Cristo 2014, feliz año: Que llegue la plenitud de los tiempos, la libertad…

1.1.2014. Santa María madre de Dios. La fiesta del Nuevo Año Solar, que en el norte coincide con el solsticio de invierno, se celebra desde antiguo en muchos pueblos, tanto en Asia como en Europa, en África como en América.

Es la fiesta del Sol que se renueva y vuelve a recorrer su giro celeste cada año, después de haber descendido y haberse “apagado” en el horizonte.

Quiero que sea la fiesta de la libertad, del Sol Jesús que abre todas las cárceles y calienta todos los corazones, en justicia real... de forma que llegue en verdad el Cristo 2014: La plenitud de los tiempos...

Así lo dice (y desea) la lectura central de este primero de año, la carta de Pablo (Gal 4, 4-7), afirmando que llega la plenitud de los tiempos, la libertad (superando toda esclavitud, toda cárcel...). No lo digo yo, lo dice Pablo. Con él y con el año nuevo de Jesús os dejo.Feliz comienzo de tiempo paraa todos.


I. Introducción

El sol vuelve a nacer (a subir, a calentar más, creciendo los días) y es de sabios y de agradecidos celebrarlo. En ese sentido, ésta es una fiesta cósmica, pagana (repito, del hemisferio norte)

Para los cristianos, la fiesta del Sol que re-nace cada año es signo de la Fiesta del Nacimiento de Cristo, que ha nacido una sola vez y para siempre, como “para alumbrar a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por caminos de paz” (Lc 1, 78).

De manera significativa, ese día del año nuevo, los católicos celebramos la fiesta de Santa María, madre del año nuevo. Así lo quiero destacar hoy comentando el texto clave de la "epístola", tomada de Pablo:
"cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de Mujer..." (Gal 4, 4).

Lógicamente, los cristianos antiguos, que no sabían ya el día en que había nacido Jesús, situaron su Nacimiento en el principio de la Gran Semana del Nacimiento del sol, que va del 25 de diciembre al 1 de enero. Por eso, al celebrar el Nacimiento de Jesús estamos recordando y celebrando también el re-nacimiento anual del sol, en el que Dios se manifiesta.

Esos cristianos antiguos separaron los dos días (tomados de las fiestas de Roma).

(a) Celebran primero en Nacimiento de Jesús, al comienzo de la Gran Semana, el día “aproximado” del solsticio de invierno.
(b) Celebran la octava del Nacimiento de Jesús éste día 1 Enero, como nacimiento del año del sol y dedican este día a la memoria de Santa María, “la madre humana del Sol que nace de lo alto”.


Estas fiestas han sido ajustadas cuidadosamente, a partir del calendario romano (llamado Juliano, por estar patrocinado por Julio César), que fue actualizado por el Papa Gregorio XIII, el año 1582, por causas astronómicas (se habían desajustado los días del año en referencia al sol, de manera que se pasó del jueves 4 de octubre de 1582 al viernes 15 de octubre de 1582) y, sobre todo, por causas litúrgicas (para que la Navidad cayera realmente en el Solsticio de Invierno y para que la pascua, el equinoccio de la primavera, cayera en torno al 21 de marzo).

En principio esa reforma fue aceptada sólo por los países católicos, pero después la aceptaron casi todos los países del mundo, menos varias iglesias ortodoxas, que siguen celebrando su liturgia según el Calendario Juliano (así la Navidad cae el 7 de Enero).

Con esta reflexión quiero felicitar a todos los amigos y lectores de mi blog, por el nuevo año solar, que en nuestro cómputo es el 2014 después del nacimiento de Cristo, que habría sucedido el año “1”, aunque en realidad fue hacia el 6. A.C. (Dionisio el Exigió, buen monje, pero mal historiador calculó mal la fecha…), de manera que hoy debería comenzar el año 2020 (aunque es mejor dejar así las cosas).

Quiero decir que el año solar se renueva cada giro del sol, muere un año, nace otro… como nosotros moriremos, en el ciclo inmenso de este Planeta Tierra donde el Sol guía y dirige (con la Luna) nuestros ciclos de vida. Gracias, Sol, por nacer de nuevo.

EL AÑO NUEVO SEGÚN PABLO GAL 4, 4

Pero el Año Nuevo de Cristo no se renueva cada ciclo de sol, sino que permanece para siempre, aunque cada año celebremos de nuevo su Nacimiento. Hoy quiero recordar, con la liturgia de Año Nuevo, la fiesta de Santa María, Madre del Año., retomando y comentando el texto básico de Pablo (la epístola del día) que nos habla del Año Nuevo, que empezó en la Plenitud de los Tiempos (Gal 3, 4). Lo que sigue ya es teología, una exégesis de Pablo. Siga leyendo quien tenga interés religioso y bíblico. Los demás pueden quedar aquí. Buen año solar para todos… y buen Año Nuevo de Cristo también para todos (incluso para aquellos que no se sientan creyentes).
Año Nuevo de Cristo, la plenitud de los tiempos.

Gal 4, 4: Cuando llegó la plenitud de los tiempos

La liturgia católica comienza el Año Nuevo celebrando la fiesta de Santa María Madre de Dios y toma como texto básico la gran proclamación de Pablo en Gal 4, 4-7, que sirve de “epístola”, es decir Pregón del año nuevo: Éste es el pasaje más antiguo del NT sobre la madre de Jesús, y se sitúa en el contexto de una fuerte polémica de Pablo en contra de un judeo-cristianismo que quiere cerrar el evangelio en los límites de una ley nacional judía. Pues bien, por encima de la ley a la que estaban los hombres sometidos se halla Dios, que envía a su propio Hijo, nacido de mujer:

Cuando llegó la plenitud de los tiempos
- envió Dios a su Hijo
- nacido (genomenon) de mujer (ek gynaikos)
- nacido bajo la ley (hypo nomon)
- para que rescatara a los que estaban bajo la ley
- para que alcanzáramos la filiación (Gal 4, 4).


Ha llegado, en línea bíblica, la plenitud de los tiempos. Termina el transcurso normal de la historia, encerrada en la ley, envuelta en contradicciones de esclavitud social y pecado religioso; llega la etapa de la libertad en que se cumplen las promesas, conforme al designio salvador de Dios que expresa su verdad (se dice a sí mismo, “diciendo” a su Hijo) y cumple así su obra salvadora. La historia humana queda de esa forma incluida y fundada en el gesto más hondo de Dios, que culmina su creación enviando (dando) a su propio su Hijo .

Ciertamente, existe un “Dios de la creación”, sometida a la ley, que se expresa de un modo especial por la mujer, pero hay un misterio más hondo de Dios (cf. ta bathê tou Theou: 1 Cor 2, 20; Rom 11, 33), vinculado a su propio Hijo.

Según eso, la salvación no es un despliegue consecuente de la ley, sino presencia y obra de la realidad más alta del mismo Dios que se manifiesta a través de su Hijo. De esa forma acaba la situación previa de sometimiento servil, conforme al argumento de conjunto de la carta (especialmente a partir de Gal 3, 21), pues Dios envió a su Hijo... para que alcanzáramos la filiación. Así se contraponen las dos economías, es decir, los tiempos de la acción de Dios:

‒ Hubo un tiempo de ley en que el ser humano aparecía como siervo de Dios, sometido a sus mandatos y dispuesto a ser esclavizado por las leyes, estructuras o personas del mundo. Es el tiempo del judeocristianismo, que concibe al hombre como ser atrapado por el duro yugo de las obras, obligado a cumplir unos mandatos que Dios mismo le impone desde fuera. Es el tiempo en que unos hombres pueden y de alguna forma deben ser esclavizados por los otros para existir (sobrevivir) sobre una tierra fundada en la violencia; es el tiempo sin más de la mujer en su acción generadora.

- Ahora ha llegado el tiempo de la filiación y se revela ya la vida que brota de la entraña de Dios (la de su propio Hijo). Éste es el tiempo de la libertad fundada y avalada por el mismo Hijo divino que nace bajo la ley, es decir que se somete a los imperativos y servidumbres de este mundo viejo (cf. Flp 2, 6-11), para liberar a los humanos. Frente a la esclavitud anterior, que dominaba a los hombres se define aquí y se despliega el principio de filiación, entendida como experiencia inmediata de Dios y libertad humana. Los hombres emergen ya y culminan desde el fondo del mismo despliegue divino (en el contexto del Hijo de Dios).

Pues bien, esas dos “economías” no se encuentran simplemente contrapuestas (una en contra de la otra), sino que una se introduce dentro de la otra, pues Dios envía a su Hijo (economía de filiación) haciendo que nazca de una mujer (economía de ley). No envía Dios a su Hijo a modo de fantasma que sigue estando fuera de la historia, sin hacerse parte de ella. No le envía como hombre ya maduro, después de haber vivido previamente como todos. Le envía (plano de filiación superior) haciéndole surgir como humano, de mujer (plano de ley), de tal forma que misión divina y generación humana (de mujer) constituyen dos facetas o momentos del único misterio.

Esto significa de algún modo que la filiación divina (Jesús, hijo de Dios) se expresa de algún modo a través de una filiación humana (Jesús, hijo de mujer). Esta mujer a la que alude Pablo no aparece aquí como persona individual concreta (no dice su nombre), sino de un modo general, como engendradora del Hijo de Dios: Ella (su función materna) pertenece al misterio liberador del nacimiento del hijo de Dios. En esa perspectiva se entienden sus tres planos o funciones:

‒ Por un lado, María aparece vinculada a la historia israelita. Es evidente que está sometida a la ley, lo mismo que su Hijo, y lo está de un modo especial como mujer, según ha precisado con enorme detalle la legislación judía (cf. Lev 12, 15; Misná, Nashim). En ese aspecto, la madre del Hijo divino es una mujer que se mantiene bajo la norma legal israelita que regula de forma minuciosa lo tocante al sexo femenino (menstruación, matrimonio, parto...).

‒ María es mujer como generadora de vida, conforme a un dicho común, que define al ser humano como “nacido de mujer” (Job 14, 1; 15, 14; 25, 4; cf. también Mt 11, 11; Lc 7, 28). Ellasús aparece así en la línea de Gen 3, 20 que ha presentado a la mujer como Eva (=Vitalidad), por ser madre de todos los vivientes. Más allá de cualquier ley religiosa o nacional (de toda vinculación israelita), María es madre, es expresión del mismo ser humano en cuanto capaz de crecer y multiplicarse (cumpliendo así la palabra de Gen 1, 29) .

‒ Finalmente, ella está relacionada con Dios y su Hijo. Como buen judío, Pable sabe que Dios carece de mujer e hijo en un nivel de generación cósmica (en contra de un mito pagano casi universal). Pero, de hecho, al decir que Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, él está suponiendo algo que rompe los esquemas de un judaísmo cerrado en sí mismo: Dios “tiene” un Hijo divino.

Ésta es la novedad que “corta el aliento” del judeo-cristianismo tradicional, que rompe todos los esquemas de una religiosidad de pura ley. Ciertamente, los judíos podían hablar de Israel como “hijo de Dios” (cf. Os 11, 1), pero eso era un símbolo aplicado a todo el pueblo, en su realidad histórica concreta. Pablo diciendo aquí algo más: Está suponiendo que Dios “tiene” un Hijo en su misma “eternidad”, por encima de Israel, un Hijo divino, que puede abrirse y se abre a todos los pueblos, como fuente de salvación (presencia divina).

Ésta es la novedad, éste es el salto cualitativo del evangelio: La afirmación de que “hay” un Hijo de Dios que es más que Israel, anterior, superior… un Hijo que, siendo divino, ha nacido de mujer dentro de la historia, sometido a la ley judía, pero para superarla (es decir, para ofrecer a todos los hombres y mujeres de la tierra un camino de filiación). Por encima de las fronteras de la ley de Israel (aunque expresándose dentro de ellas), ha descubierto y confesado Pablo la existencia y la venida (envío) del Hijo de Dios, situándose así (y situándonos) ante la radical iniciativa divina.

Esta formulación (¡Dios envió a su Hijo nacido de mujer…!) forma parte de una catequesis y confesión creyente que Pablo ha recibido sin duda de una comunidad anterior de tipo judeo-helenista. Ella afirma, sin duda, que Jesús es hombre, pero hombre nacido/enviado por Dios (desde Dios), como salvador universal, superando la clausura de la ley israelita.


Rom 1, 3-4. Del esperma de David según la carne

Ciertamente, a Pablo le interesa la relación que hay entre el Dios y la ley de Israel, pero al llegar al final de su camino él tiene que apelar al signo universal del Hijo (enviado) de Dios y la mujer que le engendra en el mundo (en el plano de la ley). De esa manera ha separado y vinculado dos niveles, como indicará en otro de sus textos fundamentales, que presenta así a Jesús:

Pablo… apóstol de Dios, separado para
− el evangelio de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
− nacido del esperma (genomenon ek spermatos) de David según la carne
− constituido Hijo de Dios en poder, según el Espíritu de Santidad,
por la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 3-4).


El paralelo con Gal 4,4 es evidente, pero con matices nuevos. El texto habla del “evangelio del Hijo de Dios” que es Jesucristo; está es la novedad, la revelación definitiva para la que Pablo ha sido “separado” (aphorismenos). Pues bien, ese Hijo de Dios que es Jesucristo aparece en este pasaje en dos momentos.

(a) Por un lado, aquí se dice que ese Hijo de Dios ha nacido del “esperma” David, no de mujer (como en Gal 4, 4); de esa forma, en ese nivel, se le identifica con el mesías de Israel (no como un ser humano universal), pero en una línea que se sitúa paradójicamente, en el plano de la carne, pues David es signo de Israel, no de la humanidad en cuanto tal.

(b) Por otro lado, se dice que ha sido constituido “Hijo de Dios en poder” por la resurrección. Ciertamente, es Hijo de Dios en los dos planos, pero de formas distintas: como descendiente mesiánico de David es Hijo de Dios según la carne; sólo por la resurrección es Hijo de Dios en poder.


Este pasaje introduce así grandes novedades. Ciertamente, toma como punto de partida el hecho de que Dios “tiene” un Hijo, pero luego distingue los dos planos, devaluando el primero (es hijo de David, en un plano de carne) para elevar el segundo (¡es Hijo de Dios en poder por la resurrección!). De esa manera supone que el mismo hijo histórico (mesiánico) de David se convierte por la resurrección en Hijo de Dios. En esa línea se puede afirmar que en cuanto hijo de David (en la línea de José, más que de María) Jesús es un mesías fracasado, pues ese nivel resulta insuficiente para definir su obra (y además, en ese plano, en contra de las esperanzas nacionales de Israel, Jesús ha muerto crucificado).

Éste es el centro del mensaje de Pablo, aquí se expresa su oposición respecto al judeocristianismo, que sigue insistiendo en el mesianismo israelita de Jesús. Ese nivel de mesianismo es importante, pero culmina y se expresa en la cruz (en un nivel de carne). Pero, paradójicamente, ese fracaso en la carne (es decir, en la historia israelita) constituye el momento de la máxima revelación de Dios. Así se puede afirmar que Jesús ha sido un hijo de David crucificado, un mesías judío nacional (de David) que ha fracasado… para añadir que ese mismo fracaso (la cruz del mesías davídico) es principio de salvación, pues Dios le ha resucitado, haciéndole mesías universal (para todos los pueblos) y reconociéndole como su Hijo. De un modo muy significativo, el Dios engendrador (que no recibe título de Padre masculino) actúa de manera patriarcal (realiza su paternidad a través de la promesa y acción generadora de David, varón mesiánico), pero, al mismo tiempo, supera ese nivel, pues Jesús no es Hijo de Dios por ser hijo de David, sino por su (muerte y su) resurrección. Hay, según eso, dos niveles de filiación.

− En el nivel de la carne, Jesús es Hijo de David; ciertamente, se puede suponer que ha nacido de una mujer llamada María, pero ella no importa; el que importaba en ese plano era David, el “padre mesiánico”, pero Jesús, Hijo de Dios, no ha culminado la obra de David, que se sitúa en un nivel de carne (=humanidad). En ese nivel, el Hijo Jesucristo nace de la semilla o esperma de David. Es evidente que el esperma se toma en sentido simbólico fuerte, sin cerrarse en el plano del líquido seminal, como saben los comentaristas. Pero la imagen que está al fondo del término sólo resulta significativa en un contexto patriarcal donde el padre/varón instaura con su fuerza generante activa la genealogía. Parece que no influyen las mujeres: se limitan a recibir un semen masculino, sin definir de forma expresa el nacimiento del niño. En este nivel no se puede decir todavía con Jn 1, 14 que “el Verbo de Dios se hizo carne”, pues ese Verbo de Dios no se expresa en la carne histórica del hijo de David, sino por la resurrección.

− La obra de Dios se sitúa en el nivel del Espíritu Santo, por la resurrección. En este contexto se puede añadir que Dios no ha engendrado a su Hijo a través de un nacimiento humano (nivel de David), sino a través del nacimiento pascual, superando así la muerte. Ciertamente, el nacimiento humano (hijo de David, por medio de María) es necesario, pues es el mismo Jesús quien ha resucitado como Hijo de Dios. Según eso, Pablo no niega la vida histórica de Jesús, como hijo de David, pero supone que ella es sólo un principio, y un principio paradójico: Sólo fracasando como Hijo de David (¡no pudiendo realizar su tarea mesiánica en una historia de carne!) Jesús ha podido resucitar y ha resucitado como Hijo de Dios.

Nos hallamos pues ante un nacimiento humano, en el nivel de la filiación davídica, en una línea de “genealogía regia”, propia de varones. En ese plano, el que aparece como mediador y signo de la promesa de Dios es un padre humano (de la familia de David). Ciertamente, en el fondo tiene que haber una mujer (María), pero ello no es aquí significativa. El portador de la promesa de Dios sería aquí el padre davídico, José, no la madre, de manera que la misma acción genealógica, patriarcal, vendría a presentarse como manifestación visible (histórica) del misterio engendrador de Dios, pero en una línea que se sitúa en un nivel de carne, es decir, de “fracaso”: La “mediación davídica” de la salvación de Dios ha terminado en la Cruz; Jesús no ha cumplido las esperanzas de David en un plano de historia .

Esta filiación “davídica” fracasada de Jesús forma parte de la paradoja más honda del evangelio de Pablo, centrado en la experiencia de la Cruz. El Mesías de David ha fracasado históricamente, ha sido crucificado… Pero su fracaso (en un nivel israelita, de carne) es un elemento esencial de la “filiación divina” de Jesús, a quien Dios ha recibido y exaltado por la muerte como Hijo suyo, por obra del Espíritu Santo. En ese sentido, el nacimiento humano y mesiánico (davídico) de Jesús ha sido necesario, para descubrir en el fondo de esa filiación, fracasada en un plano humano, la más honda filiación divina, por obra del Espíritu, en la resurrección.
En estos dos pasajes fundamentales, Pablo ha “iniciado” dos teologías distintas, que no se oponen entre sí, pero que marcan tendencias distintas, que la tradición posterior tendrá que desarrollar. (a) Gal 4, 4 (Hijo de Dios, nacido de mujer) supone de algún modo que Jesús es Hijo de Dios desde el mismo nacimiento, sin esperar a la pascua. (b) Por el contrario, Rom 1, 3-4 (nacido de David según la carne…) supone que la filiación divina está vinculada a la resurrección. Con estas dos formulaciones, Pablo abre (o descubre) un camino que recorrerá gran parte de la mariología posterior, convirtiendo ese símbolo en palabra ya tematizada.

A Pablo no le importa (al menos aquí) la historia concreta de María con sus posibles sentimientos y decisiones personales sino el surgimiento de Jesús como Hijo de Dios. Pero los evangelios tendrán que hablar de ella.

Las formulaciones de Pablo nos sitúan en el camino de una paradoja radical que la tradición de los evangelios irá desvelando de formas complementarias, hasta llegar al convencimiento de que el mismo hijo de David (nacido por María) es el Hijo de Dios, como indicarán Mateo y Lucas, pero sin olvidar las formulaciones opuestas (aunque no contradictorias) de Marcos y de Juan, que abrirán una línea distinta de interpretación mesiánica, como seguiremos indicando.

‒ Los evangelios podrían haber desarrollado la línea patriarcal de Rom 1,3-4, destacando la función masculina del padre humano de Jesús, a quien deberían presentar como verdadero (nuevo) David, engendrador del mesías, en una línea que parece estar al fondo de las genealogías de Mt 1 y Lc 4, diciendo algo que podría formularse así: «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió/engendró a su Hijo eterno, haciéndolo nacer de José, el hijo de David, por medio de María». Pero en esta perspectiva habrían tendido a identificar la filiación davídica con la divina, oscureciendo así la novedad pascual que Rom 1, 3-4 ha puesto de relieve. Jesús no es Hijo de Dios por ser hijo de David, sino por ser “hijo de David crucificado”, es decir, fracasado, en un plano humano.

En el contexto de Pablo se sitúa el evangelio de Marcos, que va en contra de una filiación “davídica” entendida en forma nacional (como parecen haber deseado los judeo-cristianos de Santiago) y qu centra la filiación divina de Jesús en su camino de entrega hasta la muerte. De un modo consecuente, Marcos supone que la madre y los hermanos de Jesús se han situado en un camino equivocado, como representantes de un mesianismo davídico, en la línea de una ley judía, no en la línea del Hijo de Dios. Pues bien, avanzando en esa línea de Marcos, de una forma consecuente, la tradición de los evangelios ha tenido que dejar al margen la función davídica de José, pero desarrollando la presencia y acción de Dios a través de María, de una forma que ya no se limita al pueblo Israel, y así puede superar el nivel de la carne.

‒ En los evangelios ha sido dominante la línea materna, reflejada en Gal 4,4: Dios envía a su Hijo... nacido de mujer, pero teniendo que integrar el elemento davídico (es decir, israelita). Estrictamente hablando, desde la antropología de aquel tiempo, al decir que el mesías ha nacido de mujer, Mateo y Lucas no están negando el esquema biológico de un surgimiento dual (de la unión varón/mujer), sino que quieren superar el modelo mesiánico puramente davídico, en la línea de la ley judía.

De esa forma se insiste en el nacimiento humano universal, pues como mujer María es representante de toda la humanidad, sin limitación de pueblo o raza. Ciertamente, hay que añadir que Jesús es mesías davídico, pero ese dato se sitúa en un nivel de “carne”, es decir, de historia que debe ser asumida y de alguna forma superada, a través de lo que podemos llamar el “destino de cruz”. Sólo muriendo crucificado en la línea del mesianismo davídico, Jesús ha podido realizar su destino y camino de Hijo de Dios. De esa forma supera el nivel puramente mesiánico de la generación israelita (centrada en David). Desde ese fondo se entienden, en perspectivas distintas, las visiones de Mateo y Lucas, que insisten en el “nacimiento virginal” de Jesús, y en otra línea la visión del evangelio de Juan, que pone de relieve la filiación eterna de Jesús (atribuyendo a la Madre de Jesús una función simbólica distinta, en relación a Israel, como seguiremos viendo .
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