6. CpR. Jesús en Galilea, Escuela para el Reino

Después de las cinco escuelas anteriores empieza la más propia de Jesús: la que él monta en Galilea, a campo abierto, en caminos y plazas, una escuela integral para el Reino, abierta siempre, para niños y adultos, ricos y pobres, enfermos y sanos, limpios y manchados… pero especialmente para pobres, enfermos y manchados (y niños). Un buen día, quizá después de que Juan fuera ajusticiado (es decir, asesinado), Jesús dejó el río y vino a montar una escuela universal de Reino. Había visto y aprendido (como sabe Mc 1, 9-10): el cielo estaba abierto, el Reino llegada, Dios Padre le hablaba, el Espíritu bramaba… Así vino Jesús a Galilea, a su tierra. Él había conocido ya a los pobres y expulsados, enfermos y oprimidos de aquella tierra oprimida; él había buscado una respuesta en el mensaje de juicio del Bautista; más aún, él mismo había asumido ese camino, esperando la llegada del juicio de Dios. Pues bien, ahora vino a fundar su escuela propia, la del Reino de Dios. Ésta será su escuela casi final. Digo “casi” porque todavía le quedan la Escuela de la Subida a Jerusalén, la Escuela de Jerusalén (de nuevo) y, al fin, la de la Muerte (pero de eso trataré más adelante). Hoy nos toca la EdR (educación para el Reino).


La escuela integral en Galilea.

Quiero desarrollar algunos rasgos de esta escuela integral de Jesús, escuela para todos, unitaria… Escuela especialmente de adultos, pero también para niños. Escuela para marginados y expulsados (los que no pueden ir a los colegios de pago, ni siquiera a los gratuitos… porque no tienen tiempo, ni medios). Ésta es la Escuela de la Calle y del campo. Jesús no espera que vengan, pues algunos no tienen ni ropa para venir, ni salud. Jesús “va” planta su escuela:

Después que Juan fue entregado marchó Jesús a Galilea, proclamando el evangelio de Dios y diciendo: El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios ha llegado. Convertíos y creed en el evangelio (Mc 1, 14-15)

Por eso dejó el río de la penitencia y juicio y entró la tierra prometida, diciendo que Dios actúa ya como Rey, en la línea de la tradición davídica. Pero no buscó la ciudad del Dios de los sacerdotes (Jerusalén), sino que volvió a Galilea, como nazoreo del Reino, para iniciar allí su obra que consta de dos elementos. (a) Anuncia con su vida y sus palabras la llegada del Reino. (b) Pide a los hombres y mujeres que crean en el evangelio (esa buena noticia), de manera que así puedan convertirse, es decir, transformarse.

EpR: escuela de Reino, no de penitencia

Ciertamente, Jesús había sido un discípulo de Juan, de manera que tuvo, sin duda, una conciencia de pecado (con el conjunto del pueblo, que venía a bautizarse, confesando los pecados). Pero ahora descubre algo mayor: Dios ha perdonado las culpas de los hombres. Por eso, si Dios ha perdonado ya, Jesús abandona los procesos de purificación, los ritos penitenciales.
En un mundo como aquel, donde se extendía por doquier la obsesión por pecados, faltas e impurezas, en un mundo donde el templo de Jerusalén se concebía como máquina de expiaciones y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, en un mundo donde el mismo Juan Bautista había destacado el riesgo del gran pecado, Jesús viene a presentarse como enviado de Dios, para anunciar la llegada de su Reino (es decir, del gran perdón), no para condenar pecados.

Los fundadores de religiones y los santos suelen descubrirse pecadores y piden a Dios que les perdone; se sienten manchados y suplican al Señor de la pureza que les limpie, inventando nuevas formas de expiación y/o reparación por los pecados. Esa dinámica de mancha y limpieza (que la Iglesia posterior ha retomado) había culminado en Juan Bautista. Pues bien, llegando hasta su final (siendo discípulo de Juan y bautista por su cuenta) Jesús ha superado esa dinámica, descubriendo que Dios no perdona a través de la penitencia de los pecadores, sino porque les ama.

Como discípulo de Juan, Jesús había estado con aquellos que aparecían como pecadores y expulsados de la vida social y sacral. Pues bien, después de haber recorrido ese camino de pecado y de haber escuchado hasta fin la palabra de Dios, que le ofrece su Espíritu y le Hijo querido, Jesús no ha creado una escuela penitencial, para conversión de pecadores (en la línea de ciertos ritos penitenciales posteriores), sino que ha ofrecido a todos una experiencia de gracia, para transformarles.

EpV: Una escuela de vida

Éste es el rasgo más sorprendente y novedoso de su vida en Galilea, de ahora en adelante: Jesús no ha dado muestras de angustia o conciencia de pecado, ni ha querido que los hombres y mujeres se acongojen y mortifiquen por la culpa, sino que ha vivido y expandido una fuerte experiencia de gracia, descubriéndose capaz de transformar su vida, anunciando la llegada del Reino.
Jesús no ha venido a decir a los hombres y mujeres que son pecadores para después perdonarles, sino que ha empezado a ofrecerles desde el principio la gracia del Reino, como gracia sanadora. De esa forma ha dado un giro radical en la visión y en la tarea profética de Juan Bautista. Pues bien, en contra de lo que los hombres y mujeres piensan de ordinario, esa gracia del Reino que Jesús ha proclama no es algo pasivo, ni meramente interior, sino que actúa como principio de transformación radical de la sociedad. Como buen judío, él ha buscado la restauración y plenitud de Israel, en la línea de las profecías, y lo ha hecho llamando a unos discípulos que desde ahora signo y germen de ese Reino que vendrá precisamente aquí, en Galilea.
Jesús no ha sido un pensador erudito como Filón de Alejandría (para instaurar el Reino del Logos a través del pensamiento), ni un profeta político como Josefo Flavio (para hacerlo a través de pactos militares e imperiales), sino un hombre de pueblo, que conoce por experiencia el sufrimiento de los hombres (los pobres) y sabe que la historia de Israel (y del mundo) no puede mantenerse desde su dinámica actual, porque en esa línea se destruye. Él ha sido un profeta campesino, un Mesías nazoreo que anuncia y prepara la llegada inminente del Reino de Dios en Galilea.

EpS: Una escuela sanadora

Ciertamente, todo lo que él dijo estaba de algún modo anunciado (preparado) a lo largo de la historia de Israel, pero nadie había dicho las cosas que él decía, ni había hecho las cosas que él hacía, como sanador, exorcista y mensajero de Dios, entre los artesanos sin trabajo, los pobres sin comida, los enfermos, los locos y los expulsados de la sociedad a quienes curaba y animaba, ofreciéndoles el Reino de Dios.
Toda su acción se puede resumir en las palabras que, según la tradición, mandó decir a Juan: «Id y decidle lo que habéis oído y habéis visto: Los ciegos ven y los cojos andan y los leprosos quedan limpios y los sordos oyen y los muertos resucitan y los pobres son evangelizados y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí» (Mt 11, 4-6 par). Éstas son sus obras (tomadas de Is 35, 5-6; 42, 18). Quiere que los hombres y mujeres vivan, que anden, que vean, que escuchen, que los hombre reciban la buena noticia.

Así aparece y actúa Jesús como Sanador, al servicio del Reino, con la certeza de que el Reino llega y Dios hará cambiar la forma de vida de los hombres, partiendo precisamente de los pobres. Jesús sabe que la humanidad tiende a dividir a fuertes y débiles, organizándose a partir de arriba, desde los más fuerte. Pues bien, él ha invertido esa situación, porque sabe que la palabra y acción decisiva la tienen los pobres (los enfermos, los rechazados, los mendigos…), sabiendo también que son ellos los que pueden cambiar a los ricos (a los sanos, prepotentes…).

EpR: una escuela de Revolución

De esa forma inicia su gran “revolución”, desde abajo, es decir, con los últimos y pobres, anunciando y preparado la llegada del Reino en Galilea. Ésta no es ya la revolución de un Dios que actúa desde arriba, como juez final, cambiando por la fuerza las suertes de los hombres. Ésta es la revolución que nace de la mirada del evangelio: Jesús no viene a sacar a los pobres de Egipto (porque todo el mundo es Egipto), sino para ofrecerles allí, en la misma Galilea, el don del Reino, construyéndolo con ellos, para ellos. Ésta fue su certeza, éste el principio de su acción: ¡ésta llegando el Reino de Dios, lo estamos construyendo, desde abajo, los pobres y expulsados de la sociedad!
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