Tu claustro es el mundo
¿Una monja de clausura tiene que estar encerrada en las cuatro paredes de un convento? Lucía, como otras religiosas repartidas por el mundo, nos demuestra que no siempre es así. Sus talentos, aquellos que el Espíritu puso en su corazón desde el comienzo, la impulsan a poder compatibilizar una vida de oración, monástica y comunitaria, con el mandato evangélico de dar de comer al hambriento y de beber al sediento. De hacer realidad en el día a día el mandamiento nuevo del amor.
Lucía se muestra crítica con la jerarquía, se posiciona respecto a la cuestión catalana, habla de fútbol y de pobreza, de risas y lágrimas, de gozos y sombras. Nos muestra el camino de su vocación religiosa, de su proyecto de vida. Nos enseña sus manos manchadas y su corazón explosionado de tanto latir en las bocas de otros que tanto lo necesitan.
La Iglesia, la sociedad, bien haría en reconocer la misión y la visión de personajes que, como Lucía -estoy pensando también en el padre Ángel, el padre Pateras y tantos otros, hombres y mujeres de Dios-, contribuyen a construir un mundo más justo y solidario. Un mundo donde no haya fronteras, en forma de rejas, durezas de corazón o normas intransigentes. Y a mí, personalmente, me ha enseñado a no cansarse de luchar jamás, pese a las dificultades. Y a intentar ver siempre el rostro de Dios en cada una de las dificultades, de las tristezas, de las esperanzas, de las miradas de todas aquellas personas que pasan por nuestra vida. En Lucía, en su claustro que es el mundo, veo reflejado al mismo Jesús.
Gracias, amiga, por tu testimonio.
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