Curso de Mateo (2). “Religión” que no jura ni juzga

    Sigo  el curso de ayer (Uniminuto, Bogota), explorando el camino del evangerlio, nás allá de dos elementos importantes de la religión que han sido juramento y juicio.

La religión dice “jurad bien, por el honor de Dios (Dt 5,11; Éx 20,7); el Jesús de Mateo dice “no juréis”, no quiere religión (el honor de Dios no es jurar).

La justicia dice “juzgad bien” (también lo necesario) por el bien/honor de la sociedad; pero Mateo va más allá y dice “no juzguéis”, pues Dios es vida creadora, no juicio)

UNIMINUTO realizará II Semana de Estudios Bíblicos centrada en el Evangelio de Mateo

¿Qué puede aportar, que puede hacer una religión que no jura ni juzga. Ofrecer Responder bien a Dios testimonio y abrir un camino de humanidad en esperanza gratuita de vida.

NO JURAR. ÉSA ES LA PALABRA DE LA IGLESIA

Entre las palabras históricamente más fiables de Jesús se encuentra aquella que dice: «Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás sino que cumplirás tus juramentos”.Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33; Lev 19, 12.). Esta prohibición va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que no solamente se atreve a jurar, sino que manda que se “jure” (poniendo a Dios como testigo) en discusiones y asuntos importantes, como si él debiera ser que ser garante legal de las afirmaciones humanas.

 La Escritura israelita condena los juramentos que toma el nombre de Dios en vanoo con mentira (Ex 20, 7; Dt 5, 11), pero permite y quiere que ratifiquemos nuestras promesas o palabras con juramentos, haciendo así que Dios sea garante de verdad de nuestras verdades, para fundar y ratificar nuestras pretendidas verdades (cf. Num 30, 2; Dt 23, 31). De esa manera utilizamos a Dios y le ponemos a nuestro servicio. Pues bien, en contra de eso, volviendo al origen de la experiencia sagrada, Jesús pide a los hombres que no juren ante/por Dios, porque Dios es principio de amor y es trascendente (no le podemos manejar) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin que debamos fundarla en un tipo de superestructura sagrada.

Dios no necesita juramento humano para actuar como divino y los hombres no necesitan apelar al castigo de Dios para decir la verdad, sino que han decirla apelando a su propia honestidad humana: que tu palabra sea sí (sí es sí) o no (no es no, cf. Mt 5, 37; Sant 5, 12), sin tener que apelar a un Dios externo o a posibles castigos divinos o humanos en caso de no cumplir lo jurado o prometido:

Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás”, sino que cumplirás ante el Señor (apodôseis: le devolverás) tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno (Mt 5, 33; cf. 5, 15).

 Esta formulación va en contra de un rasgo importante de la antigua ley israelita y, en general, de toda religión que se atreve a jurar, apelando a Dios para resolver las discusiones humanas. Jesús no quiere que se jure, porque Dios es principio de amor y es trascendente (no se le puede manejar en modo alguno) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin que debamos fundarla en alguna superestructura sagrada.

Dios se define, según eso, como principio de verdad y transparencia gratuita,, no sólo en un plano interior (cada uno en sí mismo es verdad de Dios), sino en la comunicación entre todos, judíos o no judíos, varones o mujeres, siervos o libres. Dios concede a cada hombre o mujer la garantía de su verdad, de manera que varones y mujeres sean (seamos) portadores de su palabra, no simples buscadores de una verdad que se nos escapa siempre.

Dios está presente en la misma verdad del hombre, esto es, en su misma vida de manera que la palabra de Dios (cf. Jn 1, 14) se hace verdad en la vida de los hombres, en lo que son y lo que dicen, en las relaciones humanas, en sí mismas, sin apelar a una sacralidad distinta de la misma vida. Dios no necesita juramentos para actuar como divino, ni el hombre necesita superestructuras sagradas para ser humano (plenamente divino), juramentos para decir la verdad (sí síy no no: Mt 5, 37).

Vivir en la verdad

La novedad de la iglesia de Jesús es su visión de Dios como verdad simple y directa, un Dios sin Diablo (no de bien-mal, como en un tipo de apocalíptica), siempre oculto (no podemos apelar a él para justificarnos), siempre cercano, al servicio de la vida, un Dios a quien todos podrán invocar y acoger como Abba, Padre, fundamento y esencia originaria de su vida, más allá de todo juicio, en amor creador hacia los mismos que, de un modo cerrado llamamos enemigos suyos Dios, enemigos de los hombres.

              Cuando escuchemos la palabra “amarás a tu enemigo” sabremos que ella nos habla del Dios que ama a los que, en un sentido estrecho, pudieran tomarse como enemigos suyos, porque el evangelio o buena nueva del amor y perdón inter-humano está fundado en el amor y perdón original de Dios, como empezaremos destacando a partir de esta audaz y sorprendente palabra de evangelio que dice “no juréis”: No apeléis a Dios para declarar o imponer vuestra razón o autoridad sobre nadie.

Evangelio de Mateo

Dijo Jesús dijo “no juréis” (Mt 5, 34), queriendo que dijéramos sólo “si-si, no-no”, porque ése es el lenguaje de Dios, en contra de un estilo de juramentos, que aparece con frecuencia en ciertos pasajes de la tradición judía: habéis oído que se ha dicho, yo en cambio os digo… De un modo normal, el Catecismo de la Iglesia 1992, siente la dificultad que entraña esta palabra de Jesús:

Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: Habéis oído que se dijo a los antepasados “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pero yo os digo que “no juréis en modo alguno. (Mt 5, 33-34.37; cf. St 5, 12)… Siguiendo a san Pablo (cf. 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal) (CEC 2153, 2154).

Estas palabras recogen una tradición de iglesia que ha jurado y ha exigido que se jure (en una línea de AT), apelando para ello a Pablo de una forma discutible.  En este campo pienso que sería mejor volver a Jesús que decía a sus amigos que no juren, que no apelen sacralmente a Dios para defender su pretendida verdad, pues la palabra de los hombres ha de ser expresión de la de Dios (Jn 1, 14).

 Conforme a esa  tradición de iglesia, los cristianos han debido jurar con cierta frecuencia al asumir ciertos cargos de responsabilidad. Pero es mejor volver al evangelio, que vincula los juramentos con Diablo: “Pero yo os digo que no juréis en absoluto A vosotros os basta decir si o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno (Poneros, Mt 5, 33-37).

Santiago 5:12 - Versículo de la Biblia (RVR60) - DailyVerses.net

Al final de su oración (Padre-Nuestro), Jesús dice “no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del Maligno/Poneros” (= líbranos de juramentos Mt 6, 13)[1]. El Maligno, Tentador (Diablo), se identifica aquí con la sospecha, es decir, con la falta de confianza. Diablo es aquel que duda de los otros, pensando que engañan, obligándoles a jurar bajo castigo (¡me Dios me condene si…). El Dios de la Escritura, desde Ex 34 hasta el evangelio, es Dios de alianza, misericordia y verdad que confía en los hombres, dialogando con ellos. Todo lo que va más allá del sí o no se pone en la línea del diablo-tentador, del pecado (Gen 2-3) que es la sospecha, falta de confianza.

El juramento puede convertirse en medio “control” religioso: Invocar a Dios como testigo de una verdad de la que sospechamos, hacer que alguien apele al castigo de Dios para ratificar su verdad… Quien obliga a los demás a jurar sospecha de ellos, tiene miedo de que mientan; el que jura en esas circunstancias tiene miedo del castigo de Dios si no cumple lo jurado. Éste no es Dios de evangelio, sino de imposiciones. Por eso, cuando Jesús añade “pero yo os digo” está condenando, al menos implícitamente, todo juramento como acto diabólico.

Jesús nos ante dos planos o niveles: (a) La ley, en cuanto tal, permite e incluso manda jurar en ciertos casos, siempre en verdad, evitando el perjurio. (b) Por encima de la ley, el evangelio prohíbe (rechaza) como diabólico (del poneros) todo juramento,porque dice que todo lo que va más allá del simple y transparente y o no viene del diablo (Poneros), es satánico. Según eso, aquellos que imponen juramentos sobre otros se aprovechan de Dios del miedo (del Diablo) para tener sometidos a los hombres, convirtiendo el evangelio (buena nueva Dios, fuente de amor) en mala-nueva de maligno.

No hay en esa línea juramentos buenos y malos; en principio, todos son malos, , contrarios a la gracia y libertad de Dios, que no quiere juramentos o imposiciones, pues toda imposición es en el fondo diabólica. Ni Jesús ni Pablo han querido apoyar su evangelio en juramentos, ni siquiera en el caso de que parezcan buenos. Ni uno ni otro quieren que manejemos a Dios, sino que le amemos de un modo gratuito y que seamos verdad (que digamos la verdad por sí misma)[2].

El juramento de Dios: El misterio de Israel y el antisemitismo - Biblioteca  de Autores Cristianos - BAC Editorial

Esta palabra “no juzguéis” es de las más fiables de Jesús, palabra radical, que sólo puede formularse superando un tipo de interpretación de la ley, para expresar así la novedad del Dios que es gracia, perdón y amor a la vida, desde los expulsados y condenados de la tierra, en la línea de Ex 34, 5-8. Al decir a sus amigos, especialmente a los marginados que no juren (que no utilicen un lenguaje imprecatorio), Jesús les dice que no se dejen vencer por imposiciones, que no se dejen engañar por una superestructura de dominación al servicio de intereses y pactos de poder, pues la alianza y vida verdadera de los hombres y mujeres es la misma palabra que les define y vincula en comunión, sin necesidad imposiciones superiores. Jesús dice a los pobres y oprimidos que “no juren”, que no se sometan a un Dios que les limite, que vivan en libertad, porque Dios es principio de amor en comunión entre todos los hombres

            Jesús libera así a sus amigos de una religión externa, a la que se hallaban sometidos, desde tiempos antiguos, para así sean ellos mismos, para que escuchen (se escuchen) y se amen, dándose vida unos a otros, porque la vida en comunión es la presencia de Dios, la verdadera palabra. No hace falta ir al templo a jurar fidelidad a un Dios distinto, proclamando según ley la propia inocencia, como suponen y exigen algunos salmos que parecen muy piadosos, a veces los más bellos, que son cantos de sometimiento al Dios del templo, aunque en el mismo salterio, hay otros muchos himnos y cantos de pura y simple libertad, en amor enamorado, salmos que no imponen ni exigen nada, sino que cantan ante Dios el gozo de la vida[3].       

Cuáles son los tipos de juicios que existen? | Navas & Cusi Abogados

NO JUZGUÉIS. JUSTICIA, MÁS ALLÁ DE LA LEY (MT 7, 1-4)

 Una iglesia anterior, que culminaba en Juan Bautista, y cierta Iglesia posterior, ha insistido en un Dios que juzga, e incluso lo hace con “irá” (orgê: Mt 3, 7). Pero Jesús se ha opuesto a ello, pidiendo a los hombres que no juzguen, para no caer en una dinámica de lucha que terminan destruyendo la comunicación y vida humana (cf. Lc 6, 37-38 cf. Mt 5, 38, 7, 1-28. Normalmente pensamos que la convivencia es imposible sin leyes y sanciones ratificadas por ley, como supone una lectura superficial del Pentateuco[4]. Pero Jesús dice “no juzguéis”:

-- Esta palabra define el mensaje de Jesús y de su iglesia. No traza objetivos ni casos concretos de superación del juicio; promulga un principio superior de vida y comunión, entendida en forma no sagrada (sin apela a Dios como garante externo). Parte de la iglesia posterior no ha tomado en sentido radical este principio: Ha multiplicado juicios y condenas para mantenerse verdad.

-- Esta palabra (con la anterior, no juréis) nos llevan más allá de las divisiones y juicios eclesiales, en una línea que ha sido retomada en otro nivel por la cábala judía, que llama a Dios “en sof”, aquel a quien no puede definirse (sus “sefirots” son predicamentos” o juicios humanos, no llegan a la entraña de Dios). Solo un hombre como Jesús, con clara conciencia de Reino, asumiendo y desbordando la herencia israelita, en clave de gracia y no de ley, ha podido formular ésta palabra, como norma básica de vida de vida de los hombres en Dios.

             Sigue habiendo un plano de acción judicial, al servicio del orden o equilibrio de la comunidad. Pero debe abrirse hacia un nivel supra-judicial, propio de Dios

Min.Rio de Agua Viva on Twitter: "No juzguéis, para que no seáis juzgados.  Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgado…  https://t.co/yvWoVwKfwl https://t.co/9w2Hk2EbIy" / Twitter

  1. No juzguéis y no seréis juzgados: Lc 6, 37-38; Mt 7,1-2. La comunión de Jesús se destruye allí donde unos juzgan a otros, o donde la estructura de conjunto juzga y somete a todos. El juicio pertenece al orden racional de una vida que se construye y define a sí misma, pero Dios se sitúa en un plano de gratuidad superior, más allá de razones y juicios humanos:

Lucas: No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. 38 Dad y se os dará, una medida buena, apretada, remecida, rebosando.

Mateo: No juzguéis, para que no seáis juzgados, 2 porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos.

Lucas introduce la exigencia de no juzgar al fin del sermón de la llanura (6, 16-49), tras las bien y mal-aventuranzas (6, 20-26) y el amor al enemigo (6, 27-36). Mateo la sitúa hacia el final del sermón de la montaña, sin incluir las aplicaciones de Lc 6, 37b-38 (no condenar, perdonar, dar), ni las parábolas de la «razón teológica» (del ciego y del discípulo: Lc 6, 39-40), formuladas posiblemente por el redactor del evangelio para interpretar el motivo del no juicio de su iglesia[5].

La palabra base de Mt 7, 1 y Lc 6, 37a (no juzguéis, para no ser [y no seréis] juzgados) es una sentencia apodíctica o axioma, que define a Dios y modela el sentido de la iglesia como experiencia de gratuidad originaria. No es sentencia de ley, sino supra-ley, voz que nos llega de Dios), viniendo, al mismo tiempo, de la profundidad del ser humano arraigado en con Dios. Cuatro son, a mi entender, sus notas principales[6]:

- Ésta es una afirmación universaly ha de entenderse desde la gracia de Dios y la invitación de amar al enemigo. Más allá de la ley, allí donde se descubre inmerso en Dios-Gracia, el hombre puede actuar igual que Dios, en gracia, sin exigir ni pedir nada.

- Se sitúa en la línea del decálogo (Ex 20), pero, sobre todo, en la línea del primer mandato de Gen 2, 7:No comerás…; no te apoderes para ti de nada, tu vida es don y gracia (Gen 2, 17). El precepto dice que no podemos fundar nuestra vida en nada que tengamos o que hagamos; hemos brotado y somos en un Dios que nos ha dado la vida como gracia y en ella nos mantiene, de forma que seamos así pura gracia, unos para otros.

- Puede y debe interpretarse como revelación positiva: Formamos parte de la alianza de vida que es Dios y que nosotros en él. Al presentar de esta manera su mandato eclesial, Jesús ha radicalizado el esquema israelita de la alianza, superando el nivel de los pactos y contratos particulares. La alianza que somos en Dios no está al servicio de ninguna posesión o ganancia particular, sino que es la misma vida originaria, gratuitamente compartida en amor mutuo[7].

- Ella define el sentido de la propia vida, diciéndonos que si juzgamos caemos en manos de nuestro propio juicio, no del de Dios: «No juzguéis para que no seáis juzgados». El juicio no viene de Dios, sino de nosotros mismo. Por eso es esencial la segunda parte del dicho de Jesús: «no-seréis-juzgados». Dios no es garantía de buen juicio (a diferencia de Kant, Crítica de la Razón Práctica), sino superación divina de todo juicio: donde hay amor de Dios no hay, pues no hay juicio, no por indiferencia (Dios se desentiende), sino por gratuidad superior[8]

 Esta palabra (no juzguéis) no puede probarse, por ser originaria y escatológica, formal y universal (si se probara debería integrarse en un sistema legal expresado en forma de talión). Esta revelación del no-juicio se identifica con el Dios creador, que es “gracia universal de Vida”. Por eso, no puede probarse ni postularse, puede y debe razonarse, como suponen Lc 6, 38b-40 y Mt 7, 2: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados.

La fe en el Dios creador nos sitúa ante el misterio de su gracia, más allá de todo juicio y castigo. Sólo por gracia, superando un esquema de talión, podemos vivir en la Vida que es Dios, y que somos nosotros en Dios. Según eso, el juicio no forma parte originaria de la creación, no proviene de Dios, sino que surge y se despliega allí donde nosotros lo formulamos y aplicamos en forma de talión. Sólo superando la trama de acción y sanción, impulso y respuesta, bien y mal, descubriendo nuestra vida como puro don, en inmersión de amor, podemos hablar de Dios y contemplar (descubrir/desplegar) la vida como gracia, por encima de todo juicio que pueda separarnos del amor de Dios.

Dios no es bien y mal, gracia, condena, juicio, sino puro bien, gracia pura. El juicio lo creamos nosotros, y lo aplicamos a Dios, atreviéndonos a decir que forma parte de su esencia, para defender aquello que hacemos, en contra de de Dios, que no es talión de bien y/o mal, sino puro bien que crea; no da (se da) para recibir (obtener ganancias), sino por gratuidad amorosa, sino para que seamos nosotros[9].

El juicio cerrado en sí mismo se destruye, y destruye a quienes quieren vivir en ese plano. Sólo quien supera el juicio puede vivir en Dios, siendo Dios por gracia. Esta revelación (no-juzguéis) no forma parte de la ley, sino de la creatividad originaria de Dios. En esa línea no podemos decir “no juzguéis porque el juicio es de Dios” (cf. 1 Cor 4, 5; Rom 11, 19), sino “no juzguéis porque Dios no juzga. Sólo porque Dios no juzga (hace llover sobre justos y pecadores: Mt 5, 45) también nosotros podemos y debemos superar el juicio, para vivir en gracia. Al juzgar caemos en manos de nuestro propio juicio, en nuestra hipocresía: ¿cómo miras la paja ajena si tienes una viga en tu ojo?[10] 

  1. Superar el juicio, vivir en gratuidad. Eso es la Iglesia.Por don de Dios vivimos, por amor de aquellos que nos han trasmitido la vida. Si rechazamos la gracia y nos juzgamos, juzgando a los demás, en clave moralista, corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos, destruyéndoles a ellos. Éste es el centro de la eclesiología de Jesús.

- En un aspecto, la capacidad de juicio es un valor alto del hombre, que piensa, mide y organiza la vida por su ciencia (Sabiduría) y su trabajo, superando así el nivel de los animales, que no piensan, ni juzgan, sino que son por puro instinto... Juzgar es discernir, planificar y organizar la vida, en un nivel de medios y de fines. Juzgar es necesario para ser humanos. A través de un conocimiento judicial nos hemos hecho, somos lo que somos, por nosotros mismo.

- Pero, en otro aspecto, el hombre que cierra su vida en un nivel de juicio pierde su identidad, como saben Gen 2-3 y Mt 7, 1-5 par, porque el hombre está hecho (se hace) para transcenderse, en Dios/Gracia que le ofrece un lugar y camino en su vida divina. No es que el evangelio condene la razón y el juicio moral, pretendiendo que volvamos a una especie de parque o paraíso de animales donde no habría libertad de elección ni riesgo humano. En un determinado plano, la elección resulta imprescindible, el riesgo es bueno, el juicio necesario. Pero el hombre sólo surge y sólo llega a su verdad cuando supera ese nivel de dualidad moral y vive (se abre, se deja abrir por Dios) en un nivel de gracia[11].

La palabra no juzgar no ha de entenderse en forma regresiva, como signo de inconsciencia infantil o indiferencia, ni tampoco como un simple retorno al struggle of life, a la evolución biológica expresada en la lucha de la vida. Esa palabra no es tampoco un signo de evasión: como un no-saber, no-enterarse, por humillación negativa, dejando así que sean y triunfen los otros, los más aprovechados, sino al contrario. Lo que Jesús pide y ofrece es un supra-juicio: más allá de aquello que miden y calculan, superando el equilibrio de las cosas que programan y realizan en nivel de imposiciòn, los hombres sólo descubren y alcanzan su verdad por gracia.

Eso significa que, en un plano, tenemos que juzgar para ser hombres. Pero si quedamos sólo en ese plano, si comparamos, discernimos, programamos, dentro de un camino racional, de lucha contra otros y de juicio, acabamos destruyéndonos. Por eso, allí donde nos cerramos, haciendo del juicio la única verdad de nuestra vida, terminamos condenados bajo el triunfo del más fuerte o bajo el peso del sistema que se impone sobre todos. Por eso postulamos y buscamos un nivel más alto de no-juicio como gracia. 

- No juzgar significa contemplar en amor,  porque así me contempla; deen su amor he nacido, en su Vida vivo. Estoy en manos de Dios y le agradezco la existencia en total des-interés y comunión con el misterio. En esa línea, la superación del juicio sólo puede vivirse en un plano de contemplación gratuita de la vida, en línea de eternidad, es decir, de resurrección, de descubrimiento de la vida como gracia.

- No juzgar supone conocer de un modo más intenso.Tomo distancia, no dejo que las cosas me agobien y por eso puedo verlas trasparentes, en un plano más alto, de intuición vital, de agradecimiento. Pase lo que pase, actúe como actúe, estoy salvado, porque en él existo y él me salva (es mi salvación, mi dimensión eterna). De esa forma, sin la angustia del hacer para ganar mi vida, puedo conocerla y conocerme en su verdad más honda.

- No juzgar implica amar de un modo gratuito.No tengo que ganar la vida para así tenerla; ni debo conservarla y tenerla para mí mismo, sino que puedo darla; no tengo que aferrarme a lo que existe, me lo han dado y puedo regalarlo. Más aún, sólo dando lo que soy puede existir, siendo en los demás, pues sólo tengo de verdad lo que doy, sólo existo en mí existiendo y siendo en los otros. Por eso, el no-juzgar no supone indiferencia sino creatividad apasionada[12].

 NOTAS

[1] Éste ha sido un tema discutido entre grupos de iglesia, como siguen mostrando las matizaciones de Mt (Mt 23, 16-22). Ellas muestran la dificultad que ha tenido esta palabra de Jesús para ser aceptada (y con condiciones) en el conjunto de la iglesia, como muestra el número arriba citado del CEC.

[2] Al pedir a sus ministros que proclamen ante ella un juramento de fidelidad, un tipo de Iglesia muestra que ha desconfiado de ellos, en contra o (a diferencia) de Jesús. No se trata de distinguir razones por las que se puede jurar o no jurar, como quiere la glosa circunstancial y miedosa de Mt 23, 16-22 (contra Mt 5, 33-37 y Sant 5, 12). Mateo y Santiago resulta necesario retomar y reforzar la experiencia originaria de Jesús que ha liberado a sus oyentes (pobres, enfermos y oprimidos…) del miedo religioso que se expresa en un tipo de juramentos y votos que ponen a los hombres en manos de un Dios de imposición (cf. Comentario a Mateo, ad locum). Como he dicho, el problema de fondo no es jurar bien o mal, sino simplemente “jurar”. So el tema de fondo cf. Meier, Judío marginal IV, 203-252).

[3] En principio los salmistas no juran, simplemente cuentan a Dios la trayectoria de su vida, en comunión de amor con los demás, en gozo agradecido en esperanza de vida. Desde ese fondo salmos ha podido brotar y ha brotado la inspiración de esta palabra excelsa de Jesús: No juréis, no dejéis que os impongan desde Dios nuevas cargas, asumid y desplegad la vida como don excelso de libertad en amor… Decid lo que sois, decidlo ante Dios, en amor, el sí y el no de vuestro caminar, pues todo lo que sois es vida en plenitud de libertad y de esperanza en Dios. Así lo expongo en Comentario de los salmos, Verbo Divino, Estella 2023.

Miles de investigadores han rastreado con todos los medios las palabras y señales religiosas de Jesús para nuestro tiempo, pero han sido pocos los que se han ocupado de estudiar y actualizar esta palabra “no juzguéis”; entre ellos F. Ebner (1882-1931), maestro de escuela, buscador apasionado de la nueva humanidad cristiana, fundada en la comunicación de la palabra, en contra de todo control e imperialismo social, político o religiosa. Dios no se impone por para actuar como divino; tampoco el hombre necesita superestructuras sacrales para ser humanos. Sólo un hombre como él puede decirnos “no juréis. Estas referencias a F. Ebner se las debo a J. Puente, Ideas para vivir, Visión Libros, Madrid 2022. Cf. Ebner, Die Wirklichkeit Christi, Brenner Aufsätze, Lit Verlag, Wien 2021.

[4] Cf. J. S. Fitzmyer, Lucas II, Cristiandad, Madrid 1986, 589-626; H. Schürmann, Luca I, Paideia, Brescia 1983, 536-624. Cf. S. Schulz, Q. Die Spruchquelle der Evangelisten, TV, Zürich 1972, 146-149. D. Zeller, Die weisheitlichen Mahnsprüche, FB 17, Würzburg 1977, 161-162. He estudiado el tema en Violencia, Antropología y sobre todo en Mateo, ad locum.

[5] Cf. J. S. Fitzmyer, Lucas II, Cristiandad, Madrid 1986, 589-626; A. Plummer, Luke, Clark, Edinburgh 1981, 178-194; H. Schürmann, Luca I, Paideia, Brescia 1983, 536-624. Según Lucas, la palabra no-juzgar (6, 37-42) es conclusión y culmen del sermón de la llanura (con las bienaventuranzas y el amor al enemigo): Sólo superando el árbol del juicio, el hombre queda en manos del árbol de la vida que es el mismo Dios. Mateo ha separado la llamada al no-juicio del contexto inmediato de Lucas (bienaventuranzas y amor al enemigo, aunque ambos temas forman parte del sermón de la llanura: cf. Mt 5, 3-11. 43-48). Para un estudio de la tradición eclesial, deberíamos comparar los textos de Mt y Lc con Sant 2, 8-13, que interpreta el amor al prójimo, en línea de misericordia.

[6] Cf. Merklein, Gottesherrschaft 242; Schulz, Q, 146-149.

[7] Strack-Billerbeck, Kommentar zum NT aus Talmud und Midrasch I, Beck, München 1974, 441 no han encontrado paralelos de esta prohibición de juzgar. Pero H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 255-262 ha mostrado que esta exigencia ha de entenderse como novedad judía de Jesús. Cf. V. Jankélévitch, El Perdón, Seix-Barral, Barcelona 1999; H. Jonas, El principio responsabilidad, Herder, Barcelona 1999.

[8] Sobre la diferencia entre tratado y alianza, cf. Volf, Exclusión..

[9] La proyección judicial es consecuencia del egoísmo de los hombres, que dan para recibir, que piensan que son por imponerse sobre otros.

[10] No podemos juzgar a Dios, pues jugarle implica colocarme en su lugar, pero no en línea de gracia (él no juzga), sino de envidia y deseo de dominio. Pero ese “no juicio” ante Dios no implica sumisión pasiva ante el poder de Dios, sino todo lo contrario, comunión creadora con de forma que nuestra vida sea don y regalo de vida para los demás. Al decir que no (nos) juzguemos, Jesús nos invita a superar dos actitudes que suelen ir unidas: la soberbia del que quiere convertirse en dueño absoluto, juzgando a todos los otros; y la auto-negación del que se piensa despreciable y así se auto-condena.

[11] Muchos cristianos afirman en un nivel que todo es gracia. Pero luego, de hecho, siguen juzgándose a sí mismos como si estuvieran condenados a merecer su salvación. Esta actitud es consecuencia de un orgullo larvado: el que se condena a sí mismo es porque piensa que tendría que «salvarse a sí mismos».

[12] Juan de la Cruz ha destacado esta experiencia: «Está el alma en este puesto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal, y oirá cosas muy malas y las verá con sus ojos y no podrá entender que lo son, porque no tiene en sí hábito de mal por donde lo juzgar, habiéndole Dios raído los hábitos imperfectos y la ignorancia (del pecado) con el hábito perfecto de la verdadera sabiduría» (Cántico Espiritual, B, 26,.14).

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