Abominación de la Desolación (Mc 13, 14)

Históricamente (en Marcos), esta palabra evoca una profanación judía del Templo de Jerusalén, en la línea de la gran tradición de Ezequiel 10‒11: Los sacerdotes judíos profanan el templo con sus abominaciones y luchas; Dios huye, se marcha de ese templo, para habitar con los deportados; también los creyentes verdaderos deben huir, abandonar el templo..
Actualmente, ese signo puede evocar también la perversión del “templo cristiano”. Cuando los auténticos creyentes descubran que el centro (corazón) de ese templo ha quedado profanado han de huir (buscar refugio en los montes, en otros lugares), mientras llega la destrucción, para iniciar un comienzo nuevo.
Texto:
‒ Pues cuando veáis la Abominación de la Desolación estando allí donde no debe (quien lea entienda),
‒ entonces los que estén en Judea que huyan a los montes (Mc 13, 14)
a. Punto de partida, la Abominación.
Este medio versículo (13, 14ab)ofrece uno de los signos más importantes y discutidos de la apocalíptica cristiana (comparable al 666 de Ap 13, 18), situándonos en un contexto más judío que romano, en el entorno del templo de Jerusalén. Allí ha subido Jesús para “purificarlo” (12, 15-19) y, a causa de su acción, le han condenado a muerte (cf. 14, 58). Todo nos permite suponer que el signo que Jesús ofrece a sus cuatro discípulos preferidos (que están precisamente mirando hacia el templo; cf. Mc 13, 3) ha de suceder allí, y que marcará no sólo el futuro del templo (su destrucción), sino el desencadenamiento de la historia mesiánica.
− Pues cuando veáis. Jesús y los cuatro siguen sobre el Monte de los Olivos, frente al Templo de Jerusalén (cf. 13, 3) donde gran parte del judaísmo sitúa la crisis final de la historia, que Dan 9, 27 había simbolizado en la Abominación de la Desolación. Pues bien, Marcos supone que los discípulos de Jesús podrán “ver” (idein) una señal muy específica y que esa visión, que ellos han de interpretar, marcará el comienzo del fin y determinará su conducta posterior. Mc 13, 8 había aludido ya al “comienzo” de los dolores; pues bien, en ese comienzo jugará un papel muy importante aquello que “verán”, algo que forma una parte esencial del despliegue del drama apocalíptico, entendido desde la Escritura de Israel (que es la Escritura de Marcos) y desde la experiencia de Jesús.
− Abominación de la Desolación. Ésta es la señal, algo que los discípulos “verán” un día y que definirá su conducta posterior. Se trata de una expresión cifrada, que proviene de la BH (Dan 9, 27; 11, 31; 12, 11) y que ha sido traducida así por los LXX (bdelygma tês erêmôseôs, aunque Dan 9, 27 ofrezca su segunda parte en plural: tôn erêmoseôn). Ella evoca la aversión suprema, el mayor de todos los posibles pecados. También 1 Mac 6, 7 utiliza esa expresión, aludiendo al hecho de que el rey Antíoco mandó colocar sobre el gran altar del templo (dedicado sólo a Yahvé) otro altar más pequeño (quizá móvil) para la ofrendas al Zeus pagano o a los dioses (cf. 1 Mc 6, 7).
Ésta ha sido para los judíos fieles la gran perversidad, la profanación suprema, idolátrica, del templo, y así ha quedado como signo del pecado definitivo, que pone en marcha la “ira de Dios”, el fin de la historia presente. Al citar esta señal, Marcos evoca por tanto una crisis como la del tiempo de Daniel y Macabeos, con un pecado semejante al del rey Antioco. Pero la interpretación de ese pecado no resulta clara, como seguiremos viendo.
− Estando allí donde no debe. De manera significativo, esta palabra estando (estêkota) alude a una persona masculina (pues ella cambia el género de bdelygma, que es neutro), de manera que más que ante una “abominación” nos hallamos ante el Abominable. En un sentido general puede pensarse que ese Abominable, “que está donde no debe” es el Anticristo o el mismo Satán, ocupando el lugar de Dios que es el templo. De esa manera, frente al “debe” (dei) de Dios que marca y define el camino del Hijo del hombre que es Jesús (8, 31; 9, 11; 17, 7.10), se alza el no-debe (ou-dei) de Satán que se opone a la obra de Dios hasta el fin. Estaríamos llegando, según eso, al cumplimiento del drama que había comenzado en 1, 12.13, cuando se opusieron por primera vez Jesús y Satanás, iniciando así un camino de lucha que marca todo el evangelio (1) .
Desde esa perspectiva se puede y debe afirmar que, en un nivel, esta Abominación (Abominable) es el mismo Diablo (Satán), entendido ya como Anti-Cristo, que quiere ocupar el lugar de Dios y asentarse (estar en pie) en el templo, que Jesús ha querido purificar. Es probable que en el fondo del texto de Marcos haya un “eco” de ese drama simbólico (mítico), que expresa la oposición final entre Jesús y el poder satánico, de tal forma que podemos evocar en ese fondo la historia que sigue (2) .
Pero una interpretación centrada solamente en ese “signo satánico” (si referencia social e histórica concreta) me parece forzada, pues la aparición de Satán/Anticristo debería hallarse al fin del gran drama, precediendo de inmediato a la venida del Hijo del Hombre o Señor, que le derrotaría con el aliento de su boca (cf. 2 Tes 2, 8; cf. también Ap 20-21), y no en un momento anterior, como aquí, abriendo el transcurso final de la historia. Por eso, como iré mostrando, pienso que esa Abominación, que evoca de algún modo un momento final de la historia, se relaciona también, y de un modo preferente, con algo sucedido en la misma guerra judía del 66-70 d.C., en el ámbito del templo (3).
b. Quien lea entienda. ¿Qué o quién es la Abominación de la Desolación?
Desde ese fondo ha de interpretarse la advertencia del evangelio, que pide atención, en un “aparte” muy significativo, deteniendo por un momento el texto, para resaltar la importancia del tema, como hace el Apocalipsis, en un lugar semejante, al referirse al número de la Bestia (cf. 666 de Ap 13, 18). Marcos supone que alguien (ho anagignoskôn) está leyendo en voz alta, delante de la comunidad. No se dice lo que lee, de manera que, como he dicho, puede ser el texto de Dan 9, 27, pero también puede ser el pasaje actual de Marcos o un discurso apocalíptico con existencia independiente (al menos parcial). Sea como fuere, el lector (que no es un simple recitador, sino un intérprete) debe entender bien lo que lee (noeitô), para discernir de esa manera el signo, y para declararlo a sus oyentes (como hacemos nosotros, lectores modernos).
(a) ¿Satanás? Como he dicho, no parece que, estrictamente hablando, esta Abominación, “puesta en pie donde no debe” (en el templo), sea Satanás en sí o el Anticristo (en la línea del pasaje más elaborado y mitológico de 2 Tes 2, 3-5), aunque es posible que ese signo se encuentre en el fondo del texto. Se trataría, en todo caso, de un “mito de fondo”, aunque “historizado”, pues Marcos 13, 14 no alude directamente a Satanás o al Anticristo en sí, sino a una de sus manifestaciones históricas, vinculadas a la historia final de Jerusalén donde se centra el gran drama (y no en Roma, como supondrá el Apocalipsis de Juan). De todas maneras, es muy posible que Marcos no haya querido precisar mejor la identidad de esa Abominación (de ese Abominable Desolador), de manera que no podemos ni debemos ofrecer una interpretación unívoca a su figura. Además, es posible que la identidad de ese Abominable (como la del 666 del Apocalipsis) haya de situarse en un contexto que ha ido cambiando, como indicaremos.
(b) ¿Calígula? La Abominación pudo ser, en primer lugar, el ídolo imperial, que Calígula ordenó construir y erigir en el templo de Jerusalén (con su propia figura divina), causando un inmenso alboroto en el pueblo, que estaba dispuesto a morir antes que dejar que se profanara de esa forma el santuario. Petronio, gobernador romano de Siria, retrasó todo lo posible el cumplimiento de esa orden, que al fin no llegó a cumplirse, por la muerte de Calígula (el 41 d.C.). Ese mandato y ese riesgo idolátrico supremo marcó la conciencia judía (y judeo-cristiana) de aquellos años, de manera que su recuerdo podría estar detrás de la frase: “Cuando veáis la abominación estando allí donde no debe estar…”. De todas formas, pienso que, según Marcos, lo que Calígula no pudo hacer lo hicieron (de otra forma) los que profanaron el templo en el contexto de la guerra del 66-70 d.C.
(c) ¿Ejército romano? Más cercana parece la alusión a la presencia de los soldados romanos, mandados por Cestio, a finales de noviembre del año 66 d.C., sobre la cumbre del Monte Scopus, cerca del Monte de los Olivos, frente a Jerusalén. Esa sería la Abominación elevada sobre la ciudad, la Señal desencadenante de la guerra, que estalló poco después (el 67 d.C.). El mismo Flavio Josefo (Bell 2, 20, 1, & 556) asegura que muchos judíos, al ver el ejército romano (¡el gran signo!), huyeron de Jerusalén, para alejarse de la guerra (cf. Mc 13, 14-20). Pero tampoco esta alusión convence, porque tanto Mc 13, 14 como Dan 9, 27 parecen aludir a una profanación, que en este caso no existió, pues Cestio no tomó la ciudad, ni destruyó el templo.
(d) ¿Destrucción física del templo por los romanos? Más verosímil resulta la referencia a la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos, que aconteció el año 70 d.C., pues ella ha marcado la historia del judaísmo (y cristianismo) posterior, hasta el día de hoy, de manera que muchos judíos siguen llorando o rezando al recordarla, ante el Muro de las Lamentaciones. Pero tampoco parece que éste sea el signo de 13, 14, por tres razones principales. (a) Marcos supone que la Abominación está en pie sobre el templo (profanándolo así de un modo radical), no que lo destruye, como sucedió el año 70. (b) Ese signo ha de ponerse hacia el principio de la guerra judía (en torno al 67 d.C.), en cuyo contexto se sitúan los acontecimientos que siguen, en especial la huída, no al final (70. d.C.), como debería ser, en el caso de que ese signo fuera la destrucción del templo. (c) Según Marcos, este signo ha de entenderse desde una perspectiva de profanación judía (no romana), pues, en todo su evangelio, los antagonistas del Cristo no son los romanos, sino un tipo de poderes judíos pervertidos, contra los que Jesús se manifestó ya en 11, 15-17.
(e) Profanación intrajudía del templo. Conforme a la dinámica de Marcos, esta Abominación, situada allí donde no debe, ha de entenderse, a mi juicio, como una “profanación intrajudía” del templo, vinculada a la guerra contra los romanos. Jesús había querido “purificar” el templo, rechazando sus aspectos sacrificiales y particularistas, para abrirlo como casa de oración para todas las naciones y por ello le condenaron a muerte (cf. 11, 18). En la raíz de su mensaje y de todo su proceso está, por tanto, la cuestión del templo, que Jesús quiere “purificar” (transformar), para que sea “casa de oración para todas las naciones” (11, 17). Jesús ha “apostado” por el cambio del templo; las autoridades oficiales de Jerusalén defienden este templo (y los celotas lo ocupan de un modo militar, iniciando una especie de guerra intrajudía en el mismo santuario, hasta que el fin, en el verano del año 70 llegan los romanos y lo destruyen).
En ese contexto ha de entenderse el gran signo, que puede y debe identificarse con la “profanación histórica” del templo de Jerusalén, al principio de la guerra (66-67 d.C.), una profanación que comenzó con las luchas de los mismos grupos judíos por el control del santuario. Pues bien, en ese contexto, según Flavio Josefo, al comienzo de su lucha contra Roma, los grupos judíos más nacionalistas (sicarios y celotas), tomaron y mantuvieron con violencia el templo, iniciando una durísima guerra civil (de tipo religioso), que desembocó en la ruina del judaísmo antiguo.
En esa guerra intra-judía ha de situarse la Abominación “instalada en el templo”, el lugar donde no debe (hopou ou dei). La misma lucha de los grupos judíos por el control militar y social del templo constituye pues la Abominación de la Desolación, que no viene de fuera (de Roma), aunque culmina con la destrucción del 70 d.C. (por obra de los romanos), sino desde el mismo interior del judaísmo y de sus luchas por el templo.
A partir de este signo se inicia la huída de los discípulos de Jesús, esto es, la salida de Jerusalén y de Judea, tema que, de un modo sorprendente, se ilumina desde la orden del joven pascual de 16, 6-7, que pide también a las mujeres y a los discípulos de Jesús que abandonen Jerusalén y vayan a Galilea. Lo que allí se dice en contexto pascual concreto (mujeres y discípulos) se entiende aquí (13, 14) en perspectiva escatológica. Para Marcos, que se siente radicalmente implicado en ella, esta guerra marca el fin y cumplimiento del mensaje de Jesús, que se desliga, por fin, de Jerusalén, convertida en lugar donde se ha asentado el Abominable, para abrirse como veremos desde Galilea (cf. 16, 6-7).
Eso significa que (en contra de lo que sucede en el Apocalipsis de Juan), la Abominación final no está representada por los romanos (el 666 de Ap 13, 18), sino por aquellos grupos de judíos que “tomaron” por la fuerza el templo de Jerusalén y lo pusieron al servicio de sus intereses de violencia militar nacionalista. Al interpretar la Abominación de esa manera, desde el interior del judaísmo, partiendo de las claves del mismo mensaje de Jesús, Marcos no se muestra, en modo alguno, anti-judío, sino que desarrolla una de las líneas básicas de lectura del judaísmo, como harán aquellos maestros rabínicos (especialmente Johanan ben Zakai) que huyeron también de la guerra de Jerusalén (en contra de celotas y sicarios), para fundar de otra manera la identidad de Israel. En realidad, judíos rabínicos y cristianos han nacido de un mismo rechazo y condena de esa Abominación de la Desolación, propia de otro tipo de judaísmo que desencadenó la guerra y ruina del 66-70 d.C.; han dejado de apoyarse sobre el templo histórico (caído en manos de celotas y romanos) para iniciar de otra manera la recuperación del judaísmo (desde las tradiciones legales o desde el Cristo) (4).
La Abominación de Mc 13, 14 no es por tanto un ídolo, ni un altar pagano, colocado sobre el Gran altar del Templo (como supone Dan 9, 27), sino un elemento de la misma guerra judía: la toma militar del templo y su utilización por algunos grupos militarizados, desencadenando la guerra y la destrucción posterior del mismo templo a manos de los romanos. En Jerusalén se decidió la suerte de Jesús. En Jerusalén se decide el fin de un tipo de mesianismo judío. Ése fue el comienzo de la guerra, la gran desolación. Ése fue para Marcos el comienzo de la huída cristiana, que se vincula a la misión a los gentiles, a la que aludía 13, 10. De esa forma, lo que el templo debía haber hecho y no hizo (ser casa de oración para todas las gentes: 11, 17) lo hará la misión del evangelio, impulsada precisamente por aquellos que huyeron del templo (5) .
Conclusión…
entonces los que estén en Judea que huyan a los montes (Mc 13, 14)
El Jesús de Marcos manda a los creyentes que “huyan”, que abandonen una ciudad que está manchada, un tipo de Iglesia que ha caído en manos de la Abominación de la Desolación.
Esa desolación y esa huída constituye la mayor de todas las posibles desgracias…Pero ella puede convertirse en principio de una salvación más alta.
NOTAS
(1) Así lo indica de manera paradigmática el relato donde los escribas acusan a Jesús, diciendo que es aliado de Belcebú/Satán, y Jesús les contesta afirmando que él ha venido a luchar contra Satanás, el Fuerte, hasta derrotarle (3, 20-30). Todo el evangelio aparece, según eso, como texto de una gran batalla entre Jesús, Mesías de Dios, y Satanás, que quiere derrotarle. Desde el fondo de esa lucha deba situarse y entenderse el proceso de “entrega” de Jesús, que ha comenzado en 8, 31 y que debe interpretarse en dos niveles. (a) En un nivel, Jesús fracasa, siendo condenado a muerte por las autoridades de Israel. (b) Pero en otro nivel más verdadero Jesús triunfa precisamente a través de ese fracaso, entendido como entrega de la vida en manos de Dios, a favor de los demás, por la resurrección. Desde ese fondo puede y debe interpretarse este sermón apocalíptico (y el relato de la condena y muerte pascual de Jesús: Mc 14-16), como seguiremos viendo.
(2) En esa línea ha desarrollado 2 Tes el drama (mito) apocalíptico, diciendo que antes del fin debe revelarse “el hombre de la iniquidad”, el hijo de la perdición, aquel que se opone a todo lo que es santo o divino, hasta llegar a sentarse en el templo, llamándose Dios (2 Tes 2, 3-4). Así ha interpretado el texto Gnilka, Marcos 2, con otros muchos que él cita, entre los que quiero recordar a Hengel, Mark 19-20. Marcos nos situaría según eso ante el final del final, ante la parusía última de Satán, que quiere ocupar el lugar de Dios, siendo derrotado por Cristo. Según eso, tras la aparición de ese signo, ya no habría tiempo para ningún tipo de historia humana.
(3) Pienso que ese mito (revelación y lucha de Satán contra Cristo, con victoria de Cristo) puede estar al fondo del relato que sigue. Pero Marcos lo ha historizado y transformado de manera poderosa, interpretándolo desde el contexto de la misión cristiana, como seguiré diciendo. Sea como fuere, esa imagen de la gran lucha satánica final (con Satán adueñándose del templo, para reinar desde allí sobre el mundo), nos sitúa en el contexto de Jerusalén, reforzando así el carácter judío (judeo-cristiano) de este apocalipsis. Eso significa que el drama final sigue estando referido a Jerusalén, donde Jesús subirá para proclamar el Reino de Dios, siendo asesinado. Es lógico que el fin de la historia actual (de la misión de los discípulos de Cristo) se encuentre relacionado con Jerusalén.
(4) Dicho eso, debemos añadir que este capítulo de Marcos sigue siendo críptico o, quizá mejor, reservado, pues no dice nada de lo que pasó después con el templo (¡ni siquiera indica si fue destruido, aunque 13, 2 lo supone), de manera que los investigadores siguen discutiendo sobre el tema, planteando desde aquí la fecha de la redacción del evangelio. Sea como fuere, todo nos permite suponer que Marcos ha ofrecido la redacción final del evangelio a partir del este signo, que nos sitúa en los años 67-68 d.C., cuando los grupos nacionalistas judíos “toman” Jerusalén e imponen allí su orden, rechazando a los gentiles y “profanando” de esa forma el templo (que Jesús había querido abrir precisamente a todas las gentes: cf. 11, 17).
(5) Marcos nos sitúa así muy cerca de una situación como aquella en la que surgió el libro de Daniel (y la revuelta de los Macabeos), pero él ofreció una respuesta distinta, abriendo el judaísmo de Jesús a los gentiles. Desde este fondo debe resituarse y valorarse la tesis de Brandon (Fall) y de aquellos que han destacado la importancia que tuvo la Guerra Judía y la caída de Jerusalén en el surgimiento del cristianismo según Marcos.