"La luz no puede ponerse debajo del celemín " La valentía luminosa de Jesús Bastante y la esperanza de una Iglesia que renace desde abajo

Jesús Bastante
Jesús Bastante

"En un momento especialmente oscuro para la Iglesia española, cuando los silencios pesan más que las palabras y la falta de decisión parece enquistar heridas demasiado profundas, la voz de Jesús Bastante se alza con una claridad que ilumina"

"A su lado, José Manuel Vidal, referencia incansable del periodismo religioso en lengua española, sostiene desde hace décadas un espacio libre y profético"

"Mientras una parte de la jerarquía parece caminar a tientas, atrapada en discursos defensivos o paralizada por el miedo a reconocer errores, Bastante y Vidal recuerdan con palabras firmes que la Iglesia no puede seguir escondiendo la cabeza"

"Es hora de que la Iglesia institucional aprenda a adelantarse, a sanar antes de que duela, a escuchar antes de que griten, a actuar antes de que el escándalo estalle."

En un momento especialmente oscuro para la Iglesia española, cuando los silencios pesan más que las palabras y la falta de decisión parece enquistar heridas demasiado profundas, la voz de Jesús Bastante se alza con una claridad que ilumina. Su artículo en Religión Digital confirma, una vez más, que el periodismo puede ser un acto de servicio evangélico, un gesto de parresía, esa valentía que tantas veces pidió Jesús cuando dijo«La verdad os hará libres» (Jn 8,32). Bastante no escribe desde el cálculo ni desde la comodidad; escribe desde la convicción de que la luz no puede ponerse debajo del celemín(Mt 5,15), especialmente cuando esa luz es necesaria para sanar.

A su lado, José Manuel Vidal, referencia incansable del periodismo religioso en lengua española, sostiene desde hace décadas un espacio libre y profético. Ambos han demostrado que amar a la Iglesia no es encubrir sus sombras, sino conducirla hacia la verdad, tal como exhorta Jesús«Sea vuestro sí, sí; y vuestro no, no» (Mt 5,37). Su valentía es un acto de fidelidad, no de ruptura; es una forma de decirle a la Iglesia: “camina hacia la transparencia, porque solo la verdad salva”.

Creemos. Crecemos. Contigo

Mientras una parte de la jerarquía parece caminar a tientas, atrapada en discursos defensivos o paralizada por el miedo a reconocer errores, Bastante y Vidal recuerdan con palabras firmes que la Iglesia no puede seguir escondiendo la cabeza. Y, sin embargo, su denuncia no nace de la rabia, sino de la esperanza. Porque ellos saben —como lo saben millones de creyentes— que la verdadera Iglesia de Jesucristo no está muerta, ni apagada, ni derrotada. Al contrario: está viva, renace, brota, se expande silenciosamente allí donde el Evangelio se hace carne en lo cotidiano.

José Manuel Vidal: "Los ultras que critican a Francisco quieren un cisma a  plazos"

Esa Iglesia verdadera crece desde abajo, desde la base, donde el Espíritu actúa con la libertad con la que Jesús comparó el viento«El Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8). Allí florecen movimientos de reforma, círculos de diálogo, comunidades que se reúnen en casas, grupos de familias que viven la fe con profundidad serena. Allí late el corazón de tantas comunidades religiosas que sostienen la misión con su vida sencilla, de quienes comparten su pan con los pobres recordando lo que dijo Jesús«Lo que hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Allí trabajan en silencio miles de hombres y mujeres en organizaciones sociales y caritativas que son auténticos sacramentos de la misericordia.

Vive también esa Iglesia en los teólogos y teólogas que, aun silenciados o marginados, siguen anunciando, como Juan Bautista, que “preparen el camino del Señor” (Mc 1,3). Ellos ponen pensamiento donde otros ponen miedo, y abren ventanas donde algunos preferirían muros. Y todo esto sucede porque la Iglesia no depende únicamente de estructuras; depende del Espíritu, y el Espíritu no se deja encerrar.

El Apocalipsis lo dice con una claridad que estremece«Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Ese Dios creador e innovador no puede quedar prisionero de nostalgias ni de temores. Por eso este siglo XXI es una oportunidad luminosa para volver a sembrar la simiente del Evangelio, una semilla que nunca deja de germinar cuando cae en tierra buena. Y una evangelización nueva, para ser nueva, debe ser diferente, libre, abierta, profundamente humana, profundamente espiritual. Jesús lo advirtió con fuerza: «No se echa vino nuevo en odres viejos» (Mt 9,17). Y quizá ese sea el grito del Espíritu hoy: odres nuevos, mentes nuevas, corazones nuevos.

Las resistencias y las dudas de parte de la institución no solo la frenan: la hacen perder, la alejan de su misión. Pero, aun así, confiamos en que llegará el día —y ya se ven destellos— en el que la Iglesia camine con más determinación hacia esa renovación que Dios mismo está impulsando. «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1): no es un sueño lejano, sino un horizonte que empieza a dibujarse cada vez que un creyente decide vivir con sinceridad el Evangelio.

Por eso el trabajo de Jesús Bastante y José Manuel Vidal es un auténtico don para este tiempo. Ellos no solo informan: despiertan conciencias, mantienen viva la esperanza, recuerdan que el Evangelio no es un adorno, sino una fuerza transformadora que atraviesa la historia. Denuncian lo que hiere, pero anuncian lo que nace. Señalan lo que mata, pero iluminan lo que vive. Y en este equilibrio profundo se revela su verdadera grandeza.

Su voz es necesaria porque ilumina, porque incomoda, porque cura, porque abre caminos. Y sobre todo porque nos recuerda que la Iglesia, la de Jesús, la del Espíritu, la que se mueve entre los pobres y entre quienes buscan sinceramente la verdad, sigue caminandosigue creciendo y, a pesar de todo, sigue renaciendo.

José Manuel Vidal (@JosMVidal1) / Posts / X

Y es imposible cerrar esta reflexión sin reconocer una verdad dolorosa: la Iglesia institucional sigue funcionando al remolque del escándalo, moviéndose solo cuando la presión mediática o social estalla, reaccionando tarde, mal y a disgusto, como si cada crisis la sorprendiera una y otra vez en el mismo lugar. Esta parálisis no es casual; es el fruto de una estructura que teme mirar adentro, que prefiere la inercia a la conversión y que muchas veces se queda inmóvil mientras el Evangelio clama por ser vivido. Pero una Iglesia que avanza solo cuando el escándalo la empuja, una Iglesia que responde por obligación y no por convicción, no es la Iglesia que quería Jesús.

Jesús no se quedó callado ante la injusticia; no protegió al poderoso, no encubrió abusos, no disfrazó la verdad. Al contrario: «Sí, sí; no, no» (Mt 5,37). Jesús denunciaba lo que oprimía, sacaba a la luz lo escondido, llamaba hipócritas a quienes se justificaban con religiosidad vacía, y recordaba con una fuerza insólita«Ay de vosotros…» (Mt 23). Él no actuaba por presión, sino por amor; no se movía por miedo a la crítica, sino por fidelidad al Reino. Y por eso mismo, una Iglesia que teme la luz no se parece al Jesús que dijo: “La verdad os hará libres”.

La Iglesia paralizada por el escándalo no es la Iglesia del Evangelio. La Iglesia que se oculta detrás de silencios calculados no es la Iglesia que Jesús soñó. La Iglesia que mira para otro lado ante el dolor de los pequeños no es la Iglesia del Maestro que abrazó a los niños y dijo: «Quien escandalice a uno de estos pequeños…» (Mt 18,6). Y mientras la institución siga llegando siempre tarde, mientras siga actuando como si el problema fuera la prensa y no la injusticia, seguirá perdiendo credibilidad, alma y misión.

Por eso el camino es claro: volver al Evangelio, dejar de actuar a remolque del desastre y comenzar a moverse por convicción espiritual, por compasión, por justicia, por fidelidad a Jesús. Es hora de que la Iglesia institucional aprenda a adelantarse, a sanar antes de que duela, a escuchar antes de que griten, a actuar antes de que el escándalo estalle. Porque solo así dejará de ser una Iglesia reactiva para convertirse en una Iglesia profética, una Iglesia que se parezca, de verdad, al Cristo que la fundó.

Y quizá este sea el mayor desafío de nuestro tiempo: permitir que esa transformación llegue por fin desde dentro, y que la Iglesia deje de correr detrás de los escándalos para empezar a caminar detrás de Jesús, que sigue diciendo hoy como ayer: «Sígueme» (Mt 9,9). Solo entonces, y no antes, veremos nacer de verdad un cielo nuevo y una tierra nueva.

SEGUIR LAS HUELLAS DEL MAESTRO – SEGUIR A JESÚS (Lc 9, 51-56) - La Compañía  de María, Madre de los Sacerdotes

Volver arriba