El elixir de la felicidad lo hemos situado en un lugar exótico, paradisíaco y más de uno ha vagado en vano por el mundo en busca de ese lugar. Es inútil buscar la isla de Jauja o El dorado en alguna parte del planeta.De pronto unos filósofos de hoy se han puesto a reflexionar en voz alta y nos han dicho algo tan prosaico, como que la felicidad está en estrecha relación con la política (JA. Marina y M. Válgoma).
Desconcertante para muchos. Sin embargo, estos filósofos, que han desempolvado a los clásicos y han bebido en ellos con entusiasmo, no se pierden divagando en cuestiones metafísicas, su reflexión versa sobre la vida que llevamos en el día a día, con las inquietudes y las esperanzas que nos acompañan. Y de ese seguir nuestros pasos por la ciudad, pueblo o aldea, deducen que la felicidad depende de nuestro compromiso con la "polis". Este término del griego antiguo que en español significa ciudad, ciudad-estado o simplemente estado, lo utilizó Aristóteles para definir al hombre como "animal político".
Con esta definición quiere decirnos que el hombre-mujer es un ser social, que vive en comunidad con otros hombres y que su felicidad depende de cómo sean las relaciones de unos con otros, así de sencillo y complicado a la vez, porque la experiencia nos dice que ser felices no es nada fácil. A veces, a pesar de que se intente con todo el empeño no resulta posible y no se logra el principal objetivo del hombre-mujer, por los tiempos de los tiempos, porque no nos engañemos la felicidad ha sido la principal utopía de todas las épcoas.
Un acompañante inseparable de la felicidad es la justicia. Platón, manteniendo invariable la tesis de su discípulo Aristóteles, del hombre como animal político, identifica la justicia con la felicidad en estos términos: un hombre justo es feliz y un hombre injusto es infeliz. Sería bueno que los políticos se volvieran a estos sabios y aprendieran a abrir cauces por los que fuera factible la felicidad en nuestras comunidades políticas.
El mayor obstáculo a vencer hoy es el egoísmo económico, absolutamente injusto, que ha invalidado los planes de la economía en sus orígenes, algo inadmisible, porque la economía no tiene como única finalidad generar riqueza. Su legitimidad la avala el grado de justicia y felicidad que proporcione a la comunidad humana.
Pero la economía de mercado ha sido suficientemente hábil para hacer ver en las promesas de la sociedad de consumo el mayor grado de felicidad que se nos puede dar. Una gran mentira, porque la sociedad consumista se ha tornado en una fábrica de infelicidad y frustraciín constante.
Cuando ponemos el corazón insatisfecho en las promesas que el consumo ofrece, sentimos que la vida se nos apaga. Y es que nuestra víscera motora necesita una tierra más firme donde asentarse. O sea, que no somos más que las víctimas de unas falsas promesas , pero no nos resignamos a que sea así. Con Arquímides seguiremos buscando un punto de apoyo que se baste a sí mismo y no necesite, indefinidamente, de otro donde sujetarse. Sin olvidar que ningún hombre-mujer lleva puesta la camisa del hombre feliz.
En la filosofía de Ortega abundan estas ideas.
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