Cruz pascual 1. Era un hombre ¿Dios lo quiso?

En el paso de la Semana Santa a la Semana de Pascua quiero introducir una serie de reflexiones bíblico-teológicas sobre la muerte de Jesús. Forman parte de un pequeño curso de teología. Es lo que pudo ofrecer a mis lectores estos días. Quiero acompañarles, pensando con ellos sobre el Dios que muere, es decir, sobre el hombre que muere. Será un curso pascual sobre la muerte de Jesús, un curso que empieza el Vierenes Santo, pero que sigue a lo largo de la Semana de Pascua. Acompañar a los hombres que mueren, esa la tarea suprema de Dios .


1. Murió porque era un hombre


La naturaleza cósmica es nacimiento y muerte (todo comienza y acaba), pero ella lo ignora, desconoce su destino. El ser humano, en cambio, es conciencia y realidad de muerte:

– La muerte parece consecuencia de la finitud humana. Por introducirse en ella, Jesús tiene que morir. Por eso, cuando dicen que Dios se ha encarnado (humanizado) en Jesús saben que ha muerto: Dios no crea y queda fuera, como simple espectador que observa curioso lo que pasa, sino que se ha hecho muerte en Jesucristo.

– Esta muerte humana es producto de violencia. No la muerte en general, sino la que padecen los humanos dentro de la lucha y violencia de la historia. A este nivel, Jesús no ha muerto: le han matado. En servicio de reino ha entregado su vida; oponiéndose a ese reino le han asesinado los poderes de violencia de la historia.

– La muerte de Jesús es signo de misterio. Decimos que Dios le ha ofrecido la vida, por Dios la ha realizado, a Dios la entrega cuando le matan. Conforme a la experiencia pascual, Dios escucha a Jesús y le responde, acoge su amor y le ofrece una vida más alta; de esa forma, la muerte se vuelve misterio de revelación de Dios como Padre, nuevo nacimiento de Jesús, resurrección abierta a la misión o apostolado de la iglesia.

Para entender plenamente la muerte de Jesús debemos situarla en el trasfondo de la historia de las religiones. Todas ellas, cada una a su manera, han venido a situarse ante la muerte, descubriendo y expresando en ella el misterio de un Dios que es principio de vida:

– Las religiones de la naturaleza conciben lo divino como un todo en que se inscriben y unifican vida y muerte: Dios es principio de vida, pero igualmente divino es el principio de la muerte: no existe un dios más alto, por encima del proceso de la muerte. Divino es el Señor de vida (Baal o Zeus), pero igualmente divino es el de (Mot, Hades). El humano está inmerso en una "danza" cósmica en que todo nace y muere: como momento de la gran naturaleza empieza sin cesar y siempre acaba. No existe aquí persona por encima de la muerte.

– Las religiones místicas identifican la existencia sobre el mundo con la muerte (rueda de las reencarnaciones), Por encima de ella emerge la verdad del ser humano que, encontrando su más honda realidad divina, puede superar la muerte y alcanzar así su eternidad, la gracia y gloria del nirvana. Cada humano ha de escoger su propia suerte, la forma de seguir viviendo: en la supervivencia de la naturaleza, que es rueda de reencarnaciones (muerte cósmica sin fin) o la supervivencia verdadera en el plano del Espíritu (Brahman, Nirvana).

– La religión israelita no ha divinizado la rueda cósmica de vida y muerte; tampoco ha buscado a Dios (eternidad) por encima de esa rueda del cosmos. Yahvé, Dios de Israel, domina sobre cielo y tierra, pero en un principio su poder no llega a superar la muerte humana (cf. Sal 33, 13 s; 47, 8; 104, 3 s). Sólo a través de un largo proceso de profundización religiosa y/o social, los israelitas han podido descubrir el poder de Dios que acoge a los humanos en la muerte, superándola por dentro (cf. Sal 49, 16; 73, 23-29). Siguiendo en esa línea han confesado su fe en la resurrección: el mismo Dios acoge y transforma (plenifica) en su reino mesiánico a los muertos fieles de su pueblo (cf. Dan 12, 1-2; 2 Mac 7, 28s).


Sobre ese fondo queremos situar la muerte de Jesús, entendida como centro de la cristología. El cristianismo es religión de un crucificado: su mesías o “cristo” es aquel a quien Dios ha resucitado de entre los muertos. Por eso es bueno plantear con precisión el tema .

2. Muerte sacral. Perspectiva victimista ¿Dios lo quiso?.

Partiendo de razones que suelen atribuirse a San Anselmo (siglo XII), se ha extendido entre protestantes y católicos, hasta bien entrados nuestros días, una visión sacral y victimista de la muerte de Jesús que corre el riesgo de entender a Dios como un ser que se goza imponiéndose sobre los demás. La Cruz no sería experiencia de amor sino de justicia impositiva y de victimismo, como si Dios necesitara que los hombres se le sometieran y pagaran aquello que le deben.
Esta visión se asienta en dos pilares claros: la maldad humana, interpretada como ofensa cometida contra Dios que debe repararse de manera conveniente, y la necesidad de un redentor que repare la ofensa cometida.

– Como Señor y dueño natural, Dios tiene el derecho a la obediencia y vasallaje. La misma vida humana se define a partir de esa obediencia, pues hemos sido creados por Dios para servirle, rindiéndole el honor que le debemos. El pecado, que se centra en la soberbia de Adán y que se expande a nuestra historia, significa una ruptura radical de nuestro ser: hemos negado a Dios nuestro respeto y le hemos ofendido manera infinita, porque infinito es el derecho que tiene a nuestro amor y vasallaje. Por encima del amor está el honor de Dios. Los hombres deben someterse a su dictado.

– La ofensa ha de ser reparada. Su gravedad se mide por el honor y dignidad del ofendido. La reparación depende, en cambio, valor de quien la ofrece. Por eso era imposible que los humanos ofrezcan ante Dios ninguna satisfacción proporcional: infinitamente le ofenden (es Dios el ofendido y Dios es infinito), pero no pueden repararle de una manera conveniente, pues ninguna acción humana, positiva, es infinita.

Según eso, el pecado humano se entiende como caída irreparable: no tenemos posibilidad de un retorno a Dios, no podemos lograr que nuestra historia vuelva a ser auténtica. Pero, aquello que nosotros no podemos lo ha querido hacer el mismo Dios por Cristo. Por eso se ha hecho humano, para reparar la ofensa; la encarnación está al servicio de la acción redentora; Cristo aparece así como víctima que expía ante Dios por los pecados de los hombres, sus hermanos, ofreciendo a Dios la satisfacción que merece y necesita.

La satisfacción que repare la ofensa contra Dios debe cumplir dos requisitos: a) ser obra de un humano porque humano ha sido el pecador; b) tener valor infinito, pues infinito es Dios, el ofendido. Ambas condiciones se han cumplido en la muerte de Jesús: como miembro de la humanidad puede ofrecer su vida a Dios por los humanos, poniéndose, como inocente, en el lugar de los culpables; como divino (hijo de Dios) puede realizar un gesto de valor infinito, expiando así por el pecado de Adán y los humanos de manera sobreabundante. Sólo de esa forma Dios vuelve a quedar satisfecho en su honor, haciendo sentir su justicia sobre los humanos.

Tal ha sido a grandes rasgos la visión más extendida de la muerte de Jesús entre los cristianos protestantes (y también en los católicos). Esta visión tiene la ventaja de poner el misterio de la cruz en el centro de la historia, como momento central del encuentro de Dios y los humanos. Tiene, sin embargo, bastantes inconvenientes:

– Interpreta a Dios como juez airado más que como Padre. Este es un Dios que se ocupa de su honor manchado más que de la vida de sus hijos. Por eso, entiende el pecado en clave teológica (de ruptura de un tipo de honra divina) y no humana (de destrucción de los hijos de Dios, de violencia interhumana).

– Sitúa a Jesús en un plano de mancha (impureza) sacral. La violencia de Dios domina sobre los humanos y, para superarla, ellos deben encontrar un chivo expiatorio que le aplaque. En lugar de los sacrificios animales, ineficaces y ciegos, aparece ahora la muere de Jesús, que limpia la mancha y satisface al Dios airado.

– Esta visión acentúa elemento victimista: Dios necesita la sangre de las víctimas (del propio Hijo) para quedar satisfecho. Jesús, Hijo de Dios, sustituye a los culpables, expiando por ellos, en drama de sangre. Ciertamente, el Dios que necesita que le aplaquen de esa forma no es el Padre del que habla Jesucristo Este no es el Dios de la experiencia de Concepción Cabera de A.

Para superar esta visión victimista y violenta de la muerte pueden recorrerse varios caminos: Descubrir el misterio de Dios como Padre que no quiere la sangre de sus hijos, los humanos, sino su vida gozosa; una lectura mejor de los evangelios; una experiencia espiritual más honda de la Cruz como misterio de amor... En las reflexiones que siguen destacaremos algunos rasgos propios del NT, para descubrir mejor a Dios como Padre.
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