Pedro y Pablo, “firmeza y fluidez”

Quien no recuerda de pequeño cuando nos pedían dibujar un paisaje aquellas sencillas “obras de arte” que salían de nuestras manos donde raramente faltaba una montaña, un río y un sol entre otras cosas.

De adultos desarrollamos la capacidad simbólica que llevamos como un “sello de fábrica” en nuestra condición de humanos. El ser humano es un ser simbólico por naturaleza. Ya lo decía el filósofo neokantiano Ernst Cassirer “el ser humano es un animal simbólico”.

En la solemnidad de S. Pedro y S. Pablo vienen a mi cabeza dos palabras: Firmeza y fluidez.

Estas dos columnas fundamentales en la historia de la Iglesia católica, a parte de la riqueza enorme que llevan consigo como personas, creyentes y discípulos, representan la esencia de la acción de la Iglesia que aporta y custodia el mensaje de Cristo a la humanidad con firmeza y a la vez fluidez. Me explico.

Pedro, la roca sobre la que Cristo expresamente dijo que edificaría su Iglesia (cf Mt 16,18) representa la firmeza en la fe: “Cuando te conviertas, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32), con la misión expresa dada por Jesús de “Apacienta mis corderos” (Jn 21,15). Pedro representa así la Comunión en la fe, la firmeza en la doctrina recta, la solidez de la Iglesia que ni “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,20).

Pablo, el fanático fariseo que, “cegado” por el resplandor de la fe en Cristo, pasa a ser un apasionado por el evangelio: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

Si Pedro tenía la misión de permanecer firme en la fe como roca, como montaña, la misión de Pablo es la de llevar el evangelio por todos los rincones como el río lleva el agua regando de vida allá por donde pasa.

Con sabiduría la Iglesia celebra la memoria de sus dos grandes columnas, Pedro y Pablo, juntos en la misma solemnidad. Porque la firmeza y la fluidez han de ir de la mano, porque la solidez y la adaptación se enriquecen. Y así debe ser nuestra vivencia cristiana: firme en lo fundamental y fluida en su capacidad de adoptar el mensaje a la realidad contemporánea, porque en definitiva, la gran enseñanza de estos dos grandes santos es la misma: la Iglesia está fundada sobre la piedra angular que es Cristo.

Como dijo Benedicto XVI: “la Iglesia de piedras vivas se edifica en la verdad y en la caridad y vive interiormente plasmada por el Espíritu Santo transformándose en aquello que recibe, conformándose cada vez más al Señor Jesús”
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