Con las personas más vulnerables durante el confinamiento “Desconfinado” en tiempos de confinamiento: mi diálogo con los amigos de la calle

Distancia de caridad
Distancia de caridad

Durante el periodo del Estado de Alarma, hubo quienes no pudieron confirnarse porque no tenían un espacio para hacerlo. También hubo otras personas que decidieron "desconfinarse" unas horas a la semana para poder acompañar a todos aquellos que permanecieron en las calles, sin hogar.

Hoy, dialogamos con David Villar sobre su experiencia de atención a las personas más vulnerables con la Comunidad de Sant’ Egidio de Madrid.

A medida que se va alejando el tiempo de confinamiento absoluto, aquel en el que –en una mezcla de responsabilidad, miedo e impotencia– tuvimos que quedarnos en nuestros domicilios para evitar la propagación de la pandemia, se hace cada vez más necesario volver sobre aquella realidad, para que de sus luces y sombras extraigamos claridad para el hoy y el mañana que deseamos construir.

Así pues, hoy hemos querido dialogar con David Villar, joven doctorando de la Universidad Complutense de Madrid. Le conocemos desde hace tiempo. Tiene en sus ojos el brillo de quien busca hacer nuevo de lo viejo, y en su ánimo la fuerza de quien ama profundamente la vida, porque la sabe regalada. David ha estado colaborando durante el Estado de Alarma con la Comunidad de Sant’ Egidio en su constante atención y ayuda a las personas más vulnerables, a todos aquellos amigos de la calle que han permanecido desconfinados porque no tenían un espacio para confinarse, y a otros tantos que en sus casas han sufrido con especial virulencia las consecuencias de la pandemia.

Querido David, hoy te queremos preguntar acerca de tu diálogo con todas aquellas personas con las que tuviste la oportunidad de hablar durante esos días difíciles, sobre sus preocupaciones, pero también sobre las intuiciones que de sus palabras brotaban, y que pueden alumbrarnos a todos hacia un mañana mejor. Gracias por su siempre generosa disponibilidad. Gracias por tu amistad.

Rafael y Javier

Estimados Rafael y Javier:

Quiero agradeceros la invitación a participar en este brillante y necesario espacio de DiáLogos compartiendo con vosotros mi experiencia durante el periodo de Estado de Alarma con los “amigos” de la calle.

Para empezar, contextualizaré la situación que el mundo y nuestro país vivieron en los comienzos de la epidemia y cómo yo la fui percibiendo conforme se fueron desarrollando los acontecimientos.

La prensa nacional e internacional nos informaba el sábado 22 de febrero que China había elevado a 2.345 los muertos por la COVID-19 y a 76.288 los contagiados, y que Italia había aislado tres localidades en la región de Lombardía después de confirmar 15 nuevos casos de contagio y la muerte de uno de ellos. Dos días después, con Irán registrando ya 14 muertos y con España notificando el tercer caso positivo, la OMS advirtió a la población de que había que estar preparado por si se desataba una pandemia.

Pasados quince días, el 9 de marzo, el escenario político cambió en nuestro país. Con 1.024 casos diagnosticados y 28 muertos, el Gobierno admitió que no controlaba la epidemia. Desde entonces, empezó a cundir el pánico en las calles, con no pocas personas corriendo a los supermercados a comprar comida y a las farmacias a por mascarillas y geles hidroalcohólicos, que ya escaseaban.

Yo, queridos Javier y Rafa, no me preocupé en exceso por la advertencia que la OMS hizo a finales de febrero, cuando más de 2.000 personas habían muerto en China. Veía a la enfermedad como algo lejano, al haberse solo detectado unos pocos casos positivos en España. Con ello, en mi sentir se materializaron los muros que algunos quieren construir para separar las fronteras que los seres humanos hemos creado, impidiéndome compartir, más allá de una ligera pena por la muerte y el sufrimiento, el dolor que seguramente nuestros hermanos chinos y de otros lugares estaban ya experimentando.

Mi actitud cambió el 9 de marzo, cuando nuestro Gobierno admitió la gravedad de la situación. Sentí miedo, miedo ante una enfermedad desconocida, a enfrentarme a un peligro sin tener los medios suficientes, en definitiva, al límite de la vida: la muerte. Ese miedo no sólo se centraba en mi persona, también en mis padres, en mis amigos, en mis conciudadanos. Por ello, decidí quedarme en Madrid y no ir a Valladolid, mi ciudad natal, evitando así la propagación de la enfermedad, y comencé a abastecerme de lo necesario.

Pasada la primera semana, en la cual sólo me preocupé de mi supervivencia, un amigo me dijo que la gente de la calle, a la que él atendía con la comunidad de Sant´Egidio, necesitaba ayuda. Estaban completamente expuestos ante la enfermedad por no tener un sitio donde confinarse y no disponer de medios de protección adecuados. Me transmitió la urgencia de contar con más personas ante el aumento de gente sin recursos.

Con su pregunta, me asaltaron las dudas. Sí que había participado previamente en iniciativas de este tipo; sin embargo, ninguna de ellas había implicado peligro alguno para mí. Por ello, en ese momento volví a sentir miedo, ya que si accedía tendría más posibilidades de contraer la enfermedad.

Ante mis temores, mi amigo me dijo que ellos guardaban las medidas de seguridad indicadas, utilizando material sanitario (guantes, mascarillas y gel hidroalcohólico) y respetando la distancia entre personas. Del mismo modo, la actividad no iba en contra del Estado de Alarma, ya que la circulación para la atención a personas vulnerables estaba contemplada en el decreto. Y por último, lo más importante, que la ayudaba que prestábamos era mucho mayor que el riesgo que podíamos correr. Mi respuesta, queridos amigos, fue afirmativa, y el resultado, esta experiencia que comparto con vosotros:

La ayuda que presté con la Comunidad de Sant’ Egidio consistió en la elaboración de bolsas, con bocadillos, otros alimentos y útiles de aseo que distintas personas y organizaciones aportaban. Tras su preparación, participé en su distribución por los recorridos que la Comunidad tiene organizados en función de la ubicación de las personas necesitadas, los “amigos” de la calle. Mi colaboración se centró en el área de la calle Montera y la estación Atocha.

Además de repartir comida y útiles de aseo, conversaba con ellos, primero -simplemente- sobre cómo estaban y luego, ya de una forma más cercana, interesándome por sus vidas. Una de las claves en ese acercamiento fue preguntarles por su nombre y también darles el mío. De este modo, pasaban de ser los “amigos” de la calle, en general, a los cuáles yo ayudaba, a ser personas que conocía, con nombres y apellidos, Carmen, Antonio, José, Julio, es decir, mis amigos, con los que compartía mis experiencias y de los que recibía consejo y ayuda.

¿A qué me ayudaron ellos principalmente, queridos Javier y Rafa? La respuesta es clara, a conocer a Jesús. Mi relación con ellos me enseñó a ser y no sólo a estar, a vivir y no sólo a sobrevivir. Por Carmen, Antonio, José, Julio y muchos otros he entendido una de las enseñanzas de Jesús que podemos leer en el Evangelio: "Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará” (Mt. 10, 39)

Junto a ello, por esta experiencia también he podido conocer a las personas que con mi amigo forman la Comunidad de San´t Egidio, gracias a las cuáles he hecho autocrítica de mi previa actitud, cuando solo me preocupaban las consecuencias de la COVID-19 en España, potencialmente a mis seres queridos, y no antes, cuando nuestros hermanos de otras partes del mundo estaban muriendo. Ello me ha permitido comprender otra de las frases de Jesús recogidas en el Evangelio: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10, 37)

Con esta reflexión, queridos Rafa y Javier, finalizo el relato de mi vivir" desconfinado" en tiempos de confinamiento, tras el cual creo haberme acercado a ese ideal universal del que hablabais en la entrada del blog sobre el movimiento Black Lives Matter y que Rafa sintetizaba a propósito de dicha cuestión con la siguiente frase: “Black Lives Matter because every life matters”.

Por mi parte, con mi experiencia y tomando la frase de Rafa como modelo, concluyo de la siguiente manera: Mi vida importa porque toda vida importa.  

David

Corpus

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