7 febrero. Dom 5 TO. Mc 1, 29-38 Curar en tiempos de pandemia: La suegra, el pueblo, las aldeas

Este pasaje, uno de los mejor trenzados del evangelio, puede titularse día de sanaciones o, desde nuestra perspectiva, curar en tiempo de pandemia".Consta de tres partes:

1.Curar en casa, abrir en ella un lugar para la suegra. Curar es crear un espacio de fraternidad y vida, empezando (en este caso) por la suegra, antes enferma, marginada. Que sea la primera que se pone en pie y anima a los demás como ministro (obispo) de la casa de la iglesia.  

2. Sanar la calle, visibilizar a todos los enfermos: Que salgan de su oscuridad y que se vean, que no estén escondidos en la noche del miedo y la exclusión... Curar es acoger a todos, sin diferencia por economía, ni por sanidad pública o privada. Jesús ofrece desde la calle una sanidad universal; éste es es el principio de su mensaje y camino. 

3. Sanar el entorno, saliendo a las las "aldeas" y suburbios de Galilea y del mundo entero... No crear círculos privados de salud enferma, hospitales y vacunas para algunos, como quería Pedro (primer sanador particular de la iglesia). Salir gratis al mundo, como signo y principio de curación en tiempos de pandemia; éste es el mensaje del evangelio del domingo, como indicará el comentario que sigue.

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Ciertamente los hebreos del tiempo de Jesús conocían y empleaban los remedios normales de la medicina de su tiempo; pero estaban convencidos además de que la enfermedad tenía raíces más profundas, en sentido radical (social, económico, psicológico, religioso), en referencia a los hombres y mujeres de su entorno y, al mismo tiempo, a Dios a quien concebían como principio y fuente de curación psico-somática y psico-religiosa, desde una perspectiva sacral (eso es, desde el templo de Jerusalén, controlado por sacerdotes).

Ellos sabían que  la enfermedad suscita una crisis total en la persona, y que la curación implica un cambio también total, como indican de un modo precioso algunos Salmos como el 30 y 31, vinculados al "templo" de Jerusalén. Pues bien, Jesús "sacó" el tema del ámbito templo y lo planteó en la calle de la vida: en una casa particular (la de la suegra de Simón), en plaza pública del pueblo (en Cafarnaum), en las aldeas del entorno (como indicaré comentando las tres partes de Mc 1, 21-38.

El judaísmo tradicional había puesto de relieve, desde antiguo, el carácter sanador o terapéutico del templo de Jerusalén donde los enfermos iban a pedir salud o a dar gracias a Yahvé por haberla recuperado. En esa línea,la finalidad básica del templo era la afirmación de la vida, esto es, de la salud de los enfermos.

Pero  Jesús, como he dicho, "libera" y universaliza el tema de la enfermedad y la salud, situándolo en la casa (de la familia o de la Iglesia), en la calle de todos, en las aldeas y suburbios del mundo. Su camino y programa de salud sigue trazando  un compromiso esencial de comprensión y acción en este tiempo de pandemia, año 2021, como podrá ver quien siga leyendo.

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1, 29-31. La suegra de Simón. La primera "servidora" de la Iglesia[1].

29 Al salir de la sinagoga, se fue inmediatamente a casa de Simón y Andrés, con Jacob y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la agarró de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles.

             De la sinagoga (ámbito judío) pasamos a la casa (espacio normal de la comunidad cristiana), el mismo sábado, que se convertirá en tiempo de salud y convivencia. Jesús entra con sus cuatro pescadores en la casa de la suegra de Simón, que está enferma. No se dice que tenga un espíritu impuro, como el hombre de la sinagoga (cf. 1, 23), sino simplemente que yace en el lecho con calentura (pyressousa: 1, 30). Parece impotente, no puede hacer nada. Pero Jesús la agarra con fuerza de la mano y la levanta, en gesto de evocación pascual[2].

 − Una casa con enferma. La casa (oikia: 1, 29) es espacio de reunión y encuentro familiar, lugar privilegiado de la comunidad (cf. 3, 20.31-35). Lógicamente, la casa aparece después de la sinagoga. El texto dice que es la casa de Simón y Andrés y parece que ha de ser signo de pascua, de encuentro con Jesús al volver a Galilea (cf. 16, 7). Pues bien, precisamente en esa casa “cristiana” hay una mujer enferma, que no puede actuar: la suegra de Simón (que parece en realidad la “dueña” de la casa) está enferma de fiebre; ella es para Marcos la primera cristiana.

E inmediatamente le hablaron de ella... El poseso de la sinagoga se presentó a sí mismo, gritando. Por el contrario, los que hablan a Jesús de la mujer son otros, quizá porque ella está en la habitación más privada, cerrada, donde Jesús no puede entrar directamente, a no ser que le hablen de ella y le lleven. ¿Quiénes? ¿Los que vienen con él de la sinagoga? ¿Los que estaban en casa? El texto no lo dice, sino sólo que Jesús entró en la habitación (proselthôn) e inmediatamente, sin preguntarle si quería, la agarró por la mano y la levantó (êgeiren autên: la resucitó: 1, 31; cf. 16, 6), de manera que ella pudo ponerse en pie a servirles (diêkonei autois). A la mujer relegada a la cama en un día de sábado hay que levantarla, pero después es ella misma la que toma la iniciativa de “su casa” (su iglesia), donde realiza el auténtico servicio humano[3].

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Todo eso sucede en un sábado (cf. 1, 21), un día en que nadie (ningún judío) debía trabajar, porque es descanso sagrado y no puede realizarse ninguna acción externa o material. El hecho de que ese día esté enferma la mujer de casa parece irrelevante, pues ella no tiene ninguna labor que realizar. Pues bien, Jesús la toma de la mano y la levanta, en signo de resurrección, como indica el verbo egeirein (cf. 2 Cor 4, 14; Rom 8, 11 y sobre todo Mc 16, 6, donde se dice que Jesús êgerthê, ha sido elevado/resucitado). El mismo sábado es tiempo de resurrección, y este pasaje supone que no hay que esperar al “día después” (el actual domingo, como en 16, 1), pues Jesús resucita/levanta a la suegra de Simón el mismo sábado pascual.

Ella les servía (diêkonei autois: 1, 31). El servicio (diakonía) era el signo primordial de los ángeles de Dios que sirven/ayudan a Jesús en el desierto, enfrentándose a las fieras (1, 13), y será también el signo de las mujeres que hacia el final de la vida de Jesús aparecen como servidoras mesiánicas (15, 41). En esa línea, la suegra de Simón interpreta la curación que ha recibido como llamada a un servicio que no se puede entender a modo de simple trabajo servil (propio de mujeres que están bajo el dominio de varones ociosos), sino como ministerio mesiánico, creador de la nueva familia mesiánica. Jesús no le manda, no le dice nada, sino que se limita a levantarla; pero ella asume la iniciativa y saca las consecuencias de ese gesto, descubriendo el valor del servicio, por encima de una sacralidad cerrada.

             He dicho que ésta casa parece ser de la suegra de Simón, a pesar de que el texto diga que es la “casa de Simón y Andrés” (1, 29), porque, después de ser curada, es ella la que asume la iniciativa y sirve a todos los que vienen, como dueña o, mejor dicho, como animadora, creadora de unos nexos de comunión, que están vinculados, sin duda, a la comida, pero que desbordan el plano puramente material del servicio alimenticio. Esta mujer no es una criada, en el sentido posterior del término. En el origen de toda obra eclesial se encuentra esta mujer, conforma a Marcos; ella es la primera resucitada y servidora en la iglesia, el primer “ministro” de la comunidad[4].

1, 32-34. En tiempos de pandemia: curar a todos

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32 Caída la tarde, tras la puesta del sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Y curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, y no dejaba hablar a los demonios, pues sabían quién era

 A la curación durante el día y en casa (en tiempo de sábado) siguen las curaciones del anochecer, acabado el sábado, en la calle, a la puerta de la casa de Simón, es decir, en el entorno de la iglesia (de la comunidad establecida), como indica este sumario, que distingue cuidadosamente dos palabras: le traían a todos (pantas) los enfermos y endemoniados, y Jesús curaba a muchos (pollous) de esos enfermos, expulsando a muchos (polla) demonios. La iniciativa vuelve a ser de otros, habitantes de Cafarnaúm, que son los que llevan los enfermos a la puerta de la casa, y Jesús actúa en un segundo momento, respondiendo a su petición.

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A la caída la tarde, tras la puesta del sol le llevaron.... Según el calendario judío, el sábado (tiempo de descanso) termina al ocaso de sol, esto es, a la caída de la tarde, Como observantes de la ley, los vecinos de Cafarnaúm esperaron ese ocaso. Así dejan que pase el sábado ritual, tiempo de un descanso que no logra liberar al ser humano, y sólo entonces, transcurrido ya el lapso «sagrado», en el momento más profano de la nueva noche que se va extendiendo, podrá mostrarse Jesús como sol de curaciones a la puerta de la casa de la suegra de Simón.

Tanto Jesús como la suegra han superado ya una comprensión exclusivista del sábado, porque uno ha curado y la otra ha servido ese día. Pero el conjunto de los habitantes de Cafarnaúm se rigen todavía por el cómputo antiguo del tiempo y por eso esperan la puesta del sol para traer ante la puerta de la casa a los enfermos, a fin de que Jesús les cure. No pueden entrar en la casa, porque es pequeña y no caben, o porque no actúan aún como iglesia (comunidad de Jesús), sino como admiradores externos.

Son ellos, los vecinos de Cafarnaúm, los que vienen y traen a los enfermos, y los ponen ante él (epheron pros auton). Así inician las escena, como diciendo a Jesús lo que debe hacer. Llegan con prisa, no vienen a escuchar (como harían en la sinagoga), sino a pedir a Jesús que cure, pues son muchos los que están oprimidos por el mal, los endemoniados[5].

Han escuchado lo que debían escuchar (la fama de Jesús se ha extendido por doquier en Galilea: 1, 28). Por eso vienen, terminado el descanso inútil de los escribas, incapaces de curar, con los enfermos y endemoniados. El texto añade que toda la ciudad estaba reunida ante la puerta (holê hê polis…), pues ante la enfermedad y la posesión diabólica no hay diferencia de personas. Jesús no cura “en la casa” (en una iglesia particular), sino en la calle, en el entorno exterior de la iglesia, en eso que se ha llamado normalmente el “atrio”, que, en sentido etimológico, es “profano” (lo que está antes y fuera del phanum o santuario)[6].

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Y curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios (1, 34a). Los que vienen buscándole en la noche quieren curaciones, conforme a un criterio que al Jesús del Cuarto Evangelio podría parecerle menos limpio (buscan simplemente prodigios; Jn 4, 48). Pues bien, este Jesús de Marcos se deja impresionar por la necesidad, por la miseria de los hombres y mujeres que le traen (como en 6, 34), y por eso va curando a todos. Por ahora no ha dicho nada, no ofrece ninguna enseñanza, sino que se limita a curar, realizando así la gran tarea que se hallaba al fondo de las tentaciones (1, 12-13). Satán es el principio de la enfermedad y de la posesión diabólica; por eso, para luchar contra Satán, Jesús cura a los enfermos, en la misma calle, por generosidad, sin imponerles ningún tipo de obligaciones.

            Estas curaciones marcan la prioridad de Jesús. Otros judíos de su tiempo van centrando su práctica ritual en torno a un sábado que puede interpretarse de manera legalista y particular (sólo para ellos es tiempo separado); Jesús, en cambio, quiere liberar al hombre entero, desbordando el ámbito del sábado, y su gesto no brota de un impulso suyo, sino de la necesidad de las personas que vienen a buscarle en la noche[7].

Pero no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían (sabían quién era). Jesús había mandado callar al endemoniado de la sinagoga (1, 25), no sólo porque no quería que le hicieran propaganda, sino porque no aceptaba el testimonio de los endemoniados (aunque fuera verdad lo que decían). No quería propaganda, ni permitía que los posesos revelaran su identidad, pues ella sólo puede conocerse a través de un camino de muerte y de pascua, a diferencia de otros “mesías”, que van en línea de poder o gloria sagrada, como los pretendientes militares (en la línea celota de Judas Galileo) o los los llamados hombres divinos, theioi andres, milagreros).

Estamos ante la “batalla final”. Jesús ha venido como Sanador de Dios, y allí, en la pura calle, al comienzo de la noche, tras el sábado, ante la puerta de la suegra Simón, pasado el Sábado judío, va curando en silencio, por amor mesiánico, sin propaganda, enfrentándose a Satán. Así muestra en silencio su autoridad, animando, limpiando, abriendo un camino de vida, ante la puerta de Simón, no dentro de su casa… De esa forma responde a los que vienen y piden su ayuda, sin dejar que ellos propaguen de manera pública sus gestos. Es evidente que los endemoniados saben algo de su misión, como hemos indicado en relación con 1,24-25, pero no le conocen aún plenamente, cosa que sólo puede alcanzarse tras pascua. Pero Jesús no quiere ni puede elevar su figura y fundar su mensaje en aquello que dicen los endemoniados[8].

  1, 35-38. Aldeas del entorno. Salir de un tipo de iglesia

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             Esta nueva escena puede tomarse como un paradigma eclesial. Marcos no quiere encerrar a Jesús en una casa, ni establecerle en un lugar, en contra de Simón y compañeros, pues su misión de Reino desborda los límites de un mesianismo milagroso (o político/militar). Así lo muestra este pasaje que opone el proyecto mesiánico de Simón y el Jesús:

 (a. Jesús) 35 Y temprano, aún muy de noche, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar.

(b. Simón) 36 Simón y los que estaban con él le persiguieron, buscándole 37 Cuando lo encontraron, le dijeron: Todos te buscan.

(c. Misión itinerante) 38 Y les contestó: Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he salido.

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 El Jesús de Marcos nos saca de la sinagoga (judaísmo) y de la casa de Simón (un tipo de iglesia, a la puerta de esa casa), para llevarnos al servicio misionero, a campo abierto. De esa forma, este tipo de “noche pascual”, llena de curaciones, desemboca en una primera división. Tras marcharse los enfermos, muy de madrugada, Jesús y sus discípulos (¡los cuatro del principio, con Simón!) toman decisiones distintas[9]:

Jesús sale para orar (1, 35). Las palabras con que empieza el texto están perfectamente calculadas (“y temprano, aún muy de noche [antes del amanecer] levantándose, Jesús...”: kai prôi ennykha lian anastas) y parecen evocar aquello que será la experiencia de las mujeres, la mañana de pascua (kai lian prôi: y muy temprano...: 16, 2). En ambos casos nos hallamos en el día tras el sábado: cf. 1, 32; 16, 1 ), pero de manera que entre la noche y la mañana se produce un gran cambio, que nuestro pasaje presenta como anastasis, en término de clara evocación pascual (cf. 5, 42; 8, 31; 9, 9.31; 10, 34; 12, 18.23; 13, 2). En ese fondo se entienden las acciones de los protagonistas, en forma de intercalado concéntrico.

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El protagonista es Jesús, quese levanta de mañana (resucita) para orar en un lugar desierto (1, 35); es como si debiera retornar en oración, a su experiencia de encuentro con Dios (Bautismo), para reiniciar el camino[10]. Esta “salida” de Jesús, en pleno noche, le permite “superar”, como he dicho, el “cerco” que querían imponerle. Hasta ahora, después de la “llamada” de los cuatro discípulos, él había ido respondiendo a la presión de aquellos que, de un modo u otro, habían implorado su ayuda: el poseso de la sinagoga, los familiares de la suegra de Simón o los que llevaban a los enfermos de Cafarnaúm. Ahora se sitúa en soledad ante Dios, para así descubrir de un modo directo, por sí mismo, su misión. No tiene las cosas resueltas de antemano; por eso se pone en oración, para descubrir el camino que debe recorrer.

            Ésta es la primera vez que Jesús aparece abiertamente en oración en Marcos, aunque parece claro que su experiencia anterior, tras el bautismo (cuando ha visto los cielos abiertos, y al Espíritu bajando sobre él: 1, 11-12), ha sido de oración. Ahora le vemos orando expresamente, muy temprano, aún de noche, en un lugar desierto, después de su primera acción mesiánica, y en esa misma línea le veremos otras veces en el evangelio. Es evidente que el desierto no es aquí lugar de penitencia, ni de lucha contra el diablo (sin más), sino de encuentro personal con Dios[11].

Simón y sus compañeros (hoi met'autou: cf. 1, 36) le persiguen (1, 36-37). Deben ser del grupo de pescadores de hombres de 1, 16−20, que salen en su persecución (katediôxen), apelando a la necesidad de la multitud (todos te buscan: 1, 37).Éste es el primer enfrentamiento, la primera discusión mesiánica, y Simón (a quien todavía no se le llama Roca, como se le llamará desde 3, 16) parece actuar como portavoz de una iglesia que quiere utilizar a Jesús para servicio propio, como si fuera un curandero doméstico establecido ante (o en) su propia casa a la que acudirían los necesitados y enfermos del entorno (cf. 1, 33-34). Quizá podríamos decir que Simón no quiere servir a los demás (en contra de lo que ha hecho su suegra), sino servirse de Jesús para provecho propio, interpretando en forma egoísta la tarea de pescador que ha recibido. Así quiere actuar como "dueño" de Jesús, representante de su empresa, cabeza de una Iglesia establecida[12].

            Estamos ya ante una comunidad de Jesús que tiende a convertirse en sistema establecido, una especie de club de curaciones en torno a la casa de Simón (en Cafarnaúm o en Jerusalén), a diferencia de Pablo y de aquellos que quieren abrir el mensaje de Jesús al mundo entero. De esa manera, implícitamente, Marcos dice que la misma dinámica de la actividad de Jesús rompe y supera las fronteras de un sistema establecido (como el que quiere Simón). Por eso, al presentar aquí a Simón y a sus tres compañeros “persiguiendo a Jesús” para llevarle de nuevo a su casa de Cafarnaúm, está evocando el conflicto posterior de una Iglesia que corre el riesgo de cerrarse en sí, como veremos a lo largo del evangelio y de un modo especial en la última pascua (16,1-8). El mismo Jesús de Marcos anticipa ya aquí, de esta manera, lo que será la misión universal de la Iglesia. Por eso, allí donde quieren encerrarle, él se marcha, rompe la atadura que le ponen y, a partir de su oración (cf. 1, 35; 14, 35), toma otras opciones distintas de las que han tomado o tomarán sus discípulos.

Un camino misionero (1, 38). Jesús rechaza la propuesta de Simón y no quiere establecerse en una casa, para convertirla (convertir su movimiento) en negocio de milagros al que acuden los de lejos y en el que medran, de un modo egoísta, los de cerca. En medio de la noche, él se ha escapado para orar en soledad ante Dios; y cuando llega el día inicia un recorrido por las poblaciones del entorno, tomando así la iniciativa del Reino. No quiere encerrarse en una estructura sagrada, fundando otro centro espiritual de sanación entre los ya existentes (sinagogas, escuelas filosóficas, templos). Dios le ha enviado para ofrecer el kerigma a los necesitados y para que le acompañen en la pesca final ha llamado él a Simón y a los suyos, no para establecerse con ellos sea en la casa de Cafarnaúm, o en un tipo de iglesia que Simón ha podido establecer en Jerusalén u otro lugar.

            En ese contexto, al decir que debe ir hacia otras partes, Jesús añade una palabra clave, que puede entenderse de tres formas: pues para eso exêlthon, “he salido”. (a) He salido de Cafarnaúm, en sentido geográfico, es decir, de la ciudad donde Simón y los suyos quieren encerrarle. (b) Ha salido de Dios, que le ha enviado para realizar una misión que se extiende más allá de Cafarnaúm. (c) He salido del sepulcro… Aquí podría estar hablando el Jesús pascual, que ha resucitado (16, 1-8), no para encerrarse en Jerusalén (o en otro centro político o social), sino para abrir el mensaje desde Galilea a todo el mundo (cf. 13, 10; 14, 9)[13].

            Jesús ha ido a un lugar desierto (erêmos, 1,35, cf. 1, 12), para situarse en oración y para iniciar desde allí un trabajo, universal, para bien de los enfermos y los necesitados, en contacto inmediato con Dios. No va al templo para orar (aunque después dirá que quiere un templo que sea casa de oración para todas las naciones: 11, 17), ni se reúne con la muchedumbre, sino que se retira para orar, a solas, en la noche, para escuchar así, de nuevo, la voz que escuchó tras su bautismo (¡Tú eres mi Hijo!, 1, 12), pues ella ha sido, sin duda, una voz orante. No deja que los suyos le encierren, manipulando su misión a partir del éxito logrado (¡todos vienen...!). Toma distancia (en oración ante Dios), en soledad de tiempo (noche) y espacio (desierto), para redescubrir y recrear su tarea.

            Por eso, cuando Simón y los suyos pretenden encerrarle en el círculo cómodo y estrecho de lo ya sabido (como a un curandero doméstico o un simple mesías de una Ley ya fijada en Jerusalén), desde la hondura de su propia libertad mesiánica, Jesús abre su camino hacia los necesitados del entorno. No ha caído en la tentación del éxito, no se ha dejado llevar por el éxito inmediato; no ha creado una casa eclesial de milagros sino que ha ofrecido su poder de curación y/o de palabra a los necesitados del entorno[14].

            Conclusión. Simón y los que están con él quieren “fijar” a Jesús, situándole al servicio de sus propias ideas o intereses. Pero Jesús busca un principio orientador más alto, poniéndose en contacto con Dios en oración (kakei prosêukheto), en la línea de su experiencia del bautismo (1,9-11). Simón y los suyos no han comprendido todavía a Jesus, no quieren seguirle de verdad, ni servir a los necesitados, sino triunfar con él, convirtiéndole en un de taumaturgo popular, al servicio de sus propios intereses nacionales, económicos, sociales etc. Pero Jesús rompe esa “clausura” que quieren imponerle[15].

Simón ha dejado las redes, pero quiere hacerse administrador de las curaciones de Jesús. Pues bien, frente a ese riesgo de institucionalización eclesial (grupal), Jesús instaura su camino de fuerte gratuidad. No busca el honor propio, al servicio de un grupo, no establece en su casa (o en la de Simón) un santuario de sagradas curaciones; un negocio de reino[16]. Simón le quiere establecer junto a su casa. Jesús, en cambio, sale expandiendo su mensaje en las sinagogas de ellos (de los judíos, de los demonios: cf. 1, 23), expulsado los demonios (1, 39). Esta Galilea de la apertura misionera de Jesús es signo de su compromiso al servicio de la liberación de los expulsados sociales.

 NOTAS

[1] Marcos ofrece una serie de personajes menores (leproso de 1, 40-45; madre de 7, 24-30; viuda de 12, 41-44; mujer de 14, 3-9…) que abren un camino de discipulado, y sirven para interpretar la novedad de Jesús, descubriendo las implicaciones del evangelio, como hermenéutas mesiánicos. Cf. J. F. Williams, Other Followers. Pues bien, este pasaje concreto (con el personaje “menor” de la suegra) ha de entenderse como recuerdo histórico y como anuncio pascual, por el uso del verbo egeirein, en el sentido de levantar/resucitar, como en 16, 6 (cf. 2, 11; 5, 41; 9, 27).

En el caso anterior (curación del poseso de la sinagoga), Marcos sólo había ofrecido un “principio de sanación” (un hombre curado, sin precisar su respuesta). Aquí, en cambio, tenemos una curación con respuesta: esta mujer sabe lo que tiene que hacer y se pone a “servirles”, convirtiendo así el día de “descanso” de otros judíos en tiempo de comunicación personal (que parece centrada en la comida, pero que es mucho más que una comida externa).

Esta mujer sabe y realiza ya al principio del evangelio algo que Simòn no querrá aprender en todo el transcurso de su seguimiento histórico de Jesús (como indica 8, 32; 14, 29-31.66-72). No ha hecho falta que Jesús la llame a través de una vocación especial (como a los cuatro de 1, 16-20), ni que le diga cómo debe comportarse, pues ella aprende todo al ser curada, y así responde como auténtica discípula, rompiendo (cumpliendo en un plano más alto) por medio de Jesús la misma ley del sábado: sirve a los que vienen y convierte así su casa en primera de todas las «iglesias» (=lugares de servicio cristiano).

[2] Se completa así la pareja de enfermos primordiales: el endemoniado de la sinagoga, sometido a la impureza de una enseñanza opresora; la enfebrecida de una casa/iglesia que parece invadida por varones, expulsada al espacio interior de la cama, donde yace con calentura. Jesús cura a los dos, pero sólo a la mujer la levanta o resucita, de manera que ella puede servir en la casa (es decir, crear nueva casa, la suya, no la de Simón, como suele decirse aún, cuando se visita el posible lugar, con la Domus Petri, en Cafarnaúm).

[3] Posiblemente, en el fondo de la escena hay un recuerdo histórico, pero es evidente que Marcos lo ha recreado, desde una perspectiva de pascua, reconociendo el carácter “eclesial” de la casa de Simón y Andrés, que empieza apareciendo así como lugar de curación, en ámbito pascual. Ésta es la casa cristiana de la resurrección y el servicio. Cf. H. Kinukawa, Women and Jesus in Mark. A Japanese Feminist Perspective, Orbis Book, Mariknoll, New Yorl 1994; Lincoln, Women; Miller, Women. 

[4] Había casos en que el marido tenía su propia casa (a la que llevaba a su esposa); pero otros en los que el marido empezaba a vivir en la casa de los padres (o de la madre) de la esposa (matrimonio uxorilocal). En este caso, Simón (natural de Betsaida, al otro lado de la frontera) habría venido a vivir (con su hermano Andrés) a la casa de la madre de su esposa, de manera que, estrictamente hablando, no podemos hablar de la casa de Simón (como suele hacerse), sino de la casa de su suegra.

En esta línea se entiende mejor el hecho de que ella (la suegra, la dueña de la casa) sea la que sirve a todos después de haber sido curada, viniendo a presentarse, al menos de forma simbólica, como el primer “ministro” de la iglesia de Jesús. De un modo significativo, la tradición cristiana (y en especial la católica) ha puesto muy de relieve el “ministerio de Simón”, llamado Pedro (=Roca). Pues bien, en el principio del evangelio resulta más destacado el ministerio o servicio de su suegra, que actúa como primera “presidente” de una comunidad “cristiana”.

[5] Hay al fondo un rasgo irónico: es como si hubiera que esperar el fin del tiempo de la religión (santo sábado) para recibir el don de Dios, y así, pasado el sábado, ante la puerta de la casa de Simón (no en la sinagoga, ni dentro de la iglesia), se agolpa la ciudad con sus enfermos, iniciando un culto de  transformación mesiánica, a través de las curaciones de Jesús. Para situar en este contexto el sábado judío cf. R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985, 599-610; E. P. Sanders, Judaism. Practice and Belief. 63BCE -66CE, SCM, London 1992, 190-213. Jesús había curado a la suegra de Simón en sábado, para que pudiera servirles ese día. Pero ahora cura a todos los enfermos, pero sólo una vez que ha pasado ya el sábado. En esa línea, la resurrección de Jesús, anunciada en 8, 31; 9, 31; 10, 32-34 para el tercer día [tiempo de culminación], se realice conforme a 16, 1-2 el día después del sábado, superando así su sacralidad.

[6] El evangelio nos lleva del espacio y tiempo especial de las religiones (sinagoga, sábado) al lugar y tiempo universal de la miseria humana, a la caída de la tarde, en plena calle. La curación de la suegra de Simón se ha realizado “en la casa”, que puede tomarse como iglesia doméstica (cf. también 2, 1-2. 15; 3, 20 etc.). Pero estas curaciones no son ya en la casa, sino fuera de ella (pros tên thyran, 1, 33).

[7] No es Jesús quien empieza, son otros los que ponen en marcha su intervención. En la sinagoga ha sido el hombre impuro el que ha empezado a gritar (1, 23); después han sido otros los que han hablado a Jesús de la suegra de Simón (1, 30); ahora son los hombres y mujeres de Cafarnaúm los que traen sus enfermos (1, 32). Es como si Jesús tuviera que aprender de los demás, descubriendo sus necesidades (y el poder que él mismo tenía de ayudarles). El texto afirma que curó a muchos enfermos, que tenían diversas dolencias, y que “expulsó muchos demonios”, pero no dice cómo lo hace. Parece evidente que Marcos está ofreciendo aquí una “tradición” general, una síntesis de milagros.

En este contexto, debemos añadir Jesús ya no “bautiza” a los pecadores convertidos, para perdón de los pecados, como hacía el Bautista (1, 5), esperando la llegada de Dios (ni les bautiza para que forman parte de una iglesia establecida, como hará el Roca de Hech 2, 38), sino que empieza a instaurar el Reino de Dios, curando precisamente a los enfermos y liberando a los endemoniados, sin necesidad de bautizarles. Ese reino empieza precisamente aquí, en Cafarnaúm, allí donde enfermos y endemoniados recibían la salud, a las puertas de la casa de la iglesia, en una noche abierta a la pascua.

[8] Ya en este primer momento de su mensaje el Jesús de Marcos se enfrenta a dos líneas mesiánicas distintas. (a) La línea del mesianismo militar, que implica la lucha contra los enemigos de Israel (los romanos) y la victoria nacional (como supone S. G. F. Brandon,  Fall, Jèsus). (b) La línea de un mesianismo sagrado, por el que Jesús vendría a presentare como un “hombre divino”, un tipo de mago superior, como ha puesto de relieve Weeden, Heresy. Jesús no se deja utilizar ni por los partidarios de una línea ni por los de la otra.

[9] Los que “persiguen” a Jesús, con Simón, son representantes de un tipo de iglesia judeocristiana que quiere "encerrarle en una casa", que es ya la de Simón (no la de su suegra servidora), sin asumir la apertura pascual, universal, del evangelio, que ha de extenderse por los bordes de Galilea (cf. 16, 7-8), sobrepasando siempre los espacios cerrados de un judaísmo apegado a su propia ley. Cf. Vaage,  Cristianismo. Véase, además Tagawa, Miracles; Trocmé, Formation 96-103; J. M. González R., Marcos 27-31;J. B. Tyson, The Blindness of the Disciples in Mark: JBL 80 (1961) 261-268.

[10] En casos anteriores eran otros los que parecían motivarle. Aquí toma la decisión él mismo. Simón y los suyos le persiguen, como queriendo obligarle a seguir haciendo lo que ya había hecho, marcando así su programa (1, 36-37). Pero Jesús no acepta la propuesta de Simón y los suyos, rompiendo así el “cerco” que ellos habían querido imponerle.

[11] Éstos son los textos básicos sobre la oración de Jesús en Marcos: (a) Después de la primera multiplicación, tras una jornada laboriosa, se retira para orar, sobre la montaña, a la entrada de la noche (6, 46); (b) También la experiencia de la transfiguración parece situarse en un contexto de oración (9, 2-9) y, apoyándose en ella, Jesús asegura a sus discípulos que “estos demonios” sólo pueden expulsarse orando (9, 29). (c) Su experiencia más profunda de oración es la del Huerto de los Olivos (14, 35), donde Marcos emplea la misma palabra que aparece en nuestro caso: Jesús “oraba” (prosêukheto). De esa forma, su oración traza como un arco que vincula el principio (1, 35) y final (14, 35) del evangelio.

[12] Simón necesita que Jesús quede a su lado, para instalar a la puerta de su casa una "oficina de curaciones", para prestigio social y/o económico del grupo. Junto a un "dios" o taumaturgo curador siempre ha corrido y crecido los negocios. Lógicamente, Simón sale en busca de Jesús muy de mañana, para organizar su agenda mesiánica, apareciendo así como jefe de grupo, encabezando al resto de sus compañeros, que son hoi met'autou (1, 36), en velada y fuerte oposición a lo que debía ser auténtico grupo cristiano formado por aquellos a los que Jesús llamará para que sean met'autou (es decir, con-Jesús: 3, 14). Es evidente que, conforme a la visión de Marcos, "los que están con Simón, dejándose influenciar por él, y Simón mismo, han de cambiar, pasando a estar con Jesús" (Mateos, Los Doce, 217). Tanto aquí como en 8, 27-31 y 16, 7-8, Marcos está suponiendo y pidiendo la conversión de Simón, que debe abandonar su proyecto eclesial de mesianismo triunfante (milagros al servicio del grupo), para asumir el mesianismo del Hijo del humano. Planteamiento polémico del tema en J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994, 400.

[13] Al llegar aquí podemos ya esbozar algunas relaciones que Jesús va estableciendo en su camino. Los cuatro primeros discípulos (1, 16-20) han tenido que dejar las redes y la barca, pero corren el riesgo de querer manejar a Jesús, para triunfo de sus intereses (no sólo en 1, 36 sino a lo largo de todo Marcos: 8, 32; 9, 39; 10, 35-40). Por el contrario, la suegra curada, servidora de casa (1, 29-31) aparece como auténtica cristiana,  que sirve a Jesús y a los suyos; su figura pertenece a la esencia de la iglesia

[14] Simón ha dejado las redes, pero quiere hacerse administrador de las curaciones de Jesús, representante cualificado de su “grupo”. Es evidente que habría salido ganando. Pues bien, frente a ese riesgo de institucionalización eclesial (Simón y los que estaban con-él), Jesús inicia su camino misionero, en gesto de fuerte gratuidad. No busca el honor propio, al servicio de un grupo, no establece en su casa (casa de Simon) un santuario de sagradas curaciones; no funda un negocio de reino, una iglesia establecida. No es casual que el primer tentador de Jesús sea Simón, cabeza de grupo de aquellos que olvidan su oficio de "pescadores" para volverse opresores de la casa mesiánica. En esta perspectiva, al menos en cierto nivel, este Simón de Marcos representa a la iglesia judeocristiana que quiere "encerrar a Jesús en una casa" (en Jerusalén), sin asumir la apertura pascual, universal, de Galilea (cf. 16, 7-8). Como iremos mostrando a lo largo del comentario la figura de Simón/Roca ha de entenderse desde diversas perspectivas. Cf. A. Rodríguez, La figura de Pedro en el evangelio de Marcos, en R. Aguirre (ed.), Pedro en la iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1991, 29-42; R. E. Brown (ed.), Pedro en el Nuevo Testamento, Sal Terrae, Santander 1976; O. Cullmann, San Pedro, Ediciones 62, Madrid 1967; J. Gnilka, Pedro y Roma: la figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia, Herder, Barcelona 2003.

[15] Simón y sus compañeros empiezan a desplegar una estrategia distinta a la de Jesús, como aparecerá con toda claridad en 8, 33, cuando Jesús llame a Simón Satanás. Este Simón que sale en busca de Jesús esa mañana, después de los milagros que él ha realizado delante de su casa,  quiere formar un grupo alternativo, contrario a la intención de Jesús. 

[16] No es casual que el primer tentador de Jesús sea Simón, cabeza de grupo de aquellos que olvidan su oficio de "pescadores" para volverse opresores de la casa mesiánica.

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