Fromm con la imagen del tigre.

"La esperanza prevé y presagia. Nos da una capacidad de actuar y una visión de las que la razón y el intelecto serían incapaces"
Sin entrar en más valoraciones, este apelar al esperar, que es apuntar a lo posible y no programable, de alguien que ha dedicado buena parte de sus libros a señalar sin rebozo las carencias del occidente actual, merece algo de atención.
Mediado el año jubilar
Nos hemos referido a los acontecimientos recientes que han llenado de emociones la plaza mundialmente famosa. En ella, creyentes y no creyentes han manifestado con su silencio y con sus gestos que hay vidas que transparentan una bondad que la vejez y la enfermedad hacen aún más patente. Que una bendición hecha con manos temblorosas se multiplica en deseos de bendecir. En la historia de la iglesia quedará la biografía del papa Bergoglio que exhortó a todos a “no dejarse robar la esperanza”. Su muerte, a los pocos meses de iniciar el jubileo, nos obligó a preguntarnos por la raíz que alimenta nuestra esperanza de futuro y de un futuro sin final,
Unas semanas después,otra voz, la de León XIV,alentaba a los congregados en aquel mismo espacio a proseguir en el peregrinaje del jubileo. Ahora,paz, comunión, unidad y servicioeran las palabras que resonaban con un timbre nuevo y un tono decidido. “Desarmadas y desarmantes”, como él mismo ha querido calificar la paz que se ha visto urgido a pedir desde la primera alocución. Y los peregrinos, también los turistas y curiosos, las escucharon con el respeto que merecen las voces que suenan a verdad y, por eso mismo traen una carga de aliento y de esperanza:
“Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y temblor vengo a ustedes como un hermano (la cursiva es del original) que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.
Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro [...] no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios […]
Él –afirma el mismo apóstol Pedro– “es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás [...]
Como afirma san Agustín: “Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia” (Sermón 359,9).
Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.
En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad […] Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela!
Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz […]
Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.”
Lo oyeron –y lo oímos- miles de personas dentro y fuera de la plaza. Como palabras-indicadores en la ruta de la esperanza que ha ofrecido el año jubilar.

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