22.7.18. Descubrir el "rostro" de Magdalena. Un icono por terminar, un camino por recorrer

María Magdalena es con María, la Madre de Jesús, el "icono" femenino más importante de la Iglesia cristiana... un icono que debemos re-escribir, como hace Mabel (imagen) en el Curso de Iconografía de Balaguer, Lleida, con el Maestro Giancarlo Pellegrini, "escribiendo" un icono en el que el rostro queda aún sin precisar... (junio-julio 2018).

Los iconos no se pintan, se escriben... y así debemos escrdibir los cristianos actuales, especialmente los católicos, la historia y figura de María Magdalena, con los dos grandes signos que aparecen en la imagen (tomada, como verá el lector) del mismo taller de Mabel en Balaguer:


a. Por un lado está María la staurofora, es decir, portadora de la Cruz, pero no sólo de la Cruz histórica del Calvario, sino de la Cruz misionera, de la nueva y más honda evangelización. Ella aparece así en el icono de la misión cristiana, como primer "apóstol" de la Iglesia: misionera del evangelio, "jerarquía" de la Iglesia. Se trata de entender con María la vida y obra de Jesús en el mundo.

b. Por otro lado, ella aparece como "myrifora", portadora del buen perfume de Jesús, de la unción pascual del evangelio... Ella es la Iglesia buena, la que lleva el perfume de amor y belleza, de vida y esperanza de Jesús por los pueblos de la tierra. Ha llegado la hora de retomar la primera misión cristiana con María Magdalena, para recrear así la Iglesia.

Hasta ahora (año 2019) apenas se ha "escrito" en ese sentido el icono de María Magdalena, pues ella ha sido pintada sólo de un modo intimista y devocional. Pero ha llegado la hora del icono misionero y activo de Magdalena en la Iglesia, una iglesia de testimonio pascual, de amor masculino y femenino, de perfume de vida.

Ha llegado la hora de "escribir" el icono de Magdalena en la Iglesia, y sí quiero presentarla hoy, 22.7.18, retomando los textos básicos del Nuevo Testamento que presentan su figura y obra en la Iglesia primitiva. Ella aparece siempre la primera en las diversas listas de las seguidoras de Jesús, tanto en el transcurso de la vida pública de Jesús como en las escenas de la muerte y sepultura. Estos son los testimonios fundamentales:

– Lc 8, 2-3. María es la primera de las mujeres que siguen a Jesús, sirviéndole durante el camino de su misión. Ella aparece como mujer independiente, vinculada a una ciudad que se llama Magdala, en la costa del lago de Galilea.
– Mc 15, 40-41.47 la presenta como testigo de la muerte de Jesús, junto con otras mujeres. Es evidente que el testimonio de la crucifixión de Jesús está vinculado de un modo especial a ella.
– Mc 16, 1-8 la relaciona con la la experiencia de la tumba vacía y de la resurrección de Jesús. María encabeza el grupo de mujeres que quieren ungir a Jesús.

María forma parte del grupo de Jesús, en el camino de su vida y en el momento de su muerte, apareciendo como el primer testigo pascual, como de formas distintas y convergentes atestiguan Jn 20 y Mc 16, 9. Es evidente que tendremos que "escribir" en nuestra historia cristiano el icono completo de la vida y misión de Magdalena, portadora de la cruz y del perfume de Jesús, como indica este icono que Mabel ha estado "escribiendo" en Balaguer, Lleida, entre junio y julio de 2018. A todos mi felicitación este día de María Magdalena

1.- MARÍA MAGDALENA ANTE LA CRUZ DE JESÚS (MC 15, 38-47).

Podíamos comenzar tratando de la vida de Jesús, pero preferimos situarnos primero ante la muerte. Es aquí donde Mc sitúa a María. Aquí queremos situarla nosotros:

38 El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo. 39 Y el centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
40 Algunas mujeres contemplaban la escena desde lejos. Entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, 41 que habían seguido a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea. Había, además, otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
42 Al caer la tarde, como era la preparación de la pascua, es decir, la víspera del sábado, 43 llegó José de Arimatea, que era miembro distinguido del sanedrín y esperaba el reino de Dios, y tuvo el valor de presentarse a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
44 Pilato se extrañó de que hubiera muerto tan pronto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto ya. 45 Informado por el centurión, otorgó el cadáver a José. 46 Este compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro excavado en roca e hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.
47 María Magdalena y María la madre de José observaban dónde lo ponían (Mc 15, 40-47)


Ha muerto Jesús y en su muerte se despliegan los signos de iglesia.

– El primero es la ruptura del velo (15, 38). Han matado a Jesús porque ha anunciado activamente el fin del Templo (1.1, 12-26; 14, 58; 15, 29) y en un sentido triunfan sus opositores, pero en otro, mucho más profundo, han fracasado, como el texto irónicamente confiesa al decir que se ha rasgado el velo del templo. En torno al viejo templo se reunía Israel. En torno al nuevo cuerpo de Jesús resucitado ha de juntarse la comunidad de los creyentes mesiánicos .

– El segundo es la confesión del centurión: ¡Este es Hijo de Dios! (15 ,39). Precisamente allí donde se rasga y acaba la sacralidad israelita se vuelve posible la conversión de los gentiles, representados por este soldado romano. Los sacerdotes de Jerusalén no se convierten; pierde su sentido su templo. Por el contrario, el centurión de Roma puede encontrar a Dios en Jesús, en camino de misión que se abre a los gentiles

– El tercer signo son las mujeres que miran de lejos... (15, 40-41). Parecía que Jesús estaba absolutamente solo, pero no es cierto. Parecía que todos le habían dejado, pero no es así: unas mujeres amigas le han seguido y servido; han creído en él precisamente allí donde los otros (Judas, Pedro, los doce) le han vendido, negado, abandonado. Desde el fondo de la dura soledad de muerte, controlada por varones, emergen ellas, como signo de la verdadera iglesia, formada por aquellos que siguen y sirven a Jesús, en camino de cruz. Ellas son principio y sentido de la iglesia; por eso debemos presentarlas con más detención

Los tres signos (templo judío, soldado gentil, mujeres cristianas) se vinculan en la muerte de Jesús. Tras ellos viene la noticia de la sepultura (15, 42-46). El texto añade que las mujeres (María Magdalena y María la de José) miraban donde era colocado (15, 47). Sobre el silencio del Calvario, cuando todos se retiran, quedan ellas, como signo de fidelidad por encima de la muerte.


Ellas son para Mc el punto de enlace entre historia de Jesús y mensaje de pascua. Por eso aparecen como máxima sorpresa en esta muerte sin sorpresas. Han estado ocultas a lo largo de un camino que parecía definido por varones. Han dejado la iniciativa a los discípulos, los Doce. Pero ahora que esos Doce han fracasado, rechazando la tarea de Jesús, emergen las mujeres, como encarnación del evangelio, principio y centro de la nueva iglesia mesiánica. La comunidad mesiánica sólo podrá edificarse sobre el testimonio y palabra vacilante, miedosa pero fuerte, de estas mujeres.

– Han seguido (êkolothoun) a Jesús, cumpliendo hasta el final aquello que habían iniciado y no cumplido los discípulos (1, 18; 2, 14: 6. 1): han escuchado su llamada y le han acompañado. Han estado en silencio a lo largo del camino. No han discutido, no se han opuesto a los proyectos de Jesús, no han alardeado de fidelidad (contra el Pedro de 10, 28) y quizá por eso han podido mantenerse fieles en la muerte, conforme a la palabra de 8, 34: ¡Quien quiera venir en pos de mi ...! Ellas lo han hecho.

– Le han servido (diêkonoun), en gesto que recoje la más honda inspiración del evangelio, como los ángeles de 1, 13 y la suegra de Pedro (1, 31); han sido fieles a Jesús, allí donde los varones no lo han sido (cf. 9, 35; 10, 43), imitando al mismo Hijo del humano que ha venido a servir, no a ser servido (cf. 10, 45). Como servidoras fieles quieren ofrecer a Jesús el último homenaje funerario.

– Han subido con él a Jerusalén. También lo han hecho los varones (cf. anabainô: 10, 32-33), pero no se han mantenido. Sólo ellas han subido "con" Jesús (synanabainô), compartiendo su ascenso de muerte. Han culminado su camino, están a su lado, forman su familia (como la mujer del vaso de alabastro de 14, 3-9).

Para rehacer su camino de familia, Jesús necesitaba a estas mujeres. No puede comenzar de cero tras la muerte. La experiencia pascual será un retorno (aunque distinto) a Galilea, como Jesús había dicho en 14, 28. Es evidente que las necesita, como expresión de cumplimiento (ha sido enterrado) y nuevo comienzo (anuncio pascual): ellas representan el triunfo de la muerte de Jesús. Desacralizado queda el templo, vacía de sentido la ciudad. El camino mesiánico está expresado por estas mujeres que son gérmen y anuncio de su nueva familia en Galilea . Entre ellas se encuentra la madre de los hermanos de Jesús.


2) MARÍA MAGDALENA Y LAS MUJERES EN MC.

1 Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. 2 El primer día de la semana, muy de madrugada, a la salida del sol, fueron al sepulcro. 3 Iban comentando:
‒ ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?
4 Pero, al mirar, observaron que la piedra había sido ya corrida, y eso que era muy grande 5 Cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, que iba vestido con una túnica blanca. Ellas se asustaron. 6 Pero él les dijo:

‒ No os asustéis. Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto.7 Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro: El os precede a Galilea; allí lo veréis, tal como os dijo. 8 Ellas salieron huyendo del sepulcro, llenas de temor y asombro, y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo
.

Estas vienen al monumento funerario y piensan que no tienen más función sobre la tierra que llorar (embalsamar) al amigo y maestro muerto. Son símbolo de familia que acaba, de muerte que queda. Como miles y millones de mujeres, en rito siempre repetido, van hacia el sepulcro del pariente/amigo muerto. Han sido más fieles que los hombres (se han mantenido ante la muerte), pero no han comprendido la experiencia de la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9), no saben que Jesús se encuentra ungido ya para la vida, de manera que deben encontrarle en la palabra de evangelio, comenzando de nuevo en Galilea.

– Van solas las mujeres. No hay varones que les acompañen y puedan descorrer con fuerza la piedra de la boca del sepulcro. Pedro y los restantes discípulos siguen huyendo hacia la vieja Galilea de sus orígenes carnales, no a la Galilea de la pascua (cf. 14, 28). Los varones del entierro ya han cumplido su misión (15, 42-46) y ahora se ocupan de otras cosas. El centurión ha desaparecido: a Roma le falta mucho tiempo para convertirse. Sólo quedan ellas, las fieles de Jesús, mujeres del recuerdo y del sepulcro, dispuestas a iniciar con el crucificado el rito interminable de la unción y de los cantos/llantos funerarios1.

– Traen aromas, van al sepulcro, entendido aquí como lugar de recuerdo de Jesús (mnêmeion, recordatorio), sin saber que la unción mortuoria la había realizado ya de forma profética la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9). Por eso, el lector que haya entendido aquel relato sabe que Jesús no puede estar en el sepulcro al que caminan las mujeres, pues su recuerdo es palabra de pascua y su cuerpo (sôma) se ha hecho pan compartido para los creyentes (cf. 14, 22). Pero ellas todavía no lo saben: son creyentes que aún no han culminado el camino de Jesús. Por eso las presenta Mc 16, 1-8, en relato de gozosa ironía de pascua: van hacia un sepulcro vacío con perfume mundano (aromas de culto funerario), sin saber cómo podrán utilizarlo (no tienen fuerza para abrir la tumba, penetrando más allá de la muerte). Pero tanto lo que saben como lo ignoran se les vuelve inútil pues el recordatorio de muerte (emonumento, mnêmeion) está abierto, sin cadáver para embalsamar.

Llegan buscando un cuerpo para ungir en un monumento excavado en la roca (signo de permanencia cósmica). Por eso, cuando ven la entrada abierta y vacío el interior se aterran. Han podido entender y aceptar la muerte del amigo. No son capaces de acoger e interpretar su pascua. Parecen enamoradas de la muerte, como si en ella debieran quedarse. Les cuesta comprender la novedad de la vida anunciada y realizada por Jesús desde el principio del mensaje en Galilea. Ven sólo a un neaniskos, joven vestido de blanco (16, 5), como aquel que no habían logrado agarrar los policías sanedritas (cf. 14, 51-2). Había escapado de la muerte. Ahora está vivo tras la muerte, como signo pascual de Jesús hecho palabra de mensaje.

Esto es lo que queda, esto lo que deben expandir desde el sepulcro: la palabra de pascua. Ciertamente, es verdadero el modelo de comunidad de Jesús como casa donde todos pueden encontrar alojamiento. Es verdadero el pan multiplicado, sobre el campo abierto de la vida. Pues bien, eso es verdadero porque Dios revela su misterio a estas mujeres. Querían un cadáver, reciben la Palabra:

– No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El joven comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre desemboca en muerte. Pero Jesús ha roto la espiral de violencia; la tumba está vacía. Por eso, ellas deben renunciar a ese deseo.

– ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto (16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndonos capaces de seguir muriendo sobre el mundo. Por eso, las grandes iglesias se alzan sobre el suelo intramundado de un enterramiento. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo. Pero, desde el hueco del sepulcro inexplicable (un recordatorio o mnêmeion que sólo da fe de una muerte pasada: ¡Mirad dónde le habían puesto!) emerge la palabra fiel del mensajero de Dios: ¡Ha resucitado! El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y vida superior: ¡ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte se funda la iglesia del Cristo.

– Pero id (salid) y decid a sus discípulos y (especialmente) a Pedro: ¡Os precede a Galilea! (16, 7). La soledad del sepulcro se llena con esta palabra de envío y misión que reasume las palabras de Jesús cuando devolvía a su hogar a los curados o enviaba a sus discípulos al mundo (2 , 9; 5, 19; cf. 6, 7). Estas mujeres de la pascua deben proclamar la promesa de Jesús (cf. 14, 28): reciben el encargo supremo de fundar la nueva iglesia, reuniendo a los discípulos y a Pedro, de manera que todos puedan encontrar a Jesús en Galilea. La iglesia de Jerusalén sigue centrada en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a la pureza del judaísmo2.

– Allí le veréis como os dijo (16, 7). Los que han matado a Jesús no han silenciado su voz, no han cegado la fuente de su vida: el camino de solidaridad universal de la iglesia mesiánica se inicia en Galilea, para abrirse desde allí a todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Han matado a Jesús, pero su mensaje y presencia ha de expandirse a través de las mujeres que lo asumen y propagan, convenciendo a los discípulos, de modo que así todos vayan a encontrarle en Galilea3.

Con esta certeza ha escrito Mc su evangelio. Jesús resucitado esta presente en la palabra que recrea a las mujeres, enviándolas de nuevo (para siempre) a Galilea, en la palabra que ellas deben decir a los discípulos y Pedro, reiniciando el camino de la iglesia mesiánica. Ellas eran necesarias, tanto en 15, 40-41.47 (cruz y enterramiento), como aquí (sepulcro), transmitiendo el testimonio de la muerte y pascua de Jesús, como germen vivo (simiente escatológica) de iglesia.

Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, promesa de resurrección futura) el evangelio seguiría vinculado a los ritos nacionales del judaísmo. Pero el sepulcro está vacío; Jerusalén ha perdido su importancia. Frente a la religión de la pureza judía, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar un cadáver, venerar un muerto, perpetuar un pasado), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio. Más que un hecho físico, el sepulcro vacío es un acontecimiento teológico, mejor dicho, es el acontecimiento teológico del cristianismo: el camino de Jesús no se ha cerrado y centrado en una tumba de Jerusalén, junto a su templo, bajo las leyes judías, como parecen suponer estas mujeres (iglesia judeocristiana). El sepulcro vacío las lleva, a través de la palabra pascual de joven, al lugar geográfico y teológico de Galilea, donde nace la iglesia, desde la visión nueva de Jesús, con los discípulos y Pedro.

Lo que deben dejar las mujeres es mucho más que un lugar geográfico: deben superar las leyes de pureza y separación de un tipo judaísmo ritual, empeñado en embalsamar cadáveres. De esa forma pueden ir Galilea, lugar de la palabra sembrada en toda tierra: (cf. 4, 3-9) y abierta a las naciones del mundo (cf. 13, 10; 14, 9). Ir a Galilea significa superar aquello que encierra a los discípulos en Jerusalén, la iglesia de la ley, el judeocristianismo. Precisamente las mujeres de la tumba fracasada (no han podido ungir a Jesús) reciben la misión de decir a los discípulos y Pedro la palabra de la pascua en Galilea. Ellas, mujeres que parecen vinculadas a la muerte, tienen la tarea suprema de la historia: anunciar el principio de la vida en Galilea.

3 HUERTO DE PASCUA. TOCAR AL RESUCITADO (Jn 20, 11-18)


Jn. 20, 11-18 nos ha ofrecido la más bella escena pascual, centrada precisamente en su figura. María es aquí una figura individual, pero ella viene a mostrarse al mismo tiempo como signo de todas las mujeres que han seguido a Jesús; más aún, ella aparece con el discípulo amado como signo de toda la humanidad. En este momento de la exposición evangélica, dentro del camino de la pascua, Jn la ha convertido en figura de aquellos que buscan a Jesús de una manera apasionada. Ciertamente, ella es mujer y como tal cobran sentido peculiar algunos rasgos de la escena; pero, al mismo tiempo, ella es portavoz de todos los creyentes que celebran la pascua en experiencia de amor originario y transformante8.

Solo este pasaje de Jn define plenamente el sentido y función de María Magdalena. Juan sabe que ella ha sido la mujer más significativa o importante entre aquellas que han buscado a Jesús en el sepulcro (cf Mc 16,1-8). Por eso quiere presentarla con más detenimiento, reelaborando quizá aspectos de una tradición anterior, para construir de esa manera nuestra escena. Empecemos leyendo el texto (Jn 20, 11-18) con cuidado, precisemos cada uno de sus rasgos. Quzá podamos distinguir ya desde ahora dos aspectos en María:

- Ella es signo de la humanidad caída, es decir, fracasada: está al final de todos los caminos de la historia, como perdida, en un jardín de muerte, llorando por la ausencia de su amado. Destacando algunos de esos rasgos, las visiones posteriores de los gnósticos condensarán el sentido de la humanidad en una pobre figura de mujer prostituida, caída sobre el suelo.

- Pero ella es también signo de la Nueva Eva. No es simplemente una mujer caída, seducida, condenada al cautiverio. Ella representa a todas las mujeres y varones que buscan redención sobre la tierra, apareciendo así como principio de nueva humanidad. Todos somos en esa perspectiva María Magdalena.

Siendo una mujer derrotada e impotente, sobre el huerto de una vida que termina por volverse sepultura, María se presenta, al mismo tiempo, como mujer que busca amor: ella es signo de la humanidad que, ansiando al Cristo, quiere alcanzar la redención. No escapa como el resto de los discípulos (conforme a la visión de Mc 14, 27). Ella permanece; ha entrevisto el misterio de Dios, el don del amor y de la vida y por eso queda, llorando y deseando ante un sepulcro vacío.

Interpretada así, desde la perspectiva de María, la pascua es más que una irrupción de Dios que rompe desde arriba las expectativas de los hombres. En algún sentido, la pascua es una respuesta de Dios a la búsqueda de amor de los humanos. María es signo de nuestra humanidad que busca amor, que quiere culminar su desposorio, es decir, su alianza y camino de diálogo afectivo con el mismo Dios del cielo.

¿Qué hace María? Busca apasionadamente a su amigo muerto. Esta es la paradoja. Conforme a tradiciones espirituales que elaboran más tarde los gnósticos, ella (la mujer caída) debería encontrarse anhelando la fuente de la sabiduría, para recibir así la gran revelación de Dios. Sólo entonces podrían celebrarse las bodas finales del varón celeste (Palabra superior) y la mujer caída (humanidad que sufre condenada sobre el mundo). Pues bien, en contra de eso, conforme a los recuerdos de la pascua, esta mujer concreta quiere el cadáver concreto de su amigo muerto.

Esta es la paradoja: la sabiduría y salvación de Dios parecen haberse escondido en un cadáver. Sobre el jardín del viejo mundo han enterrado a Jesús. María le busca apasionadamente, envuelta en llanto, como queriendo aferrarse por siempre a un cuerpo muerto. Bien pensada, su acción puede llamarse una locura:

María estaba fuera del sepulcro, llorando.
Mientras lloraba, se inclinó para mirar el monumento
y vio a dos ángeles, vestidos de blanco,
uno junto a la cabeza y otro junto a los pies,
en el lugar donde había yacido el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: Mujer ¿por qué lloras?.
Ella les dijo: han llevado a mi señor y no sé dónde le han puesto.
Mientras decía esto se volvió hacia atrás
y vio a Jesús de pie, y no supo que era Jesús.
Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?.
Ella, pensando que era el hortelano, le dijo:
Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo tomaré (Jn 20, 10-15).

- Jesús dijo: ¡María!
- Ella se volvió y dijo en hebreo ¡Rabboni! (¡mi maestro!)
- Jesús le dijo: No me toques más, que todavía no he subido al Padre.
Vete a mis hermanos y diles:
subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.
- María Magdalena vino y anunció a los discípulos:
¡ He visto al Señor y me ha dicho estas cosas! (Jn 20, 16-20).


María buscaba el amigo en la muerte, es decir, al final de un camino que había empezado en el jardín del paraíso: no quedaba árbol de vida, sólo había árbol de muerte. Buscaba allí el amor, pero Jesús le ha respondido ofreciéndole una vida diferente y diciéndole su nombre. De esta forma, en gesto de conversación personal, ha culminado la experiencia de la pascua.

Sólo quien escucha a Jesús cuando le llama por su nombre sabe de verdad que existe vida, que hay resurrección. Todo lo demás es presupuesto o consecuencia. La resurrección es en el fondo encuentro personal de amor, descubrimiento de Jesús que se ha elevado de la muerte y que nos dice, llamándonos de un modo personal, por nuestro nombre: ¡vive, estoy contigo, sé tu mismo!

Esto es la pascua: experiencia radical de encuentro con Jesús, diálogo amoroso con aquel que ha vencido ya a la muerte y de esa forma puede darnos vida. Eso significa que no estamos condenados a seguir amando a un muerto, buscando en el jardín nuestro cadáver (como buscaba antes María). El verdadero amor suscita vida, transformando el jardín del cadáver en huerto de gracia que dura por siempre.

En gesto que resulta paralelo al de Mt 28, 10, María se agarra a los pies de Jesús, en encuentro afectuoso donde se vinculan adoración (echarse a los pies), confianza (tocarle) y amor hondo (acariciarle). Ella pretende eternizar el gesto: estaría así toda la vida, en actitud de unión profunda, en donación de corazones. Nada busca, ya no necesita cosa alguna, tiene todo lo que quiere. La pascua se le hace encuentro permanente de unión con el amado.

No tiene miedo. Por eso, Jesús no tiene que animarle diciendo ¡no temas! (como en otras ocasiones: Mc 16, 6; Mt 28, 20). Como mujer que ha encontrado su dicha, como persona que al fin ha llegado a la meta del camino, María puede mantenerse para siempre en ese gesto de encuentro con su amado. Este es el tiempo de la dicha, de los ojos que se miran, de las voces que dialogan, de las manos que tocan.

Pudiéramos afirmar que, conforme a las formulaciones posteriores de la gnosis, María ha empezado a vincularse con Jesús resucitado en desposorio místico, intimista. Ellos representan al ser humano entero: son la díada (o pareja) inicial que simboliza ya la salvación de los humanos, en el nuevo paraíso de este mundo, sobre el huerto de la muerte convertido en manantial de vida. Esa perspectiva es buena, pero debe completarse, como ahora indicaremos.

Paradójicamente ha venido Jesús, se ha mostrado en persona, le ha dicho su amor... Es lógico que ella quiera mantener ese momento, mantenerse en gesto de intimidad por siempre. Pero Jesús responde:¡No me toques!.

Parece que esta palabra significa: no me toques más, no me sigas agarrando, como para señalar que la unión en este mundo no puede ser definitiva. La experiencia pascual es un principio, una promesa que no puede separarse del camino de vida y de misión sobre la tierra.

Esta palabra ¡no me toques! recuerda la fragilidad del tiempo, nos sitúa dentro del misterio de una pascua que no puede culminar sobre la tierra. No existe en este mundo amor perfecto, para siempre; todo lo que aquí vamos viviendo sigue abierto hacia la muerte. Por eso, el encuentro con Jesús ha sido un signo de esperanza en el camino, no es aún la realidad cumplida.

María ha descubierto por un breve momento el gran misterio: ha encontrado a Jesús, se ha llenado de su vida pascual y de su gloria. De ahora en adelante no será una pecadora: una mujer caída, estéril, fracasada. La experiencia pascual le ha convertido en portadora del misterio de Dios (Jesús) para los hombres.

Al decirle no me toques, Jesús le está diciendo que ella debe ocuparse de tareas importantes, de misiones nuevas sobre el mundo. La pascua no se puede interpretar como experiencia de escapismo, no es huida hacia un nivel interno, puramente espiritual, de la existencia. Jesús resucitado hace a María misionera de su pascua y de la gracia de Dios ante los hombres.

Anuncio de María Conforme a la visión anterior, reflejada en Mc 16, 1-8 y Mt 28, 1-10, las mujeres de la pascua han de decir a los discípulos que vayan pronto a Galilea, para encontrarse allí con Cristo. Pues bien, nuestro pasaje muestra una experiencia pascual nueva. María es portadora de una forma de misión distinta; tiene que buscar a los discípulos para transmitirles el mensaje o misterio más profundo de Jesús: ¡subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios!

María es, según eso, la primera teóloga de pascua: ha descubierto en su vida el camino de Jesús; sabe que ha triunfado y sube al Padre y así debe decirlo. Desde esta perspectiva se comprende ya mejor el ¡no me toques!. Ella es un signo viviente de la ausencia presente de Jesús; por eso puede decir que vive (ha resucitado) y que ha subido al misterio de Dios Padre.


4. LA PRIMERA TESTIGO DE PASCUA. TRES VISIONES

Es evidente que hubo visiones pascuales, fenómenos densos de vida y novedad que los creyentes interpretaron como verdadera apariciones del Jesús viviente. Más aún, todo el principio e historia de la comunidad primera se funda en la certeza de que Jesús se ha revelado. Ellos le han visto y su visión les ha cambiado. Esto es lo que dicen de formas distintas, difíciles de concordar en plano historicista: los datos conservados son múltiples, las perspectivas teológicas e históricas variadas, de tal forma que resulta arriesgado el construir de forma rígida y precisa un determinado itinerario pascual, presentándolo después como normativo

Por eso, algunos estudiosos han dicho que la mayor parte de los datos que conservamos son creación de la comunidad cristiana posterior. Pues bien, pienso que debe decirse lo contrario: el hecho de que haya diversas narraciones pascuales es un indicio de fiabilidad: los autores cristianos no se han esforzado en armonizar los datos, no han construido una visión unitaria y uniforme del camino de pascua sino que han dejado que los mismos acontecimientos hablen, en diversas perspectivas. Dentro del conjunto de las apariciones destacan tres líneas o momentos fuertes, que debemos resaltar, ofreciendo un esquema lo más simple y preciso de experiencias pascuales. Estos son los textos y motivos principales:

– Resucitando en la madrugada del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena... Ella fué y lo anunció a los que habían estado con él (con Jesús) que se afligían y lloraban. Ellos, oyendo que se hallaba vivo y que había sido visto por ella, no creyeron (Mc 16, 9). Esta noticia, recogida en el final canónico o posterior de Mc (el libro originario terminaba en 16, 8), contiene a mi juicio una tradición auténtica, que sirve para completar lo ya indicado en el tema anterior: en el comienzo de la experiencia pascual se encuentra una mujer; ella es fundadora de la iglesia. Podemos afirmar que este final canónico de Mc ofrece el testimonio supremo de María Magdalena dentro de la iglesia: ella es el primero de todos los testigos de la pascua, en perspectiva que responde a lo que ya hemos visto en Jn 20.

- Ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón, es decir, a Pedro (Lc 24, 34). Recordemos que Simón, el primero de los discípulos, ha negado a Jesús, le ha rechazado en el momento de la muerte. Pero Jesús ha salido a su encuentro y le ha llamado, en visión profunda que 1Cor 15, 5 presenta como la primera, la experiencia fundante de la iglesia. Las circunstancias y signos de esta aparición han quedado veladas en la historia y memoria de la iglesia. Es muy probable que, conforme a la palabra de Mc 16, 7, hayan sido María Magdalena y las mujeres las que han puesto a Pedro en camino hacia Jesús. Por eso, su visión, siendo primera en sentido oficial (conforme a 1Cor 15, 5), es segunda en sentido histórico, pues estuvo precedida por la experiencia de María y las mujeres. Sea como fuere, esta experiencia de Pedro se encuentra en el principio de lo que será después la vida y misión de los cristianos. Esta línea pascual petrina se hará dominante en el conjunto de la tradición cristiana. Ella ratifica de algún modo la supremacía de los varones dentro de la iglesia.

- Se apareció a los Doce... y a quinientos hermanos, como sigue diciendo 1Cor 15, 5. De esta tercera aparición pascual guardan cierta memoria algunos textos de los evangelios como Lc 24, 36-49; Jn 20, 19-23 y Mt 28, 16-20. De ellos tendremos que hablar con extensión en diversas estaciones de este camino de pascua, mostrando que los Doce (Once) forman como el núcleo o signo del grupo fundante más extenso de la iglesia. Esta línea pascual se vincula a la anterior, apareciendo como complementaria. Pedro y los Doce forman el cimiento y verdad permanente de la iglesia, conforme a una visión que se ha hecho tradicional.

Como vemos, el comienzo de las apariciones se sitúa en dos personas. Si miramos las cosas desde una perspectiva oficial, parece que al principio se halla Pedro. Por el contrario, si las miramos en forma no oficial (más histórica) tenemos que decir que en el principio se encuentra una mujer: María Magdalena: ella ha estado con sus compañeras ante la tumba vacía; ella ha sido la primera que ha visto a Jesús y que ha dado testimonio de su pascua. Pienso que la iglesia debe recuperar el sentido y función de esta primera experiencia pascual, descubriendo lo que significa que María sea la primera cristiana de la historia.

5 LOS GRUPOS DE LA IGLESIA PRIMERA: HECH 1, 13-14

Conforme al testimonio de Hech 1, 12-13, en el comienzo de la iglesia hallamos tres grupos de personas que han vivido la experiencia pascual como encuentro pleno con Jesús:

– Los apóstoles, citados por su nombre.
– Las mujeres, cuyos nombres no se citan
– Los parientes con la madre de Jesús

Es evidente que entre las mujeres debemos contar a María Magdalena. Tres son los ragos fundamentales de esta escena clave en el conjunto de la teología cristiana:

– Aquí tenemos el punto de llegada de una larga tradición. Parece claro que apóstoles, mujeres y parientes han seguido caminos en parte distintos. Sin embargo, aquí los encontramos vinculados, garantizando la unidad de la iglesia.
– Esta es una escena instituyente donde se presentan los diversos grupos eclesiales. Entres ellos cumplen una función especial las mujeres (María Magdalena).
– Esta es una escena borrada luego de la historia de la iglesia según Lucas (en Hechos). De ahora en adelante ya no se hablará más de mujeres y de parientes.... La historia de la iglesia se centra en los varones.


6. MEMORIA DE MUJER, LA MUJER DE LA UNCIÓN (MC 14, 3-9).

Mc 14, 3-9 cuenta la unción de Jesús en Betania, recogida también (de otra manera) por Jn 12, 1-8. Ni en uno ni otro caso se cita el nombre de la mujer de la unción, pero el texto de Jn parece suponer que puede ser María Magdalena. La tradición posterior ha identificado a esta mujer con María Magdalena y desde esa perspectiva leeremos el texto:

3 Y estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado [a la mesa], vino una mujer llevando un frasco de alabastro lleno de un perfume de nardo auténtico, muy caro. Rompió el frasco y se lo derramó sobre su cabeza.
4 Algunos estaban indignados y comentaban entre sí:
¿A qué viene este despilfarro de perfume? 5 Se podía haber vendido por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres.
Y la injuriaban.
6 Jesús, sin embargo, replicó:
Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho conmigo una obra buena. 7 A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis.8Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. 9 En verdad os digo: en cualquier lugar donde se anuncie el evangelio en todo el cosmos se dirá también lo que ella ha hecho, para memoria de ella (Mc 14, 3-9).

Esta escena nos sitúa en la casa de la iglesia, definida como hogar de un leproso, en contexto de comida. Por sus detalles (Betania, casa de Simón) y paralelos (Lc 7, 36-50; Jn 12, 1-8), ella pertenece a la tradición premarcana, pero Mc la recrea, definiendopor ella su trama narrativa9:

– Y estando en Betania... (14, 3). Betania pertenece a la tradición de la subida a Jerusalén (11, 1) y está unida a los signos de la higuera estéril y la destrucción del templo (11, 12-13). La unción nos sitúa nuevamente en ese espacio: es como si quedara un tema sin resolver, como si hubiera que expresar en otra perspectiva el sentido de la higuera (ahora fértil en Jesús) y el templo verdadero, interpretado en claves de muerte y anuncio de evangelio.

– En casa de Simón, el leproso... (14, 3). La primera casa donde entró el Jesús de Mc fué la de Simón, llamado Pedro, para curar a su suegra y hacerla servidora de la casa (1, 29-31). Nuestro pasaje parece evocar aquel recuerdo, para introducir el signo de esta nueva servidora de la unción. Pero aquí, en efecto de contraste, se dice que Simón es el leproso, como si el lector le conociera. Frente a los impuros sacerdotes que trafican con la sangre y mantienen con muerte su dominio sobre el mundo, este puro leproso ofrece al Jesús amenazado casa y mesa. Así emerge, frente al Templo maldecido (cueva de ladrones, dinero de muerte: cf. 11, 12-26), la casa del leproso como "iglesia" verdadera de Jesús, lugar donde vienen sus creyentes para descubrir y celebrar el sentido de su muerte. Quedaban excluidos del templo y comunión israelita los leprosos por impuros (Lev 13-1; Misna, Kelim 1, 7). Jesús en cambio fundamenta su comunidad en la casa de un leproso.

– Recostado [a la mesa] (katakeimenou: 14, 3). El centro de la casa eclesial es la mesa o, mejor dicho, la comida compartida. Recordemos que Jesús se había recostado (katakeisthai: 2, 15) comiendo con Leví, el publicano, en gesto de descanso y comunicación (no de enfermedad o dolencia como en 1, 30; 2, 4). En esapostura se halla ahora. No se sienta para observar, dialogar o enseñar (con kathêmai: cf. 2, 6.14; 3, 32.34; 6, 15; 13, 3); tampoco toma asiento en la cátedra oficial de su doctrina o en el trono de su reino (con kathidso, como en 9, 35; 10, 37.40; 11, 7; 12, 37). Está reclinado, en comida sosegada, compartida, con tiempo para dialogar, en gesto gozoso de comunicación. No come de prisa, de pie. Se recuesta con sus compañeros, en torno a una mesa baja (como indican los paralelos de 6, 26 y 14, 2l con anakeimai: recostarse sobre un plano inferior), y el sólo hecho de hacerlo muestra que en algún sentido ha culminado el tiempo de fatigas de este día (de este mundo). Sobre ese fondo podemos recordar las multiplicaciones, con la multitud eclesial inclinada (anaklinai: 6, 39), cayendo/sentándose en el suelo (anapesein: 6, 40; 8, 6), en contacto directo con la tierra. Ahora, el grupo menor de discípulos se recuesta en torno a la mesa de la plenitud escatológica.

– Vino una mujer llevando un (vaso de) alabastro con perfume de nardo...(14, 3). Esta irrupción suscita un efecto de sorpresa. Parece que los frentes están claros: sacerdotes, discípulos, Jesús... De pronto aparece una mujer (gynê, sin artículo definido). Normalmente, ella debía actuar como criada, trayendo la comida. Pero en lugar de una bandeja de alimentos trae un vaso (frasco de cristal sellado) con perfume de fiesta y gozo. De esa forma, la comida, sin dejar de serlo, se convierte en revelación de amor y/o vida, conforme a la tradición filosófica y literaria del Simposion o banquete de la Sabiduría (evocado por Platón y la experiencia bíblica: cf. Prov 9, 1-5). Desde el fondo de la tradición emerge ella, completando el signo y función del Bautista: él le había ofrecido en el principio el agua penitencial (1, 1-8); ella ofrece a Jesús el perfume de la culminación (sepultura y mensaje). No se dice su nombre. Sólo sabemos que es (tiene que ser) una mujer. El texto la identifica por el perfume que lleva en la mano, como señal para la vida, frente a los sacerdotes que son sacralidad para la muerte. Parece claro que ella es la humanidad (verdadero Israel) que recibe a su mesías, reasumiendo en forma nueva y más alta, en el momento clave del drama mesiánico, con el perfume de muerte y vida, la función que al principio (1, 1-11) realizó el Bautista.

– Rompiendo el [frasco de] alabastro lo derramó [su contenido] sobre su cabeza (14, 3). El evangelista no define la escena, dejando que lo haga la conversación ulterior (14, 4-9). Parece claro, sin embargo, que el gesto de romper (syntripsasa) está aludiendo a la muerte de Jesús: quebrado el frasco no se puede ya recomponer (pues no tiene tapón); así Jesús debe romperse para que se expanda su perfume. La mujer unge a Jesús en la cabeza, tomándole quizá como rey, pues conforme a la tradición israelita el rey era ungido en la cabeza (1 Sam 10, 1; cf. 1 Sam 16, 13; 1 Rey 1, 39)10. El texto ofrece además otras claves. Esta mujer realiza su signo en contexto de comida, es decir, de comunicación profunda, allí donde Jesús dirá después que el vino del banquete es (=simboliza) su misma sangre derramada. Entre el perfume del frasco que se derrama (kata-kheô) y la sangre derramada de Jesús (ek-khynnô: 14, 25) hay relación fonética, etimológica, estructural y teológica. Parece finalmente que Mc ha querido vincular la unción de esta mujer y el gesto de Jesús que se reclina para comer, desvelando así el más hondo sentido de su entrega, es decir, de su vida hecha comida para aquellos que quieran recibirle. El simbolismo sigue abierto y podemos preguntar: ¿Qué revela a Jesús esta mujer? ¿Quiere ungirle rey? ¿Ofrecerle su cariño y apoyo con perfume? ¿Decirle como profeta de Dios que mantenga su entrega? Estas y otras respuestas son posibles, pero debe precisarlas el diálogo ulterior.

– Había allí algunos que la molestaban... ¿a qué viene este derroche? (14, 4-5). Razonan desde claves económicas de compraventa. Ciertamente, lo hacen en actitud externa de servicio, señalando que el perfume se podía haber vendido por más de trescientos denarios (jornales), para dárselo a los pobres. De esa forma se sitúan, estructural y literariamente, en la línea de los discípulos de 6, 37 que sólo entienden a Jesús desde el dinero y piensan que serían necesarios doscientos denarios para alimentar a la multitud que le ha seguido en descampado; frente a la lógica de compra monetaria, Jesús reveló entonces el gesto más valioso y creador de gratuidad que consiste en dar los propios panes, compartiéndolos de modo generoso. Ahora, los participantes de esta mesa (que parecen ser los mismos discípulos) siguen argumentando de igual forma, aunque elevan la cantidad (han pasado a trescientos denarios). Entienden el camino de Jesús en claves monetarias y piensan que sólo se puede ayudar a los pobres (darles de comer) con dinero. Para ellos, el mesías debería ser inmensamente rico, resolviendo con dinero los problemas de la tierra. Por el contexto sabemos que los denarios (la plata de 14, 11) pertenecen al estilo de sacralidad de los sacerdotes y Judas que por dinero manejan la vida de los otros, siendo capaces de matar por ello. Jesús, por su parte, al derribar las meses de los cambistas del templo (11, 15) ha superado ese nivel, haciendo de su vida el signo supremo del banquete.

– Jesús defiende a la mujer: ¡Ha hecho conmigo una obra buena...! (14, 6). Frente a los discípulos que siguen manteniéndose en plano de dinero, ella ha entendido rectamente a Jesús y se lo ha dicho, ofreciéndole de un modo abundante (¡con derroche!) lo más grande que tiene (su perfume) y diciéndole que él mismo es en verdad perfume derramado por los otros. Quizá podamos presentarla como mujer que da la vida (engendra de una forma personal, desde su cuerpo hecho principio de existencia) frente a los varones que no dan sino pretenden comprar todo con dinero, en mesianismo que acaba haciéndose violento. Pero debemos recordar que, conforme al simbolismo del relato, la lección de esta mujer es para todos, varones y mujeres. Ella ha iniciado en Jesús (y con Jesús) un gesto de ayuda superior, precisamente en contexto de banquete. Jesús aparece frente a ella en actitud receptiva: reclinado ante la mesa, en contexto de fuerte acogimiento, se deja hacer. Recibe su don, se lo agradece. Así se muestra como mesías arraigado en la historia de la humanidad que en algún sentido le ha esperado (le ha engendrado).

– Tendréis siempre pobres entre vosotros, a mí no siempre me tendréis (14, 7). Todo en Jesús se ha centrado en los pobres (enfermos, marginados, hambrientos). En favor de ellos ha expandido su mensaje, por ellos ha subido a Jerusalén, dispuesto a morir para ofrecerles un camino de esperanza (destruyendo la cueva de bandidos del templo de Jerusalén donde Dios mismo se vuelve función del dinero: 11, 17). Jesús debe culminar ese camino en favor de los pobres porque, como indica el texto, no siempre me tendréis (cf. tema del novio arrebatado: 2, 20). Parece que estamos en contexto de bodas, reflejadas en forma de banquete. Ella, la mujer, lo habría comprendido y por eso unge a Jesús, como auténtico esposo, en gesto desbordante de derroche creador de vida. Jesús lo acepta, recibe el don de la mujer y responde como representante de los pobres: lo que ha hecho con él pueden y deben hacerlo todos con los pobres, conforme a una palabra antigua de Escritura (cf. Dt 15, 11). Ya no se puede hablar de dos maneras de servir a los demás: a unos (como a Jesús) con perfume; a otros (los pobres) con dinero. Esta mujer ha vinculado a Jesús con los pobres, ofreciéndole una ayuda de perfume (gozo nupcial) que debe abrase a los necesitados del mundo (2, 18-22). Seguimos en contexto de multiplicaciones, debiendo dar lo que somos (hacernos pan) para los otros.

– Ha hecho lo que ha podido: ha ungido mi cuerpo (sôma) para la sepultura (14, 8). Ha ofrecido a Jesús su perfume para que él se vuelva sôma, cuerpo que se entierra. Así se ha situado (ha situado a Jesús) en ámbito de entrega. Le ha entendido, le ha dicho su palabra. No hace algo externo, no anuncia a Jesús algo para luego abandonarle, sino que le habla con el signo de su vida (de mujer, persona) hecha frasco de alabastro que se rompe y expande para iluminar su vida. Jesús lo entiende así, aceptando desde la exigencia de su entrega por el reino lo que ella está diciendo y haciéndose hermeneuta de su gesto: ¡Ha ungido mi cuerpo para la sepultura! Ella anticipa con su gesto aquello que Jesús define con su palabra, en perspectiva de pascua. En realidad, Jesús ya ha muerto, está ungido: ha entregado su vida en favor de los humanos. Lógicamente, cuando las mujeres de 16, 1-8 vayan al sepulcro con perfume abundante no podrán ungir su cuerpo, pues le ha ungido esta mujer para siempre. Su acción, tal como ha sido interpretada por Jesús, viene a mostrarse como analepsis pascual: anticipación de la entrega salvadora del mesías. En esta perspectiva ha de entenderse la palabra sôma, cuerpo, de Jesús que encontraremos de nuevo en contexto eucarístico (el pan es su sôma: 14, 22) y sepulcral (José de Arimatea entierra su sôma: 15, 43). Esta mujer hecha perfume ha precedido a Jesús, le ha enseñado a convertirse en pan, en gesto pascual (unción de sepultura) que explicita el pasaje siguiente (14, 12-31).

– Memoria de mujer, memoria de evangelio: todo el cosmos (14, 9). Desde esa perspectiva se entiende con relativa facilidad la solemne profecía de Jesús: En verdad os digo, donde se proclame el evangelio en todo el cosmos... A la muerte y/o unción de Jesús sigue el anuncio universal del evangelio, como sabe el mensaje apocalíptico de 13, 10. Así se entiende el fin fallido de 16, 7-9: el joven de la pascua ha dicho a las mujeres que vayan a Galilea y parece que no van, porque el mensaje de Jesús desborda su esperanza (venían a ungir a un muerto, no creían en la vida). Ellas no van pero esta mujer ha ido, no como mensajera sino como parte integral del mensaje: lo que ella ha hecho con (por) Jesús pertenece al evangelio, es buena nueva de plenitud escatológica11.


6. MUJER DE MEMORIA. MARIA MAGDALENA MISIONERA

Esta mujer unge a Jesús para la muerte. En relación ella podemos y debemos situar a María Magdalena como primera "mensajera" del misterio pascua. Este mensaje aparecí velado en el el final auténtico de Mc (16, 1-8), pues se decía que Magdalena y las otras mujeres no habían dicho nada a los discípulos. La tradición eclesial reinterpreta ese silencio y nos habla de la palabra de María Magdalena:

– Mc 28 supone que las mujeres han proclamado su anuncio pascual a los hermanos de Jesús, que van a la montaña de Galilea y descubren allí al Señor resucitado. El mandato de misión universal (Mt 28, 16-20) se encuentra precedido y fundado en la experiencia pascual y en la palabra de María Magdalena y la "otra María" (28, 1-10).

La 24, 9-11 (y 24, 22) afirman expresamente que las mujeres han proclamado el anuncio pascual, pero que no han sido creídas por los apóstoles y los demás discípulos varones. De esta forma se confirma el valor del testimonio de M. Magdalena, Juana y María la de Santiago: ellas han tenido una experiencia de tipo pascual. Pero, al mismo tiempo, se niega el valor fundante, oficial de esa experiencia: sólo allí donde los discípulos varones (encabezados por Simón) ven a Jesús comienza la iglesia (Lc 24, 13-49).

– El final canónico de Mc (16, 9-11) confirma la prioridad pascual de María Magdalena, tanto en la aparición como en la misión. Los discípulos varones son amonestados porque no han creido el testimonio de María, y de los dos que han visto a Jesús en el camino(cf. 16, 12-14). Eso significa que la pañabra de palabra de María estaba llena de valor.
– Jn 20, 11-18 confirma el testimonio pascual de M. Magdalena, presentándola como apóstol de los apóstoles. Su palabra tiene valor oficial, debe ser creida.

En esta línea debe interpretarse una tradición medieval que presenta a María Magdalena como predicadora oficial de la iglesia, como una especie de superobispo, con pode para ordenar a su hermano Lázaro, el resucitado, haciéndole obispo de Marsella. Ella representa una línea eclesial que defiende la función ministerial de las mujeres. Ella aparece como un protoobispo, en la misma línea que Pedro y los apóstoles varones13.

7 MAGDALENA PECADORA (LC 7, 36- 8,6)

Pues bien, en contra de las líneas anteriores, la tradición cristiana ha puesto de relieve la visión de María Magdalena como pecadora: una prostituta arrepentida. Ella ha venido a convertirse en tipo de la fragilidad de la mujer, cuyo pecado máximo es la prostitución, y de su capacidad de conversión (puede ser transformada por la gracia y el amor de Jesús). Así suelen presentarse, una al lado de la otra, María la Madre (como Virgen siempre santa, engendradora de Jesús) y Marí Magdalena la Arrepentida (como pecadora que se vuelve santa). Esas serían las dos caras de la mujer, del eterno femenino dentro de la iglesia.

Sin embargo, debemos recordar que el NT no ofrece ninguna imagen de María como pecadora, aunque puede haber indicios para ellos. Esos indicios vienen dados por el hecho de que Lucas une de algún modo dos escenas de mujeres que resultan paradigmáticas:

– La pecadora arrepentida, que ama y une a Jesús (Lc 7, 36-50). Es una versión distinta del tema de la unción que hemos visto en Mc 14, 3-9. Estos son sus rasgos distintivos:

– La unción es en los pies (lavar los pies) no en la cabeza. La mujer realiza por tanto un servicio de sierva, no de profeta.

– La mujer es pecadora perdonada... No se dice que sea prostituta, pero parece suponerse, pues se la presenta como "pecadora pública". Parece que hace juego con Zaqueo (publicano convertido de Lc 19). Zaqueo sería el tipo de lo que es y debe hacer un publicano convertido (devolver lo robado, dar la mitad de los biens a los pobres). Esta mujer es el tipo de lo que debe hacer una prostituta convertida (dejarse amar por Jesús).

– Esta mujer aparece como tipo de lo femenino en clave de conversión. Parece que está en el fondo el arquetipo de la mujer como pecado, pecado vinculado al cuerpo... Eso es Magdalena en la tradición posterior: la mujer perdonada que sabe amar.

– Las mujeres que siguen y sirven a Jesús (Lc 8, 1-3). Ofrece una versión nueva, dentro de la historia evangélica, del Mc 15, 40-41. Pero ofrece en nuestro caso algunas novedades muy significativas:

– Dice que Jesús había expulsado siete demonios de María Magadalena. Es claro que el texto no la identifica con la mujer anterior de la unción, pero la tradición posterior lo ha hecho. De alguna manera, ella aparece como endemoniada al ser "prostituta". El demonio que la posee es un demonio sexual del que tiene que ser liberada por la penitencia. Jesús la ha liberado para el amor y libertad; pero la tradición posterior parece insistir en la liberación para la penitencia.

– Estas mujeres "sirven a Jesús", lo que indica que sirven (deber servir) al conjunto de la comunidad. Ellas son el tipo del auténtico discípulo. No aparecen como arrepentidas en el sentido clásico del término (llorando, haciendo ayuno). Aparecen como servidoras activas, mujeres que ejercen su tarea para bien de la comunidad.

La tradición posterior ha interpretado a María como la penitente por excelencia. Parece que ha tenido necesidad de crear este arquetipo para ofrecérselo a las mujeres "arrepentidas". Es claro que al hacer eso no ha llegado a lo que es María Magdalena en la historia evangélica, sino que ha creado una María Magdalena para responder a sus necesidades pastorales y espirituales.

La primera tradición eclesial (evangelios, Ireneo, Orígenes, Crisóstomo) no conoce a María Magdalena como penitente. Ella sigue siendo básicamente el "apóstol de todos los apóstoles". Sin embargo, a partir de San Agustín ella aparece con la pecadora de Lc 7, 37, convirtiéndose en tipo de mujer arrepentida:

– La Magdalena simboliza el pecado del mundo, en forma de mujer y con fuertes rasgos sexuales. De esa forma se produce una fuerte sexualización del pecado y de la mujer, que ha venido dominando en los tiempos posteriores de la iglesia.

– Pero, al mismo tiempo, María es signo del esfuerzo por superar el pecado. Ella no es sola la pecadora, es "pecadora arrepentida", presentándose así como consuelo de pecadores, como signo de conversión de costumbres para monjes. Ella ha venido a convertirse en figura esencial de la geografía espiritual de los religiosos, empeñados en lograr la conversión de costumbres14.

8 SIGNO FEMENINO DE SALVACIÓN. APÓCRIFOS Y GNOSIS

María Magdalena ha dejado en los apócrifos una larga huella que sería necesario estudiar con mucho más cuidado. En esa línea se puede destacar dos elementos:

Es evidente que la tradición canónica ha silenciado de algún modo la importancia de María Magdalena dentro de la tradición evangélica, dentro de un proceso lógico de patriarcalización. Eso se ha hecho de tres formas:

– Se han destacado en Magdalena los aspectos devocionales, privados y penitenciales... Ella ha quedado expulsada de la vida pública de la iglesia, en contra de Mc 16, 9. Así lo muestran 1 Cor 15, donde no se cita la aparición pascual de las mujeres y Hech, que no cuenta la historia de las mujeres en la iglesia primitiva. Dentro de la iglesia las mujeres como Magdalena han venido a presentarse como signo público de penitencia.

– María Magdalena puede haber sido signo de una iglesia donde la mujeres han ejercido las tareas fundamentales de predicación, presidencia de comunidades etc. En un momento determinado la iglesia ha creído que ello implicaba un peligro para el buen orden comunitario. Por eso ha relegado a las mujeres al plano privado de la obediencia, de la escucha de la palabra (cf. pastorales). Por eso se ha dejado a un lado el recuerdo de María Magdalena.

– Los textos gnósticos conservan recuerdos de la historia de María como mujer que enseña, que es figura dirigente dentro de la iglesia, junto a Pedro. Son clásicos en este sentido los diálogos y discusiones entre Pedro y Magdalena.. En esta línea podemos y debemos tomar a los gnósticos como testigos de una línea de recuerdo eclesial que debe ser actualizada en la iglesia, aunque en forma no gnóstica, como ha mostrado Carmen Bernabé, María Magdalena, EVD, Estella 1994.
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