Heraldo del amor

Las calles parecen silentes senderos, los mercados la habitación de un muerto. No se oyen violines ni guitarras en las estaciones ni en los parques. Pero las ventanas se han llenado de música, de canciones viejas siempre nuevas, de signos de mano para acompañarnos de quien, hasta ahora, habíamos pasado a su lado como errabundos. Hay tiempo para escuchar el vibrar de unas lejanas campanas, el sonido de un avión que trae gente que está lejos para cerca o que estaba aquí y la lleva para lejos. En las alas del cielo, llega la noche interminable plena de estrellas. Los parlamentarios progres de Valencia han aprovechado “cuando tiembla la casa” para decirnos que, ya hace un tiempo, se han subido el sueldo. Llegada la noche nadie regresa al hogar, todos estamos ya en casa. Y así, desarmados ante el tiempo fugaz vamos pasando los días. Este virus ha sido el heraldo de un estallido de solidaridad y de amor de unos a los otros

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