La Ascensión que esperamos (Trinidad León Martín)

LEÓN MARTÍN, TRINIDAD (1953- ).
Escritora y teóloga católica, de la Congregación de las Mercedarias de la Caridad. Nació en Granada, ha trabajado pastoralmente en Perú y se ha doctorado en teología en la Universidad Gregoriana de Roma, con una tesis sobre X. Zubiri. Enseña antropología y misterio de Dios en la Facultad de Teología de Granada (aunque lleva unos meses de excedencia, que deseamos acaben pronto). Alterna sus trabajos de creación literaria, de fondo cristiano, con su producción teológica, centrada en el tema del hombre y la mujer y en el sentido de la vida.
Entre sus producciones de línea más teológica, cf.
Orar desde Las Relaciones Humanas (ed. de I. Gómez Acebo, Bilbao 2002);
Muerte y teología en perspectiva de mujeres (ed. de M. Navarro, Madrid 2005);
Dios, presencia ineludible: Proyeccion 196 (2000) 3-18;
Silencios "incómodos" y lugares "inadecuados" para María: Ephemerides Mariologicae 57 (2007) 219-238.
Entre sus obras de creación, cf. Un amigo por un par de tomates (Madrid 2006); Esta noche me escapo de casa: la aventura de Clara de Asís (Jerez y Pamplona 2001); La estirpe del Cóndor Blanco (Madrid 1997).
Trinidad León ha publicado también una intensa novela de tipo bíblico/actual, titulada "La Comunidad de Magdala" (EFETA-Arcibel, Sevilla), de gran actualidad, de la que me gustaría hablar, Dios mediante, otro día, pues propone una visión muy sugerente del origen femenino de la iglesia, abriendo una apuesta para el futuro.
Ahora se repone de una enfermedad ante el vivo sol de Granada, bajo Sierra Nevada, con el Dios en cuyo Aliento va creciendo en humanidad cada. Desde aquí le deseo, y todos los amigos le deseamos, un verano jubiloso de vida y esperanza, para que podamos compartir por muchos años el gozo de la vida y el trabajo por el Reino. Trini querida, todo lo que sigue es tuyo. Gracias por dejarme compartir tu página.
VII Domingo de Pascua – Ciclo A
La ASCENSIÓN que esperamos
(Hech 1,1-11; Sal 46; Ef 2,1-23; Mt 28,16-20)
El comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles es considerado como la continuación del final del evangelio de Lucas; al parecer, el mismo narrador pone en nuestras manos lo que fue la vida de Jesús y el comienzo de su Iglesia. Con todo, el texto del evangelio que se proclama este domingo, o día de la Ascensión, está tomado del evangelio de Mateo, y aquí se acentúa el mandato final del Maestro y su promesa de permanecer con su comunidad de discípulos/as: “… Y sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
El misterio que celebramos, la Ascensión, la vuelta del Hijo al Seno del “Padre”, no es una separación ni mucho menos un olvido o desvinculación afectiva de lo que ha sido su vida terrena, sino otro modo de estar presente en la realidad, de vincularse con el mundo que Dios ama. Un modo de estar y de permanecer, de comprometerse en la construcción de unas relaciones humanas y humanizadoras, que nos compete también a quienes respondemos a la vocación de discípulas y discípulos del Señor.
La filosofía de las religiones, plantean la ascensión como un mito presente en todas las culturas. También la Escritura hebrea y la mitología greco-latina conocen algunas “ascensiones” de personajes simbólicos y relevantes; por ejemplo, la del profeta Elías, y la de Rómulo, el mítico gemelo cofundador de Roma. En cualquier caso, se trata de subrayar esa otra forma de “permanencia” que no separa sino que une a quienes participan de unos hechos y de un proyecto común, aunque estén alejados en el tiempo y en espacio e incluso, por la “nada”.
El Nuevo Testamento, sin embargo, narra un hecho sin precedentes: los testigos del acontecimiento se convierten, y como bautizados nos convertimos, en testigos de la fe. Estamos llamados/as a vivir esa misma realidad; es más, “ascender”, elevarnos sin dejar de pertenecer a esta realidad sino llevándola con nosotros/as forma parte de nuestra fe: “creo en la comunión de los santos”, y de nuestra esperanza escatológica: “… y en la vida eterna”.
Puede planteársenos una cuestión: ¿Qué tienen de diferente la fe y el mito? Según los estudiosos/as del tema, el mito estaría en el fondo de toda creencia religiosa y de toda religión. Pero la fe va más allá de la creencia e incluso de la religión. Creer es una opción en la que, de alguna manera, interviene la razón; la fe, siendo obviamente algo razonable, nace dentro, tiene que ver más con la paradoja que con la lógica, y no nos corresponde a nosotros iniciarla (aunque sí mantenerla): la fe es un don mediante el cual no solo se conoce sino que especialmente se ama aquello que conocemos, hasta el punto de ser el motivo primordial de nuestra entrega personal y de nuestra comunión fraterna.
De ahí que sintamos como un legado precioso la exhortación que recibe la comunidad de Éfeso y con ella la entera Comunidad cristiana: “Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama…”. En la fe, los acontecimientos, la realidad, las relaciones, se ven “con los ojos del corazón”. El mito tiene bastante con narrar la ilusión y pensar que es una realidad, en todo caso, inalcanzable para el ser humano.
Hay otra cuestión que merece la pena tener en cuenta: en la narración de los Hechos, las palabras de Jesús despiertan en los apóstoles la débil esperanza de ver realizado el sueño del reinado mesiánico del que no han sabido desprenderse, un reinado de poder, tal y como ellos lo conciben: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?”. ¡Nunca acabaremos de entender que las cosas de Dios tienen poco que ver con los poderes y soberanías terrenas, aunque mucho con las cosas de la tierra! Por ejemplo, el señorío divino tiene que ver con la necesidad de pasar de una espera pasiva a una esperanza activa; pasar de pensar que todo ocurrirá según nuestros proyectos, a convertirnos nosotros/as en agentes y testigos del Proyecto divino.
Pero ese “paso” no podemos darlo sin ayuda: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos”. Sencillamente, no contamos con la fuerza necesaria para elevarnos de las cosas materiales y verlas desde su esencia más honda y auténtica. Por eso, el testimonio de Cristo transfigurado o resucitado y la manifestación de la gloria de Dios nos deja pasmados/as, sin saber cómo reaccionar. Pero hay algo de bueno en esa actitud tan humana que tiende a la pasividad: a través de la admiración, muy cercana a la contemplación, podemos disponernos para recibir la Fuerza del Espíritu de Cristo y llegar a conocer la gloria de la misión que nos es confiada.
“Jerusalén”, “Galilea”… El acontecimiento de la ascensión, según los textos que hoy contemplamos, se sitúa en dos ámbitos diferentes. Parece darse una contradicción, no obstante se trata de un escenario único: la vida de Jesús se mueve precisamente entre esos dos ambientes. En la ascensión (subida) se unen el comienzo y el fin. Es necesario despegarse de la realidad material para poder descubrir esa otra realidad en la que todo permanece unido aunque oculto a nuestros ojos: el proyecto vital de la persona va más allá de los contextos en los que éste se realiza: cielo y tierra, cuerpo y espíritu, tristeza y alegría… Ante esta evidencia, ante la presencia del crucificado-resucitado que lo aglutina todo y a todos en torno a él, cabe todo tipo de reacción: la postración (adoración), y la vacilación (duda).
En nuestra tarea misionera y testimonial habremos experimentado, sin duda, mucha debilidad y habremos cosechado más de un fracaso... Pero, todavía tenemos por delante el gran desafío: reconocernos portadores de la fuerza del Espíritu Santo y ser capaces de llevar al bautismo (a la pascua, a la resurrección), a un mundo que parece endurecido y seducido por muchas batallas que nada tienen que ver con el Evangelio, y mucho menos con el Dios que es Amor-Gracia-Comunión (Padre-Hijo-Espíritu Santo). Estando en medio del mundo como discípulos y discípulas del Maestro, seguimos aprendiendo de él y enseñando lo que su Espíritu ilumina dentro de nuestro corazón, del corazón de cada creyente.
La ascensión es comunión, vida divina participada: Jesucristo asciende y el Espíritu desciende… Dios está siempre saliéndonos al encuentro, sosteniendo nuestro ser y nuestra misión: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación…”. No hay nada que pueda desmentir la promesa de su permanencia en medio de nosotros, fortaleciendo nuestra misión con su Espíritu; ni todas las tragedias que se han vivido en la historia, ni las que todavía se seguirán viviendo, tienen el peso de la “gloria” (fuerza, firmeza, solidez,…) del Dios de la Vida.
No sabemos cuándo será el fin de la historia, ni cómo se producirá… Pero sí sabemos que en ese horizonte final, Jesucristo estará con su Iglesia. Porque siempre lo ha estado, a lo largo de tiempo. Entonces se dará la verdadera ascensión universal, comprenderemos al fin que no hay tanta distancia como imaginamos entre los divino y lo humano. Comprenderemos sus palabras: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. Esto es una Buen Noticia ¡¿Qué hacemos aquí plantados/as…?!
Trinidad León Martín mc