Con ocasión de la consulta popular y la propuesta de reforma a la constitución “Una constitución católica donde Dios esté presente y no la Pachamama”
En la Plaza Grande de Quito, frente al Palacio de Carondelet y la Catedral Metropolitana, y con ocasión de la consulta popular y de la propuesta de reformar la carta magna de este país, escuché a un grupo de manifestantes que gritaba: “Exigimos una constitución católica, donde Dios esté presente y no la Pachamama”.
Después, según mi plan para ese día, y haciendo de Cicerón para unos amigos de visita en Ecuador, me fui a la Capilla del Hombre, creación de Oswaldo Guayasamín; allí, en ese espacio sagrado, contemplando las víctimas de las guerras e injusticias, los rostros de los que han sufrido, la suerte de los desposeídos y ninguneados, seguían haciendo ruido en mis oídos los gritos de los devotos católicos en el centro de la ciudad. Y son esos pensamientos los que comparto en los párrafos que siguen.
| Jairo Alberto Franco Uribe
En la Plaza Grande de Quito, frente al Palacio de Carondelet y la Catedral Metropolitana, y con ocasión de la consulta popular y de la propuesta de reformar la carta magna de este país, escuché a un grupo de manifestantes que gritaba: “Exigimos una constitución católica, donde Dios esté presente y no la Pachamama”; después, según mi plan para ese día, y haciendo de Cicerón para unos amigos de visita en Ecuador, me fui a la Capilla del Hombre, creación de Oswaldo Guayasamín; allí, en ese espacio sagrado, contemplando las víctimas de las guerras e injusticias, los rostros de los que han sufrido, la suerte de los desposeídos y ninguneados, seguían haciendo ruido en mis oídos los gritos de los devotos católicos en el centro de la ciudad. Y son esos pensamientos los que comparto en los párrafos que siguen.
- - “Una constitución católica”
Aquí hay una aporía eclesiológica: si la constitución es “católica”, ya no es católica; por ser católicos (kata holos: según lo universal), los manifestantes caen en la incoherencia cuando exigen que las leyes del estado a que pertenecen sean expresión de la moral, las costumbres, los dogmas, la liturgia de su Iglesia, así sea la de las mayorías: La Iglesia católica no está sola en este país, hay otras iglesias, confesiones, creencias, grupos, y todos han de estar representados, y ella, que se debe a todos por su misión, ha de abogar para que las leyes, la constitución en este caso, se dé en el diálogo y el consenso de todos; la teocracia no es católica porque excluye a los que no creen en el dios del estado (la minúscula es intencional) o creen distinto; la democracia, imperfecta como es, se acerca más a lo que la Iglesia entiende por católica.
Solo desde los pobres somos realmente católicos, universales, esto es fácil de comprobar: las casas de los pobres están abierta a todos, no tienen guardias que controlen el paso, ni porterías que atajen, ni alarmas que ahuyenten; allí hay bienvenida y, “poquito, pero con cariño”, todos son invitados a comer, otros pobres y también los ricos, no siempre sentados a la mesa, porque no la tienen muchas veces, sino en la cocina y hasta en el suelo.
En vistas a una supuesta reforma de la constitución, la Iglesia asegura su catolicismo, es decir, su universalidad, si exige que se legisle poniendo en el centro a los más pobres, a los excluidos, a los que no cuentan, a los descartados, a los desahuciados, a los que no dan la vida por supuesta, a los que no se les reconoce humanidad; solo podemos llamar “católica” a una constitución si se construye como una casa de pobres, donde entren todos y todas; allí los ricos lógicamente también tendrían acogida y llegarían a ser de verdad humanos, es que la riqueza no compartida les ha quitado humanidad y la podrían recibir de sus anfitriones. Al afirmar estas cosas tengo en la mente y en el corazón “la civilización de la pobreza”, la utopía de Ignacio Ellacuría, cuyo martirio celebramos en este día.
- - “…donde esté Dios presente”
¡Claro que Dios ha de estar presente! Pero, recordemos que es “un Dios escondido” (Isaías 45, 15), es decir, brilla por ausencia, se anonada (Filipenses 2,7) se quita del medio y se deja ver en los que menos creemos, en los que tienen hambre y sed, los que están desnudos, los que migran y no tienen techo, los que están en las cárceles, los que se enferman y no encuentran tratamientos ni medicina (Mateo 25). El Dios de los cristianos no es un “dios de estado”, es una víctima de crimen de estado, no tiene interés de aparecer en una constitución; el Dios de los cristianos está presente en las leyes de una nación si ellas velan por los derechos de las minorías, de los indígenas, de los negros, de las personas estigmatizadas por su orientación sexual, de los indocumentados, de los que no tienen ni techo ni tierra, de los que están por fuera de la seguridad social, de los disidentes y los que hacen oposición.
Una constitución si es hecha por legisladores católicos y si es aprobada por un pueblo católico no se hace en nombre de Dios, se hace en nombre de los pobres, es que Dios cedió sus derechos al crucificado Jesús y a todos los crucificados con él a lo largo de la historia; este es el derecho divino: Dios quiere lo que quieren los crucificados, que lo bajen de la cruz; sin esta premisa nombraríamos a un ídolo y eso sería una tragedia en un pueblo cristiano como el nuestro.
- - “…y no la Pachamama”
Me llama la atención la dualidad gritada en la manifestación de los devotos católicos: Dios sí, la Pachamama no; Dios sí, no su creación, no esta tierra que nos da vida y que es su regalo. El dios que quieren en una posible reforma a la constitución “católica” no es el de la Biblia, él que, después de crear, “vio que todo era bueno” (Génesis 1, 31); el que se revela y se deja ver en su obras (Sabiduría 13, 1-5); el que se hizo carne (Juan 1, 14); no es el Dios de Jesús, porque Jesús veía a Dios en todo lo que veía, y esto no era idolatría, era adoración, lo veía en una semilla, en un pastor, en un tesoro, en una viña, en una mujer, en un papá.
Los pueblos originarios, las nacionalidades indígenas de nuestro Ecuador, con su espiritualidad de la Pachamama, recuperan para nosotros al Dios creador y salvador que se nos reveló en la historia de Israel; la Pachamama no es un problema para nuestra fe, es una oportunidad para volver a nuestras raíces; todo refleja a Dios, el universo es su piel y lo transparenta. Y claro, una constitución sin la Pachamama despojaría la creación de su sacralidad y la haría objeto de explotación, sin ella ya no profesaríamos la religión de Jesús y sí la del mercado, la del dinero fácil, la de la minería, la de las petroleras, la de la tala de bosques, que todo lo sacrifica a la ganancia y que está devorando en sus altares neoliberales el agua, las especies, los árboles, la humanidad de los empobrecidos, el planeta, la vida misma.
A los devotos que oponen Dios y Pachamama les quisiera citar las palabras de Simone Weil: “No es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas, como se puede discernir mejor si su alma ha permanecido en el fuego del amor de Dios”, “Pensar en Dios, amar a Dios, no es más que una cierta manera de pensar el mundo”. Para saber si una constitución incluye a Dios no basta con que aparezca su nombre, es necesario que hable bien de su creación y la defienda.
Eran pues estas las reflexiones, después de pasar por la Plaza Grande de Quito y al contemplar las víctimas de las guerras e injusticias, los rostros de los que han sufrido, la suerte de los desposeídos y ninguneados, en la Capilla del Hombre de Oswaldo Guayasamín. En esa capilla, aunque no oí mencionar el nombre de Dios, sí lo sentí muy presente. Gracias al maestro por darme pistas del Dios escondido. Al pedir constituciones y leyes “católicas” nos haría siempre bien peregrinar a estos santuarios.