Contra el riesgo "militar" de un tipo de cristianismo Cuando Dios "ganaba" guerras: Josué, David y el Macabeo

De los caudillos vencedores a Jesús vencido

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Estamos en un tiempo de guerras nuevas, y muchos apelan a Dios en ellas:      

‒ El presidente USA ha mandado matar con un dron guiado desde Israel a un general iraní, como si Dios mismo guiara su mano.

Tras invocar a Dios, un oficial iraní ha confundido un avión civil con un “cohete” militar de USA o Israel, y han muerto casi 200 pasajeros. Sólo tenía 10 para decidirse.

Grupos que parecen paramilitares… caldean en muchos países el ambiente con gritos de guerra apelando a unos dioses "militares" de la Biblia o el Corán.

En una situación como esta, los que creemos en la paz debemos unir nuestra palabra en favor del diálogo abierto, superando los ídolos guerreros de pueblos y grupos de presión violenta, apelando para ello a la memoria no violenta de lamisma Biblia, en contra de aquellos que la emplean como arma arrojadiza a favor de su guerra.

 En ese contexto quiero retomar algunos motivos militares de la Biblia, para interpretarlos en perspectiva de paz, en la línea de mi reflexión anterior sobre una película centrada en las “gestas” de Judas Macabeo ([1]).

Admiro en un sentido al “macabeo”, pero en otro sentido quiero renunciar a las razones y sentido de su “guerra nacional”. En esa línea quiero recordar a otros dos “héroes militares” (Josué y David), para trazar de esa manera una interpretación no violenta de sus guerras.

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Esas figuras bíblicas (Josué, David, el Macabeo) forman parte de nuestro “imaginario”, pero no son “héroes” para imitar, sino personas cuyo mal ejemplo debe llevarnos a superar hoy (2020) toda interpretación militar u opresora de la Biblia.

Si no rechazamos el método y caminos de la guerra santa y de las santas cruzadas nacionales terminaremos matándonos todos. Desde ese fondo (con Jesús que no hizo guerra, pero murió en manos de una guerra preventivas de Roma y del templo de Jerusalén) quierosuperar la historia militar de estos tres caudillos de Israel: 

  JOSUE, DAVID Y EL MACABEO

 Tres han sido los grandes “caudillos militares” de Israel, conforme a la visión del Antiguo Testamento conforme a la versión alejandrina de los LXX): Josué, David y Judas Macabeo. Ellos han marcado por siglos el imaginario religioso militar de Israel y de un tipo de Iglesia cristiana; por eso es importante re‒escribir su historia. 

1.- Josué

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  Hubo previamente guerreros y batallas, pero no fueron aún fundamentales: el pueblo de Israel no había surgido a la existencia nacional por medio de una guerra sino a través de la elección-bendición divina (patriarcas: Génesis) y de la liberación del éxodo, con el pacto y el paso  por el desierto (Ex, Lév, Núm, Dt). La guerra vino en un momento posterior, cuando Israel debió ocupar la tierra palestina. En ese momento se vuelve fundamental la figura de Josué. Moisés murió en el monte Nebo, antes de entrar en la “tierra”, y pudo ya la autoridad total que él había (como legislador, profeta y caudillo); pero antes de morir impuso sus manos sobre Josué y Josué le sucedió como jefe militar, para conquistar según Ley la tierra prometida (cf. Dt 34, 9-10):

          Y tras la muerte de Moisés, siervo de Yahvé, Yahvé habló a Josué, hijlo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: Moisés, mi siervo, ha muerto. Levántate pues y atraviese ese Jordán, tú y todo este pueblo, hacia la tierra que yo doy a los hijos de Israel. Todo lugar sobre el que pise la planta de vuestros pies os lo doy, como dije a Moisés... Nadie resistirá ante tí todos los días de tu vida... Cobra ánimo y sé fuerte, porque tú has de hacer que este pueblo tome en heredad la tierra que juré dar a sus padres. Solamente ten ánimo y esfuérzate mucho, actuando de acuerdo con toda la Ley que Moisés, mi siervo, te ordenó. No te apartes de ella ni a derecha ni a izquierda... No se aparte de tu boca este libro de la Ley, antes medita en ese libro día y noche, para que procures obrar conforme  a cuanto en él está escrito, pues entonces prosperarás en todas tus empresas y tendrás éxito... (Jos 1, 1-10).

La misma Ley se vuelve así manual de guerra. Los israelitas no triunfan ni conquistan la tierra por su fuerza militar, ni a través de una estrategia bélica del mundo: son soldados de Dios, guerreros de una Ley abarcadora que incluye en sí la guerra y les protege, haciéndoles triunfar sobre todos los enemigos.  Pues bien, en ese guerra de Dios, como símbolo de su poder, viene a elevarse Josué. A partir de aquí, todo el libro de Jos  viene a entenderse como crónica de una victoria anunciada y conseguida por el Dios de la Ley que expresa su poder por medio de Josué, su general y lugarteniente.

Josué había sido posiblemente un guerrero israelita antiguo. Pero el libro de su nombre borra (o deja en muy segundo plano) su recuerdo histórico, para venir a presentarse como manual utópico de conquista religiosa de la tierra. Es ciertamente un libro del pasado (resume lo que ha sido la conquista israelita de Palestina). Pero, al mismo tiempo, puede interpretarse como libro del futuro: es modelo de aquello que se espera a la llegada de los tiempos mesiánicos, cuando se dividan de nuevo las aguas del Jordán y caigan las murallas enemigas al toque de las trompetas de Dios, como había sucedido de Jericó.

Más que un soldado autónomo, inmerso en la complejidad de la historia, Josué aparece como testigo de la protección militar de Dios. Por eso, su libro es una especie de novela ejemplar donde los israelitas va experimentando la intervención de Dios que guiado y guía a su pueblo: litúrgicamente atraviesan el Jordán, llevando en procesión el arca de la alianza (Jos 3), litúrgicamente conquistan Jericó, destruyendo sus murallas al toque de las trompetas (Jos 6). Dios ayuda y ayudará a los suyos en la medida en que ellos se mantengan fieles y cumplen los mandatos de la Ley, aniquilando a quienes toman esta guerra como un medio de enriquecimiento personal o familiar (cf. Jos 7-8). Lógicamente, en el principio de la guerra ha presentado el libro de Jos la teofanía militar fundadora en la que el mismo Dios de Moisés (Dios de la Ley) aparece como el verdadero general del pueblo, portador de la espada triunfadora:

 Y estando José ante Jericó levantó sus ojos para mirar y he aquí que estaba ante él un Hombre, con la espada desenvainada en su mano. Y Josué fue hasta él y le dijo:– ¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos? Y le contestó: – ¡No! Yo soy Príncipe del Ejército de Yahvé. Ahora he venido.Y Josué cayó rostro en tierra y le adoró. Y le dijo:– ¿Qué es lo que mi Señor manda a su siervo?Y respondió a Josué el Príncipe del Ejército de Yahvé:– Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es santo.Y Josué lo hizo así (Jos 5, 13-16).

  Es claro que este Hombre de la Espada es un representante de Dios, como el Ángel de Yahvé de Ex 3, 1-5. Dios se aparecía allí a Moisés para revelarle su misterio salvador (su nombre de Yahvé) y darle el encargo de liberar a su pueblo cautivo en Egipto. Ese mismo Dios se muestra aquí ante Josué, revelándole su fuerza militar (la espada de su  mano) y dándole el encargo de conquistar la tierra.

Estamos en un lugar sagrado (en el caso de Moisés era el Monte Horeb, aquí es quizá Gilgal, al lado de Jericó), en contexto posiblemente litúrgico. Pero más sagrado que el lugar es el mismo Dios, que ahora aparece como el Hombre de la Espada (en la línea de Ex 15, 3 donde aparecía como Hombre de Guerraish ha milhama). Es evidente que este Príncipe del Ejército de Yahvé se identifica con el mismo Dios, como lo indica Josué al postrarse en su presencia.

Esta es la teofanía militar por excelencia. Dios se había revelado en el Horeb como presencia salvadora (¡Soy el que soy, Yahvé!: Ex 3-4). Ahora aparece ante Josué como garantía de triunfo militar.  De esa forma, la conquista de Jericó con la historia que sigue (todo el libro de Jos) viene a presentarse como expresión del poderío militar de Yahvé.

La personalidad de Josué aparece así como mediadora del poderío de Dios quien aparece como el que realmente actúa y vence en esta guerra. Así lo ha señalado el texto que la tradición posterior ha asociado más intensamenta con la historia de este libro. Lucha Josué contra los reyes del mediodía de Canaán y Dios le ayuda desde el cielo, enviando grandes piedras de granizo contra enemigo. Pero se acerca la noche y para completar la victoria pide Josué: 

¡Sol, detente en  Gabaón y tú, luna, en el valle de Ayalón.

Y el sol se detuvo y la luna se paró... (Jos 10, 12-13). 

 Paró en su curso el sol, la luna se detuvo hasta que Josué y los suyos culminaron la victoria.  Así venció Josué y los israelitas conquistaron la tierra prometida, en rápida campaña militar en la que Dios mismo guiaba los pasos de su pueblo. Más que un general humano, estratega en las artes marciales, Josué aparece así, en el principio de la historia militar israelita, como ministro religioso de la guerra santa. Él es el primero y en algún sentido el más grande de todos los soldados de esta galería de figuras militares del AT. Obedeciendo a Dios y cumpliendo su Ley ha ganó la primera guerra santa: la espada del Hombre de Dios guaba, concediéndole victoria. Pero ese Dios de la guerra de Josué no era el Padre de Jesús de Nazaret, Dios universal de todos los pobres del mundo, entre ellos los egipcios.

2.- David

Tampoco David es un héroe es un héroe religioso que pueda ser venerado e imitado por cristianos.  1 y 2 Sam han querido presentar su historia en un relato lleno de luces y sombras, especialmente en lo que toca a su tragedia familiar: las divisiones y luchas de sus hijos. Pues bien, en medio de esas divisiones, Dios mismo va guiando el camino de David en una línea "mesiánica", si es que vale esa palabra. Dios es quien actúa de verdad y no David; Dios quien garantiza la pervivencia de su trono

Este mismo criterio de acción divina puede y debe aplicarse a su historia militar, tomada en su sentido más profundo, en la historia ejemplar de su victoria sobre el gigante Goliat. David, sólo muchacho, un pastor adolescente derrota al gigante que es el símbolo de los poderes del mal.

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El relato fundamental en este plano es su victoria sobre Goliat. Conforme a un texto más antiguo (2 Sam 21, 19), Goliat era un gigante a quien mató Elkana, uno de los hombres de David. Pues bien, partiendo de esa tradición, nuestro relato ha construido una historia militar simbólica que condensa no sólo la victoria de David sobre los enemigos de Israel (con la conquista final de toda la tierra cananea) sino el sentido de conjunto de Israel y de su lucha contra los pueblos enemigos. Todo el poder del mundo está simbolizado en Goliat, el filisteo fuerte, el gran guerrero. David representa la novedad israelita:

ºLos filisteos estaban sobre la montaña, de un lado, y los israelitas sobre la montaña, del otro lado, y entre ellos mediaba el valle. Y entonces salió de las huestes filisteas el retador, llamado Goliat, natural de Gat; su altura era de seis codos y un palmo. Un yelmo de  bronce cubría  su cabeza y iba vestido con una coraza de escamas, siendo el peso de la coraza de cinco mil siclos de bronce. Cubrían sus piernas grebas de bronce y llevaba una jabalina de bronce sobre sus espaldas. El asta de su lanza era como un enjullo de tejedores y la putna de su lanza pesaba seiscientos siclos de hierro. Le precedía su escudero. El se plantó y gritó a los escuadrones de Israel...:¡Yo desafío hoy a los batallones de Israel; escoged un hombre y combatiremos uno contra el otro! Cuando Saúl y todos los israelitas oyeron estas palabras del filisteo quedaron atónitos y experimentaron un temor grande (1 Sam 17, 1-11)48.

Goliat es el símbolo del Guerrero Fuerte, profesional de la violencia, armado con todas las armas del mundo. Es claro que nadie le puede vencer en un plano militar: él simboliza la técnica hecha fuente de guerra, es la bravura humana convertida en principio de victoria sobre el mundo. Todos los israelitas fuertes responden con el miedo, a pesar de la promesa que promete los premios más grandes a quien quiera (a quien pueda) vencer a este guerrero:

A quien le mate le enriquecerá el rey con cuantiosas riquezas, le dará su hija en matrimonio  eximirá de tributos a la casa de su padre (1 Sam 17, 25).

 Sobre la mujer (hija del rey) como premio de victoria del guerrero hay un relato más concreto en Jue 1, 12-15. Aquí sólo evocamos la lucha entre Goliat, gigante luchador del mundo, y David, creyente israelita. Un guerrero que mata al enemigo “menos preparado” no puede tener premio, y menos la mano (el cuerpo) de una muchacha, aunque sea hija del reino.

Davis es aún joven, no tiene edad para la guerra; por eso guarda las ovejas de su padre mientras luchan sus hermanos mayores y más fuertes, en contra de los filisteos. Viene David como muchacho, llevando la comida a los hermanos cobardes, para enfrentarse él sólo al filisteo. Mientras todos se abajan por el miedo (pues miran la batalla en perspectiva de lógica del mundo), David se eleva en gesto de fe: ¿Quién es ese incircunciso filisteo para escarnecer a los escuadrones de Israel? (17, 26).

Esta no es batalla entre guerreros iguales sino lucha entre el enemigo de Dios (Goliat) y el creyente de Israel (David). Como es normal, David empieza a prepararse para el gran combate al modo militar (con yelmo y coraza); pero luego abandona esos signos y medios militares para empuñar sus utensilios de pastor: agarró el cayado, tomó cinco guijarros del torrente y los puso en su  zurrón y luego, con la honda en la mano, se dirigió hacia el filisteo (17, 40). Se prepara y realiza de esta forma una batalla que será paradigmática: la lucha central de la historia bíblica. Los soldados israelitas se han identificado siempre con este David, ágil y libre, creyente y astuto, que lucha contra el inmenso filisteo a quien nuestro relato presenta como orgulloso y torpe. Así se enfrentan uno y otro en la batalla:

 – Cuando el filisteo miró y vio a David le menospreció: era un muchacho, rubio y de lindo aspecto. Y el filisteo maldijo a David por sus dioses y dijo después a David: ¡Ven a mí, que yo entregaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!

David replicó al filisteo: ¡Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; más yo voy a tí en el nombre de Yahvé de los ejércitos, Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has escarnecido. Hoy te entregará Yahvé en mi mano y te mataré y cortaré tu cabeza de sobre ti... y todos estos aquí congregados sabrán que Yahvé no salva con espada ni lanza, pues a Yahvé pertenece la guerra y os entregará en nuestras manos (17, 43-47).

 Estamos, pues, ante una lucha religiosa. Combate la fuerza del mundo contra la fe en el Dios Yahvé. La guerra será  teofanía. Más que un hombre concreto, con las debilidades propias de la vida (como los jueces que antes hemos visto), David aparece así como representante de Dios. Su lucha contra Goliat se vuelve paradigma, ejemplo de todas las batallas de los israelitas, principio de esperanza de victoria para el futuro de la historia:

 Y sucedió que cuando fue el filisteo y se puso en marcha, dirigiéndose al encuentro de David, se apresuró David a correr hacia la línea de batalla, al encuentro del filisteo. Luego David alargó la mano al zurrón, tomó de él una piedra, volteó la honda e hirió al filisteo en la frente, clavándole la pieda en su frente y haciéndole caer de bruces en la tierra. Así venció David con la honda y la piedra al filisteo: le hirió y mato sin que hubiera espada en su mano. Luego, David se echó a correr y se acercó al filisteo y, agarrándole la espada, la sacó de la vaina, le remató y le cortó con ella la cabeza. Los filisteos, cuando vieron que su campeón había muerto, emprendieron la huída (17, 48-51).

 Esta es la guerra de las guerras, la batalla de todas las batallas de la Biblia. Quedan en penumbra las restantes historias militares, las estratagemas de David guerrillero, la estrategia de David general y gran rey, creador del ejército israelita. El David guerrero  que emerge en el centro de la historia bíblica, para ser siempre recordado, es este muchacho creyente que vence a Goliat, el gigante, con el cayado y honda de pastor.

En el fondo de esta historia hallamos un ejemplo de nueva superioridad militar: la habilidad del aparentemente débil pero libre y creyente que se enfrenta con el torpe y gran guerrero. Pero más al fondo todavía descubrimos la certeza sagrada israelita: el David guerrero está en la línea de Josué; con la ayuda de Dios ha triunfado y no por méritos o fuerzas militares de la tierra.  Pero ese Dios que da el triunfo a David no es el Dios de Jesucristo, crucificado por los “goliates” de Templo de Jerusalén y de Roma

3. Judas Macabeo

  El conflicto de los macabeos está marcada por la división interior del judaísmo, en un momento de crisis nacional y debilidad de los poderes militares del oriente49. Algunos judíos, apoyados por  el rey helenista de Siria, quieren transformar el estatuto jurídico-religioso de Jerusalén, integrando el judaísmo en la cultura cosmopolita del ambiente, identificando de algún modo al Yahvé de Jerusalén con el Zeus supremo del panteón griego. Reaccionan los fieles judíos, decididos a conservar su propia identidad: la Ley nacional y la independencia religiosa, con la separación del templo de Jerusalén. La lucha, dirigida por los hermanos macabeos, ha sido recogida de dos formas distintas por los libros de ese nombre (1 y 2 Mac), que no han sido aceptados en el canon de la Biblia Hebrea, aunque forman parte del AT católico (y de la Biblia Griega o los LXX).

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El primero libro (1 Mac) interpreta el levantamiento en clave político-religiosa: inspirados por Dios y en defensa de su Ley, los macabeos inician una guerra que desemboca en la independencia nacional del pueblo. En el transcurso de los años, lo que al principio (hasta la muerte de Judas Macabeo) parecía sobre todo un conflicto más religioso (1 Mc 1-9) se convierte (cf. 1 Mac 10-16) en lucha dinástica, al servicio de los propios intereses políticos y religiosos de los últimos macabeos (=asmoneos), que se hacen ungir sumos sacerdotes (y reyes) con la oposición de una parte significativa del pueblo (grupos apocalípticos, esenios de Qumrán etc.). Es normal que la historia judía normativa no haya "canonizado" la acción de los últimos macabeos. Pero la figura del primero de sus grandes luchadores (Judas) ha sido y sigue siendo ejemplar para el judaísmo:

 Extendió la gloria de su pueblo,  se revistió la coraza como un gigante,

ciñó sus armas y trabó combates, protegiendo el ejército con la espada.

En sus empresas era como un león, como un cachorro que ruge en pos de la presa.

Fue buscando y persiguiendo a los sin Ley, que perturbaban a su pueblo…

Los sin Ley se acobardaron por temor de él, los transgresores de la Ley

e vieron confundidos, por su mano se llevó a buen término la liberación.

Produjo amargura a muchos reyes, pero alegró con sus hechos a Jacob,

su recuerdo será bendecido por siempre. Recorrió las ciudades de Judá

y destruyó totalmente a los impíos, apartando la ira de Israel;

su fama llegó hasta los confines de la tierra, y congregó a los que se estaban perdiendo ( 1 Mac 3, 2-9).

Judas Macabeo aparece en este canto como luchador al servicio de la fe, en la línea de los celosos de la Ley (Abrahán, José, Finées, Josué, Caleb, David, Elías, Ananías-Azarías-Misal y Daniel: cf. 1 Mac 2, 52-60).  Ciertamente, produjo amargura a muchos reyes (3, 7) del entorno no judío, pero su lucha de guerrero de la Ley se hallaba dirigida sobre todo contra los judíos infieles o apóstatas. Más que la victoria externa (destrucción del reino sirio) le importaba la reforma interior del judaísmo. Por eso, su guerra aparece en el principio de este libro como tarea religiosa, realizada conforme a los principios de Dt (1 Mac 3, 55-57; cf. Dt 20, 5-8) y dirigida a la purificación del templo y culto de Jerusalén (1 Mc 4).

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Pero la fe no se defiende ni instaura ganando guerra, pues toda guerra va e en contra de la auténtica fe, que es confianza entre los hombres y los pueblos.

Conseguido ese objetivo de purificación del judaísmo, la guerra de Judas tiende a convertirse en mero conflicto intramundano con métodos y fines cada vez más políticos, dentro de la complejidad de las relaciones nacionales e internacionales de aquel tiempo. Pero Judas, después de haber derrotado y matado a Nicanor, gran general de Siria (1 Mac 6, 26-50), y de haber pactado con Roma (1 Mac 8), muere en el combate (1 Mc 9, 1-22), siendo sustituído por sus hermanos. Son ellos los que mantienen su memoria, poniéndola al servicio de la lucha mundana en la que buscan el poder social y religioso, conforme a los métodos de fuerza ambigua de este mundo. Por eso, el final de 1 Mac se convierte en libro discutido dentro del judaísmo, pues justifica un tipo de política militar y religiosa que no todos aceptan en el pueblo.

– El segundo libro de los macabeos (2 Mac) reinterpreta la figura de Judas en clave escatológico-religiosa, separándole de sus hermanos triunfadores, a quienes  ignora por principio. Judas aparece así como un nuevo David, luchador al servicio de la gran batalla de Dios. Desaparecen de la escena sus hermanos codiciosos, que han asumido el reinado de este mundo y se han hecho ungir sacerdotes, en gesto de ortodoxia sacral muy dudosa.  Sólo él, Judas, queda y emerge en el libro como signo de la gran lucha de Dios, dentro de una narración simbólica donde la victoria militar se inscribe en un contexto de manifestación salvadora de Dios.

Por eso, es normal que en el principio del libro se transmitan relatos de visiones militares muy utilizadas (e imitadas) en una historia posterior "cristiana" que apela a la visión y presencia de personajes como san Jorge o Santiago, que ayudan en la lucha a los creyentes. Quien tiene aquí la visión es Heliodoro, enviado del rey, que intentaba apoderarse de los tesoros del templo de Jerusalén: 

 Pero cuando se encontraba ya allí, con su escolta, junto al tesoro, el Soberano de los Espíritus y de toda Potestad hizo una gran epifanía, hasta el punto de que todos los que se habían atrevido a venir con él sufrieron el impacto del poder de Dios y se volvieron débiles y cobardes (2 Mac 3, 24-26).

Dios mismo combate contra los perversos, en batalla imaginaria de gran fuerza. Dios aparece victorioso, como jinete terrible, sobre fuerte y terrible caballo, imponiendo su terror a los poderes adversarios (2 Mac 3, 25-26). Se inicia así la historia de la gran batalla de Dios en la que vencen de manera especial los perdedores, es decir, los mártires (2 Mac 6-7). Por eso, el nuevo libro no está escrito sólo (ni sobre todo) para animar en el combate a los soldados sino a los testigos de la Ley, que son los mártires.  Ellos, el anciano Eleazar, la madre con los siete verdaderos macabeos, son los verdaderos garantes de esta nueva victoria de Dios. Pero ese Dios de la visión de miedo, como jinete sobre un terrible caballo no es el Dios de Jesucristo.

De todas formas, en este contexto, como garantía del triunfo que brota de la entrega de la vida, en gesto de fidelidad a la Ley y de esperanza en la resurrección, se cuenta la historia de Judas Macabeo, que vence a todos los poderes adversarios y consigue la purificación del templo de Jerusalén ( 2 Mac 8-10). Tras la renovación del Templo, el texto sigue contando algunos episodios de esa lucha, para centrarla al final en la batalla entre Nicanor y Judas.

Nicanor representa a las fuerzas del mal (como Goliat frente a David, como Holofernes frente a Judit); es el arrogante que se atreve a desafiar al mismo Dios, presentándose como soberano de la tierra, despreciando el mismo sábado sagrado (2 Mac 15, 1-5).Por su parte, Judas  aparece como nuevo David, un auténtico celoso de Ley de Dios, exhortando al ejército con textos de la Ley y los Profetas (2 Mac 15, 6-10); de esta forma les habla. Pero el Dios de Israel, que Jesús invoca como Padre no está con Nicanor ni con Judas Macabeo.

 NOTAS

[1] (1) Guerras de conquista, recogidas y teologizadas en Pentateuco (Ex 17,8-16; Num 20-24), Jo y Jc; a ese estrato pertenecen muchos textos bélicos de 1 y 2 Sam donde Dios lucha por y con su pueblo.

(2)  Guerras por la defensa del yahvismo, en tiempos de violentas reformas religiosas, como las de Jehú (2 Rey 9-10), que mató a los profetas baalistas, y las de Josías (2 Rey 22-23), que quiso unificar el viejo Israel desde el yahvismo.

3) Contiendas civiles macabeas, entre judíos universasistas y judíos nacionales, que encendieron ideales de sacralidad yahvista (1 y 2 Mc).

3) La guerra que celotas y sicarios encendieron contra Roma ( 67 y 70 d. de C.), donde  algunos  (más apocalípticos) esperaban  la victoria como puro don de Dios sin guerra y otros (sobre todo saduceos) eran partidarios de la paz con Roma.

46 Sobre la figura religiosa de Josué cf. G. Pérez,  Josué en la historia de la salvación, Casa de la Biblia,Madrid 1972. En El evangelio. Vida y pascua de Jesús,  Sígueme, Salamanca 1993, 36-38, he citado algunos movimientos mesiánicos del tiempos de Jesús que esperan en el cumplimiento nuevo de los prodigios "militares" de Josué.

48 Tanto aquí como en los textos que siguen utilizo básicamente la traducción de F. Cantera y M. Iglesias,  Sagrada Biblia, BAC, Madrid 1979.

49 Interpretación teológica de ese conflicto en  Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 279-285.

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