En torno al fin de la ETA ¿Vencedores y vencidos? (Pedro Zabala)
Pedro Zabala, con su habitual agudeza, ha recordado que la batalla de Amaiur (1522) fue de hecho una "guerra civil", y que hubo vascos y navarros, luchando en ambos bandos, como los había habido ya en la "anexión" anterior, en tiempos de Fernando el Católico, bajo el mando del Duque de Alba (1512). Todo eso es bien conocido, y forma parte de la historia, pero el hecho es Amaiur (pueblo y batalla) me servía para ofrecer una reflexión sobre algunos temas de fondo "meta-política".
Pues bien, avanzando en esa línea, dejando atrás la historia,pero sin olvidarle (pues del pasado vivimos, de la memoria de los muertos crecemos) quiero ofrecer hoy unas reflexiones de P. Zabala sobre el tema del "fin" de la ETA. Gracias Pedro, por compartir con nosotros tantas cosas que sabes y vives. Es posible que no todos concuerden con tus apreciaciones, pero juzgo que son dignas de tenerse en cuenta
Introducción
Se repite que el fin del terrorismo etarra está próximo. ¿Será cierto?. Y, ¿después qué?. Tengo claros tres principios:
*Por encima de la patria vasca, sea vasca o española, o cualquier otra creencia, está la dignidad de todas y cada una de las personas, reflejada en sus derechos fundamentales, especialmente a la vida y a la integridad física.
*La defensa pacífica de toda opción política -independencia, autodeterminación, autonomía, centralismo unitario...- es legítima democráticamente.
*El dolor y la memoria de las víctimas, de todas, cualquiera que sea su ubicación, deben ser respetados y reparados en la medida posible.
¿Vencedores y vencidos?
Asegurada la paz, hay quien dice que no debe haber vencedores ni vencidos. Enfrente, está los que exigen que haya vencedores y vencidos. Desde la ética, y para superar revanchismos y odios, pienso que ambas posturas son falaces. Todos hemos sido vencidos por el dolor, el miedo, la vergüenza, el silencio cómplice, la necedad salvaje. Claro que en distinto grado. Pero sólo aceptando, dentro y fuera del País Vasco, el dolor compartido, la paz podrá ser asegurada en firme.
Un rayo de esperanza parece que se ha abierto tras el anuncio de la banda terrorista ETA de que pone punto final a su actividad. Creo que es de justicia reconocer que esto se debe en parte sustancial, además de a la eficacia policial para diezmarla, a la actitud encomiable de la mayor parte de la sociedad vasca. Aguantando el miedo causado por el terror, no cedió a su chantaje sino que apostó por la no violencia y resistió esperanzadamente. No hay que olvidar que el terrorismo se cebó en el Pueblo vasco mucho más que en los demás del resto de las Españas. Debe recordarse aquel grito de las manifestaciones de los años más sangrientos del terrorismo: vascos sí, ETA no. Ahora también en esta etapa que ahora se inicia, la solidaridad de todos con Euskalherría es necesaria.
Pues el proceso va ser largo. ETA dice que no va a actuar, pero no se ha disuelto, ni ha entregado las armas. Y si el desarme físico es necesario, mucho más el de corazones. Sin él, sin superar los odios y los resquemores, la reconciliación no será posible. Para ello, hay que rescatar la verdad de lo ocurrido de tantas mentiras y medias verdades, como se han propalado. Esa verdad no será desvelada a partir de posiciones partidistas que sólo buscarían exculpar a los suyos o próximos y cargar la responsabilidad sobre los rivales.
Aquí también, como en todos los rincones del planeta donde se han dado atropellos e injusticias, será precisa una Comisión de la Verdad, compuesta por personas imparciales que saquen a la luz, escuchando a todos, principalmente a las víctimas, todo lo ocurrido, para conocimiento general, de los que lo han vivido y de las generaciones venideras, para que nunca jamás vuelvan a repetirse estos horrores.
Deben relatarse especialmente:
Los asesinatos, torturas, extorsiones y demás violaciones de Derechos Humanos cometidos por ETA. Los daños morales y materiales cometidos contra personas y bienes, públicos y privados, realizados en lo que se ha llamado kale borroka.
Los crímenes y demás violaciones de Derechos Humanos cometidos, saltándose los límites del Estado de Derecho y respondiendo con violencia de signo contrario a la etarra, por grupos subversivos o aledaños al poder.
El exilio forzado a que se vieron sometidos decenas de miles de vascos para salvar sus vidas o bienes, teniendo que dejar su Tierra y empezar otra vida en lugares lejanos o próximos al País Vasco.
El miedo a que se vieron sometidos miles de vascos, teniendo que ocultar su domicilio o su profesión, cambiar los itinerarios de su vida habitual o viéndose obligados a mirar todos los días los bajos de su vehículo por si hubiera una bomba explosiva pegada a ellos.
Las personas u organizaciones que, como Gesto por la Paz, salían públicamente a las calles de Euskalherría para protestar cada vez que se cometía un atentado y recibiendo por ello insultos, coacciones y amenazas.
Los periodistas y escritores que en medios de comunicación denunciaban sin cesar las violaciones de Derechos Humanos, recibiendo por ello constantes amenazas que a veces llegaban a hacerse realidad sangrante.
Con la verdad puede llegarse a la pacificación de los corazones y la reconciliación. Debe aprenderse para siempre la lección de la esterilidad de la violencia.
El terrorismo etarra atentó directamente contra la dignidad del Pueblo Vasco al pretender amparar sus crímenes en su causa. Alentó el antivasquismo ultraderechista y restó credibilidad a quienes podían coincidir con sus objetivos políticos, pero se negaban éticamente al empleo de la violencia. Y el terrorismo antietarra proporcionó a esta organización una endeble, pero aparente, cobertura moral para continuar su labor sanguinaria.
Ahora, ha llegado la hora de la palabra y la democracia. La dignidad de las personas y sus Derechos Fundamentales están por encima de todas las ideologías. El respeto a las víctimas y la justicia deben estar presentes. Y, dentro de la paz y el respeto mutuo, todas las posiciones políticas pueden ser defendidas.
Para eso están las reglas del juego democrático, para respetarlas y cambiarlas cuando sea preciso, para hacerlas más realistas y justas.