Francisco ora en la "Lampedusa de América"

La misa conclusiva del viaje del Papa a México no podía comenzar de otro modo. Francisco, dirigiéndose en mitad del desierto, hacia la frontera. El Papa de las periferias, de la igualdad de oportunidades, el primero que denunció la “vergüenza” de la cultura del descarte frente al inmigrante o el refugiado, tenía que orar por todos los que hoy no tienen voz.
Alrededor de 300.000 personas siguieron la Eucaristía en directo, así como otras decenas de miles a través de las pantallas del estadio Sun Bowl en la Universidad de Texas, en El Paso. “Pueblo en marcha por el desierto ardiente”, sonaba la canción con la que se abrió la ceremonia, y es que el drama de los inmigrantes y refugiados en el mundo recuerda mucho, o debería hacerlo (al menos a los cristianos) el caminar del pueblo de Israel durante cuarenta años por el desierto. Y es que hay historias que los seres humanos estamos condenados a repetir.
Francisco, el Papa de los excluidos, quiso cerrar su histórica visita a México -en la que no han faltado sombras, como las de no haber recibido a los padres de los 43 de Iguala, o la ausencia de referencia a Marcial Maciel o los abusos a menores-, allí donde se unen los caminos, donde se separan las vidas. Donde el hilo de la dignidad es aún más fino. No hay grandes mares donde ahogarse en el desierto de Arizona. Y, sin embargo, sus muertos son los mismos que se ahogan en el Mediterráneo. ¿Sus motivos? Los mismos. ¿Nuestra respuesta? Lamentablemente, el mismo descarte. Gracias a Francisco, hoy, al menos, no se olvida.