Francisco y la revolución de la actitud

Y es que la revolución que trae Francisco no es la de las normas, sino la de la actitud. La de la misericordia, la de la cercanía, la del abrazo. No la del dogma, el ordeno y mando, la estructura. Aunque haya cambios, que los habrá. Lo relevante no es saber si los divorciados vueltos a casar están o no excomulgados, sino conseguir que, en la práctica, formen parte de la comunidad en igualdad de condiciones al resto de seguidores de Jesús. Tomando cada caso, como el propio Bergoglio explica -no se queden en la frase, para un lado o para otro, escuchen, vean el vídeo (este Papa improvisa mucho, y sus palabras son más de las que aparecen en los discursos oficiales)-. Cualquier otra reducción se me antoja maniquea.
Son tiempos de revolución: en las calles, en la política, en la economía, también en la Iglesia. Una revolución de la ternura, de la comprensión, del testimonio de vida coherente, de las puertas abiertas, de considerar al otro miembro de mi propia especie, de mi familia, de mi entorno. De dejar a un lado el descarte, ya sea en las sacristías o en las cárceles al aire libre de Melilla, Calais, Lampedusa, Belén... De abrir de par en par puertas y ventana para que se renueve el aire. Y de aprender a respirar, por supuesto. Que en demasiadas ocasiones se nos ha olvidado. La libertad, como el amor, como la fe en el Dios vivo, hay que conquistarla, y vivirla, día a día.
Lo demás, simplemente palabras. Vacías, insulsas, muertas. Como la letras de las leyes que no miran el rostro de la persona en la que se aplican. Esa es la revolución de Francisco. Y la del Evangelio.