Biblia del mundo, Biblia de la Vida, Biblia Cristiana Biblia en América.Lección inaugural Univ.San Buenaventura, Bogotá

Se abre hoy el nuevo curso en la Universidad de San Buenaventura en Bogotá y otras ciudades de Colombia, hoy 18.02.2021 a las dos (hora española 8 de la tarde).

Lección inaugural a cargo de X. Pikaza. Condensará y aplicará para América el tema y proyecto de estudio bíblico de sus dos últimos libros: Ciudad-Biblia y Teología de la Biblia. Éste es el esquema básico:

a. Tres biblias: mundo, hondura personal, historia

b. Tres biblias monoteístas: Torah, Evangelio, Corán...

c. Biblia en América: Oportunidad, reto, camino.

d. La Palabra se hace Carne:Del Vaticano II al Papa Francisco: Experiencia y tarea de "conversión" mesiánica.    

c. Programa básico de lectura, estudio y praxis bíblica, desde las comunidades, según Ciudad-Biblia

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Biblia en América, tres biblias

 El único texto de teología cristiana es la Biblia. Ciertamente, ella es un libro de historia y geografía, literatura y liturgia, oración y derecho, economía y política y bastantes cosas más. Pero, al mismo tiempo y sobre todo, es la Palabra de Dios (=teo‒logía), para judíos y cristianos. Así lo supieron por más de doce siglos los creyentes de todas las iglesias, que no tenían más principio de vida cristiana que Jesús, ni más texto de Teología que la Biblia (Sacra Pagina, Página Sagrada).

Sólo a partir del siglo XIII, por interés racionalista y de organización eclesial, se empezaron a elaborar en el occidente latino libros de Derecho y Teología Dogmática (y después de eclesiología y moral, de sacramentología, misionología y moral… de carácter normativo, dejando la Biblia en el trasfondo como lectura arcana o cantera para sacar de ella propuestas, leyes y doctrinas de una Iglesia que empezaba a crear su propio sistema conceptual, apelando a la Biblia, pero en realidad casi sin ella. Esta situación se agudizó a partir del siglo XVI con la disputa católico‒protestante, que terminó dañando a unos y a otros; los protestantes corrieron el riesgo de separar la Biblia de la raíz vital de la Iglesia, y los católicos crearon un sistema eclesial sin Biblia, prohibiendo incluso su lectura a los fieles.

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Ésta es una historia conocida, y no hace falta recordarla. Lo cierto es que tras el concilio de Trento (1545‒1563) cierta jerarquía latina sintió el riesgo de una lectura indiscriminada de la Biblia y, creyéndose responsable de la buena interpretación de la Biblia, acabó prohibiendo su lectura en lengua vulgar a los seglares. Ciertamente, esa situación empezó a cambiar a partir del XIX, pero todavía, en pleno siglo XXI, quedan ciertos problemas no resueltos, pero la situación es hoy muy distinta, como ha puesto de relieve el Papa Francisco, en su Carta Apostólica, Motu Proprio, Aperuit illis (30.09.2019) sobre la lectura de la Palabra de Dios. 

  1. Biblia de Israel, Biblia de Jesús

 En contra de Marción y de otros gnósticos del II-III d.C. que rechazaban el AT por contrario al Evangelio, añadiendo que la biblia judía es no sólo insuficiente, sino incluso falsa, tenemos que mantener la Biblia entero, que se abre por Israel (con el Antiguo Testamento) a todos los pueblos de la tierra. En un sentido, la Biblia cuenta el “antiguo testamento”, es decir, el camino israelita que ha llevado a Jesús. Pero, en otro sentido, el Antiguo Testamento se amplía a todas las culturas e historias de la tierra, abiertas todas a Jesús, especialmente aquí, en América Latina.

Pues bien, en una línea convergente de oposición a Israel (y a las religiones particulares de otros puebloS, ciertos cristianos posteriores), hasta el mismo siglo XX, han rechazado (e incluso perseguido y matado) a los judíos como enemigos de Jesús, corriendo así el riesgo de condenar también (al menos, implícitamente) su Biblia (el AT) y con ella la raíz del cristianismo. Más aún, ellos no sólo han rechazado e incluso condenado a los judíos, sino a los hombres y mujeres de otras religiones, destruyendo las culturas sagradas de muchos pueblos de América Latina, en vez de haber dialogado con ellas, aprendiendo y enseñando al mismo tiempo.

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 ‒ En su raíz, la Iglesia ha mantenido el camino y palabra de Israel, no sólo como recuerdo pasado, sino como revelación permanente de Dios, centrada en el pueblo elegido, pero abierta, desde ese pueblo, a las naciones, de forma que Israel, al descubrir su verdadera identidad, ha debido trascenderla (no perderla), a fin de que todos los pueblos, siendo distintos, puedan vincularse a través del Dios de Jesucristo (que es el mismo Dios de Israel y de todas las naciones). Eso significa que, siendo tesoro muy particular de los judíos, que hacen bien al amarlo y a estudiarlo, el AT no es un libro exclusivamente suyo, sino que es también de los cristianos (que lo deben compartir con ellos), siendo, al mismo tiempo, un patrimonio universal de la humanidad.

La Iglesia ha tomado y entendido la Biblia de Israel desde la perspectiva de Jesús, no para cerrar su contenido, ni para tomarlo como propiedad exclusiva), sino para reconocer por un lado su origen judío, y para afirmar, al mismo tiempo, que ella está abierta a todos los pueblos, a fin de que llegue a su plenitud o cumplimiento mesiánico. En esa línea, los judíos nacionales, pueden y deben seguir leyendo su Biblia no sólo para beneficio suyo, sino para bien de los cristianos. Por su parte, los cristianos han de sentirse honrados de compartir con los judíos esos Biblia Hebrea (su AT), pero abriendo su historia, contenido y promesa a la humanidad entera.

‒ La Biblia es finalmente un libro y un espacio de encuentro con todas las religiones y culturas de la tierra… No es un “libro aparte”, sino el Libro con el que pueden dialogar todos los libros, todos los pueblos, como seguiré indicando. Ciertamente, la Biblia es “Una”, pero es una abriéndose en diálogo de vida a todas las biblias de la humanidad, a las religiones de todos los pueblos, no para condenarlas, sino para compartir con ellas un camino de humanización, en santidad, en justicia, en esperanza de resurrección, porque el centro y meta de la Biblia Cristiana es la “resurrección de Jesús”, entendida como principio de resurrección (recreación) para el conjunto de los pueblos, y para toda la humanidad, como lo ha puesto de relieve el Sínodo de la Amazonía, que nos ofrece las pautas para una nueva y más honda lectura de la Biblia.

Biblia ecuménica, tres biblias.

 Siguiendo en la línea de la reflexión anterior (teniendo en cuenta el contexto del Sínodo de la Amazonia, desde la situación actual del cristianismo y de la humanidad), podemos hablar de tres biblias o libros sagrados, como dijeron muchos Padres y Teólogos antiguos. Ciertamente, como cristianos, confesamos que la palabra de Dios se ha expresado de manera intensa a través de Jesús, cuyo testimonio ha sido recogido en la Biblia, centrada en su mensaje (Sermón de la Montaña) y en la experiencia de su vida y en su pascua. Pero desde esa Biblia Pascual de Jesús podemos abrirnos a toda la humanidad y recuperar el valor de las otras biblias, pues Dios no se ha hecho en Jesús puramente “cristiano”, sino “hombre”, se humanidad, principio de una nueva y más honda humanidad.

Biblia de la Naturaleza, Biblia Ecológica: Desde el sínodo de la Amazonia. Los cristianos aceptamos la biblia de la naturaleza, pues Dios habla por ella, como saben los que han dicho que hay dos “revelaciones”, una natural (por el mundo) y otra sobrenatural (en la historia de la salvación culminada en Cristo). Desde nuestra perspectiva, la revelación “natural” ha de entenderse también como “sobrenatural”, es decir, como expresión de la gracia universal de Dios, que actúa a través del mundo, de la naturaleza. En ese sentido, los cristianos seguimos siendo de alguna forma paganos: vemos a Dios y oímos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muerte.

Como ha puesto de relieve el Sínodo de la Amazonia, el primer libro de Dios es el mundo/vida del que formamos parte. Por eso, una Biblia escrita más tarde, desde la perspectiva de Israel y de la Iglesia primitiva, tiene que ayudarnos a reconocer el valor sagrado de la naturaleza y a dialogar con las religiones cósmicas no cristianas. En ese sentido, tenemos que hablar de una Biblia Ecológica, Biblia abierta al sentido de la creación, de toda la creación; por eso, ella empieza con el Dios creador (Gen 1‒3) y culmina con la nueva creación. Una Biblia que lo olvide no es Biblia.

De un modo consecuente, la Biblia cristiana no quiere destruir el valor de las religiones cósmicas (paganas), sino abrir con ellas un camino de humanidad, en una línea de respeto mayor hacia la naturaleza sagrada, como han puesto de relieve algunos movimientos ecológicos. En esa perspectiva debemos recuperar el carácter religioso del mundo y de la misma vida humana, el valor del varón y la mujer, en igualdad y complementariedad, el valor sagrado de la tierra, del agua, de la atmósfera, al servicio de la vida humana y de la justicia.

Sólo un Jesús que recupere y potencia la Palabra cómica y vital de Dios podrá ser inspirador y fuente de una Biblia abierta a todos los seres humanos. De un modo convergente, debemos recuperar por Jesús el valor de todos los pueblos y culturas de la tierra (con su biblia cósmica y vital), superando el exclusivismo de algunos grupos judíos que se consideraban depositarios privilegiados (y a veces únicos) de la revelación de Dios, como si ellos solos fueran dueños de la Palabra de Dios.

La Biblia de los seguidores de Jesús sólo será Palabra de Dios en la medida en que nos permita recuperar, por tanto, el valor sagrado de la naturaleza, la igualdad entre varones y mujeres y la apertura a todos los pueblos y culturas de la tierra. No será una Biblia para algunos, en contra de otros, sino Libro abierto a todos, desde el mundo (en fidelidad al cosmos), en una historia dirigida al encuentro universal. Sólo leída en esa línea puede entenderse de verdad.

2. Biblia interior.Hay una Biblia de la interioridad, como ha sabido San Pablo cuando dice que la Escritura o Carta de Dios está escrita en nuestros propios corazones (cf. 2 Cor 3-4). Sin esa voz interior, sin esta Palabra de Dios que resuena en la intimidad de cada ser humano, no se puede hablar después de una Biblia de Jesús. La primera Palabra de Dios no es un libro exterior (que puede escribirse con tinta o grabarse en un soporte electrónico), sino aquella Voz que se graba de una forma viva en cada corazón de hombre o mujer que la escucha o responde.

Según eso, el libro exterior está al servicio de ese “libro interno”, que es la verdadera Biblia de la Vida de Dios en cada uno de los hombres y mujeres. De esa Biblia interior (del Dios que inscribe su vida en aquellos que le acogen) han hablado no sólo las religiones orientales (budismo, hinduismo…), sino también los judíos y los musulmanes, que saben que existen un “libro celeste” que es la Voz del único Dios (como totalidad del ser y de la vida) que se expresa en muchas voces (pues habla y se deja grabar-acoger en cada uno de aquellos que le acogen).

Ésta es la Biblia de la Libertad de los pueblos y de los individuos, la Biblia del diálogo con las religiones orientales y con la modernidad…, pero sin olvidar que ella es, al mismo tiempo, Biblia de la naturaleza y de la justicia social, Biblia de la resurrección de todas las cosas (Ap 21, 5).

No tiene sentido hablar de un libro externo (de una Biblia multiplicada en miles y miles de letras hebreas o arameas, griega o árabes, castellanas o quechuas) si es que no hablamos antes de ese libro o Biblia interior, universal, que se expresa y se despliega en cada ser humano en la medida en que es capaz de escuchar la gran “Voz” y de dejarse llenar por la presencia sagrada. Al servicio de esa Biblia interior está la Toráh de los judíos, lo mismo que el Nuevo Testamento de los cristianos y el Corán de los musulmanes. Por eso, antes que hablar de disputa entre libros, debemos hablar de la unidad del Libro de Dios que se expresa en aquellos que le acogen en su interior, en una línea que vincula a todos los pueblos de oriente y occidente. Sólo leída así se entiende y aplica de verdad la Biblia cristiana.

 3. Hay, finalmente, una Biblia Histórica, fijada en un libro, que, estrictamente hablado, sólo se ha dado en las religiones proféticas, que han puesto de relieve la función de unos hombres especiales (Moisés, Jesús, Mahoma) por medio de los cuales Dios se ha manifestado o encarnado de un modo intenso, como dicen sus libros sagrados. Pero las religiones que admiten una “Biblia histórica” no pueden negar ni rechazar las biblias anteriores, sino que suponen su existencia, pues su Dios se manifiesta también por la naturaleza (como saben las religiones cósmica) y por la vida interior de cada ser humano (como saben las religiones de la interioridad). Pero, suponiendo eso, ellas añaden que ha existido una teofanía o manifestación histórica de Dios, que se ha expresado de un modo especial en unos libros

Aceptando lo anterior, estas religiones proféticas añaden que Dios se ha manifestado de un modo especial, diciendo una Palabra intensa, a lo largo de un proceso histórico o en momentos especiales, a través de ciertos individuos privilegiados, que son los profetas, cuya memoria se conserva en unos libros sagrados. A veces se ha pensado que este “revelación especial” inutiliza (o condena) las revelaciones, como si fueran menores, imperfectas o perversas. Así, los magos y sacerdotes paganos, que conciben a Dios como poder del cosmos, serían impostores, puros idólatras a quienes se debe “convertir” por la fuerza o exterminar. Por su parte, los místicos de la interioridad, que buscan a Dios dentro de sí mismos, estarían al fin equivocados, pues Dios no habla en el interior de cada uno, sino que lo ha hecho sólo a través de un profeta especial (Moisés, Cristo, Mahoma).

Pues bien, en contra de eso, los auténticos cristianos (y judíos y musulmanes) saben que sus profetas y sus “biblias” no van en contra de los libros de la naturaleza y de la interioridad, sino que nos ayudan a entenderlos, descubriendo y desarrollando mejor su sentido. Los profetas (autores de los libros sagrados de las religiones monoteístas) no son puros sacerdotes cósmicos, ni expertos en mística interior, sino hombres y mujeres que se atreven a escuchar y recoger la palabra de Dios en la historia, asumiendo así un camino y tarea de revelación que se expresa en la liberación de los oprimidos (judaísmo), de los pobres (Jesús) y de los marginados de su tiempo (Mahoma).

Las religiones proféticas pueden afirmar en un nivel la existencia de una teofanía y biblia cósmica, diciendo que Dios se manifestara por los grandes fenómenos y procesos de la naturaleza. Ellas admiten también la Biblia interior del corazón, por la que Dios habla directamente a cada hombre. Pero eso no les basta. Ellas añaden que existe una teofanía histórica, que ha quedado fijada en unos librossagrados. Esas religiones confiesan que Dios se ha manifestado diciendo su Palabra personal, a lo largo de la historia o en momentos especiales, a través de ciertos hombres privilegiados, que son los profetas, vinculados de un modo especial con sus libros sagrados. En esa línea anterior, podemos afirmar que para judíos, musulmanes y cristianos teofanía y profecía se acaban identificando y las dos se concretizan por fin en las Escrituras. «De muchas maneras puede revelarse y se ha revelado Dios en otro tiempo, pero básicamente lo ha hecho a través de los profetas... (cf. Hebr 1,1).

La “Biblia” de las religiones monoteístas. Tres lecturas

1. El judaísmo es religión del Libro de la Ley y del Pueblo que la cumple. Es importante para los judíos la transcendencia de Dios, la historia de su revelación y el mismo Libro santo (la Mikra, con sus tres partes: Pentateuco, Profetas, Escritos); pero en un sentido estricto, el judaísmo se define como religión de la Ley (de un tipo de vida que Dios mismo ha revelado para sus elegidos de su pueblo) y del Pueblo que la cumple, para así ofrecer así una señal de Dios a todas las restantes naciones de la tierra.

Los escribas judíos (los grandes rabinos) no se preocupan por deducir de la Biblia unas teorías sobre Dios o sobre el mundo, sino por fijar a partir de ella y de las tradiciones unas normas de vida. Les importa la ortopraxia más que la ortodoxia. Ciertamente, los judíos creenque la Ley es gracia, don de Dios, revelación de un misterio que les sobrepasa, regalo sagrado y salvador que Dios mismo ha querido dar a su pueblo para guiarle sobre el mundo. Pero, al mismo tiempo, los judíos se sienten llamados (casi obligados) a cumplir esa Ley como norma de vida nacional. Por eso, un judío es un hombre que se sabe vinculado a un pueblo elegido, con una ley religiosa, que por gracia de Dios es capaz de cumplir.

  1. El cristianismo, religión de Encarnación mesiánica. Allí donde los judíos ponen la Ley, ven los cristianos al Hijo de Dios, unido al Padre, dándonos su Espíritu. En ese aspecto, en el principio de su fe se encuentra (al menos implícitamente) la confesión trinitaria. Lógicamente, más que de una revelación del Libro, ellos hablan de una encarnación del Hijo de Dios en la vida y pascua de Jesús que aparece ahora como principio y cabeza del nuevo pueblo de Dios que desborda el ámbito judío y se abre de forma misionera a todas las naciones de la tierra. Sin duda, a ellos les importa también la ortopraxia, pero han puesto también de relieve la ortodoxia y, de un modo especial, la experiencia de la gracia universal. Lo que define a los cristianos es la experiencia mesiánica de liberación abierta a todos los pueblos de la tierra. Por eso, ellos han de ser testigos de la gracia universal. Por eso entienden toda la Biblia desde Jesús, centrándola en su mensaje (Sermón de la Montaña) y en la experiencia de su Pascua (Muerte y Resurrección).
  2. Sólo el Islam acaba siendo la religión profética por excelencia, la religión del Libro: Dios se manifiesta a través de la palabra de Mahoma, recogida en el Corán, formando una comunidad que quiere estar abierta a todos los hombres de la tierra, en gesto de fuerte sumisión a la voluntad de Dios. Los musulmanes no tienen pueblo escogido, en el sentido judío del término. Tampoco creen en la encarnación de Dios (ni en Cristo ni en Mahoma ni en ninguno de los hombres). Ellos insisten en la revelación del Libro de Dios (Corán), trasmitida por Mahoma a todos los pueblos de la tierra. Esa revelación suscita el Islam, término emparentado con sahlam/shalom que significa, al mismo tiempo, sumisión (a la voluntad de Dios) y pacificación (culminación de la historia, reconciliación entre los humanos). Según eso, más que alguien que cumple (judío) o que agradece y expresa en forma misionera la liberación ya realizada (cristiano), el musulmán es alguien que acepta la voluntad de Dios, tal como se expresa a través de la palabra de Mahoma (del Corán), para ajustar su vida a ella.

 Tres valores, tres riesgos

 Podemos resumir el tema. El judaísmo interpreta la Palabra de Dios o Biblia como ley nacional, identificando la voluntad de Dios con su identidad de pueblo elegido, esperando la paz escatológica en que se unirán todos los pueblos. El cristianismo entiende la Biblia, centrada en el evangelio, como expresión de la presencia de Dios en Jesús, donde el Reino de Dios se ha hecho ya presente para siempre. El islam entiende la Palabra de Dios, expresada en el Corán, como norma definitiva para todos los pueblos.

Islam. Riesgo de una interpretación literalista. La mayoría de los musulmanes tienen miedo a las ciencias humanas, especialmente al estudio histórico-crítico del Corán, como si la Palabra de Dios no tuviera nada que ver con el desarrollo psicológico y social de los hombres. Para ellos el Corán es Palabra de Dios al pie de la letra, en la forma en que lo dictó Mahoma y lo recogieron los primeros musulmanes. Por eso, no analizan literariamente su Escritura, ni sus tradiciones religiosas, como si el Corán fuera sólo Palabra de Dios y no fuera también palabra humana... Por eso, en general, los musulmanes no dialogan, sino que se limitan a repetir al pie de la letra lo que dice su Biblia/Corán. En esa línea, su Biblia corre el riesgo de cerrarse en sí misma. El día en que abran su Biblia, el día en que dialoguen con la Biblia judía y la cristiana y con la biblia de la Naturaleza y de la interioridad… podremos iniciar una nueva etapa de diálogo religioso y de renovación de la humanidad.

Exégesis judía. Interpretación nacional. La Biblia judía quedó fijada más o menos en tiempos de Jesús y desde entonces no ha cambiado el texto, pero sí las interpretaciones que se han hecho utilizando diversas técnicas literarias: el pesat buscaba el sentido literal o directo; el derás: buscaba el sentido derivado, sacando conclusiones; la halaká interpretaba los textos legales y la hagadá los textos históricos. Actualmente, judíos y cristianos leen juntos el Antiguo Testamento (la Biblia Israelita), pero los judíos lo hacen desde la vida y ley del pueblo de Israel y los cristianos desde Jesús (con la ayuda del Nuevo Testamento).

Exégesis cristiana. Los cristianos toman su Biblia como expresión de la Palabra de Dios, que se ha expresado de forma privilegiada en el camino que va de Israel a Cristo. No niegan el valor sagrado de otros libros, de oriente y occidente, y en especial del Corán, al que pueden toman y toman también como sagrado. Pero, para ellos, la revelación básica de Dios se da en la Biblia judía y de un modo especial en los evangelios del Nuevo Testamento, que trasmiten el testimonio de Jesús, para ser acogido y actualizado. Ellos confiesan en su Credo que el Espíritu Santo "habló por los profetas" y por eso ellos quieren entender la Escritura con la ayuda del Espíritu Santo.

               Con esto no quiero decir que la Biblia cristiana sea sin más la mejor de las biblias posibles… No quiero condenar ni destruir otras biblias, las de la Religión Amazónica con el Popol Vuh, ni eliminar el hinduismo o el budismo, ni excluir el judaísmo y el islam, sino abrir un camino de iluminación, humilde pero fuerte, en comunión con todos, en la línea del Vaticano II.

Biblia católica. Desde el Concilio Vaticano II: Siete principios

La revelación es un “misterio dialogal” (en el sentido bíblico), y se centra en el hecho de que Dios se manifiesta como Palabra (Verbum), es decir, en forma de comunión y comunicación. Quedaba así claro que Dios no revela “cosas”, sino que se revela a sí mismo, para que los hombres sean plenamente humanos “creyendo”, es decir, aceptando la vida como don de amor… Lo que importa no son unas teorías, sino un camino de vida, abierta en amor. En esa línea, el Concilio habla de auto-manifestación o auto-donación personal de Dios, que no quiere enseñar unas doctrinas a los hombres desde arriba, sino dialogar con ellos como amigo, entrando en su vida. Dios no se impone, sino que abre su intimidad para que los hombres y mujeres puedan vivir en ella (en el interior de Dios), en conversación abierta a la respuesta (es decir, en actitud responsable), comunitaria. La revelación constituye por tanto es un diálogo de Dios con los hombres, a lo largo de una historia de salvación, en línea creyente (es decir, de fe personal). Dios cree en los hombres, para comunicarse a ellos; los hombres pueden creer en Dios, para acoger su palabra (cf. DV 4-5).

La revelación se centra en Cristo o, quizá mejor, se identifica con el mismo Cristo, es decir, con su vida mesiánica (DV 4). La revelación no trata de Jesús, como si él pudiera separarse de ella (o ella de Jesús), sino que se identifica con el mismo Jesús, que así aparece como Verbo Encarnado, es decir, como la Biblia y Tradición hecha “persona” en su misma vida humana. La revelación no es un libro (aunque el libro del AT y del NT sea importante), ni es un conjunto de verdades recogidas y transmitidas en un “depósito” o sistema doctrinal (aunque ese “depósito”, bien entendido sea también importante), sino que ella se identifica con un Hombre (Hijo de Dios), en quien Dios expresa su plena verdad (es decir, su amor creador) y en quien se condensa la historia de los hombres.

La revelación se transmite a lo largo de la historia… Dios habla a los hombres de tal forma que ellos pueden transmitir (comunicarse) la Palabra. No es que ella imponga una verdad externa (independiente de la Tradición), sino que esa misma Tradición forma parte de la Revelación, que habla a los hombres en el mismo proceso (despliegue) comunitario de la vida humana. No hay una Revelación acabada y perfecta, que después se transmite a los hombres, sino que la misma transmisión (comunicación humana), a lo largo de la historia forma parte de la revelación de Dios. Eso significa que, en vez de estar “fijada” en forma canónica, independiente de la vida de los hombres, la Escritura se expande en una Tradición viva, a lo largo de la vida de los creyentes (cf. DV 9).

Palabra en Iglesia. La revelación de Dios resulta inseparable de la comunidad de aquellos que la acogen, la viven y la transmiten, es decir, del pueblo de Israel y, en el caso cristiano, de la Iglesia. No se puede hablar de Revelación en sí, sin una comunidad que la reciba y entienda, y se deje transformar por ella, porque la Palabra sólo es tal en la medida en que se dice, se acoge, se responde, en una historia de comunicación social. Ciertamente, puede haber (y hay) unos intérpretes privilegiados de esa Palabra que son aquellos que la han “fijado” por escrito (hagiógrafos), y también los ministros de las comunidades, encargados de mantener vivo el impulso de la Palabra (ministros que en la Iglesia constituyen eso que se llama el “magisterio” (DV 10), pero la Biblia no queda en manos de unos ministros superiores, sino de la misma Iglesia.

Sagrada Escritura, libro de toda la Iglesia, no sólo de algunos especialistas o de una jerarquía separada del pueblo cristiano. Una división estamental de la Iglesia en clérigos y laicos, unida a la falta de conocimiento de gran parte del pueblo cristiano y, especialmente, al miedo del “libre examen”, propio de un tipo de protestantismo, hizo que a lo largo de siglos (desde el Concilio de Trento) la Biblia dejara de ser libro del pueblo, convirtiéndose sólo en texto particular de la Jerarquía (Magisterio) y de los teólogos (que se tomaban como parte de la Jerarquía), en un tiempo en que una parte siempre mayor de la población empezaba a leer. Pues bien, en ese mismo tiempo, los cristianos en general dejaran de tener acceso a la Biblia, convirtiéndose en “analfabetos” religioso, sin más obligación que la de “escuchar y aprender” lo que dijeran los clérigos. De esa manera, la Escritura, leída además en latín, conforme a una traducción canónica (la Vulgata), se convirtió en libro de clérigos, interpretada por ellos, de un modo doctrinal y moralista para el pueblo (pero sin el pueblo). Pues bien, en contra de esa larga “tradición”, la DV 23-25 pide a todos los cristianos que lean a interpreten la biblia, sea en los textos originales, sea en buenas traducciones, inaugurando así una nueva etapa en la historia de la Iglesia católica.

Escritura, libro de la comunidad cristiana. Ciertamente, la DV 10-13 sigue pidiendo al Magisterio que acompañe y guíe a los cristianos en la lectura e interpretación de la Biblia, pero con dos grandes novedades. (a) Desde el momento en que todos pueden (y deben) leer la Biblia, en continuidad con la tradición de la Iglesia, el Magisterio pierde su carácter anterior de “precedencia” o superioridad. Jerarcas y pastores no son ya personas que “saben más” (los únicos que pueden leer, como antaño), pues hay muchos cristianos que saben más que ellos, conociendo mejor la vida de la Iglesia. Eso significa que el Magisterio (obispos y clero) deben encontrar un nuevo espacio de comunión dentro del conjunto de la Iglesia. (b) Desde el momento en que la Revelación no se entiende ya como un “depósito de verdades”, sino como experiencia de comunión con el Dios de Jesús, en vinculación con la Eucaristía (mesa de la Palabra y de la mesa del Pan), la Biblia se encarna y despliega en la vida de la comunidad.

Sagrada Escritura y Teología. Antes del Concilio, al menos desde Trento, la Teología se había separado del estudio de la Biblia, convirtiéndose en una especie de saber autónomo, fundado en ciertas tradiciones de la Iglesia. De esa forma, los teólogos acudían a la Biblia como a una “cantera” para extraer algunas verdades que sirvieran de prueba para los razonamientos dogmáticos. En contra de eso, la DV 24 pide que la Escritura sea como “el alma de la Sagrada Teología”, recuperando de esa forma una tradición antigua de Oriente y Occidente, pues sólo a partir del siglo XIII habían comenzado a existir texto de teología autónomos, separados de la Biblia (las Sentencias de Lombardo y después la Suma de Santo Tomás de Aquino). Pues bien, al retomar como base la Escritura, la Teología vuelve al principio de la Revelación bíblica, centrada para los cristianos en Jesús, en el contexto de la búsqueda y experiencia religiosa de la humanidad.

             Éstas son algunas de las aportaciones del Concilio Vaticano II en la conciencia y vida de la Iglesia, y muchos las han valorado y las siguen valorando, con matices distintos, tanto en línea de apertura (los que toman el Vaticano II como principio de una transformación que sigue en marcha y no ha logrado todavía su pleno desarrollo), pues muchos han recibido y siguen recibiendo con recelo las aportaciones del Concilio, para integrarlas de nuevo en una visión puramente jerárquica de la Iglesia donde un tipo de “tradición” y de magisterio sigue estando por encima de la Biblia).

 En contra de ese intento de retorno a un tipo de tradición magisterial impositiva (propia del segundo milenio, no del principio de la Iglesia), el Vaticano II ha puesto de relieve que la Revelación se expresa y acontece en la totalidad de la vida de la Iglesia. Ella se identifica por tanto con la misma hondura y sentido de la vida de los hombres, condensada de forma ejemplar en Jesucristo. De esa se vinculan la revelación de Dios y la vida de los hombres. En otras palabras, la revelación se identifica con el despliegue personal de los hombres y mujeres, en un diálogo creador de vida, que se centra en la justicia y el amor de Jesús, abierto a la justicia y solidaridad que conducen a la resurrección (vivificación) de los muertos, no sólo después de este mundo, sino en este mismo mundo.

Entendida así, según el Concilio Vaticano II, la revelación bíblica abre un espacio de libertady comunión para todos los hombres, superando un tipo de sumisión anterior, cuando se creía que sólo los clérigos (Magisterio) sabían y que el resto de los fieles debían limitarse a escuchar (obedecer) la palabra de los pastores. Ciertamente, entendida en su plenitud, la revelación implica no sólo una historia, sino también una comunidad de creyentes). Pero no es una comunidad de imposición de unos sobre otros sino de comunicación de todos en línea de enriquecimiento mutuo y de búsqueda compartida. Por su misma naturaleza (vinculada a la entrega liberadora de Jesús por el Espíritu), la experiencia cristiana, implica una escucha común de la Palabra, al servicio de la implantación del Reino de Dios. 

Una historia que no ha terminado. El Papa Francisco

La Constitución Dei Verbum ha sido no sólo un lugar de llegada (como han puesto de relieve las observaciones anteriores), sino también un importante punto de partida, tanto en un plano magisterial como teológico. Pues bien, en este contexto, ya en tiempo de Pablo VI, pero especialmente a partir de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, en general, el Magisterio ha tendido a ser “conservador”, admitiendo, sin duda, las novedades de la Dei Verbum, pero queriendo reintroducirlas dentro de una visión orgánico de la Iglesia. En esa misma línea se sitúan algunos obispos y teólogos que, con un término quizá poco exacto, podemos definir como “tradicionalistas”. Pues bien, en contra de eso, con su Motu Propio Aperuit Illis (2019), el Papa Francisco ha querido abrir un camino de libertad y comunión creadora en la lectura y “encarnación” de la Biblia. Pues bien, a pesar de las restricciones anteriores parece que la suerte está echada y que la Iglesia en su conjunto no puede volverse atrás, olvidando los retos y propuesta del Vaticano II (Dei Verbum), y así lo ha puesto de relieve el Papa Francisco en todo su magisterio, y especialmente en la promulgación del Año de la Biblia (2020) y de la celebración cada año del Domingo de la Palabra (el domingo 3º) del tiempo ordinario invitando leerla y entenderla (acogerla) sin restricciones. En esa línea, a modo de ejemplo, quiero destacar algunos caminos abiertos en la acogida y estudio de la revelación.

– Tradición y tradiciones. En los tiempos anteriores, dentro de la Iglesia católica, se tendía a destacar una única tradición, que resultaba normativa, de tipo helenista y romano, tal como se expresa en los primeros concilios (celebrados en el ámbito de la iglesia oriental antigua) y como ha desembocado en el magisterio de la Iglesia occidental (representada sobre todo por los papas, a partir del siglo XII-XIII). Pues bien, sin negar el valor de esa línea, partiendo de los estudios ya evocados de Y. M. Congar, debemos distinguir entre las tradiciones particulares (en especial las de la Iglesia Católica) y la gran Tradición de la Iglesia universal, que no puede ponerse al servicio de una determinada iglesia. El mismo Nuevo Testamento ofrece el testimonio de una pluralidad de tendencias o tradiciones (judeo-cristiana y helenista, paulina y petrina, apocalíptica y sapiencial…), que dialogaron y se vincularon para formar la Gran Iglesia, si que una se impusiera sobre otras. En este momento volvemos a encontrarnos en una situación semejante, en se requiere el respeto mutuo y el diálogo entre todos, sin que ninguna tradición quiera imponerse sobre las restantes en la lectura de la Biblia (y, en general, en la acogida de la revelación)

– Interpretación de los dogmas. Los estudiosos de la Biblia han venido aplicando una hermenéutica plural al estudio de los textos. Así, por poner un ejemplo, ellos se sienten con gran libertad para re-situar y re-interpretar las tradiciones sacerdotales del Pentateuco y de los libros de Esdras-Nehemías, destacando lo que sigue siendo válido y lo que debe superarse. Lo mismo sucede en las tradiciones y tendencias doctrinales del NT, entre Pablo y los sinópticos, Juan y el Apocalipsis. Pues bien, los teólogos no han tenido esa libertad para situarse los concilios (como el de Calcedonia o el de Trento), de manera que han venido repitiendo las formulaciones dogmáticas de un modo literal. Pues bien, tras la Dei Verbum, esa la situación ha a cambiar. Ciertamente, los “dogmas” de la Iglesia son venerables, y se deben recibir con máxima respeto; pero no todos tienen el mismo valor, ni deben entenderse de la misma forma (o de una única forma). En este contexto, quizá la mayor aportación de la teología en los últimos años ha sido el descubrimiento de la diversidad de las tradiciones bíblicas y eclesiales, que deben seguir dialogando, incluso allí donde parece que algunos caminos se han cerrado en falso. En ese sentido se podría hablar de una recuperación dialogal de los «vencidos» de la historia antigua (arrianos y pelagianos, nestorianos y monofisitas), no para invertirla sin más, sino para retomar mejor su problemática y para asumir mejor el sentido de sus formulaciones.

– Comprensión del Magisterio Los teólogos católicos aceptan el Magisterio como fuente teológica o, quizá mejor, como expresión indicadora e incluso reguladora de la lectura de la Biblia. Pero, en su forma actual, muchos piensan que el intento de resolver todos los temas desde una “orientación” muy dogmática, resulta excesiva y unilateral. (1) Es excesivo, porque quiere dirimir con fuerza externa las cuestiones de interpretación bíblica, impidiendo quizá que la misma Revelación hable y se exprese en el conjunto de la Iglesia. (2) Es unilateral, porque asume y desarrolla una línea teológica que no representa al conjunto de la Iglesia Católica (universal) y no responde a la riqueza y pluralidad de las tendencias católicas. Muchos teólogos hemos pasado de una interpretación directiva del magisterio, que define y dirime los puntos básicos del dogma y de la teología, a una visión dialogante de ese mismo magisterio, en una línea que nos permite recuperar el diálogo ecuménico: ortodoxos, protestantes y otros grupos de cristianos sólo podrán sentirse unidos a la iglesia «católica» en la medida en que el Magisterio de esa iglesia deje de ser normativo en la forma actual y se vuelve signo dialogal de animación creyente, al servicio de la unidad del conjunto de las iglesias.

– División entre exegetas (teólogos). Éste es quizá el campo de fricción más significativo para la valoración de las fuentes de la teología. (1) Por un lado ha estado el magisterio romano que sigue queriendo imponer su visión dogmática y teológica, definiendo y decidiendo (casi) todo, como si tuviera horror al vacío teológico y a la libertad de diálogo entre los creyentes. (2) En esa línea se mueven los teólogos más romanos, que tienden a cultivar su teología a partir del magisterio, como si fueran sólo unos comentadores de los documentos pontificios; ellos representan la teología que suele tomarse como oficial y, de un modo bastante generalizado, rechazarían y rechazan las visiones hermenéuticas que estoy proponiendo. (3) Otros teólogos se muestran mucho más libres y, sin criticar abiertamente los documentos de los Papas, Congregaciones y Comisiones pontificias se sienten libres para elaborar de un modo creador su propia teología. Hay una división teológica, que viene determinada por la diversidad de las «comunidades teologales». El camino para el diálogo de todos sigue estando abierto, aunque hay dificultades de una parte y de la otra. Algunos han llegado a decir, con exageración, que estamos ante una situación casi esquizofrénica, es decir, de escisión profunda en la valoración de las fuentes teológicas

–En contra de la endogamia. El Magisterio Romano ha tendido a alimentarse de unos textos normativos de su propia tradición, realizando en general un ejercicio selectivo de endogamia teológica. En contra de eso, aceptando las aportaciones de ese Magisterio, el conjunto de la teología católica (cristiana) debe sentirse capacitada para escuchar de forma creadora la Palabra. El ideal de la unidad cristiana, propuesto por Jn 17-18 y por el conjunto de la Biblia, no es la uniformidad doctrinal, impuesta de un modo jerárquico, sino la comunión en la diversidad (el pacto entre sacerdotes y profetas del AT, la comunicación entre las diversas tendencias del NT). Eso significa que la unidad no puede venir dada por la uniformidad ministerial y magisterial (que ha tendido a nivelar y suprimir las diversidades bíblicas), sino por el diálogo entre las diversas iglesias y tradiciones eclesiales, partiendo de la misma diversidad dialogal de la Biblia.

– Revelación y revelaciones. Una vuelta a lo religioso, es decir, a la universalidad. Quizá el mayor cambio realizados a partir del Vaticano II en el campo de la revelación es el que está vinculado con el diálogo religioso, no sólo entre las religiones monoteístas (Dios se ha revelado y se sigue revelando al judaísmo y al Islam), sino también con las otras religiones, en especial con las de oriente (hinduismo, budismo…). Así podemos hablar de una revelación universal (la misma vida humana es manifestación de Dios) y de revelaciones especiales, tal como se han dado y se siguen dando en las diversas religiones. En esa línea se han situado muchos teólogos importantes, como J. Dupuis (1923–2004), proponiendo un diálogo donde las religiones aparezcan como caminos de salvación, es decir, como experiencias de revelación. Significativamente, el Magisterio ha puesto de relieve las dificultades de este proyecto en una serie de documentos de la Congregación para la Doctrina de la fe: Condena de A. de Mello (1998); Notificación a J. Dupuis (2001); Dominus Iesus (El Dios de Jesús y el Dios de las religiones, 2000). Pero ese camino de condenas parece haber terminado con el Papa Francisco, de manera que nos encontramos ante una nueva situación.

 De esta forma queda abierto el tema del estudio y la interpretación de la Biblia que ha de hacerse ante todo en tres líneas convergentes:

  1. La fidelidad a la Biblia en cuanto tal, estudiando su sentido propio, su letra, su historia. Venimos de una tradición bíblica, de Abraham y de David, de Isaías, Jeremías y Daniel, de la esperanza de Sión… Somos herederos de todo el pasado de la humanidad. Pero, de un modo especial, por medio de la Biblia somos herederos de la historia de los profetas y del Señor Jesucristo.
  2. Fidelidad social… La Biblia de Jesús es el libro de un “condenado a muerte”, el libro de todas las víctimas. Ciertamente, es el libro de todos, pero no de todos por igual, sino a partir de los crucificados de la historia. La Biblia recoge la voz de todos los crucificados, de los rechazados sociales, de los pobres, de los derrotados. Si olvidamos eso o no lo tenemos bien en cuenta destruimos y negamos su sentido.
  3. Apertura universal. La Biblia es un libro abierto al encuentro y diálogo de las religiones y culturas, en línea de gratuidad y esperanza de resurrección. No es libro en contra, sino a favor de todos, partiendo del Dios de la vida, que es el Padre de Nuestro señor Jesucristo
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