Morir abrazada a la vulnerabilidad Testimonio de Ana María antes de ser sedada

Recibo en el watsap parroquial que Ana María esta en el hospital y ya ha sido sedada para vivir su partida. Una mujer joven, madre de tres hijos, esposa de Juan Francisco. Ha luchado hasta ahora y ha vivido su enfermedad de un modo ejemplar para todos nosotros. Hace una semana en un ciclo de formación sobre los cuidados, ella estaba invitada para una mesa de experiencias para reflexionar sobre la vulnerabilidad desde su experiencia. No pudo estar por situación ya delicada, pero quiso que estuviera su testimonio elaborado y pensado como regalo para todos nosotros. Hoy que entra en sedación y se nos pide nuestra oración por ella y su familia, comparto con vosotros este tesoro para que lo contempléis y podamos orar juntos desde eella.

Testimonio Ana María Romero

IMPACTO

Nuestra principal aspiración como mujer u hombre del primer mundo es convertirnos en el joven rico del evangelio, pero ¿qué nos asegura la riqueza de creer en la seguridad de una vida larga en el primer mundo?

Una forma también de sentirse rico es no percibir que el tiempo, la salud y la tranquilidad son riquezas a las que tenemos derecho incuestionable.

Los tiempos son más difíciles que nunca y ninguno de nosotros sabe lo que nos traerá el futuro.

“El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”, nos dice Jesús en el Evangelio de Lucas

Tenemos que ser conscientes de que para afrontar nuestra vulnerabilidad, la natural y la adquirida, la que es consecuencia de nuestra libertad, de nuestras decisiones equivocadas y de las repercusiones negativas de nuestras decisiones acertadas, solo podemos compensar con otras basadas en los cuidados mutuos entre personas, una organización social que nos haga más fuertes, desde el amor, la caridad y la semilla de Dios que está en nosotros desde nuestro Bautismo, que actúa por su propia fuerza si no se lo impedimos, si nos ponemos en sus manos y dejamos que nos guíe la voluntad de Dios. La cultura de los cuidados está ya presente en nuestra sociedad, sobre todo en nuestra sociedad del primer mundo en la que está más desarrollado el Estado del Bienestar. Sin embargo, a pesar de esto, somos conscientes de que no es suficiente, de que la sensación de miedo, de vulnerabilidad, de incertidumbre es cada vez mayor, cada vez afrontamos más riesgos y tenemos más cosas que perder. ¿por qué? Algunas de las causas pueden estar asociadas a las características de nuestra sociedad y de nuestros valores:

- El individualismo. El ego claramente diferenciado del resto de los individuos y de la comunidad. Reflejos populares: "el que se va es el que pierde", " el muerto al hoyo y el vivo al bollo"

- El desplazamiento de la responsabilidad por el cuidado de la comunidad en el Estado, los Servicios Sociales, la Sanidad.

- Un modelo social que ha asumido la desigualdad como natural, donde creemos, en el mejor de los casos, que nuestro esfuerzo y nuestros méritos a lo largo de la vida nos dan derecho a disfrutar de una tranquilidad y unos recursos mayores para afrontar los momentos débiles. En el peor de los casos, el cinismo que nos permite vivir tranquilamente con esa desigualdad.

- Una religión que pone a Dios como juez que decide si nos castiga o no con los males de este mundo, que no ve causa razonable en esos males sino castigo por lo que hemos hecho mal o dispensa por lo que llevamos hecho bien o lo que haremos en el futuro para pagar el favor.

- La obligación del cuidado a los nuestros, nuestra familia, los más cercanos. Solo después de ellos, a veces al mismo nivel que otras formas de ocio, el cuidado de los demás en forma de participación en asociaciones, ong, movimientos populares. A veces con una clara distinción también entre la cercanía de los afectados: mi barrio, mi ciudad, mi país, mi sexo, mi etnia, mi raza...

Teoría y práctica del desapego de las propiedades, las cosas, el pensamiento, las ideas, el ego, la personalidad creada. Práctica final del vaciamiento para llegar a la práctica de la humildad, la perdida de la propia voluntad.

Cuando los humanos venimos al mundo somos la imagen más extrema q presentamos en nuestra vida de la vulnerabilidad, la dependencia de otros, especialmente de nuestra madre, como cualquier otro mamífero, pero también del resto de la familia, los abuelos con sus experiencias en la crianza y la de la generación anterior, la de los hermanos con su vivencia de los valores de los niños de su edad. A partir de estos primeros momentos el deseo de todos es que el nuevo niño adquiera autonomía, sea cada vez más capaz, más independiente, pueda expresar su individualidad, la fuerza se convierte en un valor social e individual ya para el resto de su vida, y la fragilidad, la dependencia de los demás como algo de lo que escapar. La sociedad se ha organizado de manera que a través de instituciones, organismos y normativa traspase la capacidad de ayuda de los individuos a la colectividad de forma que la protección frente a la debilidad sean derechos sociales a los que se accede mediante contribución. De esta forma podemos exigirlos sin sentirnos frágiles por necesitarlos.

A lo largo de nuestra vida nos vemos en todo tipo de situaciones de flaqueza, la mayor la de la realidad de la muerte, que empezamos a ocultar a los niños desde muy pronto. Tratamos de convencernos a nosotros mismos de que esa realidad no llegará, o que al menos en nuestro primer mundo llegará cuando tiene que llegar, cuando dicen las estadísticas, después de los 85 años, todo lo que se anticipa a eso es va contra "la ley de vida" a pesar de que no es eso lo que nos dice la realidad cotidiana.

En septiembre de 2020 una revisión médica me puso en una situación extrema en la q no me había visto antes: el diagnóstico de un carcinoma de pulmón en estadio IV, un cáncer con muy mal pronóstico. A partir de este momento toda la vida organizada y feliz que teníamos que dio la vuelta, ya no había nada seguro, de repente ya no podíamos controlar nada de lo que iba a pasar, de repente ya nada dependía de mí, ya no era dueña de mi vida. Hasta ese momento me había creído que lo era. Desde los cambios más pequeños que este diagnóstico provocó toda mi vida pasó a depender de la actitud de los que me rodeaban: mi marido, mis hijos, mi familia más cercana q intentaban a la vez q se enfrentaban a su propio dolor, ponerse en mi situación y tratar de animarme, mis compañeros de trabajo que intentaban descargarme de mis tareas de forma q pudiera concentrarme y sobreponerme a la difícil situación en la que me encontraba, todas las personas a las q se lo fui contando que me hicieron llegar de todas las maneras su solidaridad, su energía positiva, toda la ayuda posible que pudieran prestarme.

El ser humano perdió el Paraíso Terrenal y empezó a crear uno en su mente, del que eliminó toda realidad negativa y la que no pudo eliminar la ocultó todo lo que pudo

La receta para la felicidad: preocúpate más por el tiempo que por el dinero.

El encadenamiento de sucesos en la vida lleva a un punto en el que surgen situaciones de las cuáles no tienes las riendas, como un pronóstico, una situación, un tratamiento, más circunstancias que podrían decirse casualidades que llevan a un final o a otro. Quizás, no sabemos si es fruto de esas circunstancias fortuitas los resultados definitivos como la supervivencia, de una forma o de otra, como podemos ver en tantos casos dispares bajo los mismos marcos sociopolíticos y biomédicos, por tanto ¿de qué depende? ¿Qué pasa cuando te enfrentas a tales situaciones? ¿Están siempre las cosas buenas de la vida en el camino que tú consideras bueno?

“Quizás si no me hubiera equivocado en el camino, si no fuera tan débil en el sentido de la orientación, si no existiera en mi propia fragilidad no hubiera llegado a ver este sitio maravilloso”.

Volver arriba