Isabel y María, embarazos de riesgo

Están las dos primas de buena esperanza. Gozosas y preocupadas. La metáfora es doble: una concepción impensable y una gestación arriesgada. Ambas símbolo: irrumpe lo divino en lo humano, nada imposible para quien es todo en todos y todas.

Las dos en el sexto mes. Isabel y María dan qué pensar: ambigüedad del embarazo, riesgo y gozo, tarea y don, peligro y promesa. Y, pase lo que pase, presencia activa de Espíritu en cada nacer.

Isabel: muy entrada en años como para concebir. María: muy joven, como para no dejar de asustarse por lo que viene. Isabel, deseosa de dar a luz e inquieta. María, aguardando la hora con zozobra y esperanza (¡María de la “Oh”!). Ambas con anhelo y preocupación, fiándose de una fuerza y palabra que las desborda.

Pero hagamos hermenéutica, interpretemos y actualicemos. Isabel es señal para que María se fíe. María es señal para la comunidad venidera. Nuestras comunidades, nuestras redes cristianas, al recibir la Palabra, quedan preñadas de vida y misión por obra del Espíritu. La comunidad entera concibe, queda preñada por la semilla de la Palabra para dar al mundo su fruto.

Son metáforas poderosísimas: la estéril y la virgen fecundas son símbolos que hacen caer en la cuenta del enigma en todo nacer y de la cercanía privilegiada de la mujer al misterio del origen de la vida.

Habrá que repensar las actitudes con que se acoge cada nuevo brote de vida. No sólo la madre y el padre, sino todo el alrededor participa de la responsabilidad de acogida: fomentar las condiciones (sociales, económicas, jurídicas, políticas, psicológicas...), para hacer posible recibirla como don. Como decía Juan Pablo II, no podemos olvidar que en cada aborto procurado, la víctima no es sólo el feto, sino también la madre (cf. Evangelium vitae, 195, nn. 58 y 59).
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