Corpus /2 (Eliseo). Syn-esthiein (=con-comer), hacerse comida unos de  otros, comer juntos, eso es Corpus

Termino así la postal comenzada ayer, con Eliseo, que consta hoy de dos partes. (1) Conclusión del trabajo de Eliseo, en línea académica. (2) Reflexión mía sobre las comidas de Jesús (tomada de un trabajo para la HOAC).

Pongo como imagen una foto de la presentación de la Nueva Mariología (Madrid 1992), cuando Eliseo y un servidor trabajábamos juntos. De izda a dcha: Director de la Editorial San Pablo, Mercedes Navarro, Obispo de Valencia (A. García-Gasco), Eliseo Tourón, un servidor.. 

ELISEO. LOGION ESCATOLÓGICO. BEBER JUNTOS

 El logion escatológico de Jesús ha sido interpretado en general de dos formas, que ahora presentamos en forma esquemática, culminando la exposición anterior. 

 Escatología consecuente. Algunos se han inclinado a ver en el logion una confirmación de la dilación cronológica de la llegada del Reino y de la parusía del Mesías. Tal dilación seria consecuencia del error de mira propio del excesivo apocaliptismo de Jesús, para quien la historia quedaría en suspenso, en espera de cumplimiento final. Así piensan los defensores de la escatología consecuente, como A. SCHWEITZER, M.WERNER y A.LOISY.

 Visión complexiva del logion dentro del mensaje y pascua de Jesus. Otros autores consideran que visión anterior es inaceptable, porque no responde a los textos auténticos del evangelio de Jesús, que contempla el Reino de Dios como algo  incoado entre los hombres a través de su propio persona  (de sus palabras, de su entrega). En esta perspectiva, el logion escatológico queda integrado dentro del conjunto de la vida y mensaje de Jesús, en una perspectiva donde pascua y  parusía forman parte del misterio del único Cristo.  Además, ara llegar a la entraña de este logion escatológico de Jesús en los sinópticos hay que interrelacionarlo con los temas análogos de Juan. Así lo hace LEBEAU, siguiendo a M.A.FEUILLET, al estudiar los temas mayores del discurso de pan de vida[1]. 

La expresión fruto de la vid  que algunos exégetas (condicionados por la lectura alegórica  de Jn 15,1ss) interpretaron dentro del logion como carente de sentido eucarístico  ha producido el efecto contrario. Precisamente esa fórmula literariamente bella (alejada del lenguaje ordinario: se dice  fruto de la vid en ved de decirse normalmente vino)  confirma el sentido eucarístico sacramental del texto, pues precisamente en la celebración eucarística suelen utilizarse fórmulas literarias como esa.  Así lo han visto, entre otros, M. THURIAN y LEBEAU, en las obras que aquí estamos esudiando. Tanto uno como han mostrado el por qué Jn no necesitaba relatar la institución eucarística: no necesita  exponerla en sentido narrativo nuevo porque su sentido y realidad se contenía ya en su sermón de despedida (Jn 13-17).

De esa forma se vincula la eucaristía (el vino es en Mc fruto de la vid)  con la palabra de revelación de Jesús que se presenta en Jn diciendo Yo soy la vid verdadera (Jn 15,1); es una palabra que equivale a la del pan: Yo soy el pan de vida"(Jn 6, 48). Estamos en ambos casos ante "una fórmula de revelación" nueva de Jn, dentro de su propio estilo teológico, como afirman la mayoría de los exegetas (LAGRANGE, BULTMANN, BERNARD, E.SCHWEIZER etc.). 

Al decir que es la vida verdadera, Jesús podría haber dicho que es la vid de la vida (como es el pan de la vida). Pero en el fondo de esa innovación de Jn se conserva y recrea la tradición escatológica de Mc, cuando alude en 14, 25 al fruto de la vid.De esa forma invita a comer del pan de vida "que es El, que es su cuerpo" y  del fruto de la vid (Mc) o de la vid verdadera (Jn) que es El mismo. Esto significa que "el nuevo vino" del reino se relaciona con el mismo Jesús y con su eucaristía. Ya empieza a ser "vino nuevo" desde la resurrección de Jesús.

En esta perspectiva, en la línea del  fruto de la vid de Mc y de la vid verdadera de Jn, adquiere su sentido un texto extrabíblico muy antiguo de la liturgia cristiana, que tiene un claro sentido eucarístico: Te bendecimos Padre nuestro por la santa vid de David que nos has revelado por Jesús, tu servidor[2]. El pasaje paralelo de la Didascalia del s.III ya no pone "vid de vida" y y en su lugar pone "la vida manifestada por el Padre en Jesucristo". En otro documento -el Eucologio de Der Balizeh- de la misma estirpe eucarística que la Didascalia, pero más tardío, dos siglos después, conserva el sentido eucarístico de la referencia a la vid: Sicut vinum (hoc) expressum e (sancta) vite David et aqua ex agno (inmaculato) et (commixta) duo facta sunt unum mysterium[3].

Volviendo al tema de conjunto de este trabajo podemos afirmar que los sinópticos subrayan la voluntad de Jesús de ligar en un futuro inmediato aunque misterioso la comensalidad mesiánica de Cristo, que se abr al banquete del reino,  y el gesto concreto de la entrega de su vida, ritualmente celebrado (anticipado) en la Ultima Cena. Por su parte, Juan (como hemos visto en su discurso de despedida de la Cena: cf. Jn 16, 19-22; cf. 14,19) pone de relieve el hecho de que la inauguración efectiva de la comensalía con el Mesías depende de la pasión-glorificación de Jesús, preludio necesario  para la efusión del Espíritu generador de la iglesia.

Eso significa que hay una vinculación de fondo entre el discurso joánico y el logion escatológico. Así lo muestra también inmediatez de la inauguración de la comensalidad mesiánicaque supone el dicho joánico: dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver, porque voy al Padre (Jn 16,16.17). En esa misma línea se sitúa la parábola de la mujer que sufre la tristeza y el dolor antes del parto, pero que se abre a la  alegría posterior por haber dado a luz un varón al mundo (16, 21-22). Así entre el logion escatológico y su cumplimiento en la eucaristía ha de situarse el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús[4]. En esa misma lína se sitúa LEBEAU: "Jesús declara que el uso litúrgico del vino, que el judaísmo contemporáneo asociaba a la idea de inminencia mesiánica, será desde ahora el signo que la era de la novedad escatológica y de la comensalidad con el Mesías se ha inaugurado efectivamente"[5]. 

El dicho escatológico.

 El dicho escatológico no significa simplemente un deseo de que el mundo acabe. Jesús no se alegra con el fin inminente de la cosas, ni desea que el mundo se termine, en una especie de amor fati o deseo de la destrucción absoluta. El gesto de la comida abre un camino de historia pascual, abre un camino de comunicación vital, enraizada en todo lo que ha sido la experiencia de la comida de Jesús con los pecadores y, de un modo especial, el banquete de las multiplicaciones. Precisamente allí donde todo termina, allí donde parece que sólo queda la muerte, Jesús funda su gesto en el recuerdo del pasado, en las comidas con los amigos, en el banquete con la muchedumbre. Por eso, la eucaristía no es simple recuerdo de la muerte y esperanza del próximo, inmediato, futuro del reino.  

Ciertamente, hay para Mc una diferencia entre eso que pudiéramos llamar la eucaristía  universal del pan y de los peces (en la historia de las multiplicaciones) y la eucaristía eclesial del pan y del vino (que recoge el sentido de la anterior en contexto de comunidad celebrativa). Pero ellas no se pueden separar. La eucaristía de la Última Cena se perpetúa y tiene valor dentro de la Iglesia porque acoge y culmina lo que ha sido el camino del pan compartido de las multiplicaciones, en proceso de constante fecundación. De esta manera, la realización eucarística del misterio de Cristo se vuelve inseparable de su realización social, de la comunicación personal entre los creyentes y los hombres y mujeres de la tierra, en nombre de Jesús[6].    

            En ese camino que va del anuncio del reino al gesto eucarístico se sitúan ls palabras centrales de Lc 22, 29-30: Yo dispongo del reino en favor vuestro como mi Padre ha dispuesto de él en favor mío, para que comáis y bebáis en mi mesa. Así se expresa  la conciencia mesiánica de Jesús, que ratifica la presencia del reino que ya está presente entre nosotros y además confirma con su nueva alianza y su sacrificio que la certeza de que no os dejaré sólos[7]. 

PESCH conecta con los dichos escatológicos la llegada del reino y la certeza de que algunos no morirán: En verdad os digo que algunos de los presentes no gustarán de la muerte hasta que vean venir el reino de Dios con poder. (Mc 9, 1). Esa palabra (¡algunos no morirán...!) es muy difícil de interpretar, pero en este contexto de  Mc 14, 25 adquiere un relieve especial; Jesús puede introducir e introduce dentro de este mundo de muerte la certeza de hay algo que supera a la muerte, no sólo en pura esperanza de futuro sino también en experiencia concreta de superación del egoísmo que es causa de la muerte. Toda celebración eucarística viene a interpretarse, según esto, como una experiencia de vida que vence a la muerte, de comunión que supera la tragedia destructora de la historia del pecado. Por eso se puede decir que algunos no morirán[8].

En esta línea ha de entenderse el hecho de que Lucas pide a los discípulos que repitan el gesto del pan consagrad, diciéndoles haced esto en memoria mía (22, 19). Al hablar así, les pide a los discípulos que prolonguen, en las comidas eucarísticas, las comidas con el Jesús terreno que ahora finalizan. Lucas ha subrayado la ruptura con el pasado (ya no comeré...) pero ha abierto la perspectiva escatológica: hasta el cumplimiento en el Reino. Por eso,  la eucaristía es  una comida escatológica del entretiempo o, quizá mejor, del tiempo intermedio (Zwischenzeit). Una vez  terminadas las comidas con el Jesús terreno y

mientras se espera la comida con él en la plenitud del reino, los discípulos han de actualizar dentro de la historia, en forma de comunión social y humana lo qe ha sido el gesto fundante de las multiplicaciones, del pan compartido. Por eso, separar la eucaristía de ese pan compartido va en contra del evangelio En esa línea se puede afirmar que la  eucaristía lucana ha de entenderse como un cumplimiento anticipado de la promesa escatológica de Jesús sobre el reino. 

Podemos avanzar en esta línea y decir que la interpretación escatológica de las comidas de Jesús no ha comenzado en la eucaristía de la iglesia. En la línea de todo lo que hemos afirmado en nuestros trabajos precedentes (citados en nota 1) esa visión escatológica  de las comidas de Jesús se ha iniciado en las multiplicaciones y ha venido a condensarse, de una manera fuerte, en las comidas de Jesús con los discípulos inmediatamente después de su Resurrección.

Aunque no se mencione que Jesús bebió vino en las experiencias de su presencia pascual, hay suficientes testimonios que apoyan que apoyan esta perspectiva. La iglesia primitiva ha tenido la certeza de que Jesús resucitado está presente allí donde sus discípulos comen y beben en su nombre. Más aún, las más antiguas experiencias pascuales  se sitúan en clave de comida y presentan a Jesús como aquel que da de comer a los suyos y come con ellos

 JESÚS, MESÍAS DEL PAN Y VINO COMPARTIDO (PIKAZA)

compañeros y amigos de jesús-xabier pikaza-9788429331905

Primera multiplicación, comida y abundancia.  

 Como acabo de indicar, el proyecto Zaqueo no es imposible, sino todo lo contrario, es lo más posible de todo, si es que los hombres y mujeres se dejan cambiar en la línea de una economía de la abundancia, que no destruye lo que hay (condenando a la pobreza a unos y otros), sino que multiplica lo que hay, como indican los relatos de las multiplicaciones. Éste es el primero. Una muchedumbre ha seguido a Jesús al descampado… 

            Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle: El lugar está despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los campos y aldeas del entorno y compren algo de comer. Y respondiéndoles les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos le contestaron: ¿cómo podremos comprar nosotros pan, por valor de doscientos denarios, para darles de comer? Él les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron, le dijeron: Cinco panes y dos peces.

            Y les mandó que se reclinaran todos por grupos de comida sobre la hierba verde, y se sentaron en corros de cien y de cincuenta. Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces para todos.  Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos de pan y de sobras del pescado. Los que comieron los panes eran cinco mil hombres (cf. Mc 6, 35-44)

          Este relato marca al paso de una comunión de doctrina a la comunión del pan.Los discípulos no han opuesto ninguna objeción cuando Jesús habla “de balde” a todos (sin pedirles nada), pero se extrañan y responden cuando él les pide que alimenten a la muchedumbre con sus propios panes y peces. Esos discípulos piensan que podemos y debemos ser hermanos en doctrina, a nivel de teorías. Pero Jesús les pide  que ofrezcan y compartan aquello que han traído y que ellos guardan para cubrir sus necesidades. No es que se opongan, pero empiezan pensando que no tienen (que no hay) panes suficientes para todos:  

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(Pikaza: Reflexión sobre el simposio platónico  y cristiana, beber juntos)

  1. A diferencia de sus discípulos, Jesús sabe y dice que, al repartirse, los panes (¡no el dinero separado de los panes a modo de capital!) no se acaban, sino que se multiplican. Éste es el “jubileo” cristiano de la abundancia: no se trata simplemente de volver a repartir las tierras, cada 49 años, para que cada uno posea y cultive la suya con independencia (como pedía Lev 25), sino de compartir fraternamente todo. Esta es la comida “de cada día”, con pan y peces, es decir, con los alimentos normales de la gente del entorno. Jesús no empieza centrando su mensaje en un rito selectivo, propio de los purificados (como hacen esenios y fariseos), sino que ofrece su comida a los que vienen, sobre el campo abierto, ámbito de encuentro para todos los seres humanos.

Los discípulos no tienen “dinero suficiente” (doscientos denarios…), pero tienen y pueden (deben) compartir un tesoro mucho más importante:  el pan y los peces de la comida concreta, en grupos de conversación, de encuentro humano, de alabanza. Ciertamente, este pasaje recoge y relata un recuerdo de la historia de los discípulos de Jesús, que comparten lo que tienen con todos los que han ido a su encuentro, en gesto generoso de abundancia, de palabra y comida fraterna. Pero, al mismo tiempo, este recuerdo ha sido recreado desde la experiencia pascual de la Iglesia, en un contexto de multiplicación de vida.

Comida para todos los que vienen, en el campo abierto… Éste es un problema ante el que nos encontramos de pronto, de lleno, nosotros los “ciudadanos” de una ciudad rica (Europa, USA etc.), penando que nuestra comida no alcanza, que no podemos abrir la valla o derribar el muro, para que vengan y entre todos los mendicantes de la tierra, hispanos o subsaharianos, del próximo o lejano oriente… Tenemos miedo, no queremos perder nuestra comida para nosotros y para ellos. En esa línea, los discípulos empiezan poniéndose al nivel de Mammón (Mt 6, 24) y se declara incapaces de alimentar a tanta gente: haría falta muchísimo dinero...

Por eso, quieren despedir a los “intrusos”: ¡que se vayan, que compren quienes puedan! Ellos, los representantes de una iglesia que se identifica pronto con el mundo pretenden resolver el tema de la humanidad (el hambre) acudiendo a la lógica del capital y salario: todo se vende, todo puede comprarse con dinero. Pues bien, en contra de eso, Jesús les conduce al lugar de la gratuidad: Dadles vosotros... ¿cuántos panes tenéis?... (Mc 6, 37-38). De esa forma supera el talión económico (ojo por ojo, pan por dinero), introduciendo en la iglesia el principio de la donación y gratuidad activa (dar). El problema de la humanidad antigua y moderna no es la carencia (falta de producción), sino el reparto y comunión de bienes y vida. Los hombres actuales (principio del siglo XXI) hemos aprendido a producir: la tierra ofrece bienes para todos. Pero no sabemos y/o no queremos compartir: seguimos encerrando en los bienes que tenemos, cada uno, cada grupo; no sabemos, no queremos multiplicarlos al servicio de todos los humanos.

Una comida laical (civil) y religiosa. Es laical, en sentido originario: alimento del laos o pueblo formado por los necesitados que acuden buscando palabra y pan. Todo resulta natural en ella: no hacen falta sacerdotes superiores, ni ceremonias de pureza, ni templos ni ritos cultuales, a no ser que digamos que el rito es la misma vida, la comunicación humana, a nivel de palabra y mesa, de comida. Por eso, los relatos de multiplicaciones, superando la barrera de la diferencia de clase o pueblo especial, nos conducen a un lugar y donde pueden encontrarse todos, judíos y gentiles, cristianos y no cristianos, creyentes religiosos o simples hambrientos de pan y palabra, sobre el ancho campo de la vida.

Religiones y ritos nacionales separan a los hombres, ideologías y políticas sacrales les distinguen, conforme a las diversas escuelas y templos donde acuden para cultivar sus distinciones. Pues bien, Jesús les reúne o, más bien, les acoge en el ancho campo, sin preguntarles por su origen y creencia, para ofrecerles la palabra de la vida, el pan y peces que a todos sirve de alimento. Pero, al mismo tiempo, siendo totalmente “civil” (laical), esta es una comida sacral, porque en ella se puede bendecir a Dios, dándole gracias por el don de la vida y la comunión alimenticia.

Normalmente, los hombres han buscado y elevado oraciones en los grandes momentos: fiestas sagradas, templos... Pues bien, Jesús ha orado fuera del templo, en el campo abierto, convertido en lugar de encuentro y mesa, iniciando un rito básico de comunión universal con cinco panes y dos peces: “Mirando al Cielo, bendijo y partió lo panes y los dio a los discípulos para que los repartieran...” (Mc 6, 41).  

Esta comida es la Iglesia (la humanidad reconciliada). Al escoger este signo del pan multiplicado (con los peces) Jesús ha querido situarse y situarnos al principio de la historia, en un lugar de paso y encuentro universal, al descampado (cf. Mc 6, 32), en territorio de todos, sin ser exclusivo de nadie, sobre la hierba verde (6, 39) que es signo de primavera y nuevo nacimiento. Por eso, su comida es mesiánica, es decir, universal y se realiza en  el campo de Galilea, lugar abierto a (y signo de) todas las naciones, no en el templo especial del judaísmo (Jerusalén).

Ciertamente, sobre esta comida mesiánica (=cristiana) pueden proyectarse imágenes y rasgos de fiestas religiosas especiales. Pero Jesús ha hecho algo mucho más sencillo y profundo: ha querido situarnos en la base y fuente de la fiesta de la vida, del pan y los peces compartidos, bendiciendo a Dios, en fraternidad.

Otras religiones o grupos sociales han cultivado diversos ritos de sacralidad nacional, con un orden de templo, y comidas y fiestas especiales. Pues bien, los discípulos de Jesús sólo consideran esencial este rito real de la comida compartida: no necesitan días especiales para reunirse y celebrar, ni templos santos exclusivos, ni cultos separados para descubrir la grandeza de Dios. A ellos les bastan unos peces y unos panes, para compartirlos, en comunión abierta todos los pueblos de la tierra. Lógicamente, si llevan consigo ese signo del pan mesiánico, sin mala levadura de imposición política (Herodes) o pureza ritualista (fariseos), ellos podrán embarcarse sobre el mar de la historia, sin miedo a perderse, como sabe Mc 8, 14-21. 

A través de este “rito originario” de la comida compartida, en grupos de diálogo y comunión vital, Jesús ha querido extender su mesa (comida) a todos los pueblos. Por eso, los discípulos de Jesús no se reúnen en torno a un pan y vino de pureza, para separarse de los transgresores de la ley (como en Qumrán), sino al contrario: Ellos ofrecen a todos los que vienen sus panes y sus peces. Estos judíos mesiánicos (cristianos de Galilea), seguidores del profeta nazareno, acogen a todos y les distribuyen, sobre la hierba verde, bajo el ancho cielo, en grupos de cincuenta o cien (Mc 6, 39-40), prasiaí, prasiaí, en corros de comunicación humana, para que así pueda conocerse, compartir la mesa y dialogar desde el reino.  

            De esta forma emerge la abundancia: hay panes y peces para todos. La tradición bíblica había elaborado la leyenda del maná, para indicar la bendición y providencia de Dios sobre el pueblo, en el desierto. Pues bien, ese maná se expresa ahora por los panes y peces que la comunidad de Jesús pone al servicio de los humanos. No hace falta maná externo, milagros de panes que caen del cielo. El auténtico maná es experiencia gozosa y abundante de panes y peces compartidos.

  Segunda multiplicación. Un camino abierto.  

 La anterior (Mc 6,30-44), presentaba la multiplicación como banquete final ofrecido por Dios a Israel, el pueblo de las doce tribus, aunque abierto a todas las naciones. Ésta insiste en lo mismo, pero recogiendo otros aspectos importantes. Por eso, los evangelios de Marcos y Mateo (cf. 15, 32‒39) han sentido la necesidad de repetir, desde esta perspectiva, el tema de las comidas de Jesús, para poner de relieve la trascendencia y apertura universal de su proyecto:

             Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no hubiera comida, Jesús llamó a los discípulos y les dijo: Tengo compasión de esta gente: llevan tres días conmigo y no tienen que comer. Y si los despido en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos.  Sus discípulos le replicaron: ¿Quién podrá saciar aquí a todos estos con panes en el desierto? Y les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: Siete.  Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo.

            Tomó luego los siete panes, dio gracias (eukharistêsas), los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Y los repartieron a la gente. Tenían además unos pocos pececillos. Y habiéndolos bendecido (eulogêsas) mandó que repartieran también estos.  Comieron hasta saciarse y llenaron con las sobras siete cestos. Eran unos cuatro mil (Mc 8, 1-9).

  La escena recoge elementos anteriores, interpretándolos de un modo distinto, desde la perspectiva de los pueblos paganos del entorno de Galilea, en perspectiva de compasión. Jesús ha recibido y cuidado a muchos hombres y mujeres que han venido a escuchar su palabra. Ahora, pasado un tiempo (tres días), debe despedirles, pero no pueden ir hambrientos,  pues algunos han venido de lejos (quizá de tierra pagana: apo makrothen: 8, 3). Es tiempo de comida compartida.

Escasez. Frente al deseo de Jesús, ha destacado Mc 8, 4 la incredulidad de los discípulos: no entendieron la enseñanza y signo de Mc 6, 30-44. Siguen sin entender. Los primeros discípulos sintieron la dificultad de ofrecer comunión (palabra y pan compartido) a miles y millones de hambrientos. Ahora no aducen falta de dinero (Cf. Mc 6, 37), sino escasez de comida (cf. Núm 11, 12-15: ¿Quién saciará a todos estos...?

  1. Abundancia. Frente al realismo miedoso de los discípulos, Jesús destaca la abundancia que se genera y pone en marcha allí donde los dones de la vida se regalan. No quiere dar una lección a los de fuera (¡que aprendan, que cambien...!), sino animar a sus discípulos, para que ellos empiecen dando lo que es suyo. No pregunta ¿cuántos panes tienen? sino ¿cuántos tenéis? (8, 5). Esta es la lección más difícil de vida cristiana, la verdadera transubstanciación: Que la Iglesia regale sus panes, que comparta con todos su comida. En este contexto, allí donde sus discípulos no sólo dan lo propio (panes y peces), sino que se vuelven servidores del banquete que ellos mismos ofrecen, se inicia y culmina la iglesia como expresión de gratuidad (eucaristía).

Miedo. En el fondo de esta multiplicación resuena la historia de Moisés en el Éxodo, cuando dice a Dios: “Este pueblo cuenta 600.000 varones ¿y dices que les darás carne para un mes entero? Aunque se mataran para ellos rebaños de ovejas y bueyes, ¿bastaría acaso? Aunque se juntaran los peces del mar ¿habría suficientes?" (Moisés en Num 11, 21-22; cf. Mc 8, 4). También los discípulos de Jesús: piensan que no habrá suficiente. En contra de eso, él promete abundancia generosa, asumiendo el gesto de Dios que alimenta a todos en el desierto (cf. Ex 16, Num 11).

Hoy vivimos en una cultura de abundancia miedosa. Cuanto más tenemos más tememos perderlo (que no sea suficiente). Sobra pan, derrochamos comida. Pero no sabemos o queremos compartir. Nuestro problema no es la escasez de bienes, sino la falta de voluntad para compartirlos, en plano integral. Por eso es importante la indicación del fin del texto: sobraron siete cestos... (Mc 8, 8). En la multiplicación anterior sobraban doce (6, 43), uno por cada discípulo de Jesús o por cada tribu de Israel. Ahora sobren siete, evocando el conjunto de la humanidad, los siete días de la creación (Gen 1).  

Éste pasaje nos permite comprender el sentido de las comidas de Jesús. Es fácil organizar comidas ajenas, diciendo a los demás que sean generosos. Más difícil resulta ofrecer en el banquete aquello que somos y tenemos (panes y peces), volviéndonos así servidores de los otros. En el entorno cultural pagano, quien daba de comer se hacía honrar como patrono. Por el contrario, en línea de Iglesia, aquellos que alimentan a los otros se vuelven servidores.

Marcos ha situado esta segunda multiplicación de Jesús en tierra pagana (cf. Decápolis: Mc 7,31), pues él (su Iglesia) debe saciar (khortasai) no sólo a los hijos israelitas (cf. Mc 6,42; 7,27), sino a todos los que vienen (cf. Mc 8,8), por medio de la iglesia. Ésta es la verdadera liturgia, el rito fundante de la iglesia, como muestran las dos palabras fundamentales de la “celebración” cristiana de la vida, que son eucaristía (acción de gracias) y eulogía (bendición).

La vida entera aparece así como una acción de gracias (eucaristía), que se expresa en la generosidad de los bienes compartidos y en la gracia de la comunión: Comer juntos, dialogando en amor (aprendiendo y compartiendo). La vida entera es, al mismo, una bendición, un don, un regalo ofrecido y compartido. La bendición significa abundancia, generosidad. En esa línea, la Iglesia de Jesús ha de entenderse como institución de generosidad sacral y social.

Ciertamente, la Iglesia celebra una eucaristía más sacral, que se reserva en principio a los creyentes, que recuerdan la muerte de Jesús, como pan compartido, en la liturgia de la Cena (de la misa). Pero en un sentido extenso (recordando y compartiendo el camino de Jesús) todas las comidas son eucaristía, acción de gracias y bendición, en gesto abierto a todos los hombres y mujeres.

En esa línea, debemos recordar que este relato de la segunda multiplicación (Mc 8, 1‒10), lo mismo que el anterior (Mc 6, 30-46), acaba con una despedida. Jesús no reúne y alimenta a la muchedumbre para servirse luego de ella y construir un reino estable, con un templo, una administración y un ejército, como quieren hacer, según Jn 6, 14-15, aquellos que han compartido su comida de un modo egoísta. Al contrario, a los que han comido con él, Jesús les envía nuevamente al mundo (a los lugares de origen), como fermento de evangelio, es decir, de buena nueva de humanidad reunida en torno al pan y los peces (el pan y el vino) de la eucaristía.

Los cristianos no deben formar comunidades cerradas, en torno a unas comidas ritualizadas en sentido celota (como reino nacional) o esenio (como los separados de Qumrán). Al conario, ellos se reúnen, en nombre del Jesús pascual, a campo abierto, en gran número, compartiendo panes y peces, para iniciar un proyecto y camino de comunión de mesa.

No forman sólo pequeñas comunidades establecidas en las casas (cf. Mc 2, 1-12; 2, 13-18; 3, 20-35; 4,10-12), sino grupos de cuatro mil o cinco mil adultos, seguidores de Jesús. No necesitan edificios propios, no crean grupos de vida que se clausura en sí misma, sino que siguen habitando en sus aldeas y/o pueblos, pero se reúnen a veces por un tiempo (tres días...), para compartir la palabra y comer juntos, volviendo después a sus casas.

Me parece aventurado precisar con más detalle cómo fueron aquellas asambleas de multiplicación, animadas por los enviados de Jesús, aunque ella formaban, posiblemente, el aspecto más visible de las iglesias galileas, que vinculan experiencia pascual y eucarística. Es muy posible que en ellas la presencia y acción de Jesús esté representada por los panes y los peces de las comidas celebradas en su nombre.  Ciertamente, la eucaristía oficial (sacral) de la iglesia será la de la Cena del Señor. Pero como saben los evangelios, incluso Juan, sin aquella primera de los Panes y Peces (de vida concreta, de encuentro con todos los humanos), la Eucaristía de la última cena perdería su sentido.  

    Jesús, pan de todos: dar de comer a los hambrientos.

A modo de comunión he querido vincular dos temas que reinterpretan de un modo unitario, desde perspectivas distintas, este motivo de las codas de Jesús. El primero es el tema de Jesús, pan en la barca de la Iglesia. El segundo es el de “dar de comer” a Jesús. Empiezo con el primero:   

 -            Habían olvidado los panes, y sólo tenían un pan en la barca. Y se puso a advertirles: Mirad, cuidaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes. Ellos comentaban entre sí ¡Si no tenemos panes!  Jesús lo advirtió y les dijo: ¿Por qué comentáis: no tenemos panes? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis embotada vuestra mente?   Tenéis ojos y no veis; oídos y no oís ¿Ya no recordáis?¿Cuántos canastos de trozos recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?  Le contestaron: Doce.  Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil cuántos cestos llenos recogisteis?  Le respondieron: Siete. Y les dijo ¿Y aún no entendéis? (Mc 8, 14-21)

  Los discípulos navegan en la barca de la iglesia, dispuestos a llegar a todo el mundo: llevan consigo un pan, no han de echar en falta nada más; conocen el sentido de la eucaristía, no necesitan teorías ni proyectos pastorales. Por eso, Jesús les advierte que tengan cuidado: que no dejen que la mala levadura destruya su pan, transforme su evangelio. Hay dos levaduras peligrosas, dos maneras de destruir el pan de la Iglesia. (a)  La levadura de Herodes se expresa en su banquete de mentira y muerte, con el asesinato del Bautista (cf. Mc 6, 14-29). (b)  La levadura de los fariseos, queaparece vinculada a la comida exclusivista de los separados (cf. Mc 7, 1-23). Ella destruye el pan mesiánico de Jesús, que los discípulos llevan en la barca de su iglesia a todas las naciones.

          Según eso, la identidad de la Iglesia está vinculada al pan que se comparte y multiplica. Éste es el tema que ella debe mantener con fidelidad: ¿No recordáis? Cuando partí los cinco panes... ¿No entendéis? (Mc 8, 21). Éste es el “memorial” de Jesús, el pan compartido, multiplicado, abierto con don de vida a todos los pueblos.  Según eso, la identidad del movimiento de Jesús es la comida compartido y multiplicado. Un solo pan en una barca frágil define a los cristianos. No les diferencia un tipo de ortodoxia religiosa o de afiliación política, sino el pan misionero que debe mantenerse resguardado de la levadura (herejía destructora) de Herodes y los fariseos. Familia embarcada en el mar universal, con un solo pan que se comparte y multiplica, eso son los seguidores de Jesús, en la travesía de la historia.  Pues bien, en otra perspectiva, ese mismo pan de Jesús, que la Iglesia lleva en su barca como señal de vida universal se identifica con el pan que los “verdaderos” creyentes dan como comida a los hambrientos:

   Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria… y dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.  Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber?   ¿y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo, y te vestimos? Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, vinimos a ti? Respondiendo el Rey, les dirá: En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis (cf. Mt 25, 31‒46).

  El pan de la barca de Jesús (el pan de sus comidas y su vida) se identifica según esto con el pan que ha de darse y compartirse con sus “hermanos más pequeños”, los hambrientos de la tierra. Cuando él dice “tuve hambre”, incluyendo en su vida la vida de todos los que padecen necesidad en la tierra, está interpretando y actualizando la experiencia (sentido y tarea) de sus comidas en la tierra.

Es un pasaje radicalmente judío, expresado desde el trasfondo de la alianza de Israel y de sus bienaventuranzas, siendo, al mismo tiempo, estrictamente cristiano y universal, desde la experiencia más concreta de Jesús, a quien este pasaje interpreta como pobre universal (hambriento, sediento…) y como bendición también universal todos los hombres y los pueblos de la tierra:  

          En un sentido, conforme a este pasaje, Jesús sigue estando está al servicio de los hombres; pero en otro sentido él depende de la ayuda de los hombres y mujeres que tienen que “alimentarle” (acogerle, vestirle, cuidarle, visitarle, liberarle…). Este pasaje final de la historia no dice todo lo que se puede decir de Dios y de los hombres, pero recoge lo más importante, de tal modo que puede interpretarse como el homenaje mayor que el evangelio ha rendido a la memoria de Jesús, que no se ha limitado a comer a comer con los hombres, sino que pide a los hombres que le den de comer y beber, pues su comida es la comida de todos los hambrientos del mundo, en quienes se sigue encarnando y sigue desplegando su camino de redención y plenitud de Dios sobre la tierra.

NOTAS DE ELISEO

     [1]   M. A. FEUILLET, Etudes johanniques, Museum Lessianum, Section biblique nº 4.  Desclee de Brouwer 1962, 83-85. Feuillet ha sido para Lebeau  ( cf. O. c., 136-137) ha sido uno de los que mejor ha expuesto en la exegesis contemporánea la correspondencia de la doctrina joánica sobre la eucaristía y los sinópticos., mostrando así que existe  una gran coincidencia dentro del NT en materia sacramental.

     [2]  Dichajé 9, 2. Edición clásica en D. Ruíz Bueno,  Padres apostólicos (BAC Madrid 1967). Cf. además las ddiciones de AUDET y de AYAN, ya citadas. Estudio básico en J. M. Sanchez Caro,  O. C. 46-56.

     [3] Para el estudio de los textos, además de las obras ya citadas de Lebeau y Sánchez Caro, cf. L. Bouyer,  Eucharistie, Tournai 1966;J. Lecuyer,  El sacriicio de la Nueva alianza, Herder, Barcelona 1969.

     [4] Así lo ha indicado con gran fuerza H.B. SWETE en su comentario al Ap (Revelation,  Grand Rapids MI 1977)  y en especialmente en su estudio de este texto de Mc (en The Gospel according to St. Mark , London1898, ad locum): The saying (Mc 14,25) has a partial fulfilment in the Eucharists of the universal Church ; its ultimate accomplishment belongs to the risen life, for wich the Bride groom has kept the good wine".

     [5]  LEBAEU, O. c., .137-41, con citas de Feuillet, Thurian y Tillard y  J.Danielou.

     [6] Así lo ha destacado X. PIKAZA, Para entender el evangelio. Lectura de Marcos (EVD, Estella 1995) y de un modo especial su nuevo libro de eclesiología de Mc, que saldrá a luz con el título  Casa, palabra y pan. Le Iglesia de Marcos,  Sígueme, Salamanca 1997.

     [7]  Cf. ESPINEL, O. c.,  111-15 y también  J.W. BOWKER, Prophetic Action and Sacramental Form (St.Evan II, Texte und Unter.,  Berlín 1964, 134s.

     [8]  Cf. R. PESCH, Das Abendmal und Jesu Todesverständnis (Herder, Freiburg 1978) 79.

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