24.6.22.Sagrado Corazón: Amor íntimo, sociedad de amor

El 24.6.22  celebra la Iglesia el día del Sagrado Corazón, la última de las grandes fiestas de Jesús.

Esta fiesta no forma parte de la liturgia central del cristianismo, pero  se ha extendido en el “orbe” católico como expresión de la humanidad de Jesús y de su cercanía afectiva (personal y social)  en los últimos siglos.

Gracias al Sagrado Corazón, entronizado en mil casas, colocado en la puerta de millones de hogares, se ha mantenido la experiencia y tarea de Jesús,  no por toma de poder e imposición, sino por encarnación y presencia de amor.  

Sagrado Corazón de Jesús | 27 de junio - Calendarr

Introducción. Imitar y seguir a Jesús

 – El lenguaje de imitación ha sido utilizado San Pablo y su escuela (¡sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo!: 1, Cor 11, 1; cf. 1 Tes 1, 6; 1 Cor 4, 16; Ef 5, 1), ¡Somos imagen de Dios en Jesús, debemos imitar y actualizar su vida! (cf. 2 Cor 4, 6, relacionado con Gen 1, 28). Ese lenguaje resulta limitado: tiende a concebir la vida cristiana como realidad idéntica, jerárquica, inmutable, en un sentido más intimista.

El lenguaje del Seguimiento resulta más adecuado para entender el evangelio y la vida de la Iglesia, formada por discípulos (que escuchan/aprenden), amigos (que comparten) y seguidores (que van detrás, continuando el tipo de vida que Jesús ha iniciado). Cristiano es, por esencia, alguien que sigue a Jesús: escucha su llamada y camina con él en búsqueda de Reino.

Seguir a Jesús esescuchar su Palabra y responderle. No es aprender y desplegar una teoría intelectual más o menos elevada, ni lograr un modo nuevo de experiencia interior contemplativa, sino iniciando con él un camino mesiánico marcado por el descubrimiento compartido de la voluntad de Dios.

Seguir a Jesús es tomarle como fuente de inspiración y principio de nuestro camino. Se ha dicho que importa el ser, no el hacer y en algún aspecto es cierto. Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el ser y hacer acaban siendo inseparables, pues Jesús llamó a quienes quiso para que estuvieran con-él y para enviarlos a proclamar (el evangelio) y expulsar a los demonios (cf. Mc 3, 13-15), haciendo que este mundo sea camino de vida para todos los seres humanos, varones y mujeres. 

De los nombres de Cristo - Editorial Verbum

  1. 2. Jesús en la historia. Algunos ejemplod

            En otro tiempo, muchos cristianos y teólogos habían puesto de relieve su carácter divino, como si pudiera separarse del humano: daba la impresión de que era preferible exaltar su grandeza, destacando los valores especiales de su vida, situándole sobre un horizonte especial, desligado de la dura historia de la tierra. De esa forma le alejábamos de nuestra humanidad, le separábamos de nuestros valores y problemas. Pues bien, conforme al dogma de la Iglesia (Concilio de Calcedonia, año 451), es Dios y hombre verdadero, en forma inseparable: sólo podemos descubrirle y venerarle como ser divino en la medida en que conocemos y aceptamos su humanidad.

El NT presente a Jesús como Cristo, mesías y principio de la Nueva humanidad, abriendo así un camino que sigue siendo fundamental para todos los cristianos, a lo largo de los siglos.

Jesús es, al mismo tiempo, Hijo del Hombre, nueva humanidad…, aquel en quien se condensa y culmina el camino de la verdadera humanidad. En ese sentido, amar a Jesús es ante todo amar a los hombres y mujeres, caminar con ellos hacia la promesa de la nueva humanidad.

 Jesús es Logos o Razón fundante de todo lo que existe, creador divino y humano de todo lo que existe, vínculo de unión del cielo y de la tierra, de Dios y los humanos, como ha visto la teología más antigua, cultivada sobre todo por los primeros grandes teólogos de la cristiandad, los de Antioquía y los de Alejandría.

Pero, al mismo tiempo, Jesús aparece en todo el NT como aquel que ama a los demás…, como amigo de pobres y excluidos, de niños y mayores, de mujeres y varones, de enfermos… Es un hombre que ama no en general y por doctrina, sino de un modo concreto, acogiendo, animando, curando. Así le ha presentado Flavio Josefo, historiador judío: Un hombre que amaba, que tenía amigos, alguien que fue capaz de morir por ellos.

Novena y oraciones al Sagrado Corazón de Jesús

Cristo Amigo poderoso, Jesús Rey, en línea del poder

Siguiendo modelos imperiales de la iglesia romana y bizantina, Cristo ha podido aparecer con Emperador, rey poderoso, llamado a dominar y dirigir con su poder el mundo entero… En esa misma línea, siguiendo los modelos feudales de la iglesia medieval, a partir del siglo XII d.C., Jesús ha podido aparecer como rey poderoso, llamado a dominar el mundo entero. Ciertamente, este Jesús no suele llevar espada (la espada la llevan San Miguel y San Jorge, Santiago y los reyes canonizados), pero él capitanea, como portador de la Bandera de Dios, la gran lucha en la que se alistan sus soldados, desde los Monjes Militares del siglo XII-XIII, hasta los voluntarios de la Compañía de Jesús y de sus imitaciones y adaptaciones del siglo XVI hasta la actualidad, el amor de Jesús ha sido amor poderoso, triunfador, de Rey sobre el mundo entero.

La forma jesuítica de esta espiritualidad ha configurado gran parte de la tarea misionera de la iglesia entre los siglos XVI-XX. Es claro que el Cristo Capitán de la Compañía de Jesús ya no actúa en forma de lucha armada con derrota de los enemigos,, sino en forma de entrega de la vida al servicio del Reino y de la Iglesia. Pero parecen claras las connotaciones de llamada superior y lucha al servicio del evangelio     

Este Cristo Capitán o Gran Rey, exige soldados que dejan familia y posesiones de este mundo para mejor seguirle. De esta forma, Cristo ya no es un mero profeta, anacoreta, monje, amigos… sino que viene a presentarse como Rey Universal. (a) Valor. Cristo aparece en ese modelo como un Rey a cuyo servicio quedan liberados los religiosos (o los consagrados), para realizar una tarea más fuerte de extensión del reino, como especialistas al servicio de la misión cristiana. (b) Riesgo. Interpretar la vida cristiana como algo que hay que hacer, como una tarea en la línea de la efectividad, como si hubiera que cambiar el mundo…

Cristo corazón Jesús amigo,

En contra de la visión anterior (Cristo Rey, emperador celesta) Jesús ha sido para muchos cristianos hermano, amigo, Esposo del alma, compañero o pareja (identidad) de amor. En esa línea, la mística medieval, con “devotio” moderna del siglo XV-XVI renacimiento y el y barroca le descubre y venera como amigo, ser humano enamorado que dirige a hombres las mujeres, en el camino de la maduración afectiva.

Esta visión ha sido más desarrollada por mujeres, pero también por varones, al menos desde la Edad Media. Tiene raíces bíblicas, pues el mismo Nuevo Testamento le presenta a Jesús como esposo (en una tradición múltiple, presente en Mt y Lc, en Pablo y Juan), siguiendo una experiencia muy honda de los profetas del amor de Dios.

En esta línea, la experiencia carismática cristiana tendría formas de enamoramiento místico y de comunicación mesiánico con Jesús, quien viene a presentarse como encarnación personal del amor de Dios, tal como lo han puesto de relieve varias santas medievales y, de un modo especial, los contemplativos del Carmelo (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz).

Conforme a esta visión, Jesús sería aquel que ha venido a introkducir a los hombres en suamor más profundo, tal como está simbolizado por el Cantar de los Cantares. La vida cristiana es según eso, básicamente una escuela de amor. En un sentido externo, la iglesia necesita un tipo de estructura sacral con instituciones sociales, pero en el fondo, eso termina siendo secundario. Lo que define a los cristianos es la experiencia íntima de amor, vivida de forma personal, por cada creyente, varón o mujer.

Esta no es una línea exclusivamente cristiana, sino que puede encontrarse en ciertas formas de monacato hindú y budista y, sobre todo, en la experiencia mística de los grandes sufíes musulmanes, que ha desarrollado formas de contemplación cercanas a las de la mística del amor cristiano (temas tomados de Diccionario Biblia).

Gran diccionario de la Biblia

 Introducción bíblica: Cuerpo, alma, corazón y espíritu

En línea de corazón, Cristo es el Gran Amigo, Esposo del alma, es decir, como aquel que nos permite vivir en plenitud de amor. Esta experiencia puede tener su origen en los monjes hospitalarios y guerreros de la Edad Media transformados en amigos, tema que puede verse en Francisco de Asís y Raimundo Lulio. Ella presenta a Jesús como amigo compasivo, al servicio del amor cercano, abierto en amor de ayuda a los y oprimidos de su entorno.

Significativamente, ésta ha sido una línea de piedad que se ha extendido y triunfado especialmente desde Francia, en una línea que se extiende desde San Francisco de Sales (1467-1622), hasta Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), pasando por Santa María Margarita de Alacoque (1647-1690). Con sus cien ramificaciones, inspiradas en gran parte por los religiosos de la Compañía de Jesús, esta ha sido una “devoción cordial”, centrada en el Cristo-Corazón (Sagrado Corazón). Ha sido la devoción por excelencia de la modernidad católica, la devoción, sin más, una forma de identificación con “Jesus-amor”, Jesús corazón.

Devoción significa dedicación amorosa, “piedad” compasiva, en el sentido tradicional de la palabra, miseriordia amorosa…. Éste ha sido, a mi juicio, el momento clave de la “gran transformación católica de Europa en el siglo XVII al XX, con sus grandes valores y sus grandes riesgos, tal como ha venido culminar y está siendo superada en el siglo XX.

 Suele decirse que el hombre bíblico no es dualista, no divide al hombre en alma y cuerpo, sino que lo toma de un modo unitario, aunque lo mira y describe desde diversas perspectivas.

Basar.El hombre entero (varón y mujer) es basar (en griego sôma y sarx, cuerepo y carne). El hombre no tiene cuerpo/carne, sino que es cuerpo/carne”, igual que los animales, pero es cuerpo/viviente animado.

             En ese sentido, el hombres es leb-lebab, es decir, como corazón.Los hebreos saben que el corazón es un órgano corporal, vinculado a la vida física (cf. Gen 18, 5; Sal 38, 11; 1 Rey 21, 7). Pero, al mismo tiempo, lo toman como sede de la vida intelectual, de afectividad y pensamiento. En ese sentido, el hombre es “corazón”, ser que conoce y reflexiona, viviente que quiere y decide, ser que puede odiar pero que está llamado al amor. ama y odia, relacionándose con los demás de un modo que puede volverse duradero.

            El hombre es finalmente aliento superior, Ruah (pneuma, espíritu), vinculado al aliento vital del mismo Dios. En ese sentido, el hombre “corazón” de Dios, vinculado, según eso, con el mismo espíritu de Dios.

Dios amor de corazón

Amarás a Dios con todo tu corazón. El pensamiento más occidental ha tendido a contraponer el entendimiento y el corazón, es decir, la racionalidad y el mundo de los sentimientos. Por el contrario, en la Biblia el corazón sigue siendo la sede no sólo de los afectos, sino también de las ideas y de los pensamientos. Para entender el sentido de corazón resulta ejemplar la formulación de shema*: «Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón (leb), con toda tu alma (nephesh), con todas tus fuerzas (me’od)».

Estos son los tres niveles o momentos básicos de la vida humana: el corazón que es la sede básica de las decisiones, el alma o nephesh que expresa sus deseos y las fuerzas de la voluntad que expresan su poder. La Biblia no conoce un pensamiento puramente racional, desligado del corazón, pues el mismo corazón es el que piensa. En ese fondo se sitúa la bienaventuranza de los limpios de corazón (Mt 5, 7), de quienes se dice que verán (conocerán) a Dios. Desde aquí se pueden formular los aspectos esenciales del corazón en Israel:

El ser humano es corazón. Tanto en hebreo (leb/lebab), como en griego (kardia), el corazón es en la Biblia, una palabra simbólica y multiforme, que significa no sólo un órgano fisiológico, sino (y sobre todo) una dimensión integral del ser humano. El hombre no “tiene”, sino que “es” corazón (lo mismo que es alma y es cuerpo…). Con esa palabra se indica el centro anímico, el lugar donde se asientan los sentimientos, el pensamiento y la voluntad, la inteligencia y los deseos más profundos. En contra de un racionalismo posterior (que ha dividido al hombre en cuerpo y alma), la Biblia ha mantenido siempre una dimensión integral del ser humano, entendido como viviente que siente y busca, que desea y ama, en línea de corazón que se abre y comparte con los otros. En ese contexto, el corazón aparece como espacio compartido de encuentro del hombre con Dios. En el corazón se asienta el temor de Dios, lo mismo que la búsqueda de Dios y su justicia. Pero, al mismo tiempo, el corazón es sede de los malos deseos, de la ira y la venganza, de la envidia y del rechazo contra Dios.

Dureza y conocimiento. Dos palabras clave definen la función del corazón. Una es la dureza (en griego sklerokardía), la actitud de aquellos que son incapaces de conmoverse ante la miseria ajena, esto es, la de aquellos que no tienen misericordia. En ese contexto se habla de la dureza de corazón del Faraón, que se opone a los hebreos (cf. Ex 4, 21; 7, 3), pero también de la dureza de corazón de los israelitas, que no entienden ni acogen la palabra de Dios (cf. Is 6, 10).

Otra palabra clave es la del conocimiento del corazón, que se aplica sobre todo a Dios que es kardiognostés, porque no sólo conoce el corazón de los hombres, sino que conoce “con el corazón”, esto es, en sentido amoroso. En esa línea, podemos seguir diciendo que la experiencia y vida de los israelitas ha sido, ante todo, una experiencia cordial: Dirigidos por la fe en Dios, los israelitas han debido caminar siempre a la luz del corazón, apareciendo así como sido los mayores “exploradores” del corazón humano de la historia de occidente. Otros, como los griegos, han profundizado más en temas de filosofía y técnica política. Los judíos han sido y siguen siendo “hombres de corazón”.

Nuevo Testamento, buen corazón. Un tipo de judaísmo, bastante extendido en tiempos de Jesús, se habría dejado dominar por el miedo hacia aquellos gestos y cosas que manchan al hombre y pueden separarle de la santidad de Dios. Por eso buscaba ante todo una pureza de la ley: de las manos que se lavan según rito, de las observancias que se cumplen, según mandato, en vestidos y comidas etc. Pues bien, en contra de esa pureza de ley, al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), volviendo a las raíces de la experiencia israelita, Jesús ha destacado la pureza del corazón, que dialoga directamente con Dios y que se abre en forma solidaria y misericordiosa a todos, especialmente a los pobres. Por eso él proclama «bienaventurados los limpios de corazón» (Mt 5, 8). Jesús quiso ofrecer a sus amigos y seguidores un camino de pureza de corazón misericordioso, que se abre a los necesitados, por encima de toda ley o patria particular (de tipo político o religioso), pues su patria (nación, iglesia) de los hombres es es la misericordia universal, desde los más pobres (cf. Mt 9, 13; 12, 7).

Del mal corazón brota el pecado. En la línea anterior se sitúa la palabra de Jesús sobre las comidas y los ritos alimenticios. Buscan otros la pureza de unas leyes sagradas que se cumplen según rito (en comidas especiales, en limpieza de manos y utensilios, en separación de espacios…). Pues bien, en contra de eso, Jesús añade: Lo que mancha al hombre no son manchan, normas o comidas externas, sino los pensamientos y acción que brotan del mal corazón: dentro «porque del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, las inmoralidades sexuales, los robos, los homicidios, los adulterios, las avaricias, las maldades, el engaño… Todas estas maldades salen de adentro y contaminan al hombre» (Mc 7, 20-22). El corazón se entiende así como sede y de los deseos y pasiones de la vida, del bien más hondo, si es sede de amor, del mas intenso, si es principio de odio o destrucción contra los otros. Según eso, la buena religión es un buen corazón, como ha mostrado la carta de Santiago, desde una perspectiva israelita:

«Si alguien parece ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, la religión del tal es vana. La religión pura e incontaminada delante de Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo» (Sant 1, 26-27).

Ciertamente, la religión está vinculada a la lengua (al decir bien), pero sobre todo pertenece al corazón transparente que se expresa en el amor activo a los necesitados (viudas, huérfanos). Precisamente ahí se sitúa la “limpieza religiosa” que han buscado apasionadamente varios tipos de judíos: no dejarse manchar por el mundo es amar activamente a los demás; ahí se expresa el corazón, superando todo tipo de pequeño sentimentalismo. 

JESÚS, UN BUEN CORAZÓN

Historia de Jesús

Hace unos 150/100 años (en torno al 1900 d.C.) montañas y torres de iglesias se llenaron de Imágenes de Jesús como Sagrado Corazón.Fue por mucho tiempo la fiesta más necesaria, más cordial de millones de católicos, con la Imagen de María, también Corazón.

 Hoy, 24.6.2022, esta devoción está muy apagada, por cambio del tiempo y también por mejor conocimiento del evangelio. En lateología tradicional de la Edad Moderna había impuesto la figura de un Cristo Juez, que domina con su fuerza y su ley la historia de los hombres.Contrarrestando esa visión, la experiencia de su misericordia ha estado vinculada, en la tradición católica, ala devoción del Sagrado Corazón de Jesús, que, a partir del siglo XVII, ha sido signo de la misericordia divina. Desde ese fondo, teniendo en cuenta algunos elementos de la visión de Cristo liberador y de la misericordia de Dios, podemos ofrecer unas reflexiones básicas sobre el Sagrado Corazón como expresión de amor misericordioso y cercano. 

1.Corazón de Jesús, Misericordia entrañable,

Jesús no fue un profeta duro, encargado de anunciar el juicio divino, sino Mesías misericordioso del Padre; así puede estar representado por un corazón que siente con los hombres y les ama.

Ciertamente, anunció el juicio, pero no para los pecadores, sino sólo para aquellos que rechazaban la misericordia, es decir, para aquellos que se oponían al reinado de su Corazón. Eso significa que, para Jesús, Dios es perdón total, de tal forma que sólo aquellos que no lo aceptan (que no reciben en amor y concordia a los pecadores) pueden condenarse, pues no aceptan la misericordia El perdón no es algo que viene después, cuando el pecador se ha arrepentido y cambiado, sino punto de partida: el perdón es misericordia, es el don previo de Dios.

Jesús no perdona a los pecadores porque han hecho penitencia, sino porque Dios es gracia creadora, es decir, porque es misericordia entrañable. Jesús es la misericordia encarnada de Dios, de forma que él actúa como signo y presencia de esa misericordia entrañable. Su perdón no es la tolerancia de un hombre magnánimo e indiferente), sino expresión de un afecto entrañable de un hombre que ama en concreto a los demás, empezando por los más pobres. Ciertamente, Jesús sabe que, en un plano, sigue habiendo juicio de castigo, pero ese castigo ya no viene de Dios, sino de aquellos que rechazan el perdón de Dios y de esa forma quedan en manos de la propia violencia del mundo que no acepta la gracia divina, que es amor que perdona.

2, misericordia que redime

En sentido estricto, redentor es el que compra y libera a un esclavo, pagando un precio por ello; redimir significa rescatar lo que estaba enajenado. Tanto en el contexto genérico del antiguo oriente, como en el judaísmo antiguo, se llamaba redentor (goel) al que rescata a los esclavos, para devolverles así la libertad, especialmente en la fiesta o tiempo del año sabático o jubilarPues bien, los cristianos afirman que Dios, ha enviado a su Hijo no como juez, sino como redentor de los hombres, sin exigirles nada, perdonando por amor (en amor) todas sus deudas.

En ese contexto se entiende el tema de la muerte de Jesús, como gesto de amor, no de venganza: Jesús se ha presentado como mensajero de un juicio de Dios que se realiza en forma de perdón y absoluta gratuidad. Jesús es redentor misericordioso porque ha entregado su propia vida a favor de los pecadores y excluidos. Jesús Redentor no exige que los redimidos hagan penitencia, sino todo lo contrario: él mismo paga lo que deben, ofreciendo el precio del rescate. No exige a los hombres que satisfagan la deuda que tienen con Dios, sino que les ofrece el amor y la vida gratuita de Dios, pagando por ellos el rescate de su propia vida. Cristo es misericordioso porque asume los pecados de los hombres, carga con ellos, por amor, por gracia original. Esa es la misericordia mesiánica, la experiencia de un amor que supera toda imposición y venganza, de manera que es capaz de dar la vida por los demás. 

  1. Misericordia que libera

Jesús no se contenta con pagar por nosotros, asumiendo nuestras deudas, sino que quiere ayudarnos a vivir en libertad, sin violencia ni miedo de la muerte. Cristo ha pagado por nosotros, no para dejarnos sin tarea, sino para que podamos asumir la más alta tarea, vivir en libertad. Siendo totalmente gratuito, el perdón y redención se vuelven principio de creatividad: nos liberan para que podamos vivir en plenitud. De esa forma, el mismo perdón recibido nos conduce a la conversión, que se expresa básicamente en forma de nacimiento y vida liberada para el amor. La redención se vuelve así liberación: Jesús nos redime sin imponer o exigir nada, pero ofreciéndonos una capacidad más alta para el amor, haciéndonos capaces de amarnos los unos a los otros.

De esa forma culmina el camino sabático y jubilar del Antiguo Testamento: la redención de las deudas se expandía y expresaba en la liberación de los esclavos, pues sólo un hombre sin deudas puede vivir verdaderamente en libertad. Ese perdón liberador es, al mismo tiempo, exigente, pero no por ley, sino por gracia. Perdonar no es mantener a los demás bien protegidos, sino ofrecerles un camino de madurez. El Dios de Cristo no ha querido perdonarnos para que sigamos siendo dependientes, de manera que tengamos que estarle siempre agradecidos por sus dones, sino que lo ha hecho para que seamos precisamente independientes, para que podamos expandir por el mundo la gracia de la libertad. De esa forma, la misma misericordia se convierte en entrega de la vida en favor de los demás, en liberación que ha de expresarse en forma personal y social.

 3. Amor que reconcilia y crea comunión.

Los momentos anteriores (redención y liberación) culminan y se expresan en la reconciliación entre los fieles perdonados, y entre todos los hombres. Al reconciliarnos con Dios, Jesús nos hace capaces de reconciliarnos los unos con los otros, perdonándonos unos a otros. Redención y liberación sólo son verdaderas allí donde suscitan un encuentro amistoso, creador, entre redentores y redimidos, que se vinculan mutuamente y de esa forma empiezan a ser hermanos. Jesús nos ha redimido haciéndose Propiciación por nuestros pecados (Rom 3, 24-25): los ha hecho propios, y, en vez de condenarnos por ellos, nos ha ofrecido su amistad. No se ha reservado nada para sí, sino que ha querido entregarse (entregar a Jesús) por nosotros, para que podamos vivir en su amistad (cf. Rom 8, 32). Desde ese fondo, Pablo nos invita a reconciliarnos con Dios, en camino de aceptación y diálogo misericordioso, que conduce a la reconciliación entre todos los hombres. «Y todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por Cristo y nos concedió el ministerio de la reconciliación. Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo, no imputándole sus pecados, y concediéndonos a nosotros la tarea (=palabra) de la reconciliación. Así que, somos embajadores, en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro. Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios…» (2 Cor 5, 17-20).

4. Misericordia que salva.

“Jesucristo es el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hebr 13, 8). Esta es la afirmación más importante de nuestra fe en Cristo. La voluntad salvífica de Dios respecto a la humanidad entera se ha manifestado y realizado de modo único y definitivo en el misterio de Jesús…” (cf. Comité Jubileo 2000, Jesucristo Salvador 144). La salvación cristiana es un misterio, don supremo de Dios que nos regala en Jesús su misma vida divina; de esa forma nos eleva del abatimiento en que estábamos, ofreciéndonos su propia fecundidad, haciéndonos hijos en su propio Hijo Jesucristo. Pues bien, la salvación consiste en recibir y desplegar la vida de Dios, que es comunión y misericordia, tal como se ha manifestado y culminado en el Espíritu Santo: vivir en amistad con Dios, abrirse en gesto de amistad hacia todos los hermanos.

Esta salvación tiene un elemento histórico: ella se expresa en la salud interior y exterior, en el amor mutuo y el pan compartido, en la palabra dialogada y en la casa de la fraternidad. Ella tiene, dentro de la iglesia, un carácter sacramental, que se vincula a los grandes momentos de la vida humana: bautismo o nacimiento a la gracia; eucaristía o pan compartido en Cristo; matrimonio o celebración del amor mutuo…. Tener misericordia no es ya elevar a los caídos, curar a los enfermos, sino algo más profundo y duradero: es el amor tierno y gratuito, es la comunión abierta a todos, por encima de la ley del mundo.

Estos cinco títulos enmarcan y definen el amor de Cristo, conforme a la conciencia de la iglesia. A través de ellos, Jesús aparece como principio de amor, en medio de la historia de los hombres. Dios mismo aparece así, por medio de Jesús, como fuente de amor creador y salvador. Desde ese fondo, apoyados en la comunicación concreta de Dios en Jesucristo, en comunión de Espíritu, podemos afirmar que la iglesia es la comunidad de creyentes que comparten y expanden la Palabra: no es unión de raza, grupo vinculado por poderes o ventajas materiales, sino comunidad de la palabra encarnada, eucaristía. Por eso, ella no tiene más verdad quela Comunicación, ni más dogma quela Palabra encarnada y compartida en gracia, entre todos los humanos. Este es el dogma de los dogmas: la comunicación real y salvadora (de amor) para los hombres 

CORAZÓN DE JESUS: AMOR ÍNTIMO, AMOR SOLIDARIO

 (Tomado de Palabras de amor, 655-6669

Base teológica. Jesús se identifica con los rechazados sociales (hambrientos, extranjeros, encarcelados…) porque es Mesías de un Dios creador, que se encarna en la pobreza de la historia humana. Por eso, su solidaridad no es un simple efecto del compromiso social humano, sino don de Dios que se encarna en la vida de los pobres y expulsados del mndo, a los que Jesús ama, en forma de corazón, en intimidad y solidaridad.

 La solidaridad de Jesús no va unidad a los intereses de un determinado grupo social, de una clase en contra de las otras, sino que es expresión de su intimidad universal de amor.

Algunos programas sociales han destacado el sufrimiento de una “clase”, poniendo de relieve  su oposición a otras clases sociales. En contra de eso, Jesús se identifica con todos, partiendo de los pobres y excluidos que  no pueden ni organizarse en forma de grupo dominante para tomar el poder.

  La solidaridad de Jesús es gracia-donación: amar es más que aceptar la existencia de los otros (de los distintos, de los enemigos); amar es desear que ellos existan, más aún, es dar la vida por ellos. Allí donde algunos introducen la lucha económico-social de unos contra otros, Jesús cree que la injusticia y violencia del mundo actual no se supera a través de una lucha que lleva a la toma de poder de algunos, sino del amor íntimo, dirigido a todos, como fuente de solidaridad y transformación social,

Por eso, la meta de la solidaridad de Jesús es la comunión gratuita, abierta a todos los hombres y mujeres, no en forma de unidad de clase (pero tampoco de injusticia interclasista), sino de comunión en el amor personal.  

La solidaridad de Jesús no desemboca en la toma del poder de algunos, sino en la transformación de amor (de corazón) de todos. 

Jesús no ha tomado el poder para extender el amor, pues sólo poniendo amor se encuentra amor. Por eso, su proyecto revolucionario puede ser hasta el final un proyecto de amor. Una revolución que desemboca en la toma de poder de algunos deja de ser revolucionario, deja de ser signo de amor, de corazón. Un poder que se impone por la fuerza no es auténtico amor.

Aquí se sitúa la verdadera diferencia de la solidaridad cristiana, tal como aparece en el fondo de Mt 25, 31-46, con los tres grupos de personas: 

 (1) Los pobres o pequeño reflejan y conden­san la miseria de la historia que se expresa en necesidad material (hambre y sed), social (exilio, desnudez, cárcel) y biológico-­afectiva (enfermedad, desnudez). Estos pobres son la expresión de impotencia de lo humano. (2) Los que acompañan y/o ayudan a los pobres saben que la vida es don: que sólo se tiene dando, que sólo se alcanza amor amando a los demás. El valor de estos hombres y mujeres que dan lo que son se explicita en su función de servicio, en apertura creadora hacia los otros.

(3) Aquellos que no ayudan: se cierran en sí mismos y no piensan en los pobres de la tierra, corriendo asi el riesgo de destruirse a sí mismos.  Según eso, los hombres y mujeres no se escin­den en buenos y malos, grandes y pequeños (burgueses-proletarios), sino en (1) pobres, (2) los que solidarizan con los pobres y (3) aquellos que no lo hacen. Los que determinan la división son los pobres en cuanto tales, de manera que ante ellos se definen los dos restantes grupos.

Estadivisión nos permite descubrir la posibilidad de pertene­cer, al mismo tiempo, a dos grupos distintos. Prescindiendo de algún caso límite, todas las restantes personas pueden ser y somos, al mismo tiempo, objeto de necesidad y sujeto activo de (posible) ayuda a los demás. Estamos a merced de los demás, pero, al mismo tiempo, les podemos ofrecer nuestra asistencia, no sólo en el nivel externo, sino en otros niveles de presencia, de tal manera que en ese sentido los que más aportan a la convivencia humana y al despliegue de Dios en ella (al surgimiento de la nueva humanidad) pueden ser aquellos que parecen que no aportan nada, que son simple rostro sufriente, como ha destacado el filósofo judío E. Lévinas. Más aún, los que de verdad sirven a los pobres no pueden seguir siendo “ricos”, regalando algo que les sobra, sino que han de volverse solidarios de los pobres, compartiendo la vida con ellos. Pobres que acompañan a otros pobres: estos son los verdaderos solidarios.

Desde ese fondo podemos añadir que la historia humana recibe su sentido allí donde va generándose un movimiento de solidaridad, allí donde cada uno de los hombres, recibiendo ayuda de los otros, les ofrece su respuesta de asistencia, de tal manea que los pobres y aquellos que les “sirven” o cuidan forman un círculo de intercambio de solidaridad humana. Quien impide ese intercambio, aquel que se aprovecha de los otros y no quiere darles nada destruye el gran camino del amor de Cristo y se destruye. Con este esquema superamos el exclusivismo económico y el puro antagonismo de ricos y pobres. Ciertamente, Mt 25, 31-46 pone de relieve la miseria alimenticia (hambre, sed...) e indica que es preciso resolverla, pero también destaca otras miserias importantes (cárcel, exilio, enfermedad...), queriendo que los hombres y mujeres vivan en solidaridad, no en enfrentamiento mutuo.

Lo inaudito de Mt 25, 31-46 no es que Cristo invite a amar a los pequeños; eso lo dijeron numerosos sabios anteriores. Lo inaudito es que proclame de manera directa que el mismo Dios está presente en los pequeños y excluidos del amor solidario: «Tuve hambre, estuve en el exilio». Donde sufre un hombre sufre el Hijo de Dios a quien podemos llamar no sólo «el proletario universal» sino el «sufriente originario». Sólo en esta línea de identificación de Jesús con los necesitados se entiende la palabra de «felices vosotros los pobres...» (Mt 5, 3): felices porque el mismo Dios alienta en vuestra situación de impotencia y lucha. En esta perspectiva se sitúa la exigencia de la solidaridad activa: si descubro la presencia de Dios en los pobres puedo amarles de un modo concreto (dar de comer, acoger). Sé que el Dios de Cristo no está sólo en mi propia pequeñez, sino en la pequeñez de los demás y en el amor mutuo, de tal forma que puedo escuchar la palabra: «bienaventurados los misericordiosos...» (Mt 5, 7 s). De esa forma, la solidaridad concreta se hace signo de Dios, no a través de la violencia de un partido o grupo social que, para defender a los pobres, toma el poder y lucha militarmente contra los opresores, sino a través del gesto solidario de aquellos que se ayudan desde su propia opresión.

Mt 25, 31-46 ofrece, según eso, un ritmo histórico ternario. El punto de partida es el amor de Dios en Cristo, la presencia de Dios en los pequeños. Al final está el amor que triunfa de la muerte. Entre esos campos, apoyándose en la gracia y dirigido hacia la meta escatológica, aparece el ejercicio afectivo y efectivo del amor: la certeza de que, siendo pequeños, nos tenemos que ofrecer ayuda unos a otros. Desde la pequeñez de los expulsados y hambrientos, han de instaurarse formas de solidaridad económica y social, que sean capaces de trasformar la historia. En esta línea va el despliegue de la vida.

¿Y aquellos que no ayudan? ¿Qué pasa con aquellos que no se reconocen pequeños, no agradecen, por tanto, el don de Dios ni el servicio que viene de los hombres, aquellos que no ofrecen nada por los otros? Mt 25, 31-46 responde de un modo tajante, siguiendo el modelo apocalíptico judío: «Apartaos de mi» (ellos corren el riesgo de perderse). Ellos se pierden y destruyen a sí mismo, pero el corazón de Jesús les sigue llamando y acogiendo, como muestra todo el evangelio.  Desde aquí se entiende el amor de intimidad y solidaridad del Corazón de Jesús, según el evangelio:

  1. Don originario. Para el cristiano la salvación es don de Dios que se revela en Cristo como poder de comunión como lugar donde nos vamos realizando. Por eso la alcanzan los pobres y aquellos que ayudan a los pobres, de manera que en su gesto de solidaridad no impositiva viene a revelarse la verdad del ser humano, el futuro de la vida.

Éste es el signo del Sagrado Corazón de Jesús: Ciertamente, la ayuda solidaria puede y debe estructurarse a través de medios económico-sociales, pero nunca en forma de violencia directa de tipo estatal, económico o militar, como quieren muchos.  

Por eso, el Sagrado Corazón no se puede expresar a través de ningún tipo de legionarios de Cristo o de Guerrilleros del Cristo Rey. Donde un pretendido cristiano apela a Cristo Rey para imponer un tipo de poder jurídico, militar, económico o ideológico está oponiéndose al signo y camino de Jesús.

Algunos pretendidos cristianos, y devotos de Cristo-Rey quieren tomar el poder para imponer después el reino del Corazón de Jesús” (reinaré en esta casa o en esta nación…). Pero la toma de poder como poder va en contra del reinado del Sagrado Corazón. Eso significa que la solidaridad cristiana del Sagrado Corazón no puede empezar a establecerse  tomando el poder e imponiendo así el evangelio… pues en el momento en que lo impone deja de ser evangelio.

            Muchos poderosos de este mundo (incluso algunos que se llaman cristianos sin serlo, en España o en USA, por poner dos ejemplos)) dicen que quieren tomar el poder  para imponer después el cristianismo…. Pues bien, la solidaridad cristiana no empieza tomando el poder, sino ayudando en concreto a los necesitados. Conforme a su visión de la historia, los marxistas creían que el motor del cambio humano son los proletarios-poderosos, bien organizados, capaces de tomar el poder. Por el contrario, los privilegiados de Jesús empiezan siendo los proletarios-mendigos, los que forman el “lumpen” o basura de la sociedad, de manera que no pueden ni siquiera defenderse. El evangelio se sitúa en la línea de una revolución sin toma de poder estatal ni militar, una revolución de las multitudes abiertas al amor. 

La solidaridad de los partidos marxistas clásicos ha fracasado, porque han querido tomar el poder y cambiar las relaciones humanas por la fuerza. Pues bien, en contra de eso, según el evangelio, lo que importa son los pobres, esto es, todos los hombres, empezando por los pequeños y excluidos (que no pueden defenderse a sí mismo, ni formar un partido) y pasando por aquellos que son capaces de ayudarles, suscitando caminos de unidad solitaria que cambia los corazones de los hombres y mujeres.

Defender y amar a los pobres no significa tomar el poder para ayudarles desde arriba, imponiendo un tipo de “evangelio”, pues evangelio impuesto deja de buena nueva de Jesús, reinado del Sagrado Corazón.  

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