Ciencia, filosofía, religión /2. Notas y momentos de la experiencia humana
Buen día a todos.
Notas de la experiencia.
Distingo, de forma programada, entre experiencia científica, propia del conocimiento verificable y experiencia evocadora, abierta a lo religioso, que, por simplificar, llamaré personal (afecta a todo el ser humano), hermenéutica (acentúa la interpretación) y/o de sentido (el significado tiene más valor que el hecho u objeto externo). No hablo aún de la religión, sino del ámbito en que puede expresarse y se expresa el fenómeno religioso, en un entorno de encuentro personal, sentido vital e interpretación o implicación profunda del propio sujeto. Como verá el lector, me iré moviendo entre ciencia y sentido del fenómeno religioso.
Distancia.
Una es de dominio, otra de respeto. Una pretende controlar la realidad, situándola al servicio del humano por la ciencia; otra intenta valorarla, con admiración: la deja en libertad, espera que se manifiesta y participa en su grandeza. Una se abre por la técnica, otra en la experiencia personal (hermenéutica). En el primer caso hay distancia experimental, para controlar. En el segundo, distancia experiencial, para compartir y enriquecerse. Es controlador el conocimiento que transforma su objeto en cosa separada, manejable, como realidad que está delante y que yo puedo estructurar y utilizar según mis fuerzas, necesidades y deseos. Por el contrario, se puede llamar acogedor o receptivo aquel conocimiento en que el humano escucha, respeta la realidad y se enriquece en ella. Sólo de esta forma, atenta y respetuosa, pueden comprenderse las personas y valores religiosos, los principios e ideales del arte y de la ética. La actitud experiencial resulta en cada caso diferente.
-- La ciencia busca pruebas, verificación (o posibilidad de falsación, por utilizar el lenguaje técnico). Sea como fuere, la experiencia científica exige un tipo de prueba práctica, ligada a la capacidad de aplicación y coherencia de sus leyes.
-- La experiencia hermenéutica o personal busca autentificación (testigos). Más que el dominio sobre el mundo o las ventajas técnicas, importa el ofrecimiento de sentido gratificante en amor, belleza o plenitud humana.
La prueba científica exige generalidad y repetición. Para ello es necesario que su objeto pueda ser delimitado con precisión, separado de los otros y analizado por sí mismo. Sólo de esa forma puede enunciar principios de comportamiento que resulten al mismo tiempo universales y exactos. Por el contrario, el conocimiento hermenéutico o de testimonio personal emplea un método en que debe implicarse el mismo sujeto: sólo conozco de verdad si dejo que las cosas sean y si, al mismo tiempo, comprometo mi existencia en ellas .
Significado.
El ser humano accede a la realidad por signos: unos son exactos, controlables en lenguaje matemático; otros son simbólicos, multivalentes en un nivel, profundamente rigurosos en otro. Los primeros pertenecen a la ciencia; los segundos a la experiencia personal (arte, amor, religión).
-- La ciencia utiliza signos formales de tipo matemático (lógico), estructuras de inteligibilidad exacta que permiten precisión en las fórmulas y control en las conclusiones. Sólo de esa forma consigue univocidad significativa y exactitud práctica. Gracias a la matemática, las ciencias de la naturaleza han llegado a ser exactas, rigurosas, operativas.
-- La experiencia personal emplea signos de profundidad hermenéutica donde está implicado el mismo sujeto. Frente al rigor deductivo de la ciencia, cultiva la apertura a lo simbólicamente enriquecedor. Frente a la neutralidad objetiva, el sentido profundo de la iluminación vital. Sólo de esa forma, a través de un lenguaje abierto a las intuiciones significativas y al contacto personal, pueden desvelarse aquellas realidades radicales que definen nuestra vida.
Frente al conceptualismo de la filosofía antigua y al formalismo de los nuevos intentos empiristas, el lenguaje de sentido es ante todo evocador y afecta a toda la persona. Ciertamente, puede y debe objetivarse por palabras o señales, pero ellas siguen siendo siempre evocadoras. Así distinguimos entre signos sustituibles, formalizados por la ciencia, y símbolos de profundidad que nos abren a realidades que no pueden ser conocidas de otra forma. Todo signo representa, pero sólo son símbolos aquellos que evocan una realidad que sólo puede conocerse en formas de participación personal. El lenguaje simbólico, personal, vale por sí mismo y no por pruebas de la ciencia; vale por su mismo poder de evocación, por su fuerza creadora.
Estructura.
La ciencia busca un conocimiento total, pero no logra conseguirlo. En perspectiva matemática el sistema total no parece realizable ni en el campo de la intuición ni en el de los procedimientos canónicos (normativos) que puedan conseguirla . Tampoco es realizable en plano físico, a no ser que hubiere un demiurgo, capaz de objetivar inmediatamente sus representaciones. Por eso, la lógica matemática opera con sistemas parciales de significación, coherentes y operativos. También la física ofrece sistemas parciales, formas de representación estructurada de la realidad, sin que ninguna pueda llamarse o ser definitiva. Tampoco ella puede cerrarse en sí misma, volverse absoluta.
La experiencia hermenéutica busca un conocimiento total, un sistema o conjunto de sentido donde el ser humano pueda descubrir y explicitar, de forma personal, el significado de su vida. Para ello tiene que romper el conocimiento impositivo, regulador, y actuar de forma evocadora, abierta a la libertad de lo transcendente. Aquí está la paradoja básica del conocimiento personal: se abre al todo, pero no quiere dominarlo; busca la verdad de conjunto, pero no la impone. Éstos son algunos de sus rasgos fundamentales:
-- La ciencia busca la uniformidad, imponiendo unas mismas leyes sobre todo. Por el contrario, la experiencia personal se sitúa en un nivel donde cada uno elige su modo de acercamiento a la realidad.
-- La ciencia suscita estructuras cerradas; por el contrario, la experiencia personal sólo es posible allí donde cada participante alcanza libertad, puede expresarse por sí mismo.
-- La ciencia no necesita sujetos; por el contrario el conocimiento personal los presupone: el humano sólo experimenta allí donde él mismo aparece como un elemento integrante del conocimiento.
Praxis.
Hubo un tiempo en que, influido por la racionalidad griega, el humano juzgó que el pensamiento estaba separado de la praxis. Hoy suele decirse que, más que conocer, importa transformar las cosas. Por eso, la experiencia resulta inseparable de la praxis, sea científica o experiencial (personal). La experiencia científica suscita una praxis de productividad material que tiende a conseguir bienes de consumo: al humano le interesa conocer para poder y/o tener; por eso se le ha definido como productor. De aquí brotan a su juicio los restantes signos y valores. La razón se interpreta como instrumento operativo, destinado a transformar el mundo, pues ella lo convierte todo en un campo de objetos: hace que las cosas sean medios dirigidos a unos fines y todo se vuelve objeto de consumo. Por eso su praxis es poder. Sobre los tres poderes clásicos (legislativo, judicial, ejecutivo) y el nuevo de los medios de comunicación, la ciencia aparece actualmente como poder supremo: está en sus manos el avance y el dinero, la política y la suerte de los pueblos. Parece que, sustituyendo a la vieja sociedad, gobernada por el sabio, va surgiendo un mundo nuevo, dirigido por el técnico científico.
Por el contrario, la experiencia personal, más que tener y producir, quiere que el humano pueda realizarse. Ella pone en movimiento su vida en un proceso de búsqueda y creatividad auto-implicativa. De esa forma rompe los esquemas del pensamiento instrumental: deja que las cosas sean misteriosas, que revelen su unidad y nunca puedan convertirse en mero objeto. No quiere que el mundo y sus bienes sean sólo un medio. No se ocupa de cambiarlo y transformarlo todo, sino de que las cosas enriquezcan al humano. Así las escucha y reverencia, descubriendo en su interior un manantial de vida. Tal es el contenido primero de su praxis. Por eso suscita autoridad. Frente al poder que se impone surge la autoridad de quien deja que el mundo sea y ofrezca hondura a los humanos. Sólo esa praxis de sentido, de enriquecimiento personal, profundidad objetiva y autoridad creadora, puede ofrecer un modelo de realización y un lugar de plenitud para los humanos si estos no quieren terminar ahogados a la fuerza en la marea de una ciencia que sólo se preocupa de la productividad, la transformación del mundo y el poder impositivo.
Comunicación.
La experiencia científica se transmite en principio de forma impersonal: ofrece saberes y poderes objetivos, un cuerpo de leyes generales y normas operativas que son independientes del sujeto. Se ofrece de manera neutral y con la misma neutralidad se aprende. Por el contrario, la experiencia personal no transmite saberes objetivables sino actitudes, sustituyendo la neutralidad del científico por el testimonio del maestro comprometido en lo que enseña.
La comunicación personal destaca el testimonio: sólo enseña quien se enseña a sí mismo. Frente a la neutralidad de quien aprende una lección y la repite, ella destaca la exigencia más socrática del aprendizaje interior: sólo se aprende y sabe lo que, siendo recibido de fuera (en diálogo personal), brota al mismo tiempo de lo más profundo de la propia vida. De esa forma, la llamada o testimonio de los otros se vincula con la propia creatividad interna. Lógicamente, la transmisión de la experiencia suscita en cada caso asociaciones distintas:
-- Sociedad de científicos. Sabemos que no existe un saber independiente, fuera de la búsqueda y asenso de quienes lo cultivan. La ciencia se ha convertido en una empresa colectiva que la sociedad de científicos promueve, en proceso de transformaciones, rupturas y búsquedas de acuerdo. Sólo se acepta como científicamente válido aquello que toman como verdadero los científicos, unidos para formar una especie de comunidad de conocimiento. Pero aquello que los científicos comunican y comparten queda fuera de su propia experiencia vital.
-- Comunión de expertos. La transmisión testimonial de valores suscita formas de unidad que varían de acuerdo a los valores cultivados y transmitidos, desde el punto de vista de del despliegue humano. Esta comunicación va creando formas de unidad basadas en la misma comunicación, en el testimonio compartido de la vida. Los testigos de este tipo de experiencia no comparten simplemente un saber objetivado sino su propia forma de sentir y vivir. En este plano se sitúan las iglesias de las religiones.
Historia.
Como nota final destacamos la historia: todo lo que el humano sabe, busca y prueba se halla inmerso en su proceso de creación y transmisión, de aceptación y rechazo. Frente a un diacronismo lineal de puro avance (Comte, progresismo), suponemos que la historia de la ciencia se realiza a través de un proceso de rupturas o revoluciones. Es evidente que la ciencia ofrece el testimonio impresionante de un avance abierto al progreso técnico. Pero a su lado puede haber pérdidas parciales, olvidos de facetas menos utilitarias, destrucción de otras posibilidades. De todas formas, mirada en general, parece claro que la ciencia ha realizado un camino ascendente.
Ciertamente, la autoconciencia del humano ha progresado, lo mismo que parecen haberse afinado las capacidades de creatividad literaria o artística. Sin embargo, el avance no es tan claro: veremos que hay momentos de ruptura o revolución como el tiempo eje, con el descubrimiento de la responsabilidad interior a que alude Jaspers (siglos VII V a.C.) o la edad de la Ilustración, con el estallido de la racionalidad. Pero, dejando a un lado esas posibles rupturas significativas, no puede hablarse aquí de un avance lineal, pues existen también retrocesos y, sobre todo, puede haber una culminación simbólica, una revelación más honda del misterio. Los representantes de las grandes religiones dicen que con Buda o Cristo, con el Tao o las Upanishads, ha culminado la experiencia humana, de manera que no puede haber revelación más alta .
Otras notas.
Las seis anteriores recogen las ya vistas previamente, destacando el plano de ciencia y sentido. Volveremos al tema al ocuparnos de la experiencia religiosa (cap. 6). Pero ya desde ahora queremos abrir el abanico y evocar otras notas o elementos de experiencia personal, que no tienen cabida dentro de la ciencia o filosofía racional de tipo hegeliano. Son las preguntas clásicas de los grandes textos religiosos e incluso filosóficos (como en Jo-- o Kant):
-- Conciencia de sí: ¿quién soy? En el principio de toda religión está el descubrimiento de la propia singularidad entendida como identidad personal: soy porque me pienso y, en un sentido aún más profundo, porque me han pensado y/o querido.
-- Experiencia de finitud: ¿dónde voy? En el principio de la religión suele estar el descubrimiento de la muerte como límite que nos cierra, abriéndonos, al mismo tiempo, hacia otras fronteras de realidad; por eso nacen con ella los ritos funerarios.
-- Experiencia de responsabilidad: ¿qué he de hacer? En el principio de los deberes se encuentra el rito religioso, la responsabilidad ante la vida, ante el orden del mundo. Surge así la moral, cerca de lo religioso.
-- Experiencia de amor: ¿cómo he de gozar? Entre las finalidades de la experiencia estaba y está el gozo, vinculado al placer: el humano es un animal que sólo vive si puede gozar, desplegando el amor compartido en su existencia.
Estas preguntas nos sitúan en el centro de la vida, están en el fondo de todo lo que sigue. Son preguntas de finitud y limitación, de fragilidad e itinerancia. Pero, al mismo tiempo, son preguntas y experiencias de transcendimiento: muestran la grandeza del humano como ser que puede elevarse sobre sí mismo. En este desbordamiento, en la tarea de hallarse a sí mismo, estando fuera de sí, consiste el gozo la experiencia religiosa.