Celibato ministerial, celibato por el Reino (Mons. Uriarte y X.Pikaza).

Publiqué el pasado 12.2.24 una presentación, con largo desarrollo personal,  del último libro de Juan María Uriarte: "Sexo y Género a debate", Mensajero, Bilbao 2024. Me preguntó que estaba escribiendo, y le dije que en dos semanas le mandaría mi libro sobre “Compañeros y amigos de Jesús. La iglesia antes de Pablo (Sal Terrae, Santander 2024), que saldría en la misma colección de su libro “El celibato. Apuntes antropológicos, espirituales y pedagógicos (Sal Terrae, Santander 2019). Le dije que ambos libros, el suyo y el mío podrían completarse, uno en línea más “ministerial” y otro en línea mas “carismática”.

Juan María Uriarte - Noticias, reportajes, vídeos y fotografías ...

Quedamos en seguir tratando sobre el tema. Pero a los pocos días (17.2.24) falleció Uriarte y han sido muchísimas las personas que le han recordado, valorando su obra, en diversos medios eclesiales y sociales.   

Juan María Uriarte ha sido quizá el más significativo de los obispos vascos y españoles de las últimas décadas, el que mejor ha expuesto y defendido el celibato ministerial del clero católico (masculino).

Es la obra más valiosa que yo conozco sobre el tema en el contexto de la teología y vida de las iglesias hispanas (a un lado y al otro del Atlántico). Me hubiera gustado mucho comentar y comparar con él su obra y la mía.  Vayan las reflexiones que siguen como testimonio de mi admiración y cariño. 

Hoy, 27.2.24,  a los 10 días del fallecimiento de Juanmari Uriarte, quiero retomar mi reflexión sobre su última    (Sexo y Género a Debate, Mensajero, Bilbao 2024) quiero recordar, fijándome de un modo más concreto en su obra esencial sobre el Celibato. Dentro de unos días, para completar su “trilogía” básica, intentaré entender y comentar desde mi perspectiva la la tercera de sus obras fundamentales sobre la Reconciliación (Sal Terrae, Santander 2013).

 Y con esto puedo ya pasar a la obra de Juanmari , sobre el  celibato., insistiendo en algunos de sus elementos fundamentales,  para presentar después mi visión del tema en “Compañeros y amigos de”.

No pongo separación estricta entre lo que es más de Uriarte y lo que es más mío”. Interprete el lector. Yo soy algo más biblista teórico. Uriarte ha sido mucho más “animador de iglesia”, antropólogo, psicólogo, hombre de paz. Ha sido un honor para mí   haber conversado con él sobre estos temas, haberle presentado algunos “esquemas bíblicos” para seguir conversando y buscando caminos de evangelio y reino de Dios. Vayan estas páginas como testimonio de admiración y gratitud.

EL CELIBATO EBOOK | JUAN MARIA URIARTE | Descargar libro PDF o EPUB ...

1.El celibato. Apuntes antropológicos, espirituales y pedagógicos, Sal Terrae, Santander  2019, 5ª ed. 192 pags.

   Esta obra de finísima factura de detalles y desarrollo temático, expone los rasgos o elementos centrales del “celibato” católico,  estudiado básicamente desde una perspectiva ministerial, propia de los presbíteros y obispos de la iglesia latina, teniendo en cuenta tres planos: antropológico, espiritual y pedagógica,  como dice el subtítulo.   Uriarte tiene en cuenta otros aspectos  como el bíblico y el jurídico, pero no los desarrolla de un modo consecuente.

Es un libro sobrio, que quiere limitarse a lo esencial,  expuesto en forma narrativa, sin entrar en discusiones técnicas de detalles: No se ocupa del “celibato femenino”, pues en este momento no existe un celibato ministerial  femenino; ni trata de un posible cambio jurídico  (como seria la abolición del celibato obligatorio para los presbíteros y obispos).

   La obra tiene un profundo anclaje cristológico, de forma que puede interpretarse como una reflexión ampliada sobre la figura y obra del Cristo Célibe, tal como puede aplicarse a los ministros célibes de la iglesia. Es una obra expositiva,  sin condenas, sin estrechamientos canónicos ni moralizantes, obra de apertura hacia un ideal intenso y extenso de celibato, que se puede aplicar no sólo a los ministros célibes de la iglesia católica latina, sino de un modo más extenso a todos los cristianos, llamados a ser “célibes” en Cristo (testigos de un amor no dividido) que se centra en Cristo y se abre a todos los hermanos

.Uriarte empieza diciendo que “El celibato aparece en nuestros días como una de las realidades más originales y más contestadas del cristianismo. El historiador sabe que ha sido así desde el principio». Éstos sus cuatro motivos principales:  

  • - Uriarte quiere estudiar el celibato desde la antropología, la teología, la espiritualidad y la experiencia del trato pastoral con muchos célibes. Su reflexión parte del análisis del contexto cultural en que los sacerdotes viven hoy el celibato (cap.1).
  • - Uriarte expone de forma sencilla, pero suficientemente rigurosa, algunas tesis sólidas de antropología sexual, poniendo de relieve que el celibato auténtico no es una negación de la sexualidad, sino otra manera de vivir nuestra condición sexual (cap. 2).
  • - En tercer lugar, Uriarte recoge, expone y justifica algunas afirmaciones de la antropología del celibato, orientadas a descubrir su posibilidad y su dignidad humana, hoy cuestionadas por la mentalidad predominante positivista, centra en el poder y placer de los hombres y mujeres (cap. 3)
  • - En cuarto lugar, Uriarte muestra las dimensiones básicas del celibato ministerial cristiano (cristológica, eclesiológica y escatológica), trazando al fin una comparación entre el celibato y el matrimonio cristiano, ¸en forma de confrontación y complementación. que desvela el carácter complementario de ambos estados de vida

 1. Jesús célibe. Experiencia bíblica y eclesial

  El celibato de Jesús puede tomarse por un lado como un “estrechamiento” (una limitación), pero, en otro  sentido quiere ser un  ampliación y enriquecimiento de la vida humana. El celibato de Jesús y de sus seguidores (varones o mujeres, ministros oficiales) sólo tiene sentido expansión universal de su vida, en apertura de diálogo y amor a varones y mujeres, clérigos y laicos, en el sentido de Gal 3, 28).

   Por un lado, el celibato puede tomarse como expresión máxima de la individualidad humana. Cada cristiano es un “yo mismo”, una persona única y singular, capaz de salvar su vida o de perderla. En esa línea, el celibato  tiene un momento de  aislamiento pleno, de limitación de pobreza.: Jesús no puede tomar ni asumir nada como propio, ni siquiera su propia vida.     En este sentido, vinculados al Cristo crucificado, todos los creyentes se des­cubren "célibes", es decir, solitarios: hay un momento de cruz y soledad en to­da existencia humana, un momento de pobreza radical y muerte, que descubri­mos de manera intensa en el destino de Jesús. Por eso decimos que es célibe.

Pero esa soledad es, al mismo tiempo, principio de apertura y fraternidad universal.    Según la tradición, Jesús no se ha perpetuado su vida en en unos hijos de carne, que transmi­ten su memoria. Ciertamente, el Nuevo Testamento cita  sus "hermanos" y afirma que algunos de ellos (Santiago, Judas, etc.) dirigieron la iglesia de Jerusalén. Pero esos hermanos de familia pequeña forman sólo un grupo en el conjunto de la Iglesia. La experiencia de Jesús se ha expandido a través de grupos más ex­tensos de discípulos, amigos y mujeres que "le han visto" tras la muerte, co­mo el que está en medio de ellos, vivo, expandiendo vida humana (cf. Hech 1, 13-14).

En este contexto le llama la Iglesia el Señor (=Kyrios), como aquel que ha dado su vida a todos y por todos (Flp 2, 6-11) Jesús no transmite su herencia por familia pequeña, no funda un califato, donde el poder va pasando por generaciones, de padres a hijos, como en las dinastías de reyes y sacerdotes  de Israel, que era levitas por genealogía, conforme a un orden de familias superiores de tribu, de clan… Jesús no dice a los suyos "creced y multipli­caos", como dijo Dios a los hombres al principio de los tiempos (cf. Gen 1, 28), sino "haced discípulos (=extended la fraternidad de vida ) a todos los pueblos" (cf. Mt 28, 16-20),

A lo largo de siglos,  el celibato abierto a la fraternidad y amistad universal ha sido un medio muy apto para superar el "califato", es decir, la transmisión hereditaria de los honores de clan y de tribu. Frente a la "nobleza" medieval de sangre, el poder de los "príncipes de la Iglesia" viene unido al carisma y a la elec­ción comunitaria, al compañerismo (compartir el pan) y a la amistad (no os llamo siervos, sino amigos: Jn 15,15).

El celibato del clero, sobre todo del alto clero, fue necesario y beneficioso para el mantenimiento de una estructura jerárquica de la iglesia (sólo Jesús es verdadero Señor). Por eso, en la iglesia no se puede hablar de otros señores, de otros jerarcas, en el sentido radical de la palabra. Sólo hay un señor, todos vosotros sois hermanos, sólo hay un “rabbi” o maestro, todos vosotros sois discípulos (Mt 23). 

2. Algunos símbolos del celibato cristiano en la iglesia.

- El celibato es símbolo de amor universal, centrado en Jesús como amigo del alma. Este celibato de amor universal, vinculado a Jesús “amigo de todos” ha sido más desarrollada por mujeres, pero también por varo­nes, al menos desde la Edad Media. Tiene raíces bíblicas, pues el mismo Nuevo Testamento presenta a Jesús como esposo (en una tradición múltiple, presente en Mt y Lc, en Pablo y Juan), siguiendo una experiencia muy hon­da de los profetas del amor de Dios, desde Oseas y Jeremías hasta el segundo Isaías hasta Zacarias y Sofonias.

  • En esta línea, el celibato cris­tiano tiene un sentido carismático, una experiencia de fondo místico y mesiánico, de comunicación o esponsalidad (unión personal) con Jesús, quien viene a presentarse como encarnación del amor de Dios, tal como lo han puesto de relieve varias santas medievales y, de un mo­do especial, los contemplativos del Carmelo (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz), vinculada a la experiencia fuerte de “compañía” en la tarea de transformación del mundo, propia de Ignacio de Loyola y de sus seguidores y seguidoras a partir del siglo XVI.
  • Esta no es una experiencia exclusivamente cristiana, sino que puede encon­trarse en ciertas formas de ministerio hindú y budista y, sobre todo, en la ex­periencia mística de los grandes sufíes musulmanes, que ha desarrollado for­mas de celibato misitco cercanas al cristianismo. El celibato apa­rece así como expresión del enamoramiento supremo, en formas de "erótica" espiritual que constituyen una de las cumbres de la literatura y la mística cris­tiana. 
  • -El celibato puede tomarse también como experiencia de colaboración con Jesús en su tarea apostólica. En esa línea ha podido hablarse de Cristo como Capitán (=cabeza) o Gran Rey que quiere compañeros y amigos que dejan a un lado, por amor universal unas formas menores de familia y posesiones para así seguirle, en la tarea de sembrar y extender humanidad de amor sobre el conjunto de la tierra Así se ha llegado a decir que el celibato es un "capital" de la Iglesia católica: un tesoro que le ha permitido realizar funciones que otras iglesias o comuni­dades cristianas apenas  logrado, pues han carecido de "liberados" de amor para el servicio mesiá­nico.

Mal entendido. cumplido por ley, al servicio de un “poder y dinero” que Jesús ha superado de un modo radical, cierto celibato ha podido convertirse en el peligro supremo de la iglesia.  Entre lo mejor (un celibato carismático de amor y libertad, para la compañía amorosa y la fraternidad universal, en fuerte pobreza: desprendimiento de todo egoísmo posesivo) y lo peor (un celibato al servicio del poder, de la seguridad propia y del dinero) se han abierto y pueden seguirse abriendo puertas giratorias que son peligrosísimas. En este campo se cumple, mejor que en todos los otros, la experiencia de que la “lo peor que hay en el mundo es la corrupción de lo mejor: corruptio optimi pessima).   

3. Amor de celibato, amor compasivo. El gran riesgo del celibato sin amor

Así lo ha puesto de relieve el mejor budismo, así lo han destacado desde el comienzo a la iglesia cientos y miles de mujeres y varones que han dedicado su vida al amor compasivo hacia los necesitados de amor y de vi, en la línea de Mt 25,31-46: Tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y cuidasteis de mí, no sólo en un plano de cuidado material, sino y sobre todo de cuidado, compañía y fraternidad amorosa, desde el fondo de la vida.

            Pero este amor de compasión celebratoria puede convertirse, y a veces se ha convertido, en expresión de poder como dominio, no como amor de comunión de vida, como ha puesto de relieve el programa supremo de amor de la iglesia, convertido en aviso para aquellas personas e instituciones que pueden convertir el “celibato” de servicio gratuito en forma refinadísima y perversa de dominio sobre los demás, en orgullo propio y esclavizamiento de otros.

1Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. 2Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. 3Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría  (1 Co 13).

Ésta es la mística perversa o mejor dicho la perversión mística del amor, propia de aquellos que quieren hablar “lenguaje de ángeles” para así dominar a los demás sin amarles. Esta es la perversión de los falsos profetas, constructores de montañas religiosas, de obras impresionantes de aparente servicio a los demás, pero que en el fondo no son más que una forma sin amor, sin contacto personal, sin cercanía de comunicación amorosa, desprendida… Este es el falso celibato de los que entregan su cuerpo a las llamas de un martirio externo o interno,  con inmenso sacrificio externo, pero sin amor.

Este ha sido y puede seguir siendo el gran riesgo de un celibato al servicio de la institución episcopal y presbiteral.  Éste sería  el celibato entendido como expresión de poder místico (hablar en lenguas), y poder administrativo (crear grandes obras de servicio externo en la iglesia. Frente a este  riesgo han de cerrarse todas las puertas de un celibato entendido como poder, para recuperar la libertad gozosa, amorosa, personal y comunitaria de un amor que es compasión y madurez afectiva.    

En contra de eso, el celibato de Jesús no es una expresión de superioridad, sino que se encuentra vinculado a su opción a favor de los "po­bres sexuales", es decir, de aquellos que no pueden mantener una relación fa­miliar estable, socialmente reconocida: los leprosos y las prostitutas, de los que la tradición evangélica ofrece un abundante testimonio, lo mismo que los ho­mosexuales (a los que alude de forma velada pero muy fuerte el texto del cria­do-amante del centurión al que Jesús "cura": Mt 8, 5-13).

En este fondo se ins­cribe la expresión y experiencia de los "eunucos por el Reino de los cielos" (Mt 19, 12), que sitúa a los seguidores de Jesús en el espacio humano de los mar­ginados sexuales, por razón biológica o social. Por eso, el celibato en la Igle­sia de Jesús no es una forma de elevarse sobre los demás, en pureza y digni­dad, sino de solidarizarse con el último estrato afectivo de la humanidad, con los sexualmente destruidos; así aparece como un gesto extrañamente peligroso y fuerte, como una opción a favor de los hombres y mujeres más problemáti­cos del "buen sistema", para acompañarles de un modo afectivo y servicial.  

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4. Compañeros y amigos de Jesús (Sal Terrae, Santander 2024, 424 págs)

Jesús fue célibe con compañeros y amigos. No hizo promesa de celibato (como la iglesia latina exige a los presbíteros y obispos), ni hizo voto de castidad, como se hace en las órdenes religiosas (con compromiso de vida en comunidad), pero vivió como célibe (en amor abierto a todos), formando parte de un grupo, de una compañía (en lenguaje vulgar, de una cuadrilla) de varones, mujeres y niños formando una nueva familia de madres e hijos, de hermanos y hermanas, de amigo y compañeros al servicio del reino de Dios.  

No hubiera sido imposible (ni anticristiano) que hubiera estado casado con María Magdalena o Salomé. Pero todos los datos históricos (y la visión de conjunto de su obra) va en contra de esa posibilidad. Todo nos lleva a pensar que Jesús no estuvo casado, no por condena del matrimonio (lo primero que hace en su vida pública según Jn 2 es compartir una fiesta de boda en Caná de Galilea y, después, subir al templo de Jerusalén para expulsar del templo (de la religión de Dios a los que habían convertido el templo en “cueva de ladrones” (Mc 11) o en emporio económico (oikos emporiou, en casa comercial: Jn 2).

Jesús fue un hombre de todos y para todos, con amigos y amigas, compañeros y compañeras… En ese sentido,  no podemos proyectar sobre su vida los esquemas de ningún modelo antropológico judío o helenista de en­tonces (o de ahora), por más que él y los de su grupo puedan parecerse a esenios o cínicos, a fari­seos o bautistas de su entorno, como podía ser Juan Bautista... Lo que sabemos de hecho es que él ha entregado su vida al servicio del Reino, en gesto de amor dirigido en concreto, de manera cercana y poderosa, hacia expulsados y enfermos de su entorno, varones y mujeres.

El único proyecto de Jesús ha sido el Reino de Dios y, al servicio de ese Reino, ha vivido y ha muerto, de tal manera que al final de su vida (en su pascua) todos los discípulos han po­dido descubrirse identificados con él, recreados por su resurrección. Por eso, poner una promesa o voto de celibato al principio castidad al principio del camino cristiano, como algo valioso en sí, me parece contrario al evangelio. Lo primero, lo que importa, es es la búsqueda del reino, todo lo demás, y otra forma de entender en concreto la castidad, "vendrá por aña­didura" (Mt 6, 33) y entre esas añadiduras hay una muy importante, que es el celibato “por el reino de los cielos” (Mt 13), es decir, por un despliegue fuerte de amor. 

5. Celibato y opción por los marginados. Celibato y encarnación

 El amor de Jesús y, en especial, su celibato está vinculada a su opción a favor de los marginados e impuros de la sociedad. No está el celibato primero y después la opción a los impuros  y excluidos (pobres, enfermos, exilados…), sino todo lo contrario. Lo primero ha sido esa op­ción, es decir, la presencia del Reino de Dios que se expresa y actúa en los más alejados del "orden oficial" y de la "santidad organizada" de los hom­bres y mujeres del entorno, el amor abierto, universal, que no se concretiza en una familia privada, sino la opción de presencia, comunión y servicio a la gran familia de los hombres y mujeres y niños.

En ese sentido, paradójicamente, el celibato de Jesús se define por su capacidad de acercarse y compartir la vida con aquellos que parecen más manchados, con los publica­nos y prostitutas, los leprosos y enfermos de la sociedad, es decir, con los más pobres en un plano social y sacral. Por eso, una "pureza" separada y desliga­da del "basurero" de la historia humana, una “pureza de élite” o de mandos, por encima de la “clase de tropa”, como algunos han dicho, no sería cristiana.   

Pero ese celibato no es “espiritualista”, en sentido de alejamiento de la “carne”, sino que se inscribe en su programa de encarnación (se hizo carne y puso su tienda en la tienda ce los hombres: Jn 1, 14). El celibato  no le aísla en una casa particular, de tipo más o menos elitista, no le encierra entre unos muros de poder, no le separa de los otros, nadie..., sino que le sitúa en un lugar abierto, desde el que puede dialogar con todos, no sólo con publicanos y prostitutas, sino con fariseos y saduceos, con hombres y muje­res de toda condición.

 El celibato implica una actitud (y aptitud) gozosa y creadora ante la vida, , no de puro replie­gue, porque el mundo acaba y termina (como parece evocar Juan Bautista, el otro gran célibe de su entorno), sino porque acaba en un sentido, pero no para terminar y cerrar la casa, sino para para comenzar precisa­mente ahora, poniendo la propia vida (de un modo especial: Todos los modos cristianos de vida son especiales) vivir al servicio de ese reino de Dios que es amor, no de un reino de poder económico, político o religioso (como ponen de relieve las tres tentaciones de Jesús: Mt 4 y Lc 4).

Es muy significativo que el evangelio no ponga la ruptura del celibato como “cuarta” o última tentación, en la línea de la novela y película de Nikos Katantzakis. Ciertamente, el celibato especial de algunos seguidores de Jesús (sabiendo que en su “cuadrilla” hay casados como Pedro, hijos de papa como los zebedeos y prostitutas con publicanos liberados para el amor al prójimo) implica en un una fuerte renuncia, que se expre­sa en el rechazo de un tipo de legalismo fariseo y, sobre todo, en la oposición a un tipo de familia que pretende apoderarse de Jesús para hacer que se man­tenga dentro de sus muros, al servicio de la buena casa y de los buenos pa­rientes (cf. Mc 3, 31-35 par).

Los diversos pasajes en los que Jesús habla de "dejar padre-madre, hermanos-hermanas, casa-hijos" (cf. Mc 10, 28-29) de­finen de manera radical su proyecto, como experiencia de comunidad abier­ta, que rompe los pequeños esquemas de una familia patriarcal, de una casa privilegiada, de un hogar de limpios y puros...

Esa renuncia al tipo de fami­lia-poder se expresa en una amor más grande, abierto al conjunto de los her­manos y hermanas de comunidad, con renuncia al poder propio y a una búsqueda de seguridad propia, exclusivista, en la línea de una pequeña familia matrimonial que es buena y muy buena (lo primero que hace Jesús, como he dicho, en Jn 2, es bendecir con su presencia y su vino bueno la boda de Caná de Galilea, que no puede ser estado de ley a pan y agua de una hidrias de piedra, sino transformando el agua triste de la vida en vino de bodas).

Recordemos que en esa boda Jesús no hace de novio, los novios son dos chicos de la aldea… Más aún, al servicio del vino-vino de esa boda está la madre de Jesús, que es el Antiguo Testamento y María de Nazaret, que así aparece como experta en bodas…Jesús no se casa, pero bendice con su vino las bodas, y sigue caminando hacia Jerusalén, poniendo su vida, su amor, su palabra, su presencia “como Dios”, al servicio del amor, de todos los amores del mundo. 

Este celibato de Jesús está al servicio de todas las sangres (como decía J. M. Arguedas: al servicio de la liberación de todos los oprimidos), pero, de un modo también especial (muy especial) de todos los amores, repito, de todos los amores, no sólo los amores de los “buenos matrimonios” según ley, sino de los hombres concretos a quienes él amor, como dice Mc 10,21: "mirán­dole le amó" (Mc 10, 21).

En ese sentido han de entenderse los “discípulos queridos”, como el discípulo amado del evangelio de Juan (varón o mujer), y, de un modo muy particular los “eunucos”, no sólo los eunucos por opción del reino de los cielo, sino por naturaleza (por función distinta de sexo o de género, como pone de relieve, de un modo luminoso e hiriente Mt 19, 12).  

El celibato de de Jesús está abierta al don de la vida, tal como se expresa de un modo especial en los niños. Por eso, ellos aparecen como esenciales en su proyecto y camino (cf. Mc 9, 33-37 y 10, 13-16): los niños son expresión de la fragilidad y del don de la vida.  El celibato como simple renuncia no es im­portante; importantes son ellos, los niños que pueden ser manipulados por los demás, importantes son los hambrientos y sedientos, los enfermos e impuros de la sociedad...

Al servicio de ellos, de la vida que se expresa y que se en­cuentra amenazada en ellos, está la castidad celibataria de Jesús y de los re­ligiosos cristianos. Un celibato sin amor creador, libre, generoso y tierno hacia los niños, todos los niños del mundo, sería monstruoso. El único pecado por el que Jesús manda al infierno (excluye del reino) es de aquellos que manipulan, destruyen, impiden el despliegue gozoso y libre de la vida de los niños (¡más les valiera que se ataran al cuello una piedra de molino y se echaran al mar).  

Este amor celebratorio a niños y a mayores ha de ser gozoso.  Lógicamen­te, no hay en el evangelio (ni en el conjunto del Nuevo Testamento) ningún sermón ascético a favor del celibato como separación[AP1]  (ni siquiera en 1 Cor 7 y 1 Cor 13 aludido), nada comparable a los escritos espirituales de algunos Padres de la Igle­sia (como San Jerónimo o San Ambrosio, que en esto son poco cristianos). Por eso, todo esfuerzo espiritualista a favor de un tipo celibato sacrificial es más gnóstico que cristiana, es más opresor que evangélico.   Los evangelios no son un sermón a favor de un celibato sacrificial, sino todo lo contrario.

Al contrario, ellos ofrecen el testimonio de la vida y mensaje de Jesús, transmiten su llamada de Reino. Sólo allí donde el Reino de Dios es lo primero, donde el amor a los demás es el motor y el eje de la vida,  recibe su sentido y puede optarse por el celibato, no como algo  que se impone por ley, al servicio de la organización eclesial, ni se de­muestra por razones, sino que se ofrece y revela como experiencia de gracia, abierta a todos los creyentes.

En ese sentido, el celibato no es un ideal y estado de vida exclusivo de los ministros de la iglesia y de los religiosos, sino que empieza siendo una llamada universal al amor de todos. Por eso, todos los cristianos han de ser célibes en sentido radical, porque han recibido la revelación suprema del amor de Dios en Cristo,  a quien quieren seguir con un corazón no dividido, porque una sola cosa es necesario, como dice Jesús a María de Betania. Sólo después, en un segundo momento (como dice Pablo en 1 Cor) algunos cristianos pueden renuncia por amor (no por ninguna ley del mundo ni de la iglesia) a un tipo de matrimonio o o pueden casarse y vivir en pareja de amor en la iglesia.

La situación actual en el conjunto de la Iglesia católica resulta quizá un poco tensa (quizá demasiado tensa), quizá demasiado tensa, no sólo por el escándalos de pederastia de algunos, sino por la situación de desconfianza institucional de muchos, por la visión del celibato exclusivamente como ley (como si con abrogar la ley del celibato pudieran resolverse las cosa), como si (como dicen cínicamente algunos que no tienen ni noción de lo que se trata) el celibato fuera en contra de los derechos fundamentales de los hombres. El celibato no es negación de ningún derecho o ley, sino descubrimiento y opción de un tipo particular (no universal) de vida cristiana, al servicio del amor abierto a la humanidad, no por ley (repito), sino por gracia.

Estas son, a mi juicio, las aportaciones más significativas del Nuevo Tes­tamento sobre un tipo de celibato por opción de reino. Es muy posible que haya otras aportaciones, que deban ponerse de relieve, desde otra  pers­pectiva bíblica, eclesial y antropológica, como ha puesto de relieve Juan María Uriarte.    

 6. Celibato, un camino de Reino. Afirmaciones básicas

Lo que importa no es un celibato-ley, sino un celibato por el Reino. Ciertamente, en su origen y entraña el celibato ha sido un signo del Reino, pero a veces, en el organigrama y organización de la iglesia se ha puesto al servicio de su poder, dentro de una visión jerárquica de su estructura, dominada, al menos en parte, por un Dios ontológico (entendido  como poder cósmico de fatalidad, que mueve y domina el mundo desde fuera) y de Antiguo Testamento muy poco matizado y sin haber sido reformulado en la línea de Jesús: Un Dios de violencia y talión, Señor de juicio y sacrificio, Poder Dios patriarcal de dominio que somete a los hombres y mujeres desde arriba, a través de una jerarquía eclesiástica que actúa como representante suyo, en línea de poder.

Pues bien, un Dios como ése que no es cristiano, y así debe mostrarlo el celibato de algunos cristianos, cuya primera tarea será  liberar a Dios, para que pueda mostrarse como es, “paternidad de amor” no patriarcalista ni impositiva, paternidad‒maternidad, energía creadora, eros/agape supremo, sin más deseo ni tarea que amar, desde abajo, desde dentro, implicándose y comprometiéndose en la misma trama evolutiva del cosmos y, en especial de la vida y tarea de los hombres y mujeres, sin imponerse desde fuera, sin dominar con violencia, sino que actúa como amor que atrayéndolo todo y juntándolo en amor lo dirige (se dirige) hacia el futuro (esperanza) de la Vida, donde nada se pierde ni destruye, sino que todo se acoge y eleva.

Celibato: liberar a Cristo para su proyecto y camino de Reino. Ciertamente, la Iglesia ha ha declarado la “divinidad” de Cristo, con toda razón en sus dos concilios principales (Nicea y Calcedonia, 325 y 451 d.C.), pero ha tendido a identificar implícitamente a Dios (y con él a Jesús) con el Primer Motor y Causa de Aristóteles,  en línea de poder más que de gratuidad, y con un tipo de Señor Sacrificial (impositivo) del Antiguo Testamento, al que los hombres “reparan” con sus holocaustos y expiaciones, y al que obedecen con su sometimiento.

 En esa línea, el celibato ha tendido a entenderse  como sometimiento a Dios, bajo un tipo de ley eclesial, olvidando que Dios se ha hecho carne, es carne/sarks (Jn 1,14) olvidando a veces que carne es camino  y sentido de la salvación cristiana (caro/cardo salutis: la carne es el quicio de la salvación, Ireneo de  Lyon). Según eso, el celibato se ha interpretado desde un tipo de gnosis espiritualista, vinculada con un maniqueísmo del poder, como está poniendo  de relieve el Papa Francisco en su magisterio. Pues bien, en contra de eso, con la gran tradición espiritual (representada, por ejemplo, en España, por San Juan de la Cruz) el celibato por amor (buscando mis amores iré por esos montes y riberas)  debe “liberar” a Jesús de un  tipo de falsa divinidad impositiva.

Sólo puede ser célibe en amor, como Jesús, en un contexto de iglesia cristiana, aquel que dice con Juan de la Cruz “buscando mis amores…El celibato sólo es auténtico si libera para todos los amores, en una iglesia que no es empresa teológica, ni praxis organizativa sino “estado general de amor”. Por eso es necesario que volvamos desde el celibato a á misma experiencia radical del evangelio,  que se expresa en  lenguaje narrativo (de invitación) y, parabólico, de simbolización, no al ontológico), al  lenguaje del amor de Jesús que encuentra y comparte caminos de comunión, en gesto de vida gozosa, regalada y compartida de un modo gratuito, superando así el poder de la muerte manejada como arma de dominio por los poderosos de la tierra.

Se trata de liberar al Espíritu Santo para la creatividad,en la línea del mensaje de Jesús que, conforme al evangelio de Juan. no anuncia la llegada de un Reino exterior de poder (con 12 tronos para los doce apóstoles de las tribus de Israel, sino la llegada del Espíritu de Dios que consolará, enseñará y transformará a los creyentes, de forma que pueden (podremos) realizar cosas aún mayores que las del mismo Cristo (Jn 14,12-14). Ciertamente, esta promesa (haréis cosas mayores que las de Jesús) no se dirige sólo a los clérigos celibatarios, sino a todos los que creen en Jesús, los que asumen su camino pascual y lo despliegan a lo largo y a lo ancho de la vida.  

Ciertamente, nuestra la Iglesia apela al Espíritu Santo en los momentos esenciales de su desarrollo, pero a veces da la impresión de que lo tiene como “secuestrado” en manos de un tipo de jerarquía de poder. Pues bien, en contra de eso, todos los creyentes, llamados por Jesús para ser testigos de su Reino, están llamados a dejarse liberar por el espíritu santo, y de un modo especial los que han asumido por gracia de Dios un tipo de vida celibatario, liberado para el amor. Sin duda, lo largo de la historia de la iglesia han ido surgiendo grandes testigos de la vida y obra de Jesús, pero entre ellos destacan muchos varones y mujeres que han optado, por gracia y carisma, no por ley, un tipo de celibato, es decir, de libertad personal para servicio del Reino.

Se trata de liberar a la Iglesia para el evangelio de Dios, es decir, para la buena nueva de un Dios que es Padre, principio de amor y comunión de vida para todos los hombres y mujeres de la tierra. No se trata de volver sin más a los tres primeros siglos, que culminaron y de algún modo se cerraron con la llamada “paz constantiniana” (principios del IV d.C.), que vinculó a la Iglesia con el poder greco‒romano, de tipo jerárquico, en línea de pensamiento ontológico y de dominación social (derecho romano). No se trata de reproducir de un modo purista lo que fue al principio, pues en la historia de Dios no podemos volver nunca a lo ya sido, sino aprender de ese pasado, retomando desde las nuevas circunstancias de vida y muerte de este mundo (principios del siglo XXI) a la raíz del evangelio.

            En esa línea podemos añadir que lo importante es liberar la teología, es decir, la palabra de Dios, para la narración gozosa de las obras de Dios en Cristo  y para el diálogo (enriquecimiento mutuo) entre los hombres, no para el sometimiento dogmático bajo un tipo de palabra normativa, que viene de fuera y se impone sobre todos, en línea de poder patriarcal, sino para la narración y el diálogo entre todos, es decir, para el testimonio y comunicación de la vida.  

            Un tipo de teología oficial ha querido “imponer” su doctrina como “verdad separada” que vale en sí misma, fuera de la comunicación, de forma que hombres y mujeres no tienen más remedio que someterse a ella, en línea ontológica y patriarcalista, como si el hombre estuviera hecho para inclinarse humillado ante un poder exterior divino, con la obligación de ofrecerle sacrificios que le aplaquen por nuestros pecados y conseguir su favor, a través de ofrendas, en la línea de un duro “talión” (doy para que me des), aunque quizá un poco moderado quizá por un tipo de alianza desigual en la que Dios se impone siempre desde arriba, por sí mismo o por sus representantes en la tierra (que son los sacerdotes y jerarcas).

            Frente a una “teología” que se establece y cumple por obligación, está la teología (logos o conversación) de la vida de Dios, que despierta en nosotros su Palabra (él es la Palabra), no en forma de imposición y dogma, sino de conversación, es decir, de narración y testimonio, de llamada y respuesta, en colaboración de amor (celibato)), en despliegue compartido de vida (fidelidad) y en la comunión de bienes (pobreza y generosidad al servicio del amor).  

Se trata, en fin, de liberar el celibato para la libertad personal, para el gozo de Dios y el diálogo creador en las comunidades. En ese fondo son muy significativas las propuestas de cientos, miles y millones de mujeres que a lo largo de la vida de la iglesia han realizando un ministerio esencial de cuidado (episcopado) y de animación eclesial, no para repetir en forma de mujer lo que han hecho los varones, sino para recrear, en comunión con los varones, lo mismo que ellos, un tipo de ministerios “celibatarios”, en sentido radical. Ése es el celibato que yo quiero, de varones y/o mujeres, de casados o solteros, porque el celibato no es solterías, sino libertad masculina o femenina, para el amor fundante de Jesús en la Iglesia. La prohibición de casarse me parece secundaria (puede darse un celibato cristiana con o son matrimonio).

Me parece también secundaria la identificación (limitación) del celibato ministerial con los varones, pues ella no viene de Jesús ni del principio de la iglesia.   En esa línea he querido matizar, aplicar y ampliar las reflexiones de Juan María Uriarte, de un modo que él, quizá, no hubiera aceptado el pie de la letra, pero que hubiera acogido, sin duda, como principio se conversación  y diálogo cristiano.

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