Ceremoniero pontificio recuerda a san Juan Pablo II Don Giulio Viviani: "Juan Pablo II estaba inmerso en Dios, pero también estaba inmerso en la humanidad"

Monseñor Viviani, párroco de Santa Maria Assunta en Mezzocorona e Roverè della Luna, diócesis de Trento (Italia), ceremoniero pontificio durante 17 años, comparte con los lectores de Religión Digital algunos recuerdos de san Juan Pablo II, cuando se cumplen 20 años de su fallecimiento
"Cuántas veces vi al Papa en los ojos de la gente, esos ojos que no veían sólo a un hombre, sino que a través de él podían encontrarse con lo divino"
"Recuerdo también su capacidad muy humana, de sonreír en las situaciones embarazosas y ridículas de la vida"
"Para él, toda ocasión era buena para rezar, para encontrarse con la gente, para celebrar. Lo que más recuerdo de él es su capacidad de 'no parar nunca'"
"Recuerdo también su capacidad muy humana, de sonreír en las situaciones embarazosas y ridículas de la vida"
"Para él, toda ocasión era buena para rezar, para encontrarse con la gente, para celebrar. Lo que más recuerdo de él es su capacidad de 'no parar nunca'"
Monseñor Giulio Viviani, párroco de Santa Maria Assunta en Mezzocorona e Roverè della Luna, diócesis de Trento (Italia), y quien fuera ceremoniero pontificio durante 17 años, quiso compartir con los lectores de Religión Digital algunos recuerdos de san Juan Pablo II a propósito de los 20 años de su fallecimiento.

-Monseñor Viviani, gracias por permitirnos este espacio.
Quisiera preguntarle sobre la piedad de Juan Pablo II, ¿Cómo vivía y celebraba la Eucaristía?
-Tengo muchos recuerdos de Juan Pablo II, especialmente de los momentos de celebración, ciertamente, que él realizaba siempre con gran cuidado, con gran concentración.
Sus celebraciones estaban inmersas en la oración, antes y sobre todo después de la celebración. Ponía su rostro entre las manos y se sumergía en Dios. E incluso durante la celebración tenía esa capacidad de estar con Dios pero sin abstraerse del encuentro con la gente que tenía delante, con los cristianos que estaban a su lado.
Estaba inmerso en Dios, pero también estaba inmerso en la humanidad, en el estilo propio de la encarnación de Cristo. Permanecer con Dios, pero también permanecer en el corazón de la gente, en el rostro de la gente.

Cuántas veces vi al Papa en los ojos de la gente, esos ojos que no veían sólo a un hombre, sino que a través de él podían encontrarse con lo divino, con la verdad, con lo absoluto, con la misericordia de Dios.

-¿Podría contarnos alguna anécdota con el Papa, desde su lugar privilegiado como ceremoniero pontificio?
-También tengo recuerdos muy serenos y muy agradables de Juan Pablo II, incluso más allá de su fe, de su oración, pero también de su buen humor.
Recuerdo una vez que sonreía el Papa en el momento de la imposición del incienso, en el ofertorio, en el momento del lavabo, y me preguntaba por qué. Al final de la Misa, el Papa me dijo: « ¿Quieres saber por qué se reía el Papa?». Le dije, “espero no ser la causa”. «No, -me dijo-, Pude ver justo detrás de usted a un obispo que se había dormido y estaba beatamente dormido».
Esta era también la capacidad muy humana de Juan Pablo II, de ser capaz incluso de sonreír en las situaciones embarazosas y ridículas de la vida.
-Qué significó para usted el servicio a la Santa Sede en la Oficina Ceremonias del Papa.
-¿Qué representó para mí como sacerdote la cercanía a Juan Pablo II, trabajando en la oficina de celebraciones del Vaticano? Sin duda, haber visto la fe de tanta gente participando en las celebraciones con el Papa.
En Italia decimos que “Hay tanta fe en Roma porque los que van allí la pierden un poco y la dejan allí”[1]. Pero no. Yo vi tanta fe en tantas personas que realmente creían realmente.
Recuerdo a africanos que habían venido a ver al Papa, a estar con él, a rezar con él, a los que la comunidad había les pagado el viaje, un signo y expresión de fe.
Y a cuánta gente vi rezar, vi llorar, vi escuchar. Una verdadera lección para mí de ponerse a la escucha de Dios, de su palabra, que pasa también a través del vicario de Cristo.

Puedo decir también, tanto por Juan Pablo II como también por el Papa Benedicto XVI, que a veces, como le pasa a todo el mundo, puedes tener un momento de crisis de fe y preguntarte, ¿pero vale la pena creer?, ¿seguir?, me dije, si él cree, él que es más inteligente, más santo, más capaz que tú, realmente vale la pena creer.
He tenido tantas experiencias hermosas de esta fe, he aprendido tanto en Roma, de tanta gente, sobre todo en la Oficina de celebraciones, de tantos expertos también en liturgia, nuestra materia. Cuántas cosas he podido ver, aprender, practicar, comprender sobre el valor de la liturgia en sus signos, que tanto gustaban a Juan Pablo II.
Pienso en particular en los sínodos continentales con diferentes elementos de distintas partes del mundo, de África, de Asia, de América Latina, rituales más antiguos, rituales más modernos, pero todo para dar gloria a Dios y permitir a la gente expresar su culto y poder ver también la liturgia como un momento hermoso en el que se puede experimentar a Dios y a la Iglesia.

-Finalmente, monseñor, ¿Qué cosas despiertan su admiración en torno a la persona y al ministerio de san Juan Pablo II?
-De Juan Pablo II recuerdo además, su capacidad de no parar nunca.
Él venía de la experiencia del comunismo, donde era necesario que los cristianos se mostraran, que mostraran que estaban ahí, que no se olvidaran de estar presentes, y así decía y siempre inventaba una nueva.
En esos 26 años de pontificado cuántas cosas inventó el Papa, cuántas cosas quiso. Incluso en su ministerio más sencillo, más ordinario, no había ocasión que se le escapara. Toda ocasión era buena para rezar, para encontrarse con la gente, para celebrar.
Recuerdo cuántos domingos vacíos, sin tiempo previsto para celebraciones, para visitar parroquias, pedía al menos una misa, si era posible, en la gruta de Lourdes, por la mañana, por la tarde, por la noche, para poder estar con la gente, para que rezaran con él.

Recuerdo aquellas misas, sobre todo los martes por la mañana, a las siete, así que a las seis ya tenías que estar allí listo y preparado, con tantos grupos, tanta gente que venía de todo el mundo.
Esta capacidad de ocupar el tiempo para el Señor y para la gente, para los demás. Este era el estilo de Juan Pablo II, el verdadero estilo pastoral del hombre que encarnó plenamente y vivió el Concilio Vaticano II.

[1] “A Roma c'è tanta fede perché chi ci va ne perde un po' e la lascia lì”
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