Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Amar siempre, incluso en la mayor contradicción (V Domingo de Pascua)

Apostemos por la Iglesia sacramento, la del signo vivo que no busca milagros espectaculares, sino que se hace verdad en la vida de lo diario y lo sencillo, en la verdad del amor, a veces sufriente en la cruz. Ahí está la verdadera tarea, no en los números sino en los signos.
| Jose Moreno Losada
DOMINGO V DE PASCUA
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». Juan 13,31-33a.34-35
El mayor amor en el mayor dolor
El texto evangélico nos sitúa en un marco tensional y contradictorio de primer orden. Sale Judas del cenáculo para entregarlo y Jesús lee ese momento en clave de glorificación, aceptando que le queda poco tiempo con ellos. Y en la tensión una preocupación fundante y coherente con el planteamiento de toda su vida, el amor, que se amen como él los ha amado. No hay otro discipulado, ni dogma, ni ley, ni fuerza que no sea el amor frente a todo mal, traición o entrega. Y este es el signo de haber resucitado con Cristo, de estar realmente en El, llegar al amor en el mismo odio y rechazo. La pascua no tiene otro camino que la entrega amorosa frente a la muerte y el dolor.
Entre el odio y el amor: José y su ceguera
Agradezco a fray José, nuestro arzobispo, que me invitara a entrar en su despacho al saludarle desde lejos. La puerta abierta y en conversación con un conocido, que al saludarlo observé que era ciego, se trataba de José Ramón Vázquez. Intuí que el pastor quería compartir conmigo el relato de vida de esta persona y con buena pedagogía me introdujo en la conversación con el amigo, sintiéndome seducido por proceso vital.
Hijo de emigrantes extremeños, de Salvaleón, en el país vasco. Se formó allí y se preparó como fisioterapeuta, habiendo realizado su profesión de modos muy plurales y ricos, siendo fisioterapeuta en el equipo de la Once, del gran deportista Induráin, a la vez que atendía también una pequeña comunidad de franciscanos cada vez que le requerían sus servicios. Se trata de franciscanos, hermanos de la orden, que tenían como carisma propio ser pastores de verdad, en el campo con ovejas y ejercían como misión singular preparar a las personas que querían ser buenos pastores, profesionales de ese oficio. Después esa escuela se institucionalizó en la comunidad autónoma. En ese ejercicio profesional, es como conoció a los franciscanos, que eran conocidos de sus padres, y ahí se encontró al actual arzobispo Carvallo, cuando por responsabilidad en la orden le gustaba visitar esta comunidad y estar con ellos, sintiéndose atraído por su sencillez y vivencia de la espiritualidad franciscana. Alguna vez pudo recibir también atención de José en sus espaldas cansadas y cargadas, recibiendo alivio. En este momento el chico estaba casado y tenía su proyecto de vida consolidado. Su fe era sencilla y normal, como cualquiera del pueblo.
Un día sus planes comienzan a venirse abajo cómo no podía esperar nunca. Nota que tiene problemas con la visión y tras muchos estudios dan con la clave de su diagnóstico, una enfermedad que se da uno entre más de doscientos mil, y a él le ha tocado. El proceso es rápido en la pérdida de la visión y llega a la ceguera. En este mismo proceso, su esposa a la que amaba con todas sus fuerzas, era la niña de sus ojos, sufre una leucemia y muere. En esa situación pierde esperanza y sentido de vida, y también su fe. Siente rechazo por todo y también por Dios, de alguna manera siente como que le odia por lo que ha hecho con él. Ya no podrá ser fisioterapeuta, ya ha perdido su matrimonio, ya depende de todos. La vida ha cambiado y la oscuridad es tremenda, sólo le queda el calor de sus padres que estarán con él mientras vivan.
En ese contexto, Fray Nicolás –me dice Jose que murió en diciembre, recuerda el día, la hora exacta con minutos, y su mano agarrada a él- se acerca a él, como conocido, y comparte sentimientos y vida. También este fraile sufre su enfermedad, aunque no llegó a quedarse ciego totalmente, al morir antes. Hacen camino juntos y Jose encontró en él esa mano única a la que no quiere soltar nunca y con quien desahoga todos sus sentimientos de contradicción y de negación de sentido, por el dolor. Podríamos decir que tenía la fe del enfado con Dios, un Job bien activo y militante, porque él no se merecía esto de ninguna manera, ni los que lo rodeaban. Un día el fraile le cuenta que él tenía deseos y promesa de ir a Jerusalén, a la tierra sagrada, pero dada su situación no podría hacerlo y le pedía que lo hiciera este amigo por él. En principio se negaba por su situación de negación creyente, pero después aceptó por afecto y por el testimonio de este fraile en su acompañamiento callado, en esa mano tendida y cogida para siempre en la fraternidad del dolor compartido.
A partir de esta experiencia, su vida comenzó a tomar otra deriva, fue sintiendo que su ánimo iba pasando del odio, el rechazo, el sinsentido, al amor, a la vida, al encuentro, a la fraternidad de lo humano. Él dice que estaba ciego y comenzó a ver, que se operó en él el verdadero milagro de encontrar el amor y a Dios en el mismo dolor, en el mismo límite, en la dificultad. Se podía entregar amando.
Ahora se ha recuperado como fisioterapeuta y cuando está en el pueblo extremeño, donde pasa largas temporadas, su casa siempre está dispuesta para aliviar a los que están maltratados en su cuerpo, especialmente a los que no le pueden pagar. Está muy cercano a la Palabra de Dios y comulga con su Dios en Jesús de Nazaret. Es un verdadero apóstol con sus manos, con su corazón, con su palabra y con su relato. Para él fray Nicolás fue el ángel de Dios que le acompañó en su proceso de tumba, hasta que pudo decir y gritar que Jose, ya no está aquí –oscuridad- porque ha resucitado, y su rabia ahora es puro amor y entrega. Ha hecho de su ceguera luz con la fuerza del amor de Cristo. La luz de la vida le ha llevado a caminos insospechados y novedosos, al volver al pueblo y tener estancias largas, se encarna en él con toda su alma y estudia música, llegando a ser el director de la coral del pueblo. Milagro tras milagro, da ganas de decir que no se cura un ciego para ocultarlo, sino para que lo cante y lo transmita a todos sin exclusión. Así lo estaba haciendo con nosotros, ayudándonos a abrir nuestros propios ojos con la ceguera de los suyos.
Yo me lo guardé en mi corazón, como hizo el arzobispo, que después se iba a comer con él y celebrar el encuentro tan fraternal y evangélico. Desde entonces tengo a fray Nicolás como un verdadero intercesor ante el Padre. Me alegro de esta amistad del arzobispo con este feligrés que pasa tiempos en Salvaleón y que es testigo directo de la espiritualidad de San Francisco en su propia carne y ceguera. Bromeamos el arzobispo y yo, invitándonos a la humildad y sencillez de vida en este relato tan verdadero. Llamados a anunciar el evangelio con nuestras vidas y si hace falta incluso con alguna palabra, como lo hizo Fray Nicolás, siguiendo a su maestro San Francisco.
Amar en la contradicción
Un reto sin medida y un sueño para caminantes en la fe, llegar al amor en la contradicción. El ser humano es problemático por esencia, su vida está llamada a resolverse en el quehacer que va desgastando lo que somos y tenemos. No podemos guardar las horas ni los días, hemos de vivirlos y la fe nos invita a hacerlo en el mayor amor.
Las contradicciones vienen sin buscarlas ni quererlas, pero hemos de vivirlas y ahí sí tenemos nosotros la posibilidad de elegir el modo de hacerlo. Jesús se nos presenta con la versión amorosa de la vivencia del dolor y la contradicción, no se puede responder con mayor amor a la mayor traición y entrega. Es la respuesta más libre y radical, que le hace piedra angular del sentido de lo humano y de la esperanza divina.
Nuestras vidas personales pasan por momentos de decisión, de rupturas, de emprendimiento, de creación, de fracaso... y ahí estamos llamados a recrearnos en el amor y en la pobreza que genera libertad. Para ello hemos de contar con el Espíritu de Jesús y su comunión. La relación personal con Cristo para vivir nuestros miedos y muertes es esencial en el camino del vivir bautismal, morir con él para con él resucitar.
La Iglesia, comunidad de Cristo, se hace testigo de la resurrección en la vivencia también de dolor y del fracaso. La radicalidad de su testimonio ha de estar en el enfrentamiento directo y libre frente al mal y el sufrimiento en el mundo. Acompañar a los que sufren y estar de parte de los débiles de este mundo ha de ser su seña de identidad. Curiosamente ella está llamada a hacer las mismas obras que Jesús, para que los ciegos vean, los cojos anden, los sordos oigan y a los pobres se les anuncia la buena noticia de su liberación y de su salvación. No estamos llamados como comunidad cristiana al éxito, al poder, a la masificación, sino más bien a la pobreza que ayudar a compartir sufrimientos y debilidades en lo más pequeño y oculto.
Notas hilvanadas: Un nuevo día brillará . "Quiero ver el rojo del amanecer, un nuevo día brillará, se llevará la soledad" (Luz Casal, Un nuevo día brilará)
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