Homosexuales en la Iglesia. Homosexualidad, cristianismo, iglesia. Ni homo- ni hetero-sexuales, uno en Dios (en Cristo)

Ser personas en la Iglesia

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1. Gal 3, 28. Pablo dice: No hay hombre y mujer, somos uno en Cristo, realidades distintas que no pueden sumarse,  unidad en comunión de vida. Ciertamente, en un plano de ley y generación "vital" sigue habiendo varón y mujer, pero en Cristo son "uno", en igualdad y unidad de comunión, lo mismo que judíos y gentiles, libres y esclavos, aunque a veces resulta difícil precisar la forma de realizar esa unidad en comunión (y algunos siguen refugiándose en un tipo de armario-castillo).

2    Gen 2, 23-24  Adán y Eva se miran y encuentra... Más que ante un hombre y una mujer como macho‒hembra este pasaje nos sitúa ante dos seres humanos, para dialogar y ser personas, en dimensión de palabra compartida, donde lo que importa en principio no es que sean varones y/o mujeres, sino personas en Dios. A cierto cristianismo le cuesta entender esa unidad en comunión personal en Dios, de manera que insiste más en una diferencia de género que en la unidad de comunión personal de la que empieza hablando la Biblia

3. Esta es la aportación que me han pedido y que he podido ofrecer a esta enciclopedia sobre Homosexualidades y Cristianismo, que acaba de publicar  de J. de la Torre, de la Universidad de Comillas. 

Librería Dykinson - Homosexualidades y cristianismo en el S. XXI ...

Javier de la Torrre (1965): Director de la obra:

 Ha enseñado en la Universidad San Pablo-CEU, en la Complutense de Madrid, en la UNED. Ha sido catedrático de Bioética en la Univ. de Comillas (2006-2019). Es Presidente del Comité de Ética de la Unversidad de Comillas,donde imparte clases de Teología Moral y Bioética en la Facultad de Teología. Dirige cursos sobre el tema en diversas universidades. En la foto, con Mons. Iceta, obispo de Bibao, en la Univ. de Deusto)   

Javier de la Torre ha dirigido y publicado una serie importantes de obras colectivas sobre temas claves de bio-ética y ética social, en la Universidad ce Comillas, como puede verse por algunas de las imágenes que siguen 

Javier de la Torre (ed.). (2011). Sexo, sexualidad y bioética ...

Javier de la Torre (Ed.). (2016). Cultura de la mejora humana y ...

Nuevas Tecnologías y su impacto en la sanidad del siglo XXI ...

Libro: Mujer, mujeres y bioética

La nueva obra colectiva sobre Homosexualidades y cristianismo  en el siglo XXI, que hoy presento (imagen arriba) acaba de aparecer en Ediciones Dykinson, no en la Univ. de Comillas, quizá para facilitar la difusión,  o porque el tema   resulta menos apropiados para editoriales de Iglesia...   RD la he presentado ya en una postal anterior. Cf. . https://www.dykinson.com/

Éste es el índice de la obra:

INTERPRETANDO LA BIBLIA EL CORAZÓN AL DESCUBIERTO. Levítico (R.Lings) 

ROM.1. HOMOEROTISMO O EN UN MUNDO DE IDOLATRÍA...(J.Sánchez N.39)

MÁS ALLÁ DE LOS TEXTOS. IDENTIDAD SEXUAL Y AMOR PERSONAL (Pikaza 63).  

LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA: Entre Sodoma y las listas de pecados (de la Torre  83) 

LMANUALES DE TEOLOGÍA MORAL POSTCONCILIAR (de la Torre Díaz  121  

DOCTRINA DEL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO RECIENTE  (Marciano Vidal  131)   

HOMOSEXUALIDAD Y MORAL.  TEÓLOGOS CATÓLICOS (Marciano Vidal 153).  

LA COMUNIÓN ANGLICANA Y LA HOMOSEXUALIDAD (Juan Larios 157)   

LA DECLARACIÓN DE MAMBRÉ Y LA PERSPECTIVA PROTESTANTE  (Alfredo Abad 171).

AMOR JUSTO Y LA ÉTICA CRISTIANA (Iván Ortega 208)

EL RECONOCIMIENTO DE LA HOMOSEXUALIDAD (Olga Belmonte García 211).

AS UNIONES HOMOSEXUALES EN LA IGLESIA (P. Buccicardi   228)

CRISTIANISMO Y HOMOSEXUALIDAD: CUESTIÓN DE VERDAD  (Iván Ortega 239).   

HOMOSEXUALIDAD: DE LA PATOLOGÍA A LA DIVERSIDAD SEXUAL (Berastegui  261).  

CONTRANATURALES “POR NATURALEZA”....  (F.M.Artaloytia 277)  

HOMOSEXUALES Y VIOLENCIA HOMOFÓBICA EN ÁFRICA (Noudjom Tchana (295). 

ACOMPAÑAR PERSONAS EN SU DIVERSIDAD SEXUAL  (María Luisa Berzosa  319).

EL COLECTIVO LGTBI – CRISMHOM (324 )

CAMINANDO JUNTO AL HERMANO DIVERSO  (Juan Gomendio  (329).  

TESTIMONIOS Y VIVENCIAS PERSONALES (Alberto Elices 347)   

UNA PASTORAL DE DIVERSIDAD SEXUAL (PADIS+)   (Tony Mifsud s.j.  359) 1

EPÍLOGO. LA PROPUESTA DEL PAPA FRANCISCO  (de la Torre  391)   

IDENTIDAD SEXUAL Y AMOR PERSONAL EN LA BIBLIA  (X. Pikaza) (pag. 63-77)

     Como he dicho ya,  quiero presentar para mis lectores un resumen de mi colaboración. El tema lo podrá ver quien siga leyendo. Quien desee "estudiar" el tema entero deberá acudir al libro. Gracias a todos por la atención... Y en especial gracia a J. de la Torre por invitarme a participar en esta gran Enciclopedia sobre Homosexualidades y Cristianismo. 

Safed-Tzfat-Zefat: ¿Hagamos al hombre a nuestra semejanza? (¿Una ...

El hombre bíblico es “Palabra hecha Carne” (cf. Jn 1, 14), y a la inversa es “Carne hecha Palabra”, de manera que su realidad no se puede interpretar y realizar en perspectiva sexual (varón y mujer), sino en línea de comunicación, pues en Cristo no existe ya varón ni mujer, “pues en todos sois uno” (Gal 3, 28), en comunión de amor.  

                Dando un paso más debemos añadir con Jn 1, 12‒13, que los seres humanos no nacen como tales de “las sangres” (menstrual y puerperal) de la mujer, ni del deseo/voluntad de carne del varón, sino de Dios, es decir, de la Palabra, que es comunicación de vida. Por eso, el verdadero ser del hombre (varón y/o mujer), su identidad más honda, no se define por generación biológica (por importante que sea en su nivel), sino por la palabra, por encima del nivel del sexo masculino‒femenino. Sin engendramiento en la palabra, esto es, sin acogida personal y educación en la amor que se comunica y se dice “hablando” el hombre muere o, mejor dicho, no nace, como sabe Gen 1‒2.

   Los animales vivíparos (entre ellos el hombre) surge del útero de la madre, por engendramiento biológico, según su especie. Pero los seres humanos nacen además (y sobre todo) en un “segundo útero” de gestación más larga, que es la acogida, cuidado y educación de afecto/palabra de los padres (familia, grupo), durante largos años (al menos seis o siete). Sin este “útero extra‒uterino” de acogida, palabra, comunicación, cuidado, alimento y amor (lenguaje) el ser humano es inviable, no se puede desarrollar como persona, aunque tenga un “alma virtual” (unos derechos etc.)[1].

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                Naciendo de ese útero social de la palabra, el hombre no es ya sólo varón‒mujer en oposición, sino persona, de formas que Gal 3, 28 ha podido decir que en Cristo/Palabra, no hay ya varón ni mujer, sino que todos somos “uno. Así lo ha sabido la Iglesia al bautizar a los niños en el “útero” agua‒palabra del Cristo, en Nombre del Padre‒Hijo y Espíritu Santo (Mt 18, 16‒20). Sólo en ese fondo se puede plantear el tema de la homo‒sexualidad en la Biblia, que no es negación sino “trascendimiento” personal del sexo, que no es nivelamiento (todo es igual, negación de las diferencias), sino enriquecimiento y diversidad más honda, por la que no se niega la diversidad sexual de varones y/o mujeres, en cuanto personas, no ya en el plano del puro sexo, sino de la palabra, en línea de comunicación personal.

                Las personas no son lo que son por sexo (pura naturaleza), sino lo que ellas puedan y quieran “hacerse y ser” partiendo del Dios que es Palabra y les hace, en comunicación (en libertad), pues en él (en la palabra) “vivimos, nos movemos/hacemos y somos” (Hch 17, 28) más que puros machos‒hembras, asumiendo, trascendiendo y recreando (no negando) nuestra raíz como animales‒superiores. En general, las iglesias cristianas (y en particular la católica) no saben qué hacer y cómo responder ante este tema, pues en general dependen de una ideología de género que proviene de un patriarcalismo filosófico, social y religioso que no viene de su raíz bíblica, ni de la experiencia vital y pascual de Jesús, sino de su entorno cultural.

Ciertamente, en sus capas externas, la Biblia es muy patriarcal, contraria a lo que hoy llamaríamos la posibilidad homosexual. No podía ser de otra manera, pues ha surgido y luego se ha desarrollado en un entorno patriarcal. Pero ella contiene elementos que nos permiten superar esa “ideología patriarcal” de género, con su visión biologista del hombre macho y hembra, y no a su identidad más honda de personas, seres de palabra. 

                En esa línea de Biblia/Evangelio, el amor homosexual, no es invitación al nivelamiento (todo es igual) ni promiscuidad indiferenciada (todo da lo mismo), sino   una llamada muy honda a la creadora, en un plano de personas. Ciertamente, varones y mujeres venimos de la diversidad sexual, pero avanzamos (=debemos avanzar) a una diferencia personal mucho más profunda. En esa línea, el sexo no es desahogo de la naturaleza, ni “descanso del guerrero macho”, ni “consolamiento” de mujeres sumisas, pues apertura a la comunicación más alta del amor personal y de la vida en camino de resurrección[2]. 

  1. PRINCIPIO: NO ES MACHO NI HEMBRA, ES PALABRA (GEN 1‒2)

El primer relato de la Biblia (Gen 1, 1‒2, 4) ha sido compuesto por sacerdotes que entienden el mundo (cielo y tierra) como templo donde Dios proclama y expresa su Palabra:

    Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo la tiniebla; el aliento (Ruah) de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Y Dios dijo: Que exista la luz. Y la luz existió. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de la tiniebla; llamó Dios a la luz día y a la tiniebla noche. Pasó una tarde, pasó una mañana; el día primero. Y Dios dijo: Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas…. Y así fue. Y llamo a la bóveda cielo... (1, 1‒8)

            El mundo entero, arriba y abajo (material e inmaterial), gran casa iluminada, con su bóveda o techo de cielo, separando las aguas superiores e inferiores, con el aire y la tierra, es manifestación de Dios, que no es macho ni hembra, sino Palabra (comunicación, como repetirá desde Jesús de Nazaret Jn 1, 1). El “orden” vegetal y animal no lo sabe, pero lo saben los hombres, que escuchan y llevan en sí esa Palabra (palabras), que siguen resonando a lo largo de los tiempos, pues la creación no ha terminado, sino que perdura y sigue manteniéndose a través del giro incesante del día y la noche, la tierra y de aguas, los animales y los hombres… que, por encima del orden natural, se abren y son como Palabra, comunicación de Dios.

El ser humano es palabra de Dios hecha tierra, tierra hecha palabra de Dios, como dice el texto en el que culmina el primer relato de la creación (antes del sábado):

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón hembra lo creó. Y los bendijo Dios diciendo: Creced, multiplicaos... Y así fue. Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana; el día sexto. Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos (Gen 1, 26‒2, 1).

El ser humano forma parte no sólo de los animales terrestres, que han surgido como él el sexto día (Gen 1, 24-31), sino de todos los seres creados, con la luz y las aguas, el firmamento del cielo y la tierra etc. Pero él tiene una diferencia esencial: Puede escuchar a Dios y responderle, porque también es Palabra, no creación cósmica sin más, ni puro despliegue biológico. Por eso, empezando a ser varón y/o mujer, él se define ante todo por la Palabra que Dios le dirige, de forma que puede y debe compartirla, dialogando de manera creadora.

 Dios no ha creado al ser humano como esclavo sobre el mundo, para que se incline o trabaje en su templo (como en los relatos de creación de Mesopotamia), sino que le ha hecho para caminar en él y con él, de manera que se ha puesto de algún modo a su servicio, suscitando por él y para él la creación, de forma que el humano sea a su vez creador por la Palabra, desde un fondo en el que pueden vincularse tres motivos principales:

 ‒ Dabar, Dios es Palabra,no es ser en sí, ni dualidad genital (macho‒hembra, proceso biológico de vida),sino palabra que dice (se dice), nombrando, suscitando y separando cada una de las cosas, y finalmente “llamando” a los humanos (varones y mujeres) para que así puedan responderle, pues son también Palabra. La creación no es un proceso de generación biológica, como suponían las religiones del entorno, donde Dios es padre‒madre (El‒Ashera), o poder fecundador (“macho” Baal…), sino Palabra creadora y compartida.

Dios antrópico: Hagamos al Humano‒Adam a nuestra imagen y semejanza. La Biblia sabe que Dios es “creador de cielo y tierra”, pero añade que él se vincula especialmente a los humanos, con (en) quienes dialoga, de forma que ellos son “palabra”, no porque engendran (se engendran) biológicamente, sino porque dialogan: Transmiten, reciben y comparten vida. Ciertamente, en un plano, ellos provienen de un semen masculino‒femenino, pero en un plano más alto y verdadero ellos nacen de la Palabra recibida y compartida.

Dios Ruah, fuerza vital que sostiene e impulsa todo lo que existe, especialmente a los hombres que en él son (viven, se mueven y existen: Hch 17, 28). Más que fuerza biológica de generación, Dios es Palabra personal en la que nos movemos (desplegamos nuestra vida) y existimos. De esa forma, el mismo Dios aliento (Ruah), huracán que somete y organiza las aguas/tinieblas del abismo, es palabra(dabar), que llama a la existencia a cada cosa, Espíritu de comunión, dialogando con los hombres.

Dios creó al ser humano a su imagen. Varón y mujer lo creó: Primera dualidad. Al contar de esta manera la creación, la Biblia no argumenta, demuestra ni prueba, sino que expone (expresa) el despliegue de Dios, mostrando así que su principio (el misterioso bereshit o arkhe de todo (Gen 1, 1; Jn 1, 1) se expresa en la palabra de los seres humanos, que son imagen suya, expansión de su misterio, tal forma que entre Dios y el hombre puede trazarse un camino de diálogo, en el que Dios se revela divino y el hombre se eleva y colabora en/con Dios como su imagen‒presencia sobre el mundo.

“Y creó Dios (Elohim) al ser humano a su imagen: a imagen de Elohim lo creó, varón y mujer los creó” (cf. Gen 1, 26‒28). Éste pasaje debe completarse y entenderse en la Biblia cristiana desde Jn 1, 1.14 (en el principio era la Palabra… y la Palabra se hizo carne) y desde Gal 3,28, donde se añade que en Cristo (Dios pleno) no existe ya varón y mujer, como opuestos en sí, pues ambos se distinguen y vinculan (son) como Palabra, siendo de esa forma Uno en la comunión de Cristo.

Dios es por tanto Comunión/Palabra (así dice “hagamos”) y se expresa en la comunión de los humanos, que siendo en su base relación sexual (dualidad de varón‒hembra) se definirán de manera esencial como “palabra”, vivientes personales que se comunican(son) compartiendo y extendiendo (=sembrando) la palabra, como dice de manera radical el evangelio, desde Mc 4 (parábola del sembrador de la palabra, no del semen sexual) para culminar en los relatos de pascua, en los que Jesús no resucita ya en forma de generación biológica, sino como Palabra creída, madurada y proclamada a partir de las mujeres de la tumba vacía (cf. Mc 16 par).  

Varones y mujeres son imagen y presencia creadora de Dios como Palabra. Por eso, su identidad más honda no es un tema de pura biología (como en el resto de los animales), sino un misterio teológico, como expresión y presencia de un Dios que les dice “hagamos”, haciendo (=haciéndose) en ellos, para que ellos mismos sean (se hagan) al comunicarse la palabra.

Varones y mujeres son biología que se vuelve Palabra,experiencia y esperanza de creación y resurrección.Por su forma de ser y actuar, ellos comparten con los animales la capacidad de crecer/multiplicarse, pero no de una forma puramente biológica, sino en línea de intercomunicación personal, como signo y presencia del Dios que existe (es Dios) siendo Palabra creadora, compartida

 En el principio del Génesis no está el signo (mito) de la gran madre divina, que retorna, para ser trascendida en Ap 12, ni el varón dominador que quiere poseerlo todo ni la pura lucha para sometimiento de unos sobre otros, sino la Palabra de diálogo personal, a modo de comunicación de varones y mujeres, iguales y complementarios, en un camino abierto de gozo, tarea y esperanza en la Palabra.

Del ser humano en general a la dualidad por la palabra. El Dios de Gen 2,4b-25, que por un lado nos fundamenta en la raíz cósmica como varones y/o mujeres, nos introduce de un modo más hondo (al mismo tiempo) a la libertad y exigencia de escoger en libertad lo que queremos, pues somos seres mestizos, tierra arcillosa y aliento de Dios (Gen 2,7) por la Palabra, llamado a escoger, esto es, a elegir nuestra propia identidad (nuestra forma de ser) es (por) ella. Así lo dice el texto, distinguiendo tres momentos: 

Humanidad‒Tierra.  “Y modeló Yahvé Elohim al ser humano(Adam) del barro de la tierra (adamah)”, suscitando así al Adam original, la humanidad entera, en la que Dios sopla su aliento e introduce su Palabra, haciendo que ella (humanidad) sea capaz de trabajar y ser en el “jardín” o paraíso fundante de la tierra (cf. Gen 2, 5‒17). Pero este Adam, que es el ser humano en su totalidad, está solo, pues Dios le ha hecho “palabra” y él no puede dialogar. Lo tiene todo, pero no se tiene ni encuentra a sí mismo, no se puede expresar como Palabra.

‒ Humanidad‒animales. El texto sigue insistiendo   y dice que Dios ofrece al Adám, humano cósmico, todos los animales (ovejas y toros, perros, gatos y palomas…) para que los “domestique” y construya con ellos su casa en el gran bosque‒jardín del paraíso, pero la humanidad no encuentra en ellos compañía, no puede compartir con ellos su palabra (cf. Gen 2, 18‒20).

‒ Dos seres humanos, la Palabra. Sólo entonces al “tercer intento” (Gen 2, 21‒25) Dios ofrece al hombre su “Palabra” en forma de compañía dialogal y creadora, pues el mundo entero y los “otros” animales no son capaces de escucharle y responderle. Pues bien, esa Compañía (cercanía plena en total distinción) le viene al ser humano de otro ser humano, y por eso Dios lo “divide” en dos (y luego en muchos), de forma que Adam‒totalidad sea Adán y/o Eva, seres humanos ya concretos, varones y/o mujeres, en compañía de Palabra.

 Cada uno de los seres humanos concretos (individuos) son “más” que el Adam anterior, universal, pero sin Palabra. Cada individuo es “todo” siendo así una “parte”, persona en compañía, esto es decir, en Palabra, como sigue diciendo el texto: Dios “puso al ser humano en estado de letargo”, para dividirlo por dentro, de manera que surgieran a la vez dos humanos pues si sólo hay uno no hay hombre/persona todavía.

El Adam anterior (frente al mundo y con los animales, pero sin palabra) no era ser humano verdadero, pues sólo si hay dos se puede hablar de verdadera humanidad, de varones y mujeres como personas, no sólo en relación de sexo (algo que tenían ya los animales anteriores, machos‒hembras), pues la verdadera humanidad sólo nace en dualidad/comunidad de palabra, no en contra del sexo, pero superando el puro sexo. De esa forma pasamos del “monstruo” anterior (Adám‒Totalidad ante el mundo y con los animales, pero sin palabra) a los seres humanos concretos, que son ya personas, esto es Vida de Dios hecha palabra.

 Hasta ahora, Adam era la Humanidad universal (prepersonal, con sexo, pero sin palabra) como totalidad indiferenciada. Pues bien, en el momento en que Dios toma su costilla/corazón (intimidad profunda del Adam presexuado) para modelar con ella a otro ser humano podemos hablar de un Adán persona, con otro Adán persona (que empezará siendo Eva, cf. 3, 20), varones y/o mujeres,siempre en compañía, es decir, como Palabra.

Antes podía haber macho‒hembra (como en los animales), como dualidad de naturaleza, pero sin personas. Sólo ahora ahora descubrimos que del Adam indiferenciado surgen dos seres humanos, que, en un sentido, de hecho, serán varón y varona, hombre y hembra, pero que en sentido radical más hondo son personas, “seres humanos concretos”, en diálogo de vida, en relación inter‒personal más que como simple dualidad sexual.

Más adelante, destacando un elemento de su etimología (Eva se relaciona con Yahvé, el que es, el que hace ser), el Adam masculino dirá que la mujer es madre de todos los vivientes (2,20)... Pero en su origen este pasaje nos sitúa no en un plano de generación animal, sino de encuentro personal por la Palabra. El texto no dice que Yahvé‒Elohim quiera concederle a Adán ya varón una mujer‒madre, para que engendre sus hijos, sino otra personas, para que los dos sean personas, y se ofrezcan compañía, de forma que puedan comunicarse en forma personal, como palabra (no en forma de dominio, como sobre el mundo, ni de domesticación, como con los animales).

Ésta/éste es carne de mi carne, dualidad personal por la palabra. Antes de esa “división” final o creación definitiva (todo Gen 1‒2 es el relato de la división fundante de la realidad) no había varón ni mujer, no había personas. Sólo con la dualidad, cuando dos seres humanos se miran y se encuentran, surgen los hombres y mujeres, que son al “hablarse entre sí”, como imagen y presencia del Dios que es Palabra.

El texto sigue diciendo que estaban 'arumim, desnudos, abiertos uno al otro, en actitud de transparencia y gozo, que se expresa a modo de Palabra, como primer canto de humano, himno de amor del varón ante la mujer, esto es, de un ser humano ante otro ser humano, no como encuentro sexual/genital, sino como apertura (=revelación) de la Palabra:

            ¡Esta es hueso de mis huesos, carne de mi carne! Su nombre es Hembra, pues ha sido tomada del Hombre. Por eso el Hombre abandona padre y madrey se junta a su mujer y se hacen una sola carne (Gen 2,23-24).

 Así resuena la primera palabra humana de la Biblia (que responde a la divina de Gen 1: Y dijo Dios…), la canción de Adán convertido en varón, mejor dicho, en persona ante otra persona. Ésta es la palabra de júbilo por el encuentro que resume y da sentido a toda la historia   de la Biblia, con sus variantes de amor en comunicación personal y dualidad interhumana: 

Sigue al fondo la dualidad padre y madre a los que el varón ha de abandonar (trascender) para unirse a la mujer, entendida así como otra persona. Ciertamente, en un plano, este pasaje nos sitúa ante una comunicación de varón y mujer; pero en otro plano lo que dice ha de entenderse en forma de comunicación por la “palabra”, por el gozo de encontrarse un ser humano con otro ser humano, en “revelación” personal, como palabra que hace (les hace a los dos) una sola carne, una vida compartida.

En principio, este primer canto no es de un varón a una mujer que ha de darle hijos (en la línea de Gen 1, 28: “Creced, multiplicaos…”), sino  palabra de una persona a otra persona, la revelación de dos seres humanos que dialogan y se vinculan para ser lo que son (tierra hecha palabra por aliento de Dios),   para formar “una sola carne” (hebreo basar, griego sarx: Gen 2, 24; cf. Mc 10, 8), en línea de comunicación, es decir, de “palabra creadora”

      Más que ante un hombre y una mujer como macho‒hembra este pasaje nos sitúa ante dos seres humanos, para dialogar y ser personas, en dimensión de palabra compartida (superando la pura relación del primer Adam con el mundo y con los animales, que no le daban verdadera compañía). Este pasaje no nos pone ante una pareja de procreación biológica (como padre‒madre, en sentido biológico), sino ante una pareja y camino de comunicación personal, para “llenar el hueco de soledad”, creando así un nuevo modo de ser en comunión de palabra, que puede darse entre amigos y amigas, de uno u otro sexo.Sólo ahora, cuando el antiguo Adam pre‒sexuado (sin dualidad) se descubre persona concreta, en comunión con otras personas, surge y se expresa el verdadero ser humano, en forma de comunicación.

Ciertamente, este pasaje (Gen 2, 19‒25) supone, en una línea, que un ser humano es varón y otro mujer, pero no les presente como tales, en un plano de dualidad hétero‒sexual (no se refiera a la procreación y nacimiento de hijos), de manera que puede y debe aplicarse a todo tipo de comunicación entre personas, que, en un sentido profundo, es de tipo “carnal” (de sarx), es decir, “integral”, en línea de palabra, retomando el sentido originario de un camino que va de Gen 1 (Dios crea por la Palabra) a Jn 1, 14, donde se añade que la Palabra (Logos de Dios, Cristo) se hizo sarx (carne), es decir, humanidad compartida, en línea de de comunicación personal (que puede ser hétero‒ u homo‒sexual, genital o no genital, celibataria o matrimonial, como seguiré indicando).

Este pasaje nos sitúa en el principio de la antropología bíblica: Un ser humano ante otro ser humano, desnudos ambos (2, 25), ante el impulso del amor y la palabra (la comunicación), empezando por el varón, que ha de hallarse dispuesto a perder su identidad (su separación, su egoísmo, vinculado a la procreación: padre‒madre) para encontrarse su propia realidad en otro ser humano. Ese Adam anterior, se ha buscado en vano (en el diálogo con Dios, sobre el mundo‒paraíso, domesticando animales); sólo ahora, superando ese nivel de soledad, para unirse a otra persona, recibiendo vida en (con) ella se puede afirmar que ha logado su identidad de persona (ser de Palabra, como Dios, en Dios‒Palabra).

 Este canto (Gen 2, 23‒24) formula así el primer “lenguaje” de la historia, como descubrimiento y despliegue de la identidad humana, en línea de comunión, en desnudez y apertura iluminada, gozosa y admirada de vida, en forma de palabra, de manera que ambos, él y ella, o los dos, del sexo que fueren, se hacen una “carne” siendo dos para ser Uno en la Palabra, pues la palabra original de Dios se hizo carne (Jn 1, 14).

El desnudo en el arte: Adán y Eva como modelos estéticos ...

  1. RATIFICACIÓN. VIDA Y PASCUA DE JESUS, GAL 3, 28.

           El principio de Gen 1‒2 nos situaba ante el ser humano entendido en forma de “palabra” (comunicación), partiendo de la creación de Dios (por la palabra) y de la primera comunicación del hombre‒persona que se da y define en forma de palabra. Éste es un tema clave, que podría desarrollarse en la línea del AT, pero aquí quiero pasa al NT, evocando dos motivos esenciales de la antropología: Vida‒mensaje de Jesús y experiencia pascual (reformulada en Gal 3,28).

Vida‒mensaje de Jesús.Él no se define en el evangelio como varón o hombre, ni como marido de una mujer, sino como persona en relación de amor y palabra con otras personas, varones y mujeres, en una línea que podemos llamar de celibato escatológico de reino (Mt 19, 10‒12), como he destacado en Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2013), que no se entiende en forma de “negación” (no casarse) sino de apertura en libertad, hacia otras personas, incluidos mujeres y niños, en especial hacia los excluidos y oprimidos, marginados y “pecadores”.

Jesús no es padre‒señor ni esposo patriarcal (con dominio sobre una mujer), para crear una familia de hijos sometidos, varón dominador, señor genealógico, con mujer e hijos sometidos, y en esa línea ha pedido a los suyos que superen ese tipo de familia, esa relación de poder relación, para así crear una nueva familia (cf. Mc 3, 31-35; cf. 10, 29-30 par) donde hay lugar para hermanos y hermanas (varones y mujeres) y madres (donadoras de vida), pero no para los padres entendidos al modo israelita, patriarcal, impositivo.  

Este hueco/superación del padre (varón patriarcal, heterosexual, con poder sobre la casa), resulta fundamental en la visión de la nueva familia mesiánica, en la que importan ante todo las relaciones personas de acogida y servicio mutuo (que son las mismas para varones y mujeres). En esa línea, el padre patriarca tiene que perder su función y convertirse en hermano/hermana (o madre) para ser persona según Dios, en línea de Reino. Sobre ese hueco, con una función distinta de creatividad gratificante y protección liberadora emerge el Padre de los cielo que convierte a todos los hombres y mujeres en hermanos (Mt, 23-8-9).

De esa manera se formula la inversión fundamental del evangelio. El orden establecido de imposición sexista patriarcal  se sostiene a partir de la defensa de unas funciones establecidas de forma jerárquica que eleva a unos marginando a otros: vale el padre sobre el hijo, el varón sobre la mujer, el rico sobre el pobre, el bueno sobre el malo, el sano sobre el enfermo etc. Pues bien, en gesto expresamente provocativo, Jesús invierte esa estructura de valores, llamando bienaventurados a los pobres, curando a los enfermos y ofreciendo el reino a los que una ley dominadora considera pecadores.

Adán y Eva - Pseudociencia Wiki

Desde esa inversión ha de entenderse la actitud de Jesús ante los niños y excluidos, ante los expulsados y “pecadores”, con el surgimiento de un nuevo tipo de familia, donde lo que importa es ante todo el encuentro y relación personal de la palabra. Ciertamente, Jesús no rechaza el matrimonio varón‒mujer, pero lo resitúa en un plano de fidelidad personal y comunión, en línea de palabra (Mc 10, 2‒8 par), no de dominio sexual (ni, en primer lugar, al servició de los hijos biológicos).

En esta perspectiva de inversión mesiánica adquieren importancia especial junto a los niños (que no están vinculados de un modo exclusivo con los padre, sino con la comunidad creyente) otros tipos de necesitad, empezando por los pobres frente a los ricos, los enfermos frente a los sanos y los pecadores frente a los justos. La actitud de Jesús ante esos tipos de personas es distinta, pero siempre en línea de palabra, de comunicación liberadora, expresa ante todo en forma de servicio mutuo, como suponen ante todo las bienaventuranzas (Lc   6, 20-21 par). Desde ese fondo se ha de entender el “celibato” de Jesús, que no consiste en “no casarse” (cosa que en sí sería secundaria), sino en la forma de acoger y relacionarse con los demás, desde abajo, es decir, desde los últimos: 

‒ Jesús hace así camino con varones y mujeres, distinguiéndose así de muchos rabinos de Israel que solamente acogían a varones, pues según ellos las mujeres eran incapaces de entender la Ley y de explicarla. Jesús no ha querido instaurar un orden superior de letrados, expertos en ley sagrada, sino un movimiento nuevo de personas, de seres humanos liberados para el reino, un casa/familia superior donde varones y mujeres, niños y mayores, pueden asumir y recrear su camino (cf. Mc 10, 28‒31).

En una sociedad de poder   familiar, so­cial y/o religioso, Jesús condena ante todo el pecado propio de los varones patriarcas, es decir, de una familia/casa instaurada en línea de poder, al servicio de los “buenos” hijos propios (en clave de dinero o de supremacía social o religiosa). No defiende un “orden biológico” de poder, expresado en formas patriarcales, sino la comunión inter‒personal por la palabra abierta a todos, y en especial a los excluidos.  

En ese sentido, el movimiento de Jesús se entiende y despliega bien en un contexto de excluidos, entre los cuales se podían encontrar (al menos tendencialmente) no sólo los homosexuales (oprimidos y marginados por su tendencia‒opción antropológica), pero también ellos. Ciertamente, como he dicho, Jesús valora y ratifica el matrimonio hetero‒sexual (Mc 10, 2‒9), pero no por lo que tiene de vinculación sexual, sino por la fidelidad a la palabra de encuentro personal (en la línea ya indicada de Gen 2, 23‒24).

 Según eso, todo intento de legislar de nuevo sobre el matrimonio o celibato desde imperativos de patriarcalismo sexual (prestigio y poder) va en contra del evangelio, como ratifica el texto clave de Mt 19, 10‒12, que sigue al pasaje sobre el “matrimonio indisoluble” en línea de fidelidad y palabra (cf. Mt 19, 3‒9). En ese contexto, Jesús habla de los “eunucos por el Reino”, con el que se vincula, de forma muy significativa, el texto de la acogida a los niños (Mt 19, 13‒14).

 Frente a los que tomaban esa palabra de “eunucos” en sentido peyorativo (eunucos por naturaleza o por imposición/despliegue social, entre los que podían incluirse de un modo muy  preciso “homosexuales” de diverso tipo), Pues bien, Jesús ha invertido el sentido y función de esa palabra, diciendo que puede haber eunucos por el reino, es decir, personas (hombres y mujeres) que no entran en la categoría de matrimonio convencional (hetero‒sexual) al que Jesús pide fidelidad a la palabra dada.

Conforme a su estilo de predicación y conducta, Jesús acepta el posible (probable) insulto de aquellos que le critican (y critican a su grupo) de desviados sexuales, utilizando para ello la palabra “eunuco” en su ambiguo y riquísimo sentido de castrados (invertidos, impotentes, viciosos), pero también de “servidores” de reyes (ministros principales de los reinos de Oriente). Parece evidente que en el grupo de Jesús se han incluido personas sexualmente distintas, varones y mujeres que no entraban en la categoría del “buen matrimonio” hetero‒sexual y patriarcal

 En esta línea, Jesús dice que puede haber y hay eunucos (=servidores del Reino de los cielos), que no son simplemente unos hombres y o mujeres que no pueden o quieren casarse al estilo patriarcal, sino aquellos que toman y siguen (por “naturaleza” u opción) otro tipo de relación personal, no en clave de poder, sino de libertad y de palabra de comunicación, desde perspectivas y caminos que son despreciados por otros. En evidente que entre ellos no se encuentran sólo homosexuales, pero pueden encontrarse también ellos, y no como seres a los que se desprecia, sino como primeros en el Reino,

En este contexto resulta significativo que Mt 19, 13‒14 (cf Mc 10, 13‒15) haya introducido el tema de los niños que han de ser acogidos y cuidados, no sólo en un contexto de “buena familia patriarcal”, sino en una familia abierta de un modo especial a los distintos como Jesús, a célibes y eunucos… (y posibles homosexuales). El texto nos sitúa de esa forma ante el tema radical del evangelio, donde lo que importa no es la homo‒ o hétero‒sexualidad, sino la fidelidad personal a la palabra y a acogida a los marginados y distintos. 

2. Experiencia pascual, no hay varón ni mujer…  Sólo en el contexto anterior se entiende la experiencia pascual de la Iglesia, formulada a partir de unas mujeres que, conforme al esquema socio‒religioso de aquel tiempo, carecían de autoridad para crear una verdadera “familia mesiánica” (pues no eran bien‒casadas, sometidas en matrimonio patriarcal a sus maridos), sino personas independientes, en una línea que alguien podría situar en clave de prostitución (o incluso de homosexualidad femenina).

El evangelio de Marcos (cf. 15, 40‒41 par.) descubre hacia el final que hay unas mujeres libres (liberadas) que siguen a Jesús y sus discípulos. Pues bien, de manera paradójica (que la Iglesia posterior no ha destacado), estas mujeres libres (en principio no casadas) han descubierto y traducido (recreado) en forma pascual el mensaje y movimiento de Jesús (cf. Mc 16, 1‒8 par). Ellas ratifican así el movimiento de Jesús no como escuela de buenas familias patriarcales, sino como experiencia de “humanidad liberada”, de palabra abierta a los marginados y distintos, descubriendo que Jesús no está en un sepulcro, sino en la vida de aquellos que asumen su mensaje, como nueva familia de liberados para el Reino. 

El camino que lleva de estas mujeres pascuales a Pablo y a las comunidades helenistas (pasando por los Doce y los parientes de Jesús) nos sitúa en el principio y esencia permanente de la Iglesia. Éste es un tema central, que aquí no puedo desarrollar, pero hay algo que resulta claro: A pesar de sus grandes diferencia y novedades, Pablo asume la nueva experiencia familiar (mesiánica) de Jesús, tal como ha sido reformula por las mujeres de la tumba vacía (a la que sin embargo, por razones difíciles de precisar, no cita en 1 Cor 13, 3‒9).

  Pablo ratifica así la experiencia fundante de la iglesia que se afirma (y siente) recreada y renacida por el Cristo, sabiendo que él se han superado (roto) las antiguas divisiones patriarcales que separan a hombres y mujeres,  con un tipo de Ley centrada en gran parte en la fijación esas leyes. Un tipo de sociedad de Ley era rigurosamente estamental: separaba a judíos de gentiles, a varones de mujeres, a justos de injustos. Precisamente por defender ese privilegio (su ley sacral, su separación social) había perseguido Pablo a los cristianos "helenistas", que negaban desde el evangelio la escisión que dividía a judíos de gentiles (a hombres y mujeres, a libres de esclavos).

A partir de aquí se ha de entender su “conversión” o llamada como descubrimiento de la unidad de comunión (por la Palabra) entre todos los hombres y mujeres. Cesan las antiguas divisiones y nace en el mesías una humanidad reconciliada. Ciertamente, en un sentido, Pablo ha podido ser interpretado como opuesto a la “liberación” (normalización cristiana) de los homosexuales (conforme a una primera lectura de Rom 1, 18‒32), Pero ese mismo texto, leído desde su dinámica de liberación (con su argumentación retórica) puede y debe entenderse (dentro de Rom) como manifiesto a favor de la diversidad y comunión mesiánica de rodos los hombres y mujeres (homo‒ y hétero‒sexuales) no en línea de ley, sino de gracia.

Esa llamada mesiánica de Pablo se expresa por un lado como como encuentro con el Cristo,  superando no sólo las barreras que separan a judíos y gentiles, sino también las que enfrentan a hombres y mujeres, hétero‒ y homo‒sexuales. (Gal 1, 16).  No se trata de romper las diferencias de Ley judía antigua, para dejar a hombres y mujeres ante un vacío de promiscuidad libertaria, en lucha de todos contra todos, sino de descubrir y potenciar un orden más alto de amor, como hijos de Dios y hermanos en Cristo, en comunión de amor por la Palabra

Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús:los que os habéis bautizado en el Cristo de Cristo os habéis revestido.Pues ya no hay judío ni griego,ya no hay siervo ni libre,ya no hay macho ni hembra;pues todos vosotros sois uno en el Cristo (Gal 3, 27-28). 

  Los bautizados han muerto en el agua al mundo viejo con sus divisiones. Salen desnudos y así "reconstruyen" su vida en el Cristo (de Cristo se revisten), de tal forma que han alcanzado la unidad escatológica, allí donde no existe batalla entre griegos y judíos, varones y mujeres, libres y esclavos, en la línea del canto universal del nuevo Adán de Gen 2, 23‒24.

En su argumentación teológica más detallada (Gal y Rom), Pablo solo ha desarrollado de un modo consecuente esa lucha para defender la igualdad fundamental de todos en Cristo. Los otros niveles de la reconciliación (libres y esclavos, varones y mujeres) le han resultado entonces menos urgentes, de forma que él no los ha desarrollado, pero ha marcado una línea, ha abierto un camino, en clave de libertad, no para derrumbar toda Ley, sino para establecer la nueva ley de amor en Cristo, al servicio de los más débiles.

Pablo puede abrir y abre un camino de liberación y buena nueva para los homo‒sexuales (lo mismo que Jesús), en línea de libertad y, al mismo tiempo, de más alta llamada y exigencia de amor. De esa forma, al homosexual (como a todos los creyentes) no le pide menos, sino más, mucho más: Se le sitúa ante el cumplimiento de toda la Palabra, en línea de amor liberado. Según eso, en la Iglesia, los homosexuales podrán ser homosexuales, pero no para quedarse en ello, sino para vivir el camino de las bienaventuranzas (o, si se quiere, el canto al amor de 1 Cor 13, que puede y debe aplicarse por igual a homo‒  y a  hétero‒sexuales).

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 [1] Así lo pude ser ya por experiencia inmediata cuando, hacia el 1958‒60, recogimos en el convento de Poio‒Pontevedra, un “niño‒lobo” del monte “Das‒Neves”, criado entre cabras, sin útero/acogida humana, que murió después, pues era ya inviable (había sobre‒pasado la barrera del nacimiento personal a la palabra).

[2] En diversos lugares he tratado de la Homosexualidad en la Biblia, en especial en Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015,378‒181 y en comentarios a Marcos y Mateo, Verbo Divino, Estella 2012, 207. Cf. también a modo de ejemplo: J. Alison, Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay, Herder, Barcelona 2003; Th. D. Hanks, El Evangelio Subversivo. Buenas nuevas para los pobres, marginados y oprimidos. Comentario Exegético Social del Nuevo Testamento, Clie, Viladecavalls 2012.D. Martin, Arsenokoites and malakos: Meanings and Consequences. Biblical Ethics and Homosexuality, Westminster, Louisville 1996; H. Moxnes, Poner a Jesús en su lugar,  Verbo Divino, Estella, 2003; Th. H. Tobin, Paul's Rhetoric In Its Contexts: The Argument of Romans, Hendrickson, Peabody MA 2004;

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