Cartas cristianas del cardenal Tarancón

Son cartas escritas en un tono coloquial que dirige un obispo cristiano a los fieles de su comunidad diocesana, ayudándoles a familiarizarse con la democracia y a responsabilizarse en ella, como pide el Concilio Vaticano II (GS 75 y 76).
Como son los primeros años de la transición a la democracia trata de temas adecuados al momento que se está viviendo en el país. Así en la primera fechada el 6 de marzo de 1977 lleva por título "Reconocimiento verdadero de todos los derechos," que, como sabemos, no se habían respetado largo tiempo. Por lo que considera indispensable que ese futuro esté preparado por todos los españoles y esté concebido y realizado en servicio de todos.
Otra carta fechada el 13 de marzo de 1977 se títula La convivencia pacífica, exigencia primordial. Eso es lo que pide el Pluralismo que imperaba ya en nuestro pueblo. Por lo que ve evidente que ninguna tendencia -ni política, ni económica, ni social ni incluso religiosa- puede imponersesocialmente. "La Iglesia, dice, ya ha proclamado públicamente el principio de la libertad religiosa en el ordenamiento civil -y quiere ser fiel al mismo- y sería necesario, apostilla, que todas las tendencias admitiesen también como principio esa libertad, en todo lo que no se oponga al bien común de la sociedad".
Este bien común de la sociedad es, según el Concilio Vaticano II, la suma de aquellas condiciones de la vida social mediante los cuales los hombres -todos los hombres que la integran- "pueden conseguir con mayor plenitud y facilidad su propia perfección" y que "consiste primordialmente en el respeto de los derechos y deberes de la persona humana". Es natural, dice el cardenal, que los distintos partidos políticos presenten programas diversos para lograr ese bien común. Es lógico igualmente que ante las elecciones aparezcan tendencias pluriformes y algunas hasta contrarias para despertar la conciencia
y ganar el voto de las distintas clases sociales.
Pero ve necesario que en esas primereas elecciones al menos, que los dirigentes y propagandistas tengan la suficiente sensatez para no embarullar al pueblo que ni ha recibido hasta ahora una formación adecuada para que haya madurado su juicio sobre muchos problemas , ni tiene la experiencia de esas confrontaciones políticas. Es indispensable, además, que se limen los antagonismos que podrían exacerbar las pasiones y que eviten aquellos temas que ha de producir conmociones, quizá heridas en la conciencia de muchos, que alterarían la serenidad tan conveniente ahora y podrían provocar de nuevo la división entre unos y otros.
Es cierto que en la democracia rige la ley de la mayoría, pero una auténtica democracia ha de tener en cuenta y respetar los derechos de las distintas minorías y ha de procurar que sea el diálogo y no la discusión violenta el que consiga una plataforma, lo bastante unitaria para que exista orden y paz, pero lo suficiente amplia para recoger los anhelos y las necesidades de todos los miembros de la sociedad. Esto no puede pedirse a todos pero¿sería excesivo pedirla a quienes ostentan un cargo de dirección en los partidos políticos y a los que representan las distintas tendencias que realmente existen en nuestro pueblo?
Nuestro pueblo, en su imensa mayoría ha dado pruebas de que está por la moderación, por la convivencia en orden y en paz. Sería una tragedia que los "responsables" no supiesen encauzar ese buen deseo del pueblo para conseguir un futuro de todos los españoles y para todos los españoles.
Los cristianos y la política, Cartas cristianas del cardenal Tarancón. Servicio Editorial. Arzobispado de Madrid 1977
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Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset
por Francisco Margallo
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