Por mujer, indígena y pobre “Las piedras” de Julia Chuñil gritan desde el sur de Chile

“Las piedras” de Julia Chuñil gritan desde el sur de Chile
“Las piedras” de Julia Chuñil gritan desde el sur de Chile

A un año de la desaparición de la defensora mapuche, la Fiscalía confirmó la imputación de un empresario ligado a poderosos intereses forestales.

A excepción de la declaración laical de la Comisión Nacional de Justicia y Paz, publicada el 19 de febrero de 2025, ningún sitio oficial de la Iglesia chilena y sus diócesis— ha hecho referencia pública a Julia Chuñil.

Julia del Carmen Chuñil Catricura desapareció el 8 de noviembre de 2024. El empresario Juan Carlos Morstadt —vinculado a poderosos intereses forestales— fue imputado en la causa. Su nombre pone rostro al poder económico que tantas veces permanece impune cuando la víctima es mujer, indígena y pobre.

Chuñil, defensora del bosque nativo y símbolo de la lucha de las mujeres mapuche por el derecho a habitar y cuidar la tierra, era presidenta de la comunidad Putreguel, ubicada en la comuna de Máfil, en la Región de Los Ríos, al sur de Chile. Es una zona de selva de árboles nativos, con cerros, ríos y un alto grado de ruralidad.

Cuando el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal fue recibido en el Vaticano el 27 de octubre pasado, se pensó que este caso podría ganar visibilidad. Con el papa León XIV, los obispos hablaron de inseguridad, migración, evangelización, polarización política y defensa de la vida. Pero no mencionaron a Julia Chuñil ni a los defensores ambientales amenazados en el país.

De nuevo, la palabra vida se entendió en su versión más restringida: vida prenatal o terminal, limitada a los debates sobre aborto y eutanasia. Nada sobre las vidas arrasadas por la miseria, el extractivismo o la desaparición forzada. Nada sobre las mujeres que entregan su vida por cuidar la casa común. Nada sobre el bosque que se extingue y el silencio que mata.

El papa León XIV, en continuidad con Francisco, ha insistido en que “la defensa de la vida no puede fragmentarse”. En su exhortación Dilexi te, recuerda que la Iglesia está llamada a custodiar “toda vida humana, desde su concepción hasta su agonía, y también la vida de la tierra que la sostiene”. Pero, en Chile, ese llamado aún no encuentra eco entre gran parte de los obispos.

Porque a excepción de la declaración laical de la Comisión Nacional de Justicia y Paz, publicada el 19 de febrero de 2025, ningún sitio oficial de la Iglesia chilena y sus diócesis— ha hecho referencia pública a Julia Chuñil. El silencio institucional es, por tanto, verificable.

Esa Comisión declaró: “Como Iglesia, nos duele el silencio y la falta de respuestas. Pedimos al Estado de Chile que intensifique la búsqueda de Julia Chuñil, cumpla sus compromisos internacionales y proteja a todas las personas que defienden la casa común.”

Fue una voz laical, sobria y profética, que honró lo mejor de la Doctrina Social de la Iglesia: el principio de dignidad humana, la opción preferencial por los pobres y la custodia de la creación. Pero fue también la única. Desde entonces, ni una palabra más.

Esa ausencia revela algo profundo. La incapacidad de mirar el rostro de la vida amenazada más allá de sus fronteras biológicas. Y cuando la defensa de la vida se encierra en el útero o en el lecho de muerte, se convierte en ideología moral, no en Evangelio.

Julia Chuñil sigue desaparecida. Pero su voz —la de una mujer que amó la tierra hasta el sacrificio— sigue hablando desde el silencio. En su nombre, la Iglesia podría volver a aprender qué significa defender la vida en toda su amplitud: la vida de los pobres, la vida de los pueblos, la vida del planeta.

Porque, como dice el Evangelio, “si ellos callan, las piedras gritarán” (Lc 19, 40). Y en Chile, esas piedras son los ríos, los árboles y los cerros que Julia defendió. Su grito es el de la creación herida, que sigue recordándonos que la fe no se mide por los dogmas que repetimos sino por las vidas que cuidamos.

Sería bueno volver a leer Laudato si’.

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