La tormentosa relación de Tocqueville con la fe cristiana
Hoy escriben Antonio Piñero/ Fernando Caro
Queridos amigos:
Fernando Caro me envía esta nota, que publico:
Hace un año que Antonio Piñero reseñó aquí el libro Alexis de Tocqueville. Sobre las religiones. Cristianismo, hinduísmo e islam, del que soy traductor. http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php/2013/06/28.
Entre otros aspectos de no menor interés, el texto muestra la tormentosa relación de Tocqueville con la fe cristiana, que conoció en su infancia de la mano, sobre todo, de su preceptor l’Abbé Lesueur, que también lo fuera de sus hermanos y, antaño, de su padre.
La crisis de juventud que relata en su correspondencia con Mme. de Swetchine no dejará de acompañarle incluso en el final de sus días.
No sé si le he contado alguna vez un incidente de mi juventud que dejó una profunda huella en mi vida; cómo encerrado en una especie de soledad en los años inmediatamente posteriores a mi infancia, entregado a una curiosidad insaciable que no hallaba más que los libros de una gran biblioteca para satisfacerse, acumulé en mi mente, con el mayor desorden, todo tipo de conceptos e ideas que habitualmente corresponden a otras edades. Hasta entonces mi vida se había deslizado en un interior colmado de fe que ni siquiera dejó que la duda penetrara en mi alma. La duda entró en ese momento, o más bien se precipitó con una violencia insólita, no la duda en esto o aquello sino la duda universal. Sentí de repente la sensación de la que hablan los que han presenciado un terremoto, cuando el suelo se tambalea bajo sus pies, las paredes a su alrededor, les techos sobre sus cabezas, los muebles en sus manos, la naturaleza toda ante sus ojos. Se apoderó de mí la más negra melancolía, atrapado por una extrema aversión por la vida sin saber de ella, y como abrumado por la confusión y el pavor a la vista del camino que me quedaba por recorrer en el mundo. Violentas pasiones me sacaron de este estado de desesperación; me desviaron de la visión de estas ruinas intelectuales para llevarme a los objetos tangibles, pero de vez en cuando estas impresiones de mi primera juventud (entonces tenía dieciséis años) vuelven a apoderarse de mí.
La obra reseñada también esboza el episodio de su confesión en los momentos que precedieron a su muerte, episodio que en relato de su inseparable Gustave de Beaumont, testigo privilegiado del mismo, se puede leer en el T. IX de las Œuvres complètes de Alexis de Tocqueville. Ed. Gallimard. Paris, 1959. Correspondance d'Alexis de Tocqueville et d'Arthur de Gobineau. Édition de M. Degros. Introduction de Jean–Jacques Chevallier. Avertissement de J. P. Mayer.
Del relato de un momento tan conmovedor para los allegados de Tocqueville, me permito sostener que su sobriedad y emotividad fascinan.
En otro orden de cosas, ajusta mucho mejor la percepción del lector, acerca de la conciencia religiosa de Tocqueville, a la realidad de los hechos, por lo que bien vale la pena su ofrecimiento a todo aquel interesado en la cuestión.
Fernando Caro. Junio 2014.
Últimas horas de Tocqueville.
Cannes, abril de 1859
…
“Poco tiempo antes de morir su esposa le conduce delicadamente a la cuestión de la confesión:
«No me hables jamás de confesión, nunca, ¡jamás! Jamás me harán mentirme a mí mismo y hacer aspavientos de fe cuando la fe me falta; quiero seguir siendo yo mismo, no rebajarme hasta mentir». Su esposa retoma con ternura el asunto: idéntica respuesta; él añade: «No es en absoluto la confesión en sí lo que me repugna; por el contrario me sería grata; una de las cosas más admirables del cristianismo* es esta humillación del orgullo humano, declarar sus debilidades, y este derramamiento del corazón que se vierte por completo en otra alma para purificarse; pero la primera condición de la confesión católica es la fe en todos los dogmas de la Iglesia católica; y son estos dogmas los que siempre refuta mi razón, que no quiero reconocer ni consentir cuando en realidad persisto en no admitirlos…» E insistiendo aún con la misma ternura, la Sra. Tocqueville señala que nunca se ha pedido a nadie que se confiese una profesión de ese tipo acerca de los dogmas. Y tras volver en varias ocasiones al asunto, le convence de que el sacerdote al que confiara su confesión no le pediría más que la sinceridad de su arrepentimiento. Más tarde, él mismo hizo llamar al Sr. cura de Cannes, al que abre su corazón en unos términos tan emotivos que este digno sacerdote se vio profundamente conmovido. Un alma tan noble, tan grandiosa, tan admirable incluso en sus debilidades, nunca se le había mostrado a él; comenzó por una confesión general de sus pecados; cuando se disponía a entrar en detalles, el Sr. cura de Cannes le detuvo y le manifestó que ya no quería oír nada más.
Instantes más tarde, y como le faltara la confesión completa y detallada de sus pecados para el total alivio de su alma, suplicó a su querida esposa, este alma tan digna de recibir la suya por completo, que concluyera el trabajo del sacerdote y escuchara la confesión pormenorizada que necesitaba hacer; la Sra. Tocqueville la pospuso para el día siguiente y le suplicó que gozara tranquilamente de la paz de su conciencia.
Eso es lo que hizo nada más y en esas condiciones es como recibió la comunión a la vez que la querida compañera de su vida. Poco tiempo después él mismo me contó esta importante circunstancia de su vida; me pintó con trazos admirables la felicidad que había sentido con esa comunión cristiana, que estableció entre su querida esposa y él un lazo añadido, el único que faltaba en su unión para que fuera completa.”
[* Las cursivas son mías]
Saludos cordiales
Queridos amigos:
Fernando Caro me envía esta nota, que publico:
Hace un año que Antonio Piñero reseñó aquí el libro Alexis de Tocqueville. Sobre las religiones. Cristianismo, hinduísmo e islam, del que soy traductor. http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php/2013/06/28.
Entre otros aspectos de no menor interés, el texto muestra la tormentosa relación de Tocqueville con la fe cristiana, que conoció en su infancia de la mano, sobre todo, de su preceptor l’Abbé Lesueur, que también lo fuera de sus hermanos y, antaño, de su padre.
La crisis de juventud que relata en su correspondencia con Mme. de Swetchine no dejará de acompañarle incluso en el final de sus días.
No sé si le he contado alguna vez un incidente de mi juventud que dejó una profunda huella en mi vida; cómo encerrado en una especie de soledad en los años inmediatamente posteriores a mi infancia, entregado a una curiosidad insaciable que no hallaba más que los libros de una gran biblioteca para satisfacerse, acumulé en mi mente, con el mayor desorden, todo tipo de conceptos e ideas que habitualmente corresponden a otras edades. Hasta entonces mi vida se había deslizado en un interior colmado de fe que ni siquiera dejó que la duda penetrara en mi alma. La duda entró en ese momento, o más bien se precipitó con una violencia insólita, no la duda en esto o aquello sino la duda universal. Sentí de repente la sensación de la que hablan los que han presenciado un terremoto, cuando el suelo se tambalea bajo sus pies, las paredes a su alrededor, les techos sobre sus cabezas, los muebles en sus manos, la naturaleza toda ante sus ojos. Se apoderó de mí la más negra melancolía, atrapado por una extrema aversión por la vida sin saber de ella, y como abrumado por la confusión y el pavor a la vista del camino que me quedaba por recorrer en el mundo. Violentas pasiones me sacaron de este estado de desesperación; me desviaron de la visión de estas ruinas intelectuales para llevarme a los objetos tangibles, pero de vez en cuando estas impresiones de mi primera juventud (entonces tenía dieciséis años) vuelven a apoderarse de mí.
La obra reseñada también esboza el episodio de su confesión en los momentos que precedieron a su muerte, episodio que en relato de su inseparable Gustave de Beaumont, testigo privilegiado del mismo, se puede leer en el T. IX de las Œuvres complètes de Alexis de Tocqueville. Ed. Gallimard. Paris, 1959. Correspondance d'Alexis de Tocqueville et d'Arthur de Gobineau. Édition de M. Degros. Introduction de Jean–Jacques Chevallier. Avertissement de J. P. Mayer.
Del relato de un momento tan conmovedor para los allegados de Tocqueville, me permito sostener que su sobriedad y emotividad fascinan.
En otro orden de cosas, ajusta mucho mejor la percepción del lector, acerca de la conciencia religiosa de Tocqueville, a la realidad de los hechos, por lo que bien vale la pena su ofrecimiento a todo aquel interesado en la cuestión.
Fernando Caro. Junio 2014.
Últimas horas de Tocqueville.
Cannes, abril de 1859
…
“Poco tiempo antes de morir su esposa le conduce delicadamente a la cuestión de la confesión:
«No me hables jamás de confesión, nunca, ¡jamás! Jamás me harán mentirme a mí mismo y hacer aspavientos de fe cuando la fe me falta; quiero seguir siendo yo mismo, no rebajarme hasta mentir». Su esposa retoma con ternura el asunto: idéntica respuesta; él añade: «No es en absoluto la confesión en sí lo que me repugna; por el contrario me sería grata; una de las cosas más admirables del cristianismo* es esta humillación del orgullo humano, declarar sus debilidades, y este derramamiento del corazón que se vierte por completo en otra alma para purificarse; pero la primera condición de la confesión católica es la fe en todos los dogmas de la Iglesia católica; y son estos dogmas los que siempre refuta mi razón, que no quiero reconocer ni consentir cuando en realidad persisto en no admitirlos…» E insistiendo aún con la misma ternura, la Sra. Tocqueville señala que nunca se ha pedido a nadie que se confiese una profesión de ese tipo acerca de los dogmas. Y tras volver en varias ocasiones al asunto, le convence de que el sacerdote al que confiara su confesión no le pediría más que la sinceridad de su arrepentimiento. Más tarde, él mismo hizo llamar al Sr. cura de Cannes, al que abre su corazón en unos términos tan emotivos que este digno sacerdote se vio profundamente conmovido. Un alma tan noble, tan grandiosa, tan admirable incluso en sus debilidades, nunca se le había mostrado a él; comenzó por una confesión general de sus pecados; cuando se disponía a entrar en detalles, el Sr. cura de Cannes le detuvo y le manifestó que ya no quería oír nada más.
Instantes más tarde, y como le faltara la confesión completa y detallada de sus pecados para el total alivio de su alma, suplicó a su querida esposa, este alma tan digna de recibir la suya por completo, que concluyera el trabajo del sacerdote y escuchara la confesión pormenorizada que necesitaba hacer; la Sra. Tocqueville la pospuso para el día siguiente y le suplicó que gozara tranquilamente de la paz de su conciencia.
Eso es lo que hizo nada más y en esas condiciones es como recibió la comunión a la vez que la querida compañera de su vida. Poco tiempo después él mismo me contó esta importante circunstancia de su vida; me pintó con trazos admirables la felicidad que había sentido con esa comunión cristiana, que estableció entre su querida esposa y él un lazo añadido, el único que faltaba en su unión para que fuera completa.”
[* Las cursivas son mías]
Saludos cordiales