Curar de amor Amor es salud, la mejor medicina

La enfermedad del hombre es la falta de amor (San Juan de la Cruz)

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    La sabiduría popular ha condensado los valores de la vida humana en los tres siguientes: «Salud, amor y dinero». Los más importantes son los dos primeros: la salud, que es el despliegue armónico de la vida; y el amor, que es la capacidad de comunicación con los demás. Estrictamente hablando, a no se que se tome como medio de ayuda social (a los pobres), el dinero se sitúa en otro plano, aunque es muy necesario para el desarrollo de la vida. Ahora lo dejo a un lado y trato de la relación entre la salud y el amor. Divido el tema en dos partes:

(1) Jesús, amor que sana

(2) vida cristiana, la salud del amor.

 Jesús. Amor que sana.

En un primer momento, la salud y el amor parecen cosas muy distintas, de manera que no tienen ninguna relación. Sin embargo, si miramos las cosas mejor descubriremos que el amor cura, de tal forma que podemos y debemos verlo como la mejor medicina. En este contexto se entiende la figura y acción de Jesús. Buda, el otro gran iluminado de la historia, pensó que los hombres eran esencialmente enfermos, de manera que resultaba imposible curarles; no había más remedio que dejar que fueran lo que son, iniciando un camino de liberación interna. Jesús, en cambio, quiso curar por amor a los enfermos, como ha puesto de relieve uno de los investigadores más significativos del momento actual:

«(Muchos) exegetas tienden a interpretar los milagros de un modo espiritualista, y así los transforman en alegorías de procesos interiores o en símbolos de la fe. Pero no hay duda ninguna de que aquellos que han transmitido y conservado estas historias de Jesús las han interpretado como historias sobre hechos concretos, materiales y salvadores. No buscaban en ellos un sentido teológico profundo, sino una esperanza en un contexto de desesperanza humana… Los milagros elevan una protesta incondicional contra la miseria y necesidad humana − tanto contra la miseria física como contra el aislamiento social–. Alguien podrá encontrar estos milagros primitivos, pero mientras haya personas que los escuchen y cuenten, identificándose por dentro con ellos, esos milagros elevarán su protesta contra la dureza de la presión selectiva y ofrecerán su mensaje a los enfermos e impedidos, a los hambrientos y a amenazados, a los rechazados y expulsados. Mientras se escuchen y cuenten los milagros, habrá seres humanos que no aceptarán una situación en la que hay poco alimento para muchos y mucho para pocos; ellos afirmarán con fuerza que la realidad podría ser tan rica que doce panes basten para alimentar a cinco mil personas…

                Buda (quiso ofrecer a los hombres) un lugar que fuera inmune contra todo sufrimiento. Por el contrario, Jesús ha reaccionado enfrentándose con el sufrimiento, no en modo evasivo, sino agresivo. Él quiere eliminar el sufrimiento y emplea para ello la técnica primitiva de los milagros… Ambos, budismo y cristianismo primitivo son expresiones de una rebelión contra la selección, aunque ellos se rebelen de manera casi opuesta. La meditación budista supera el sufrimiento trascendiendo las motivaciones de la vida. Por el contrario, la fe cristiana primitiva expresa del modo más claro su protesta contra la selección a través de su fe en la resurrección del crucificado: aquel que no tiene poder es proclamado así señor del mundo, la víctima se vuelve sacerdote, el condenado juez, el expulsado centro de la comunidad…» (G. Theissen, La fe bíblica, Verbo Divino, Estella 2002, 186-189).

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Entendidos así, los “milagros” de Jesús son obra de amor. En ellos se expresa, de forma privilegiada la potencia sanadora del amor. Ciertamente, Jesús fue un hombre de fe, un profeta del Reino de Dios; fue también un poeta, narrador de espléndidas parábolas, un sabio… Pero su rasgo quizá más significativo fue el de sanador. En un sentido, él estaba cerca de los curanderos y exorcistas de su tiempo, empeñados también en sanar de diversas maneras a los hombres y mujeres aquejados por enfermedades, que hoy llamaríamos «psicosomáticas», relegándolas a un lado y tomándolas como menos importantes. Las que de verdad importarían, las que cura la medicina moderna, serían las enfermedades simplemente somáticas, que se remedían a base de intervenciones quirúrgicas y de medicamentos de tipo químico. De esa manera se ha desarrollado en occidente una medicina técnica, extraordinariamente avanzada, que analiza las diversas  partes o elementos del cuerpo humano y cura físicamente, sin necesidad de amor.

El médico se ha vuelto así un “físico” del hombre (un phisicien), alguien conoce cuerpos, conforme a la famosa división que estableció ya Descartes entre cuerpo y alma. Por eso he dicho que, en cuanto tal, un médico moderno no necesita amor. Pues bien, en contra de eso, en una línea de apertura integral al hombre, que algunos llaman «holista», Jesús ha sido un médico integral, un sanador que ha curado por amor. Conforme a la visión de conjunto de los evangelios, dentro del mensaje y vida de Jesús, resulta inseparable el amor (amor de Dios, amor a los enemigos, amor a los marginados) y la curación de los enfermos. En ese contexto podemos decir que Jesús fue un «sanador de amor». Desde ese fondo queremos evocar algunos rasgos de la sanación de amor, propia de Jesús.

  1. Jesús, cura por amor. Las curaciones de Jesús signo de comunicación de amor. Él cura porque ama, porque ofrece todo su amor (presencia creadora de Dios) a los enfermos, creyendo en ellos y haciendo que ellos crean, de manera que puedan asumir y desplegar la vida, en libertad y en gozo. Casi todas las sanaciones de Jesús están vinculadas a la comunicación: quiere hacer que los hombres y mujeres sean capaces de aceptar la propia vida como un don, en gesto de confianza, en apertura hacia los otros. Él no aparece así como un “curandero” con poderes mágicos, alguien que sana a los hombres y mujeres desde fuera, sino como un mediador y trasmisor de fe. No quiere ponerse en el centro, en el centro está Dios (el Poder de la Vida) y los mismos enfermos, a quienes Jesús capacita así para creer, es decir, para aceptar la vida, como un don, por encima de todas las imposiciones de una ley o de un sistema impuesto desde fuera. Así es Jesús, sanador integral: sabe que en la vida de los hombres y mujeres existen energías de Vida superior, que les capacitan para así aceptarse y amarse, desplegando así una serie de posibilidades que en otro contexto se hallaban escondidas. En ese sentido, podemos afirmar que Jesús cura por amor.
  2. Los discípulos de Jesús, también sanadores. Jesús quiere que sus discípulos sean como él, itinerantes de amor: que lo dejen todo y que vayan por pueblos y aldeas, sin bolsa de dinero y sin alforja, sin vestido de repuesto ni bastón para la defensa propia (cf. Mt 10, 1-14 par). Quiere que vayan de esa forma, sin nada material, para que se vea más claro que son mensajeros de un amor distinto, capaz de curar: llevan el anuncio del Reino de Dios, que es salvación, y así van, sin armas, sin repuestos de vestido, sin dinero. Van así porque quieren darse ellos mismos, anunciando el reino, y esperan que los otros (los que tienen casas) les reciban. Pues bien, en este contexto les dice Jesús: “sanad a los enfermos” (cf. Mt 10, 8; Lc 10, 9). Esta es la novedad y complementariedad del evangelio: los itinerantes curan por amor; los sedentarios les acogen en la casa (también por amor). Este es uno de los rasgos más significativos del evangelio: los itinerantes, que son gente sin casa (es decir, sin familia propia ni dinero),  “evangelizan” (curan)  a la gente con casa y trabajo, es decir, con familia y posesiones. Estos itinerantes que curan son personas que están liberadas de un mundo de trabajo que esclaviza y tiende a convertir al hombre en pura mercancía. Son ellos, hombres y mujeres liberados para el amor, los que pueden curar a los sedentarios, que están más inmersos en la vida y trabajos del mundo. De esa forma se complementan ambos grupos. Unos (los que no tienen familia propia, los itinerantes) aparecen así como mediadores de sanación para los otros (los que les acogen en sus casas). De esa forma se establece una simbiosis, es decir, una comunicación de vida en la que unos y otros se completan y se comunican lo que tienen. En ese sentido, la curación es una forma de vinculación de amor: como una nueva forma de comunicación entre unos grupos y otros, en forma de acogida mutua… No es curación individualista, sino curación para el reino. Jesús supone que todos sus discípulos itinerantes pueden cuidar-curar, invirtiendo así el comportamiento normal del sistema. En la perspectiva del sistema, se supone que la curación es un signo de poder de los sedentarios: son los ricos los que curan a los pobres… Pues bien, el evangelio de Jesús ha invertido ese esquema se ha invertido: son precisamente los pobres los que pueden “curar” a los ricos, los que no tienen casa son los que pueden curar a los que tienen casa… Ellos, los pobres, portadores de amor, son los que curan a los ricos.
  3. Curaciones de amor, una mutación humana… Las curaciones de Jesús y de sus discípulos expresan la capacidad de trasformación del hombre por amor, en línea de humanidad. Entendida así, la curación por amor implica el surgimiento de una humanidad en la que los hombres puedan vivir en plenitud: es decir, desde la fe y la gratuidad… El milagro no es una pura curación interior, ni sólo exterior, sino el despliegue de la nueva dimensión de salud integral: se puede vivir gratuitamente, en gesto de comunicación personal (ver, hablar…); se puede vivir en amor mutuo y confianza. Los profetas apocalípticos de tiempo de Jesús ofrecían en general milagros exteriores: signos celestes (cambios cósmicos) o militares (derrota de los poderes enemigos). Jesús, en cambio, no ofrece más milagro que la vida desde el amor. Este es el milagro: el descubrimiento de que el hombre puede vivir desde el amor, como un ser reconciliado consigo mismo y con los demás, en salud. Desde ese fondo se puede afirmar que las sanaciones de Jesús son como un anuncio de una “mutación humana”: puede surgir y surgirá un hombre diferente del que ha existido hasta ahora, un hombre en amor y ternura. Ésta ha sido la tarea de Jesús, ésta su finalidad: que puedan surgir y desarrollar la vida, en libertad de amor y sanación, hombres y mujeres son ya un anuncio del reino de Dios. En ese sentido, la misión de Jesús ha sido la más sencilla de todas: no necesita instituciones militares ni religiosas; no necesita dinero ni poderes especiales. Le basa el amor: el amor que cura, conforme a las antiguas profecías (cf. Mt 11, 2-4; 12, 7); el amor  que libera (cf. Lc 4, 18-19) y que permite que los hombres puedan ayudarse mutuamente.

 Ésta es la salud de amor de Jesús, éste el poder de la fe que cura como amor. Allí donde Jesús dice “tu fe te ha curado”  (cf. Mt 9, 22.29; 15, 28 par), podría haber dicho, con la misma razón, “tu amor te ha curado”. Ciertamente, amar es asumir el camino de la muerte a favor de los demás. Pero, al mismo tiempo, amar es abrir un espacio de curación, de salud intensa.

 Vida cristiana, salud de amor

Pasamos ahora del tiempo de Jesús a nuestro tiempo. Vivimos en un mundo donde la medicina se ha extendido de forma general y se ha planificado científicamente, de tal forma uno de los mayores gastos de la sociedad moderna es el de la sanidad. Los estados más ricos emplean cantidades ingentes de dinero en investigar nuevas medicinas y en crear unidades de salud muy caras, cada vez más caras, al servicio de los ciudadanos. Los hombres de la modernidad han creado unas condiciones de producción, de administración social y de mercado que les hacen inmensamente poderosos, capaces incluso de construir grandes máquinas médicas, para curar a los enfermos. Pero sólo les curan de manera corporal o somática, con intervenciones quirúrgicas cada vez más complejas y con medicinas cada vez más sofisticadas. De esa forma, nuestros nuevos médicos pueden curar y curan “el cuerpo”, pero no llegan al alma de los enfermos, pues no les aman, no necesitan amarles para hacer lo que hacen.

De esa forma, estamos viviendo en un contexto social y sanitario cada vez más complejo en el que tratamos a los enfermos como si fueran “máquinas” biológicas, totalmente separadas del “alma”, es decir, de la vida personal profunda. Por eso, tendemos a olvidar que no hay enfermedades, sino enfermos, olvidando que el cuerpo es inseparable del alma. Ciertamente, nuestro sistema sanitario, que forma parte del sistema capitalista mundial, puede curar y cura a muchos enfermos, pero, en general, no logra sanarles, ni reconciliarse,  le falta amor y sin amor no se puede sanar a las personas.

Somos una sociedad enferma, a pesar de los miles de millones de dólares o euros que gastamos en el sistema sanitario. Curamos algunos enfermos, pero no les damos salud, porque no les damos amor. De esa manea va creciendo la destrucción, un riesgo de ruptura y quiebra final que se funda y expresa en la violencia hecha sistema, lucha sin fin, dominio de unos sobre otros, depresión y cansancio de todos. En el tiempo de Jesús había ya grandes profetas, como Juan Bautista, que hablaban de convulsiones apocalípticas; pues bien, Jesús entonces habló de amor, porque estaba convencido de que el amor cura y abre un camino de Reino. Pues bien, en nuestro tiempo son muchos más los  que hablan de la destrucción final, poniendo incluso una fecha de caducidad a la vida humana sobre este planeta Tierra. Sabemos curar muchas enfermedades, pero no logramos sanar a la humanidad enferma. Por eso es importante escuchar una palabra de verdadera sanación, que sólo tiene sentido como expresión de amor. 

 En este contexto podemos evocar la experiencia central del pacto israelita, que se condensa en las palabras quizá más penetrantes de la Escritura: "Pongo ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte...” (Dt 30, 13). Esas palabras se pueden reinterpretar desde el mensaje de Dt 28 diciendo: «Pongo ante ti salud y enfermedad, curación y muerte…». La curación es gracia de amor, la muerte es consecuencia del pecado, es decir, de una vida sin amor. La curación está en manos de Dios (es decir, de la gracia), pero depende de nosotros. No estamos condenados a la destrucción, como supone un pasaje terrible de la Escritura israelita, llamado la cena del Rey Baltasar: comemos y bebemos sin piedad ni mesura,  mientras olvidamos a los pobres de la tierra. Pues bien, la palabra del ángel de Dios va escribiendo ya “mane, tecel, fares” (contado, pesado, condenado; cf. Dan 5). Dios sigue diciendo: “pongo ante vosotros el bien y el mal…”.

Podemos escoger el bien, es decir, podemos amar y curarnos,  dejando que el mismo amor de Dios nos cure para la vida. Ciertamente, seguirá siendo necesaria la medicina científica, con sus operaciones quirúrgicas y con sus drogas químicas.  Pero eso medicina será incapaz de resolver el tema de la enfermedad de los hombres, si es que los hombres no aman, como sabe San Juan de la Cruz: 

La salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta… ¡Oh, dulcísimo amor de Dios mal conocido! El que halló sus   /venas   descansó. La salud del alma es el amor de Dios (Cántico B, 11, 11; Avisos espirituales).

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