Ciudad de Dios: Una Plaza con Río y Árboles de vida (Ap 22, 1-5)

1. Entre las preguntas de los hombres están las siguientes: ¿Qué podemos saber? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué podemos esperar? Y de las tres, las más significativa es quizá: ¿qué podemos esperar? De la imagen del fin, de aquello que podemos esperar trata este pasaje del Apocalipsis. Los políticos no hablan todos los días de aquello que nos darán si les votamos. La Biblia nos ofrece aquí una visión de esperanza distinta.
2. Esperar significa abrirse creadoramente al futuro, dando razón de aquello que creemos, es decir, empezando a crear desde aquí, desde ahora, el futuro que buscamos (1 Pedro 3, 15). La esperanza es un don, siendo al mismo tiempo una tarea. No se trata de aguardar pasivos la ciudad, sino de construirla desde ahora. Sólo si buscamos lo esperado podremos esperarlo.

3. Las imágenes de la esperanza definen poderosamente nuestra forma de entender la vida, la gran Plaza del Apocalipsis. Por eso hoy no quiero presentar una imagen clásica de esa Plaza (para ello podéis buscar los Beatos que la pintaron de un modo insuperable), sino poner dos contrapuestas, que pueden evocar en cada uno lo que quiere y lo que espera.
(a) Una es la plaza del Vaticano, con la Basílica del San Pedro presidiendo el óvalo inmenso de san Pedro; el paraíso sería esa plaza llena de fieles, con el Papa hablando desde su ventana, a la derecha.
(b) Otra es la Plaza Mayor con el Cielo de Salamanca; el paraiso sería en ese caso la plaza cuadrada del centro de la ciudad, con lo que queda (una tercera parte) del cielo astronómico (con las constelaciones) de la bóveda de la biblioteca antigua de la Universidad, pintada por Fernando Gallego), que ahora se encuentra en una sala de las Escuelas Menores.
En un caso, el cielo de la plaza estaría representado por la voz del Papa y la Liturgia de la gran Basílica. En el otro caso por las constelaciones. En ambas plazas falta el río, con los árboles de vida y el Trono de Dios. Quizá alguno quiera comentar esas imágenes y ofrecer o evocar otras, con río y árboles, con gente concreta... Yo quiero comentar el sentido y elementos de la gran Plaza de la tierra/cielo del Apocalipsis. Es una lectura que merece la pena, os lo aseguro. La gran tradición cristiana se ha inspirado en ese texto.
Texto
(1. Río) 1Me mostró entonces un río de agua viva, transparente como el cristal, que salía del Trono de Dios y del Cordero.
(2. Plaza con árboles) 2En medio de la plaza de la ciudad, a uno y otro lado del río, había un árbol de vida que daba doce cosechas, una cada mes, cuyas hojas servían para curación a las naciones.
(3. Trono y reino: ver a Dios) 3Y no habrá allí nada maldito. Y en ella estará el trono de Dios y del Cordero y sus servidores le adorarán; 4y contemplarán su rostro y llevarán su nombre escrito en la frente.
(4. Luz eterna) 5Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámpara ni luz de sol; el Señor Dios les alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos.
COMENTARIO
1. Río (22, 1)
(1. Río) 1Me mostró entonces un río de agua viva, transparente como el cristal, que salía del Trono de Dios y del Cordero.
Nosotros, siguiendo un esquema que más teológico, solemos empezado por el Trono y el Rostro de Dios (y su Cordero). Pero Juan comenzó por el río que a su juicio era el signo más valioso de la escena, Dios que se convierte en Agua de vida, corriente que llena la ciudad, sea Cuadrada, Pirámide o Cubo. Un río transparente nacido del Trono y corriendo por piedras preciosas (sin tierra) resulta imposible y sin embargo es la verdad del paraíso. Lo habían evocado Ez 47, 1; Zac 14, 8, pero ahora desborda todo lo esperado: es vida de la Ciudad, es Dios y Cristo.
No es mar (algo que da miedo a los judíos). Es Río de Dios que riega el Árbol de la Vida (cf. Gen 2; 1 Hen 24-27). Si la Ciudad es plana (cuadrada) se dirá que el río sale al campo exterior, formando a sus lados una preciosa avenida de árboles vitales, que llegan hasta el Mar Externo (Mar Muerto, al Oriente de Jerusalén) para así purificarlo (en la línea de Ez y Zac). Pero en Ap la Ciudad es todo: Dios mismo como Tienda (21, 3) o Cubo, Pirámide o Cuadrado de vida para los hombres. Por eso el río no sale (no hay fuera) sino que avanza y se queda (se mueve y es pura quietud transparente de vida, mar-cielo, sin sal de amargura) en su Plaza, hecha encuentro de vida de todos los humanos.
Como podrá observarse, Ap ha destacado la fuerte paradoja de la Ciudad que es presencia de Dios (sin dentro y fuera), siendo al mismo tiempo río de agua que avanza, creando preciosa alameda de vida y curación para los humanos. Es difícil no evocar en este contexto los últimos versos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz: "y la caballería / a vista de las aguas descendía" (caballos de paz, fin de la guerra, sobre un fondo de aguas, mientras los amantes culminan su encuentro en una tierra ya pacificada). Ap no tiene caballos de paz (los de 6 1-8 e incluso los de 19, 11-15 pertenecen al mundo de la guerra). Al final de su libro solo quedan los humanos, reunidos en la plaza de Dios hecho río de Vida.
2. Plaza de río con árboles de vida (22, 2)
(2. Plaza con árboles) 2En medio de la plaza de la ciudad, a uno y otro lado del río, había un árbol de vida que daba doce cosechas, una cada mes, cuyas hojas servían para curación a las naciones.
Ese río atraviesa la gran Plaza (Plateia), una plaza que es, al mismo tiempo, una alameda, con árboles llenos de fruto, a uno y otro lado. De esa manea, la Ciudad se vuelve Plaza/Paraíso, con río, jardín y alameda de la Vida. El ideal primero de la Biblia (Gén 2) se hace al fin realidad: del trono de Dios y el Cordero brota el Agua del cielo (un río en el que se juntan los cuatro de Gen 2, 10-14), un río que es centro y la gran Plaza de Dios.
Plaza, en griego plateia, significa ensanchamiento y espacio de encuentro, de conversación y comunión, para todos los vivientes. Eso es Dios, eso mismo es el paraíso: una plaza sin fin, donde todo es Dios y todo es Río y todo es árboles de vida, que curan y alimentan, espacio para la contemplación, el diálogo de amor, el éxtasis sin fin que implica el encontrarse unos con los otros y en los otros.
Es plaza con río (su avenida central) y con el Árbol de la Vida (22, 2). El texto nos sitúa en la línea de Gen 2, 4b-17 (donde era difícil situar espacialmente el árbol del Bien-Mal y de la Vida en el centro del paraíso). Pero ahora ya no existe Bien-Mal, pues todo es bueno. Sólo queda el Arbol de la vida, en el centro de la plaza y río, ocupando por tanto el lugar del Trono (que es corazón de la plaza: 22, 3). En un sentido muy profundo, Trono, Río, Árbol son centro de de la Plaza y Ciudad, son Dios mismo hecho Poder (Trono), Fuente de vida (Río) y Vida realizada (Árbol). Como las grandes teofanías del Antiguo Testamento, Ap 22, 1-5 nos sitúa en el lugar central de la paradoja teológica, con la novedad de que el Trono es Uno y Doble (de Dios y del Cordero).
También el Árbol es Uno, siendo al mismo tiempo muchos, pues se eleva a un lado y otro del Trono y del río. Es como si fuera el mismo Árbol, multiplicado en la doble y única ribera, en forma de avenida o alameda que no lleva a ningún sitio pues no hay lugar donde se debe ir, no hay fuera... Es el Árbol de vida que forma la gran Avenida de de Tierra y de Cielo, de Rio y de márgenes del Río de la Vida (Avenida y Río son lo mismo).
Quizá pudiéramos decir que el Árbol crecido a la vera del Agua de Dios es Dios mismo hecho alimento para los humanos, a lo largo de los doce meses del año, dando su fruto cada mes (22, 2). Doce significa aquí perfección, cumplimiento israelita, cristiano y humano (lo mismo que las puertas y cimientos de 21, 12-14). Sin embargo, en otra perspectiva, ese número resulta paradójico y/o contradictorio, porque en la Ciudad no hay tiempo de sol o de luna que muden, haciendo así imposible la existencia de los meses (cf. 22, 5).
– Curación. El paraíso de Dios es medicina para los pueblos que vienen enfermos ( 22, 2). Las hojas del Árbol de vida son curativas y sirven de terapia a los gentiles. Se cumple así la imagen evocada en 21, 24-25:"y caminarán las gentes a la luz de la ciudad, vendran a ella los Reyes de la tierra, con sus dones". Vendrán enfermos, pero aprenderán a vivir en armonía, a curar su humanidad maltrecha. De forma sorprendente, Juan ha introducido aquí una imagen hermosa de acogida y curación, hojas de terapia, para todos los que vengan.
3. Ciudad sin excluidos: Trono de Dios (22, 3-4)
3. Trono y reino: ver a Dios) 3Y no habrá allí nada maldito. Y en ella estará el trono de Dios y del Cordero y sus servidores le adorarán; 4y contemplarán su rostro y llevarán su nombre escrito en la frente.
Ésta será la ciudad de la bendición, sin condena ni muerte, sin enfermedad ni amenaza. Será la plaza de la vida, con Dios en su centro:
– Ciudad sin exclusión. No se encontrará en la Ciudad nada maldito (22, 3), no por rechazo o castigo sino por plenitud: habrán terminado aquellos que exterminan a los otros, se habrán arruinado los que arruinan la tierra (cf. 11, 40)… y Dios mismo habrá a quienes pueden y/o quieren ser curados, en gesto de cariño poderoso y sanador. Pero se excluyen a sí mismos quienes quieren excluir a los demás.
Este es el límite de toda salvación, es el confín y el teológico de un Dios que no puede imponer su curación por fuerza, pues un cielo un puesto no sería cielo. Por eso quedan fuera los malditos, los que quieran excluirse a sí mismo, aquellos que no quieran ser de la Ciudad. Por eso, son malditos (katatema) aquellos que se ensucian y destruyen a si mismo, en línea de maldición (Cf. Mt 26, 74).
Dios no excluye a nadie, es plaza abierta, con árboles que curan, con río que limpio… Pero pueden excluirse y se excluyen quienes quieren, no queriendo que vivan los otros, construyendo barreras y muros que excluyen. De esa forma, excluyendo y destruyendo a los otros se excluyen a sí mismo. En esta perspectiva debemos releer la lista de de 21, 8, ratificada aquí por siempre: Dios ofrece en la Ciudad espacio para todos los humanos. Pero, al mismo tiempo, es Dios de libertad y amor gratuito: quienes quieran excluirse o rechacen a los otros, quienes vivan de la sangre derramada (Bestias, Prostituta) no caben en la Plaza de Dios, ni a la vera de su río.
– Dios es un Trono de Vida. En el Centro de la Plaza se alza un Trono común para Dios y el Cordero (22, 3). Pasamos así del entorno (murallas y puertas) al centro. Toda la Ciudad es Plaza (encuentro) y la plaza es Trono: poder unido de Dios y el Cordero, el Dios de la comunión, que “reina” por los siglos de los siglos (22, 5) y no sólo Mil años (como en 20, 6). Reinar es Ser, simplemente Ser. Que Dios “sea” y sea amor (trono compartido): eso es el cielo
– Y verán su Rostro... (22, 4; cf. 17, 15). Éste es el principio de la felicidad que la tradición cristiana interpreta como visión beatífica, es decir, como visión que hace felices (los beatos son los felices, la visión beatífica es la visión de la felicidad, el estar unos en otros todos en Dios, por la vista que contempla y unifica). Éste es un ver que supone compartir, ver que implica familiaridad, encuentro de personas, saciedad transformante. No habla Juan de conocer o tocar sino de ver, simplemente mirar y admirar. Ya no harán falta palabras, ni signos exteriores, ni mandatos legales... Es ciudad de luz, trasparencia de cristal: el gozo de los humanos residirá en la mirada perfecta y eterna, en cercanía amistosa.
4. Luz eterna (22, 5)
(4. Luz eterna) 5Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámpara ni luz de sol; el Señor Dios les alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos.
Et luz aeterna luceat eis, dice la litúrgica. Que la luz eterna les alumbre e ilumine, les haga luminosos, transparentes.
Dios sólo es su luz, no hay meses cambiantes. Sin embargo, miradas las cosas en otra perspectiva Ap sigue hablando de meses, doce meses de alimento, presencia perdurable del fruto de la vida. Doce eran las puertas y cimientos de la ciudad (ángeles, profetas, apóstoles). También los frutos del Árbol son Doce, siendo siempre el mismo. En esta perspectiva, de unidad y multiplicidad, cobran sentido las imágenes anteriores: la Ciudad es una puerta y doce puertas; un árbol y doce árboles, un ángel y doce ángeles.... En el centro de ella, están Dios y el Cordero, formando el único Trono del que nace la Vida que es la luz… Por eso no hay sol ni habrá luna, cesa este sistema solar, y Dios mismo será Sol para todos, con su Cristo.
Ésta es la vida en la Plaza de Dios, la Vida que se se expresa como Río y Árbol que da Uno y/o Doce Frutos. El texto no dice que hombres y mujeres comen ese fruto, aunque es evidente que lo hacen: es el Banquete de Bodas, la comida prometido en 19, 9. Más aún, el Fruto del Árbol de la vida son el mismo Dios y su Cordero, alimento para lo creyentes, es decir, eucarística: los salvados están contemplando y/o comiendo lo divino, en la inmensa Plaza donde todos caben y forman con Dios y Cristo el mismo centro de amor y vida compartida. Así culmina la bienaventuranza, la visión de Juan. Sin embargo, él ha querido introducir dos observaciones finales antes de hablar del reino de los salvados: una positiva (curación), otra negativa (exclusión).
– Culminación: y reinarán por los siglos de los siglos (22, 5). Los derrotados de la historia habían reinado a lo largo del milenio con Cristo, como sacerdotes de Dios en el mundo (20, 6). Pero al fin su sacerdocio mesiánico acaba. Ya no hacen falta en el mundo mediadores ni testigos. Todos los salvados, en el tiempo que no acaba, reinarán con Dios.
Esta es la palabra final de nuestro texto, la última visión de Ap, la guía cristiana del cielo. A través del infierno de este mundo (dominado por Dragón, Bestias y Prostituta), Juan ha sabido dirigirnos hacia el cielo; le han acompañado los angeles, le han guiado los profetas, han celebrado la liturgia de la vida los sacerdotes-reyes (todos los torturados de la tierra). Pero al fin todo eso ha pasado. Solo queda la Ciudad perfecta: ha sido condenada (destruída) la condena, el infierno ha sido arrojado por siempre a su lugar (a su infierno); Dios ha conseguido aquello que quería, se ha hecho morada de vida por Cristo Cordero, para los humanos. La simetría de salvación y condena se ha roto; al final sólo existe salvación para aquellos que la aceptan.
Excursus:
¿Hay infierno en el Ap?
La posibilidad de la condena humana no brota de la fatalidad, ni es resultado de la finitud, ni expresión de alguna dialética de la idea o de la realidad (algunos tendrían que morir para que subsista el todo), sino gracia (Dios ha dado su vida en amor generoso, no impositivo) y fruto de la libertad de los humanos que pueden rechazar su paraíso, negar su Plaza y Río, su amor de transparencia, como vimos en Ap 12-18. El Ap no ha descrito el infierno, no lo ha presentado al reverso de la nueva tierra y cielo, en dualidad simétrica (cf. Mt 25, 31-46; Dante, Divina comedia; Miguel Ángel, Capilla Sixtina). El infierno de Juan queda atrás, en la historia fracasada. Al final sólo habrá salvación para los humanos. Cf. J. Jeremías, La promesa de Jesús para los paganos, Fax, Madrid 1974
El tema de las hojas medicinales del árbol de la vida expanden en forma escatológica la visión del Jesús sanador, vinculando experiencia evangélica y esperanza apocalíptica. En esa línea puede interpretarse el purgatorio, entendido como curación de aquellos que llegan enfermos o poco perfectos al reino, teniendo que "curarse" allí con las hojas del Árbol: ellas ofrecen terapia y no castigo para los que lleguen, en romería gozosa a la ciudad del reino. Cf: Álvarez V., A., La Nueva Jerusalén del Apocalipsis, RevBib 47 (1992) 141-153; Balthasar, H. U. von, Teodramática IV. La Acción, Encuentro, Madrid 1995, 17-66; Bartina, S., La escatología del Apocalipsis, EstBib 21 (1962) 297-314; Contreras, Jerusalén; Bauckham, R., The Climax of Prophecy: Studies on the Book of Revelation, Clark, Edinburgh 1992
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