Papa Pastor

span class="imagen">



Desde el primer momento, a cuerpo limpio, desarmado de capisayos, Francisco se presentó recien elegido en la Plaza de San Pedro: no se autodominó papa, sino obispo de Roma y, rogado para dar bendición, pidió ser primero bendecido por los fieles.

Todos percibieron que algo nuevo se anunciaba: reaparecía, evocada, la figura de Juan XXIII y renacía, lleno de frescura el espíritu del Concilio. Todo tan natural y a un tiempo tan revolucionario, que desde entonces muchas cosas ya no tienen vuelta atrás.

Más tarde, en una de esas metáforas que, como las parábolas evangélicas, dan en el clavo y entiende todo el mundo, dijo que era preciso "oler a oveja", poniendo en palabras lo que en ese momento se inauguraba: el gobierno eclesial de un papa pastor.

Desaparece el estilo de "corte" pontificia, "no soy un príncipe del renacimiento", dijo; e insiste en el servicio contra la "peste" del carrerismo(ya denunciado por su antecesor. Predica cada día, busca el contacto con la gente, invirtiendo las preferencias de tiempo y nivel: de lo alto y diplomático a lo humilde y cotidiano. Eso muestran también la elección y el estilo de las visitas y los viajes.

Pastor ante todo en la preocupación prioritaria y la entrega incondicional al evangelio de los pobres, sufrientes y necesitados de todo tipo. Invierte las prioridades en el anuncio, evitando el martilleo moralista con su tradicional acentualización de los diversos aspectos y menudencias de la moral sexual.

Por fin un papa puso el centro de su anuncio en los grandes y sangrantes problemas de la humanidad. El mundo necesitaba el anuncio de un Dios que a través de los profetas y Jesús de Nazaret, fue revelando que esa es su preocupación central y el criterio definitivo de la verdad de la fe.

De ahí su llamada a salir del ensimismamiento eclesiástico, a "armar lío" para sacudir las inercias. Con una de sus metáforas luminosas y originales: convertir la Iglesia en "hostpital de campaña tras una batalla", que a todo lo demás antepone el trabajo por curar las heridas y sanar corazones: "prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma.

La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencia; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma: una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar "la dulce y confortadora alegría de evangelizar". Y todo sin exigir nada que él no practique ("estoy llamado a vivir lo que pido": EG. 32)

Ver: Andrés Torres Queiruga, Cristianisme i Justicia
nº 192.diciembre de 2014.
Roger de Lluria, 13 -08010 Barcelona
Volver arriba