Curso de teología patrística. Historia y doctrina de los Padres de la Iglesia

Curso fundamental, 416 páginas.  https://www.clie.es/ C/ Ferrocarril, 808232, Viladecavalls, Barcelona (España)Tel: (34) 93 788 4262Fax: (34) 93 780 0514 Email: clie@clie.es

Portada, imagen central. Icono del Baptisterio de Florencia, siglo IX-XI d.C. Obra de mosaístas venecianos, en una época en que las dos grandes iglesias (oriente y occidente) seguían vitalmente unidas. Marca y sella el final de la patrística, con la historia divina, angélica y humana de la salvación.Este manual quiere recoger en forma razonada lo que ese mosaíco canta y escribe  en imágenes sagradas, en un baptisterio, matriz y cuna de la iglesia.

Portada, imagen inferior: Santa Parasceve, Vigen santa,santa pascua... Signo y patrona (madre, hermana) de la Iglesias de oriente, con los tres santos/padres (hierarcas) principales de la ortodoxia: Basilio, Crisóstomo y Gregorio. Icono ruso del siglo XVI (Galeria Tetriakov, Moscú).

Curso de Teología Patrística

Índice básico: 

1. Padres apostólicos. Recoge la vida y obra de los primeros cristianos, desde el I d. C. a finales del II, llamados apostólicos y protagonista de la primera iglesia, los cuales son testigos privilegiados del surgimiento y teología del cristianismo, que muestra desde el comienzo una gran libertad.
2. Padres apologistas Obra de los primeros teólogos estrictamente dichos, de finales del siglo II hasta mediados del s. III d. C., que escribieron en griego (Justino, Ireneo…), menos Tertuliano, que lo hace en latín.
3. Padres alejandrinos, iglesia copta/egipcia (siglos III?IV d. C.). Fueron los primeros teólogos estrictos en diálogo con el pensamiento griego (empezando por Clemente de Alejandría y Orígenes.
4. Padres sirios, Iglesia oriental (siglos IV?V d. C.). Junto a los alejandrinos (y en contraste con ellos) se elevan los padres orientales, más en concreto los de Siria. 
5. Padres Latinos (siglos III?VII d. C.). Estuvieron más interesados en cuestiones de moral y de organización jurídico?administrativo de la Iglesia que en temas de estricta teología o exégesis de la Biblia.
6 Patrística latina tardía (siglos VIII?XII d. C.). En sentido restringido la patrística acaba con el despliegue del monacato celta y la reforma o renacimiento carolingio (entre el VIII y IX d. C.
7 Patrística griega tardía (siglos VIII?XIV d.C.), se sitúan los últimos Padres de la Iglesia oriental, cuya primera etapa culmina en los grandes pensadores del VII y principios del VIII (Dionisio Areopagita, Máximo, Juan Damasceno).

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Introducción y esquema general

Este curso expone y razona el itinerario antiguo y la importancia actual de los Padres de la Iglesia, centrándose en los orientales (de lengua griega) y en los occidentales (de lengua latina), desde el siglo I al VIII d.C., con una ampliación hasta el XII/XIV, siguiendo la Patrología de J. P. Migne (1800‒1875), editor francés que publicó una serie extensa de textos de los Padres, dividida en dos partes: Latina (Paris 1844‒1855) con 218 volúmenes, desde comienzo hasta finales del siglo XII; y Graeca (Paris 1857‒1866) con 166 volúmenes, desde el comienzo hasta el XV[1].

Estrictamente hablando, la Patrología podría terminar en el siglo VIII d.C., tanto en occidente (renacimiento carolingio), como en oriente (grandes cambios vinculados al islam y a la disputa de los iconoclastas), tras lo cual se inicia, en un lado y en otro de la Gran Iglesia, una vida y teología nueva en un plano social y religioso, antes de la separación de las dos cristiandades (siglo XI). Pero en sentido extenso, como indicará este curso, la era patrística se dilata y mantiene a lo largo del primer milenio, y de un modo más preciso hasta el siglo XII, antes de la escolástica latina (en occidente) y hasta el XIV, con el desarrollo del palamismo y la oración hesicasta (en oriente)

En ese tiempo, por más de mil años, el único texto (curso) de teología cristiana era la Biblia, la Escritura por excelencia, que, siendo libro de historia y literatura, de liturgia, oración y derecho, de economía, geografía y política etc., era también y sobre todo el libro de la Palabra de Dios (=teo‒logía), no sólo para los judíos (Torah o Ley nacional), sino para los cristianos que la tomaban e interpretaban como “curso” de la revelación de Dios, tal como culmina Jesucristo. Desde ese fondo he querido destacar en este “curso” el trayecto (itinerario) de los Padres de la Iglesia a lo largo de más de un milenio.

Orthodox icons, Religious icons, Greek icons

P. Migne publicó su Curso (Patrologiae Cursus completus), con cientos de textos, a gran formato, en las series ya dichas.

Yo me limito a ofrecer un esquema básico de Teología de los Padres de la Iglesia, retomando materiales que empecé a catalogar con mi amigo E. Tourón del Pie (1934‒1996), primer Decano de la Facultad de Teología de San Dámaso, Madrid, cuando impartimos juntos un curso de historia de la teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (1979-1980), él la parte moderna, yo la antigua[2]. Años después (2027‒2018) he preparado el tema para la Facultad de Pedagogía Religiosa del Instituto Raspanti de Morón, Buenos Aires. En recuerdo de Eliseo Tourón, por gratitud al Instituto Raspanti y por fidelidad a la Editorial Clie, que mantiene vivo el legado de los Padres de la Iglesia, he querido redactar por fin este.

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En principio, los cristianos no tenían textos de teología, pues ni siquiera los tratados principales de los Padres de la Iglesia (Orígenes, Agustín, Juan Damasceno…) se tomaban como tales, pues el único libro y texto de teología y vida cristiana era de la Biblia, con su Antiguo y Nuevo Testamento, leído en Hebreo y, sobre todo, en Griego, tanto en la traducción de los judíos alejandrinos (los LXX) como en la versión original del Nuevo Testamento. Los cristianos tradujeron además la Biblia a otros idiomas (sirio y latín, copto y etíope, árabe, armenio y georgiano, gótico, viejo eslavo etc.), manteniendo así viva su memoria y adaptando su teología a las diversas culturas de la antigüedad.

En esa línea, los libros de la Biblia fueron por siglos el único texto o curso de teología. En principio, esos escritos no tuvieron autoridad independiente, sino que se entendieron como ampliación o comentario poético, litúrgico, místico o moral y doctrinal de la Escritura, que se siguió tomando como “sacra página”, texto sagrado de la revelación, Libro por excelencia, que podía leerse en varias perspectivas o sentidos:

‒ Sentido histórico‒literal. Los Padres de la Iglesia quisieron descubrir y explicar la Biblia, siendo fieles a ella, contando de nuevo su historia y explorando su sentido. Así lo hicieron especialmente los de la escuela Antioquía y, por extensión, los de Siria, que han sido y siguen siendo, como indicaremos, los mejores expositores de la Biblia a lo largo de la historia del cristianismo.

Sentido alegórico,fundamento de una teología más racional. Otros Padres pusieron más de relieve la doctrina o mensaje básico de la Biblia, en una línea que será básicamente contemplativa, no de discusión, sino de expansión del misterio. Esa perspectiva ha sido especialmente desarrollada por los autores de la escuela de Alejandría, que siguen siendo los iniciadores de una reflexión más honda del contenido doctrinal de la Escritura.

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‒ Sentido moral, Biblia práctica. Los Padre han insistido en la Biblia como libro de experiencia personal y compromiso social, elaborando así, a partir de ella, una comprensión bíblica y cristiana del sentido de la vida humana. Esta perspectiva que ha sido cultivada por todas las escuelas, aunque ha recibido un desarrollo especial en la patrología latina y después en la teología de occidente, católica y protestante.

Finalmente, los Padres descubrieron en la Biblia y desarrollaron a partir de ella un sentido anagógico o contemplativo, que trata de explorar la experiencia orante de la Biblia y su culminación mística y escatológica. Esta línea ha sido también desarrollada por todas las escuelas, aunque ella es más propia de la escuela bizantina, como podré de relieve al final de este curso, al ocuparme de la oración hesicasta (de tranquilizarían interior).

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 Según eso, la patrística no tenía más libro o curso de teología que la Biblia. Sólo a partir del siglo XIII, por interés de sistema (dogma) y de organización (vida eclesial) se empezaron a elaborar en el occidente latino (y en menor medida en oriente) unos libros autónomos, con valor propio, de Derecho y Teología Dogmática, de Moral y Eclesiología o pastoral práctica, y se fueron imponiendo, como normativos, mientras la Biblia quedaba (y se olvidaba) en el fondo como lectura arcana o cantera sagrada de la que se extraían propuestas, normas o doctrinas para una Iglesia que empezaba a producir su propio cuerpo legal y doctrinal, diciendo que seguía apelando a la Escritura, pero separándose de hecho de ella.

La Patrística se extendió a lo largo de más de doce siglos de la Iglesia, cuando la Biblia era la norma inmediata de su vida, de manera que no había al lado de ella (y mucho menos por encima) unos libros y tratados independientes de Derecho, Moral, Eclesiología y Dogma. Pues bien, ella termina, de un modo consecuente (con los valores y pérdidas que ese cambio implica) a partir del siglo XIII, cuando la Biblia dejó de ser fuente inmediata de vida cristiana, de manera que los nuevos teólogos no fueron ya “padres”, fundadores de Iglesia, sino pensadores autónomos, responsables de su propio pensamiento.

Lógicamente, ese esquema de los cuatro sentidos de la Biblia, iniciado por los alejandrinos (con Orígenes) y culminado en los últimos latinos del siglo XII tuvo también sus riesgos, con alegorías separadas de la letra y doctrinas místicas, morales o canónicas superpuestas al mensaje fundante de los textos, como pusieron de relieve los Reformadores del XVI, volviendo a la Escritura, en una línea histórico‒literal (más conforme con la escuela antioquena de Siria), no en contra de la tradición patrísticas, sino para refundarla[3]. Ellos no quisieron abandonar la patrística, sino volver a ella de un modo más Bien, para redescubrir y recrear con su ayuda el mensaje de la Biblia como texto inmediato y directo de vida y doctrina.

No todas las lecturas bíblicas de la patrología son iguales; por eso habrá que discernir entre ellas, como quiero hacer en este curso. Pero todas pueden ser ilustrativas e iluminadoras, para volver a la Biblia, es decir, a Jesús, como quisieron los reformadores y muchos católicos “romanos” del siglo XVI, recuperando la experiencia y tradición de los Padres, no en contra de la Biblia (ni para sustituirla), sino para entender y aplicar mejor su sentido, en cada momento de la vida de la iglesia. En esa línea, la patrística ofrece un elemento común de unidad entre ortodoxos, católicos y protestantes, para el mejor conocimiento de Jesús y su mensaje, conforme a la Escritura. 

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            Teniendo eso en cuenta, he querido recoger en este curso las aportaciones fundamentales de los padres de la Iglesia, elaborando una teología fundamental, con dos ramas o vertientes principales (griega y latina). Seguirán estando en la base otras tradiciones (en especial y de un modo sobresaliente la alejandrina/copta y la antioquena/siríaca), pues ellas son fundamentales para entender la tradición griega y latina, en el principio de la iglesia. Pero dejo luego a un lado sus formulaciones posteriores (a partir del VII‒VIII d.C.), para centrarme al fin en la patrística latina y bizantina, conforme al esquema que sigue:

Padres apostólicos. Recoge la vida y obra de los primeros cristianos, desde el I d.C. a finales del II, todos de lengua griega, aunque puede haber ya en ese tiempo textos en lengua aramea (siríaca), copta e incluso latina. Estos Padres, llamados apostólicos porque recogen la primera experiencia de la iglesia, son testigos privilegiados del surgimiento y teología del cristianismo, que muestra desde el comienzo una gran libertad. Ellos son la base de toda la patrística, entendida en forma testimonial, expositiva y contemplativa, más que argumentativa. A ellos debemos volver, para conectar con Jesús, en la raíz de la Escritura cristiana. Nos fijamos especialmente en Clemente Romano, Didajé e Ignacio de Antioquía.

Padres apologistas. Este capítulo expone la obra de los primeros teólogos estrictamente dichos, de finales del II hasta mediados del III d.C., que escribieron en griego (Justino, Ireneo…), menos Tertuliano, que lo hace en latín. Con ellos pasamos de la experiencia inmediata al primer testimonio razonado de la Gran Iglesia, con elementos de exposición argumentativa, utilizando el pensamiento de su tiempo, en línea social, cultural y administrativa. Estos nuevos maestros de la su fe empiezan a razonar de un modo organizado sobre la experiencia y obra de Jesús, situándola dentro del contexto sapiencial del helenismo y del espacio político‒social del imperio romano. Son “apologistas” porque defienden la validez intelectual y social del evangelio, en contra de los gnósticos de dentro y de los paganos de fuera de la iglesia.

Padres alejandrinos, iglesia copto/egipcia (siglo III‒IV d.C.). Fueron los primeros teólogos estrictos, en diálogo con el pensamiento griego (empezando por Clemente de Alejandría y Orígenes), y en su contexto surge la “herejía” arriana y la respuesta ortodoxa, expresada en el Concilio de Nicea (año 325) y expandida en la teología posterior de Atanasio y Cirilo Alejandrino. Éste ha sido, en un sentido intelectual, el momento más brillante de la patrística cristiana, centrada en la identificación de Jesús de Nazaret con el “logos”, esto es, con el pensamiento o “palabra” de Dios, como sentido del cosmos y principio de la historia humana. Estos padres siguen siendo los teólogos de base de las iglesias, desde la perspectiva de la encarnación de la Palabra, de tal forma que todos los cristianos posteriores podemos llamarnos en algún sentido “alejandrinos”.

Plano del techo de mosaico : 1. Juicio  final.  2. Lámpara. 3. Coro de ángeles. 4. Historias del Libro del Génesis. 5. Historias de José. 6. Historias de María y Cristo. 7. Historias de San Juan Bautista.

Padres sirios, Iglesia oriental (siglo IV‒V d.C.). Junto a los alejandrinos (y en contraste con ellos) se elevan los padres orientales, más en concreto los de Siria, cuyo centro eclesial y cultural er Antioquía, insistiendo más en Jesús‒hombre histórico, mesías de Israel, que en Jesús‒Logos de Dios, entendido como divinización del ser humano. En este contexto pueden situarse los padres capadocios (Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno), en torno al Concilio de Constantinopla I (año 381), con Juan Crisóstomo y los comentaristas sirios de la Biblia, que insisten más en su sentido histórico‒literal que en el alegórico o teológico, evidentemente sin negarlo. Por la variedad de sus propuestas y la riqueza de sus perspectivas ésta es quizá la tendencia patrística que más puede influir en nuestro tiempo. Como he dicho, todos podemos ser alejandrinos; pero todos somos también siro‒antioquenos, formamos parte de un camino eclesial que sigue abierto hacia el lejano oriente (India, China), como la iglesia siria antigua.

Padres Latinos (siglo III‒VII d.C.). Estuvieron más interesada en cuestiones de moral y de organización jurídico‒administrativo de la Iglesia que en temas de estricta teología o exégesis de la Biblia. En esta línea empiezan destacando autores como Cipriano e Hipólito, con Hilario de Poitiers, Jerónimo y Ambrosio, pero el pensador más significativo fue sin duda San Agustín, cuyo influjo (con sus limitaciones) ha sido determinante en la iglesia y teología de occidente, no sólo en la era patrística, sino también en la Escolástica del XIII‒XIV y en la Reforma de XVI. En esa línea, el futuro de las iglesias occidentales se juega y se decide en torno a la actualización crítica del legado agustiniano con sus preguntas esenciales y sus problemas abiertos. Todos somos discípulos de Agustín, sin olvidar que en el momento final de la patrística latina antigua sobresale la aportación jurídica y doctrinal de la teología hispana (concilios de Toledo).

Curso de Teología Patrística

Patrística latina tardía (siglo VIII‒XII d. C.). En sentido restringido la patrística acaba con el despliegue del monacato celta y la reforma o renacimiento carolingio (entre el VIII y IX d.C.), que marcará la Iglesia posterior de occidente, con sus rasgos jurídicos y jerárquicos, centrados en el “primado” del obispo de Roma. De todas maneras, esa reforma y la misma teología del primado de Roma quedaron al principio sin desarrollar, pues a lo largo de casi dos siglos (desde mediados del IX al principio del XI d.C.) la iglesia de occidente cayó en una especie de letargo para despertar en el siglo XII con grandes intelectuales como Anselmo, Bernardo, Ricardo de San Víctor, los últimos “padres” de la iglesia latina. Después en el siglo XIII, con la escolástica, empieza una historia y teología diferente, ya fuera de la patrística.

Patrística griega tardía (siglo VIII‒XIV d.C.). En un contexto distinto, pero complementario, se sitúan los últimos Padres de la Iglesia oriental, cuya primera etapa culmina en los grandes pensadores del VII y principios del VIII (Dionisio Areopagita, Máximo, Juan Damasceno), con quienes se desarrollan o al menos se plantean los grandes temas y las aportaciones finales del oriente cristiano: La experiencia sacral de las imágenes, la visión pneumatológica de la Madre de Jesús, la experiencia comunitaria de la Trinidad, la oración como inmersión y despliegue en lo divino.

Después, tras la crisis de los iconoclastas (resuelta en sentido “ortodoxo” en Nicea II, 787 d.C.), quizá tras un tiempo de latencia, viene el desarrollo final de la patrística de oriente, a pesar de la ruptura entre la iglesia católica romana y la ortodoxa bizantina (mediados del siglo XI). En ese contexto, antes y después de la ruptura, he presentado a los dos últimos “padres” de la iglesia de oriente, Simeón Nuevo Teólogo y G. Pálamas, evocando el tema de la oración hesicasta.

              Divididos así, estos capítulos del libro no ofrecen sólo un curso de conjunto de la teología patrística (en la línea de algunas obras que citamos en la bibliografía final), sino una introducción a la primera teología de la Iglesia, tomada en un sentido extenso, no como dogmática o estudio general de la doctrina, sino como despliegue de la vida de la Iglesia, abarcando pensamiento y experiencia, recuerdo de Jesús y compromiso creyente, en una perspectiva de gran variedad y libertad de las iglesias, entendidas a modo de comunión de comunidades, como relectura vital y razonada de la Biblia, que ha seguido siendo el único “texto” base de teología de la Iglesia.

   En esa línea he querido insistir en la unidad y diversidad de la teología patrística, a pesar de que ella ha podido desembocar en la ruptura entre las comunidades de oriente y occidente (siglo XI) antes de la nueva ruptura y recreación de Reforma Protestante del XVI. Como he dicho, en las iglesias había muchas diversidades, pero se mantenía una fuerte experiencia y compromiso de comunicación teológica (doctrinal) y práctica (de diálogo). En esa línea, este curso quiere ser un “canto” a la diversidad de la teología, pero también una llamada a la unidad más honda de las iglesias, en el reconocimiento mutuo y en el compromiso común por el evangelio.

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               Teniendo eso en cuenta es bueno (necesario) volver en nuestro tiempo (año 2023) a la Patrística, no sólo para conocer lo que fueron las iglesias, en plano de recuerdo pasado, sino para asumir su testimonio de fidelidad y creatividad creyente, dentro de unas circunstancias cambiantes, de tipo cultural y político, personal y eclesial, para recuperar de esa forma su impulso.Así lo he querido hacer como católico, para una editorial "evangélica" (Clie), insistiendo en la universalidad de la iglesia ortodoxa.

Como indica el título del libro, me interesa la doctrina (teología) de los Padres, en forma de “curso”, como desarrollo unitario de doctrinas (no de historias y obras particulares) en una línea de pensamiento y vida cristiana.

            Ciertamente, al tratar de la teología he de ocuparme también de otros aspectos de las comunidades, de forma que el libro podría titularse Introducción a la historia de la Iglesia primitiva. Pero más que la vida de la iglesia en general he presentado aquí su pensamiento, tal como se expresa en sus “padres”, entendidos como líderes intelectuales, en gran parte varones, dirigentes de comunidades, sin tratar de las mujeres, no porque carezcan de importancia, sino porque su obra intelectual y su memoria, expresada de otras formas, no ha sido recogida hasta ahora con igual interés por las iglesias. En esa línea, este curso ha querido ser voluntariamente limitado, siguiendo la perspectiva de la historiografía actual:

 ‒ Me fijo en las personas (los “padres”) más que en los procesos y escuelas generales, aunque tengo siempre al fondo esos procesos. Evidentemente, he debido situar las líneas de pensamiento y vida de las iglesias, para entender e interpretar su visión de Cristo, sobre todo en tiempos de cambio (crisis arriana, renacimiento carolingio o ruptura entre oriente y occidente). Pero, como he dicho, insisto más en las personas, de forma que este libro podría tomarse como un diccionario de padres de la iglesia, en la línea de un libro que he dedicado al tema (Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 2010) y de los diccionarios específicos que cito en la bibliografía final.

Quiero ofrecer una visión abierta y positiva de esa historia, siendo, en lo posible respetuoso ante todas las opciones, sin apoyar en las disputas a unos más que otros. Pero, al mismo tiempo, he querido ser confesionalmente cristiano, en el sentido originario de ese término, pues creo que en el fondo de esta “historia patrística” del pensamiento y vida de la iglesia se manifiesta y despliega el Espíritu de Cristo, aunque no he querido imponer nunca mi visión, a fin de que el lector (ortodoxo, protestante, católico, agnóstico, de otra religión…) se sienta en libertad para optar por una perspectiva u otra, sin imponer un “dogmatismo” histórico de base.

Sin decirlo a cada paso, pienso que hay una línea básica  que lleva de los Padres Apostólicos de cap. 1 a los Bizantinos (cap. 7), en forma de continuidad y avance básico. Ésa es una línea de “lectura” unitaria y múltiple que, conforme al ritmo del libro, desemboca en los padres latinos del siglo XII y en los “ortodoxos” (bizantinos) del siglo XII‒XIV, con temas y trabajos abiertos todavía, para que sigamos caminando con (desde) ellos en el momento actual (siglo XXI).

No hemos superado (no podemos abandonar)  los temas y caminos que ofrecía la Patrística, en ellos seguimos viviendo como cristianos, tanto ortodoxos como católicos y protestantes, no para anular nuestras diferencias (o renunciar sin más a nuestra singularidades), sino para caminar desde ellas, mirándonos, esto es, aprendiendo unos de otros y ayudándonos mutuamente[4].

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   Los sietes capítulos del libro están escritos con una orientación didáctica más que de investigación puramente académica, con esquemas, resúmenes y comentarios que situarán a los lectores ante el despliegue de la revelación bíblica, retomada y transmitida por los “padres” o testigos antiguos, no en contra de la Biblia, sino desde el fondo de ella. Lógicamente, este Curso no quiere sustituir al texto base (la Escritura), sino ayudar a entenderla mejor desde las nuevas circunstancias histórico‒culturales de la cristiandad. La Patrística es, por tanto, un patrimonio y valor común de las iglesias (ortodoxo, católica y reformada), pues todas asumen el tesoro de su historia y tradición.

Los siete temas, semejantes en extensión, son de algún modo independientes, de manera que pueden estudiarse de un modo separado. Pero, al mismo tiempo, van marcando un progreso (un curso) de tipo temático y cronológico, y de esa forma ofrecen una visión de conjunto del principio del cristianismo, hasta el siglo XIV d.C.

He querido que este libro tenga un orden académico con un desarrollo temático que pueda seguirse y entenderse de un modo interactivo, con estudios y propuestas de los mismos lectores, interesados en recorrer este camino. No quiero sólo enseñar cosas, sino recrear lo que ha sido y sigue siendo el despliegue de la iglesia, que se puede concretar desde el esquema del ver‒juzgar‒actuar:

‒ Ver‒conocer. No seremos cristianos cultos (ni podremos transformar nuestra iglesia) sin un conocimiento básico de su primera teología, representada por los “padres”, iniciadores y testigos del primitivo cristianismo, como muestra el desarrollo de los siete temas, cuyo contenido puede y debe ser completados con la bibliografía final.

‒ Juzgar‒interpretar.Este curso ofrece no sólo materiales para conocer, sino cauces y motivos para valorar lo conocido. No ofrece un conocimiento total, no trata de la aportación de mujeres (excepto de alguna como Hildegarda de Bingen), ni expone por extenso los debates entre iglesias, con disputas, herejías y concilios, sino que se ocupa básicamente de los autores (padres), aunque sus aportaciones y ausencias (sobre todo de mujeres) harán que valoremos el pasado y presente de la teología y vida de las iglesias.

Actuar.Además de conocer y juzgar, como todo verdadero curso, este libro nos invita a seguir caminando. Para ello se atreve a volver al principio, no para quedar en el pasado, sino para recrear desde allí el camino actual de las iglesias, que debemos recorrer, de formas complementarias, para conocernos y colaborar mejor (ortodoxos y evangélicos, católicos y los restantes cristianos), pues todos venimos (dependemos) de la fe y la vida de aquellos primeros Padres de la Iglesia.

             Es importante el conocimiento básico de los contenidos, no para quedarse en ellos, sino para recrearlos, en forma de reflexión y actualización personal y eclesial. En esa línea ofrezco al final de cada capítulo unos esquemas de evaluación y aplicación, con preguntas sobre la comprensión e importancia de cada unidad, que servirán para medir el grado de conocimiento y para transitar de un modo más activo por los caminos antiguos, abriendo quizá nuevos, desde el principio de Jesús, en nuestro tiempo. La bibliografía final (con las notas a pie de página sobre cada autor y sus obras principales) servirá para situar y ampliar el conocimiento de los temas.

La renovación de la catequesis, la teología y la práctica cristiana, depende del mejor conocimiento de Jesús y de la Biblia. Pero, al mismo tiempo, ese nuevo conocimiento resulta inseparable de la vida y teología de los Padres, no para quedarnos en su pasado, sino para actualizarlo, en Jesucristo, Mesías de Dios y Señor de las Iglesias. En esa línea resulta esperanzada y muy prometedora la atención que se ha venido dando a la Patrología, no sólo en España sino en los países de lengua castellana, en los últimos treinta años, desde que mi amigo Eliseo Tourón era decano de la Facultad de San Dámaso en Madrid, donde se fomentaron desde entonces los estudios de patrología.

Especial mención merece en ese campo el esfuerzo de algunas editoriales especializadas, como la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC, Madrid) con sus ediciones clásicas de Padres (desde los Apostólicos hasta Agustín, Anselmo y Bernardo…). Es también importante la aportación de Ciudad Nueva (Madrid), con sus tres colecciones principales: Fuentes Patrísticas (=FP),Biblioteca de Padres de la Iglesia (=BPI) y La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia.

Finalmente, quiero destacar el esfuerzo de la Editorial CLIE, con las colecciones dirigidas por A. Ropero (Lo mejor de los Padres, Grandes autores de la fe) y su proyecto de una Biblia Patrística, con introducciones y notas tomadas a partir de los Padres de la Iglesia. Desde ese fondo he querido elaborar este Curso, en cuyo planteamiento y desarrollo ha influido especialmente mi mujer, Mabel, a quien interesa y emociona toda la tradición patrística, especialmente oriental (bizantina), con el “culto” a los iconos y la oración contemplativa, formulada como la lectura y experiencia orante de la Biblia.

 X. Pikaza

San Morales de Salamanca, España,  verano 2022

NOTAS

[1] La Patrología Latina (PL) comienza con Tertuliano (siglo II-III d.C.) y termina con Inocencio III (1161-1216), en el momento del paso de los Padres del siglo XII a los escolásticos del XIII, como pondré de relieve en cap. 6º. La Griega (PG), comienza con Clemente de Roma (siglo I d.C.) y llega hasta el XV, con B. Besarión (1403-1472) y los padres del tiempo de la caída de Constantinopla (1453) en manos de los turcos; a pesar de ello, no llegaré al siglo XV, sino que sólo al XIV, con G. Palamas (1296‒1359), en quien desemboca y culmina, a mi juicio, la patrología ortodoxa antigua del oriente cristiano.

[2] Cf. X. Pikaza, “Memoria bio-bibliográfica de Eliseo Tourón”, Boletín de la Merced, Madrid 1997. Cf. también A los profesores Juan Luis Ruiz de la Peña y Eliseo Tourón del Pie in memoriam, Revista Española de Teología, Madrid 57 (1997).

[3] Para el estudio de la exegesis patrística y medieval de la Biblia sigue siendo básica la obra de H. de Lubac,Exégèse médiévale: les quatre sens de l'Écriture I-II, Aubier, Paris 1959

[4] Como verá el lector, en la base de la Patrística siguen estando los Padres Apostólicos del siglo I‒II d.C., que vienen muy pronto, tras la Biblia, cuyo mensaje, testimonio y doctrina recogen, y los Apologistas del III, que son los primeros defensores y expositores de la tradición cristiana, en contra de aquellos que rechazan o critican su mensaje. Siguen estando también en el principio de la patrística las dos grandes teologías de los primeros patriarcados: La alejandrina (egipcia), de carácter más doctrinal; La siríaca (de Antioquía, Asia Menor…), de carácter más histórico. Muchos de nosotros, cristianos occidentales, seguimos viviendo y avanzamos a lomos de la patrística latina, cuya figura más significativa sigue siendo Agustín, con las reformas posteriores de la iglesia carolingia (siglo VIII‒IX) y la reforma gregoriana (siglo XI). Pero, al mismo tiempo, somos deudores de la patrística bizantina, cuyos herederos directos, los cristianos ortodoxos del siglo XXI, viven inmersos en un tipo de patrística ampliada, que sigue formando parte de la tradición universal de las iglesias.

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