Metamórfosis de Israel

Hace nucho tiempo que Israel se ha transmutado en su contrario de lo que fue. Ya no es posible oír las palabras que Moisés escuchó: El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta a mí y he visto la opresión con que los egipcios los oprimen (Ex 3, 9-10). Más adelante, en el exilio, vuelve a clamar, esta vez por boca del profeta Ezequiel: Conocerán que soy Yavé cuando desate las coyundas de sus yugos y los libre de las manos de quienes los tienen esclavizados(Ez 34, 27).

Las imágenes crueles de los soldados israelíes disparando estos días pasados sobre víctimas desarmadas con un balance de mil cuatrocientos muertos, muchos de ellos niños, hablan por sí solas. Un fuerte grito de lamento se ha escuchado en todo el mundo por los palestinos masacrados y el clima bélico que se respira en Oriente Medio. Se me olvidaba, en el ejército iraelí sólo ha habido catorce bajas, lo que explica la diferencia armamentística entre ellos.

Israel no ha comprendido el mensaje ni la naturaleza del Dios que se le reveló en el transcurso de sus primeros pasos como pueblo, porque la esencia de ese Dios es ser liberador. De quien libera siempre es de los opresores y explotadores de los débiles. En contra de ellos Dios quiere justicia y derecho, la justicia y el derecho que Israel viene negando de forma sistemática al pueblo palestino.

La metamórfesis, por tanto, que ha experimentado Israel ha sido radical: de pueblo oprimido y esclavizado ha pasado a ser opresor de un pueblo empobrecido por él al que tiene sometido. La fatídica ley del péndulo ha funcionado con toda radicalidad en el llamado pueblo elegido de Dios. Los ídolos ante los que Israel vive postrado hoy, la riqueza injusta y el poder aniquilador son la mayor negación del Dios que le vió nacer.

Del mismo modo la literatura que recibió como herencia a transmitir a todos los pueblos, ha recibido un duro golpe. De todo ello renegó hace tiempo el pueblo israelita, tanto que no reconoció ya en Jesús de Nazaret la manifestación de Dios en carne mortal. Aliado en aquella época con el poder romano y una religiosidad alienante, fue incapaz de reconocer en él al Dios justo y liberador, ni es capaz de reconocer hoy el reino de Dios que nos dejó, un reino de justicia en el mundo y no un reino espiritualizado y evadido al cielo.

Como desearían Israel y las grandes potencias que mantienen el orden injusto y globalitario actual, el reino que el judío Jesús trajo no quiere ser otro mundo, sino el viejo mundo transformado en nuevo, de modo que todos los hombres puedan vivir en él con la misma dignidad.
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