El evangelio es una perspectiva, un modo particular de percibir la realidad. Vayan por el mundo, ¡y cámbienlo!

La buena noticia cristiana no es un anuncio religioso, sino un anuncio existencial y social.

Reparar el Mundo

"El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: « El amor de Cristo nos apremia » (2 Co 5,14); « ¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio! »(1 Co 9,16)"
Papa Francisco, Evangelii Gaudium 9.

Desde los comienzos del cristianismo se llamó “evangelio” al anuncio del Reinado de dios que Jesús hizo junto a sus discípulos en el territorio de Palestina, y al anuncio de salvación que los apóstoles y primeros creyentes hicieron en los territorios del Asia menor, mostrando a Jesús como el Cristo de dios, en quien se sella la nueva alianza. La palabra “evangelio”, sin embargo, no proviene del mundo religioso judío, sino del mundo político romano. La expresión griega significa “buena noticia” o “buen anuncio” y era usada por los mensajeros del imperio para transmitir las decisiones que llegaban de parte de gobernadores, procuradores, o del mismo César ya fuese al pueblo común o a las cortes que administraban el poder en las regiones. Ésta y otras expresiones propias de la política del imperio romano fueron adoptadas por los cristianos para entender y comunicar su propuesta de vida.

Muchos de los títulos que damos a Jesús y que conocemos gracias a la literatura del Nuevo Testamento son títulos que ostentaba exclusivamente el César, y algunas de las expresiones con las que se propone y se entiende la buena nueva son expresiones de los distintos “buenos anuncios” que daba el imperio romano para sostener la fidelidad de los pueblos y evitar revoluciones. Esto es fundamental a la hora de comprender el origen de la buena noticia cristiana, porque implica que no es un anuncio religioso, sino un anuncio existencial y social que tiene su fundamento en la soberanía de dios sobre la propia vida. Si bien hoy en día entendemos esa soberanía como un asunto espiritual casi que individual, lo cierto es que los cristianos que por primera vez anunciaron la buena noticia no tenían en mente que la propuesta de Jesús, ni su obra salvífica tuviera una repercusión exclusivamente interior o religiosa, sino una transformación completa de la realidad, desde la conversión personal, pasando por la vida comunitaria, hasta la plenitud del cosmos que llegaría a convertirse en aquello para lo cual fue creado.

Los Cristianos entendieron que el mensaje de Jesús, su obra, su vida, su muerte y su resurrección eran la obra definitiva por la cual dios estaba llevando la creación a su plena realización. Eso anunciaron. Eso contaban en sus reuniones. Eso celebraban en aquellas primeras liturgias que fueron dándole forma a sus encuentros y sus ritos. Por eso fueron despreciados y perseguidos por un imperio que solía mantener distancia frente a las costumbres religiosas de los pueblos que conquistó. La buena nueva era una luz que, puesta frente a la realidad, dejaba ver la dignidad de todos, señalaba la grandeza de los pequeños, sacaba a flote la valentía de los marginados, y entregaba el destino del mundo a las personas sin importancia, mientras que ponía en evidencia las injusticias del mundo y la incapacidad de Roma para traer la paz que tanto anunciaba como su buena noticia. Los cristianos anunciaron que Jesús es la buena noticia y su paz es real, plena y perfecta.

El Evangelio nació entonces, siendo una respuesta concreta y real a las situaciones de las personas del siglo I de nuestra era, y desde entonces, su fuerza transformadora sigue siendo la misma. Una potencia irreductible que lleva a los cristianos a dar la vida por cambiar el mundo desde la donación de sí mismos en un constante ser misericordia para el otro, especialmente para ese otro que sufre y padece la desigualdad.

Evangelizar es Enseñar

La Buena Noticia es, hoy como entonces, un equipaje interior, existencial; para el viaje de la vida que hacemos en compañía de los otros seres humanos con los que coincidimos en el tiempo de nuestro paso por el mundo. Más que un mensaje puntual de acceso a una religión particular, el evangelio es una perspectiva, un modo particular de percibir, comprender y asumir la realidad, y, por supuesto, de transformarla desde los principios y apuestas esenciales de esa buena noticia. Todo lo cual significa que, si bien nos referimos con frecuencia a ella como un “mensaje que debemos acoger en el corazón” se trata de una propuesta que transfigura por completo nuestra manera de pensar. De pensarnos, de pensar a dios, y pensar la realidad. Por eso la evangelización es un acto educativo. Educar no significa dar clase, sino permitir y promover el desarrollo de las habilidades que nos permiten asumir retos y desafíos para que logremos realizar el propósito vital que hemos elegido y acogido.

El evangelizador es un educador. Uno que ha comprendido las formas como los seres humanos construyen el conocimiento y desarrollan el aprendizaje, de manera que su planteamiento de la buena noticia es coherente con la capacidad de cada persona de ir creando su propio sistema de pensamiento, de criterio, moral, valores, hábitos; y coherente también con la necesidad de educar lo emocional.

Evangelizar es Comunicar

La Buena Noticia es un contenido transformador, un mensaje capaz de inspirar y seducir, de fascinar y provocar seguimiento, movilización; el inicio de un camino discipular al que solo es posible acceder por un profundo e irresistible impacto. Por esta razón, la sublime importancia de la buena nueva merece que la evangelización se tome en serio la necesidad de comunicar este anuncio con la audacia pertinente para el propósito que persigue.

Durante mucho tiempo se cometió el error de considerar que las palabras de los evangelios – por sí mismas y pronunciadas casi que exclusivamente en los templos – tenían la fuerza para dinamizar la fe sin necesidad de ningún esfuerzo de los evangelizadores. Este error obedece a percepciones mágicas de la revelación que hoy han sido plenamente superadas por el magisterio de la Iglesia. La evangelización es un acto comunicativo y por ello precisa de las herramientas y las posibilidades de cada tiempo, de modo que sea posible acercar esas palabras de la buena nueva a las personas que van por la vida haciéndose la clase de preguntas que responde el evangelio pero sin saber que es allí en donde están las respuestas.

El evangelizador es un comunicador. Uno que ha logrado desarrollar toda su capacidad de expresar e impresionar, sobre la expectativa de los otros, el panorama de la voz de Cristo.

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