Los Hechos Apócrifos de Tomás en la Tradición



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Entre los más primitivos Hechos Apócrifos de los Apóstoles (HchAp), llamados también “mayores”, figura, y de forma destacada, el libro que cuenta las actividades ministeriales del apóstol Santo Tomás. Un apócrifo con señaladas particularidades. De los cinco principales y antiguos es el único que se ha conservado en su integridad. Sirve por lo tanto como ejemplar o modelo que traza un esquema posible de lo que debieron ser los demás Hechos. Empieza, por ejemplo, con la escena de la distribución por sorteo de los territorios de misión entre los Apóstoles. Recordamos que R. A. Lipsius defendía la tesis de que todos los Hechos Apócrifos empezaban probablemente por la escena del sorteo. Una opinión forzosamente imposible de demostrar desde el momento en que el principio de todos los HchAp se ha perdido, excepción hecha del caso de los HchTom.

La personalidad de este Apóstol está marcada por la escena de la aparición del Resucitado a los demás apóstoles en ausencia de Tomás. Informado por sus condiscípulos sobre el hecho pascual, se negó a admitir la Resurrección mientras no tuviera una confirmación pragmática de carácter empírico. Lograda esta confirmación en una nueva aparición de Jesús, el incrédulo se convirtió en creyente dejando una hermosa confesión de su fe: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28), confesión repetida en tres ocasiones en las páginas de los HchTom. San Gregorio Magno podía afirmar que Tomás nos ayudó más con su incredulidad que los demás apóstoles con su fe.

El primer dato de la tradición sobre Tomás es precisamente el del sorteo, en el cual le correspondió la India. En consecuencia, todas las noticias que lo relacionan con aquella región tienen como fuente el texto de su Apócrifo. Este detalle es tanto más importante y decisivo cuanto que grandes historiadores señalaron a Persia o Partia como el destino de la misión de Tomás. Así lo hace Eusebio de Cesarea en su Historia de la Iglesia (HE), III 1: “Dispersados los apóstoles del Salvador por todo el mundo, a Tomás, según la tradición (parádosis), le correspondió la Partia”. Ahora bien, Partia o Persia limitaba al Este con la India. No es por tanto sorprendente que la tradición las incluya en el lote atribuido a Tomás. La tradición, certificada, entre otros, por San Efrén, San Jerónimo y San Gregorio de Tours, expresa la creencia de que Tomás ejerció su ministerio y sufrió el martirio no lejos de Madrás. En la región se conserva una cruz de granito con una inscripción en persa antiguo. Un grupo de cristianos siguen usando un tipo de siríaco como lengua litúrgica. Son los llamados “cristianos de Santo Tomás”.

Otro detalle, original del Apócrifo, es la denominación del Apóstol como “Judas Tomás”. Después de la mención de Tomás en el elenco de los Apóstoles, se cuenta el resultado del sorteo con estas palabras: “La India le tocó en suerte a Judas Tomás, llamado también Dídimo” (HchTom 1, 1). Pero enseguida, se dirige a él el Salvador diciendo: “No temas, Tomás” (HchTom 1, 2); y el texto refiere que el Señor señaló de lejos a Tomás” (2, 2). Luego, en el documento oficial de compraventa, se dice con cierta solemnidad: “Yo, Jesús, hijo de José el artesano, confieso vender a mi siervo, de nombre Judas” (2, 2). Hecha la venta, “el Salvador tomó a Judas, llamado también Tomás” (2, 3). Esta versatilidad en el uso de los nombre es constante a lo largo del Apócrifo. Pero el Evangelio de Tomás (gnóstico) conocía y usaba ya esta denominación como la de “Dídimo Judas Tomás, el que consignó por escrito las palabras secretas que pronunció Jesús el Viviente”. Estas palabras, que son el umbral del Evangelio de Tomás, tienen ecos precisos en el libro gnóstico Pistis Sophía (c. 42-43) y en los HchTom, por ejemplo, en el cap. 39.

La denominación de Judas es desconocida en el NT referida a Tomás. En cambio la de Dídimo (Mellizo) es fija en tres de las denominaciones que menciona el evangelio de Juan: 1) En Jn 11, 16 cuando Tomás exhorta a los demás apóstoles para que acompañen a Jesús en su regreso a Judea.- 2) En el citado encuentro con Jesús Resucitado (Jn 20, 24).- 3) En la aparición del Resucitado junto al lago (Jn 21, 2). La mención de Tomás va acompañada de la aclaración “el llamado Mellizo” (ho legómenos Dídymos). Vale la pena recordar aquí que el nombre Tomás significa en hebreo (arameo) “mellizo”. Se deriva de la raíz hebrea tha’am (duplicar, geminar). Como las “crías gemelas de las ovejas recién salidas del lavadero” (Cant 4, 2; 6, 6).

Lo que no aclaran los textos es de quién es mellizo. Se ha pensado en la posibilidad de que Judas y Tomás fueran los dos nombres de los eventuales mellizos, ya que la denominación exige la existencia de un segundo hermano. El texto del Apócrifo parece avalar la idea de que Tomás era mellizo de Jesús. El novio, hijo del rey, interpela a Jesús que se aparece con la apariencia de Tomás. “El Señor responde: Yo no soy Judas, llamado también Tomás, sino su hermano” (HchTom 11, 2). La serpiente asesina confiesa abiertamente: “Sé que tú eres el hermano mellizo de Cristo” (HchTom 31, 3). Y también se dirige a Tomás el pollino parlante diciendo: “Oh mellizo de Cristo” (HchTom 39, 1). No se da ninguna explicación del sentido concreto de la denominación, por lo que las opiniones se diversifican, incluida la interpretación espiritual. Como si Tomás fuera de alguna manera el doble de Cristo. También se ha pensado en el Judas mencionado en Mc 6, 3.

Hay un hecho social sobre el apóstol Tomás que no tiene otro origen que la noticia del Apócrifo. Es su patronato de canteros y albañiles. El texto de los HchTom empieza prácticamente con el contrato de compraventa por el que Jesús vende a Tomás a Abbanes, mercader del rey Gundafor de la India. El mercader buscaba un arquitecto que edificara un palacio para su rey. Y como tal arquitecto es Tomás objeto de la venta cumplimentada por su amo Jesús, hijo de José.

El Hecho II (HchTom 17-29) trata precisamente de la construcción del palacio. Tomás teoriza sobre las condiciones reales de una edificación: la ubicación más idónea para sus mejores prestaciones y comodidades, con atención especial a su orientación. Las habitaciones más nobles deben estar abiertas hacia los rayos benéficos del sol. La parte septentrional acogerá las menos practicables. Las teorías de Tomás entusiasman al rey que le da cuanto pide para la realización de sus planes.

Otra cosa es la práctica, porque en una pirueta piadosa, Tomás gasta el dinero del palacio en beneficio de los pobres. Sus razones consisten en la exégesis de que de esa manera está edificando para el rey un palacio en los cielos. El rey monta en cólera, pero una especie de Deus ex machina resuelve la complicada situación. Muere el hermano del rey, que vuelve del otro mundo para asegurar a su hermano que tiene en el reino de los cielos un espléndido palacio. Para Aristóteles, la solución es una incorrección del relato. Pero los sucesos cambian la suerte de Tomás, que de estafador deviene un héroe semidivino.

Pero lo importante y nuclear es que Tomás tiene una relación profesional con la arquitectura. Rafael, el pintor de las Logias del Vaticano, conocía este dato del Apócrifo cuando pintó a Santo Tomás Apóstol con un cartabón o escuadra en la mano. El artista sabía que así representaba al Santo con la herramienta representativa de su profesión.

En la colegiata de San Cosme y San Damián de la población de Covarrubias (Burgos), hoy en el Museo, hay un cuadro que representa el banquete de bodas de la hija del rey, al que asistía Tomás. En primer término aparece un perro que lleva y deposita sobre la mesa la mano sangrante de un hombre. Es la escena narrada en el primero de los Hechos que forman la estructura del Apócrifo (HchTom 6). La actitud de Tomás exasperó a un criado que le propinó una bofetada. El Apóstol le prometió el perdón de Dios en la otra vida, pero le vaticinó que esa mano sería “arrastrada por los perros”. El criado salió a buscar agua cuando fue atacado y descuartizado por un león. El cumplimiento del vaticinio impresionó a los comensales, informados por una flautista hebrea que había entendido las palabras del Apóstol dichas en hebreo.

Un detalle importante que la tradición destaca en sus memorias es que la tumba del apóstol Tomás era venerada en la ciudad de Edesa. Eusebio refiere con minuciosos detalles la relación de Tomás con el rey (basiléus, topárkhes) Abgar de Edesa. Este rey, agobiado por una grave enfermedad, escribió una carta a Jesús, del que había oído noticias sobre sus poderes taumatúrgicos. Jesús le prometió enviarle la ayuda solicitada. En efecto, “Judas, llamado también Tomás, envió a Tadeo, uno de los setenta” (HE I 13, 4ss), que cumplió la promesa del Maestro curando al príncipe enfermo. La monja española Eteria (s. IV), peregrina por los santos lugares, visitó en Edesa la iglesia y el “martirio”, “donde está sepultado el cuerpo completo del apóstol Santo Tomás” (Peregrinatio, XVII 1).

El origen de esta noticia se encuentra en los HchTom 170. Según los dos manuscritos principales que describen el martirio, el cuerpo de Tomás fue robado por un cristiano y trasladado a Occidente (U) o a Mesopotamia (P) “y fue sepultado por los nuestros en la ciudad de Edesa” (in urbe Edissa a nostris sepultus est). El poeta sirio San Efrén, “la Lira del Espíritu Santo” hace decir al diablo en uno de sus Himnos: “El Apóstol del que escapé en la India me ha alcanzado en Edesa”. La ciudad, llamada actualmente Urfa, está situada en la parte más septentrional de Mesopotamia, en la república de Turquía.

Cordiales saludos de Gonzalo del Cerro
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