22.6.25. Fiesta del Corpus: Jesús brinda con nosotros, invitándonos al vino del Reino
Antes que Cuerpo/Sangre de Cristo, el Corpus es brindis y promesa de Cristo, invitándonos a su Vino Nuevo en el Reino
Actualmente, el Corpus es una procesión Eucarística por el entorno del templo, venerando al Cristo que Pan Compartido y Vino de alianza de los hombres con Dios en Cristo. Pero en principio, la eucaristía fue una fiesta de vino compartido de Jesús con sus compañeros y amigos, una fiesta en la que Jesús, que va a ser condenado a muerte toma vino con ellos y brinda diciendo. ¡La próxima copa la tomamos en el Reino!.
Así lo muestra el texto más antiguo de la institución eucarística (Mc 14, 25) que proviene del mismo Jesús y que ha sido interpretado, recreado y reformulado por las iglesias cristianas en dos textos esenciales, uno de Pablo (1 Cor 11, 23-26) y otro de Mc 14, 22-24, que la iglesia actual interpreta como propios del Cristo de la Pascua (no del Jesús histórico).
He dedicado al tema 10 o 12 trabajos histórico/teológicos, recogidos básicamente en Fiesta del pan, fiesta del vino y Gran Diccionario
Así lo muestra el texto más antiguo de la institución eucarística (Mc 14, 25) que proviene del mismo Jesús y que ha sido interpretado, recreado y reformulado por las iglesias cristianas en dos textos esenciales, uno de Pablo (1 Cor 11, 23-26) y otro de Mc 14, 22-24, que la iglesia actual interpreta como propios del Cristo de la Pascua (no del Jesús histórico).
He dedicado al tema 10 o 12 trabajos histórico/teológicos, recogidos básicamente en Fiesta del pan, fiesta del vino y Gran Diccionario
| Xabier Pikaza
Antes que Cuerpo/Sangre de Cristo, el Corpus es brindis y promesa de Cristo, invitándonos a su Vino Nuevo en el Reino
Actualmente, el Corpus es una procesión Eucarística por el entorno del templo, venerando al Cristo que Pan Compartido y Vino de alianza de los hombres con Dios en Cristo.
Pero en principio, la eucaristía fue una fiesta de vino compartido de Jesús con sus compañeros y amigos, una fiesta en la que Jesús, que va a ser condenado a muerte toma vino con ellos y brinda diciendo. ¡La próxima copa la tomamos en el Reino!.
Así lo muestra el texto más antiguo de la institución eucarística (Mc 14, 25) que proviene del mismo Jesús y que ha sido interpretado, recreado y reformulado por las iglesias cristianas en dos textos esenciales, uno de Pablo (1 Cor 11, 23-26) y otro de Mc 14, 22-24, que la iglesia actual interpreta como propios del Cristo de la Pascua (no del Jesús histórico).
He dedicado al tema 10 o 12 trabajos histórico/teológicos, recogidos básicamente en Fiesta del pan, fiesta del vino y Gran Diccionario
PUNTO DE PARTIDA. Parece evidente que Jesús celebró con sus discípulos una Cena de solidaridad y despedida, asumiendo y superando los rituales de la pascua nacional judía —centrada en el cordero—, para insistir en el signo del pan compartido (como en las «multiplicaciones»). No sabemos cuál ha sido la forma primera de la bendición del pan, que Jesús ha utilizado en su Cena, pero debe ir en la línea de las palabras de bendición de las multiplicaciones, y de las comidas judías.
Es probable que esa Cena tuviera un carácter dramático, y marcara una ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta «real» de sus discípulos. En ese contexto histórico puede y debe situarse el logión escatológico del vino (Mc. 14:25), que marca el rasgo distintivo de la esperanza de Jesús, centrada en la ofrenda del vino (que no se identifica todavía con su sangre). Según ese “logion del Vino”, la cena de Jesús estuvo centrada en la promesa Reino de Dios, más que en su persona.

PRIMER EUCARISTÍA, BRINIS DE VINO.(Mc 14,25). Este pasaje ofrece la primera versión eclesial e histórica de la eucaristía como bendición) gozosa del vino, entendido como signo del Reino de Dios, sin referencia directa a la muerte de Jesús —no se dice que el vino sea su sangre— y sin vinculación al pan. Esta palabra constituye el «testamento» de la vida y obra de Jesús, que ratifica así, en el momento final, lo que ha dicho a lo largo de su ministerio (anunciando la llegada del Reino) y lo que ha hecho (ofreciendo a los suyos el pan multiplicado).
- En verdad os digo:
- no volveré a beber del fruto de la vid hasta
- el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios (Mt 14, 25)
Este logion vincula dos elementos: (1) Jesús hace un voto de renuncia, comprometiéndose a no tomar más vino mientras siga existiendo el mundo actual. (2) Jesús hace un voto de abundancia: Promete a los suyos el vino del Reino. El texto comienza de un modo elevado (en verdad os digo...), y sigue con una triple negación(que ya no beberé: ouketi ou mê…), que debe interpretarse como juramento o voto sagrado, en el que el mismo Dios actúa como testigo, en fórmula que podría traducirse: «así me haga Dios en el caso de que...».
En el momento más solemne y decisivo de de su vida, rodeado por sus discípulos, tomando con ellos la última copa, Jesús se compromete a no beber más hasta que llegue en plenitud el día Reino que él ha prometido a sus discípulos iniciado (cf. Mc 9, 1; 13, 30)[1]. Este juramento puede interpretarse como voto de abstinencia escatológica, en línea nazirea, de tal manera que, de ahora en adelante, Jesús puede presentarse como nazireo del reino.
El vino (con el pan) ha sido un signo importante de su vida y esperanza. Lógicamente, al acercarse el momento decisivo, Jesús proclama que ya no beberá más vino en este mundo viejo, en este orden de cosas (pues podrán matarle), pero añade que llega (se está acercando de inmediato) el reino[2]. De todas formas, estrictamente hablando, estas palabras no son un voto de abstinencia, sino una promesa de culminación futura de su reino. Jesús no ofrece su cuerpo a Dios como expiación por el pecado de los hombres, ni entiende su sangre como reparación por los pecados del pueblo (en la línea del Yom Kippur de Lev 16, sino que toma con sus discípulos y amigos una copa de solidaridad y promesa de vida, asegurándoles que la próxima la tomará con ellos en el reino.
El centro y sentido de esta copa final de final de Jesús no es su muerte¸ él no dice como en el relato post-pascual de su eucaristía “esta copa es mi sangre entregada por vosotros”, sino esta copa que ahora tomamos es anuncio y promesa del Vino nuevo, que he de beber muy pronto en el reino (¡la próxima copa en del Reino!)
Conforme a esta palabra, esta copa de vino que Jesús bebe con sus amigos y compañeros no es signo de la sangre que él derrama por ellos (como sacrificio de expiación ante Dios, sino que es signo de vida y de fiesta. (a) Es la copa que él bebe y comparte con ellos, alegrándose de su compañía. (b) Bebiendo esta copa con ellos él les promete que la próxima copa la beberán de nuevo juntos, en la fiesta suprema del reino que llega.
Ésta es por tanto una copa de fiesta doble: La fiesta que ellos celebran ahora, en este mundo, despidiéndose como compañeros y amigos; la próxima copa que ellos beberán juntos, de nuevo, en el reino de Dios. El signo que une está fiesta en el mundo (en la última cena) y la próxima copa en el reino de Dios es la “copa de vino”, no una oración que rezan juntos (eso también). No un simple abrazo, un apretón de manos, sino una copa de vino que todos comparten.
Ciertamente, Jesús les invita al reino de Dios, a ellos, en concreto, pero les invita con una copa de vino de fiesta. El elemento distintivo del reino de Dios como fiesta será una copa compartida de vino. Aquí en el mundo el vino viejo, antiguo, de la vida. En el reino de Dios el vino nuevo de la vida culminada. Hay otros signos del reino (vestidos nuevos, visión beatífica: 1 Cor 13). Pero, según este pasaje, el signo determinante y decisivo es una copa de vino nuevo compartido.
En ese sentido, esta copa de vino que Jesús bebe con sus amigos no es expresión de un voto abstinencia, sino todo lo contrario: Es una promesa de continuidad, de compañía, de plenitud. Ésta es su última copa en este mundo. La siguiente será en el reino. En un sentido, ésta es la última en este mundo antiguo; pero, en otro sentido, se puede interpretar como principio de la nueva como copa en reino de Dios, que así aparece simbolizado por el vino.
Jesús promete abstenerse de beber vino “hasta que beba (con vosotros) el vino nuevo del Reino”. No se trata de una “abstinencia ascética) por rechazo del vino de solidaridad o de alegría, sino de una abstinencia mesiánica. Porque llega la próxima como en el Reino de Dios que así aparece como vino compartido.
Eso significa que ha puesto su destino al servicio de la viña de Dios, es decir, de la plenitud de vino en el mundo de Dios. Con el “vino de este mundo”, en la fiesta de su despedida (se despide porque van a prenderle y matarle, se despide dándoles su vida como vino compartido, prometiéndoles el “vino nuevo” de la nueva cosecha del Reino.

Esta promesa final de vino del reino aparece así como culminación de todo el camino de Jesús con sus discípulos. Ha sido un camino fuerte como indicaremos, un camino de condena (van amatarle), pero un camino que puede condensarse en una copa de vino compartido.
Jesús ha ofrecido su mesa (pan y peces) a los marginados y pobres, a los publicanos y multitudes. Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la mejor tradición israelita, él declara y proclama delante de sus amigos que ha cumplido la misión que Dios le ha enconmendado, ha terminado su tarea: sólo queda pendiente la respuesta de Dios, el vino del “año nuevo”, la fiesta del Reino.
Así pasa del “vino antiguo” de esta fiesta de despedida (que el ritual posterior de la institución eucarística interpretara como copa de alianza: Mc 14, 23-24) al “vino nuevo” de la promesa de culminación mesiánica. Al beber así la última copa (copa antigua, que termina en la muerte) puede y debe interpretarse como promesa y comienzo de la copa nueva del reino, Jesús les está invitando a tomar la “nueva copa” del Reino, es decir, en la copa de la vida plena de Dios para siempre. Entendido de esa forma, este logion desborda el nivel de los elementos centrales de la pascua judía (pan sin levadura, hierbas amargas o cordero sacrificado), abriéndose a la nueva tierra y vino del Reino[3].
Recordando esa palabra sobre el vino, la tradición evangélica sabe que Jesús se ha mantenido fiel a su proyecto de Reino, hasta la muerte. Sin esa “fidelidad” hubiera sido imposible el camino posterior del evangelio (el nacimiento de la Iglesia). Pues bien, esa fidelidad se inscribe en un contexto de “negación” de los discípulos que, en el momento decisivo, no han querido (o no han podido) aceptar el proyecto de Jesús, abandonándole y dejándole a solas con la muerte. En este mismo contexto se sitúa el relato posterior de Marcos la “fundación eucarística” posterior de la iglesia (Mc 14, 22-24 par).
En ese ambiente de tensión ha situado el evangelio la “crisis” de los discípulos que, al ponerse ante las últimas consecuencias del gesto de Jesús, no acaban de aceptarlas. Ellos no son protagonistas pasivos de una historia externa, espectadores de algo que sucederá con Jesús, sino que forman parte de su entrega de Reino y, llegado el momento final, no la aceptan, al menos en la forma en que Jesús la acepta y la proclama.
La nueva copa la tomarán en el Reino, maten a Jesús o no le maten. Jesús supone así que llega de inmediato el Reino, tanto por su vida (si triunfa, y Dios trae ya ese Reino), como por su muerte (si muere, su muerte será para el reino), en una línea que puede compararse a la de Pablo en Flp 1:21-24.
En este contexto define al vino «fruto de la vid» (genêma tês ampelou) en imagen que Jn 15 ha expandido en rico simbolismo: Como la vid se expresa por su fruto de vino, así Jesús ratifica el don de su vida con una copa compartida del fruto de la vid. Entre la última copa con sus discípulos en la Cena y el vino nuevo del Reino de Dios se establece una profunda conexión que da sentido a todo el evangelio, convirtiendo el recuerdo de Jesús en anticipación escatológica.
Entre esta última copa de Jesús y la llegada del Reino se abre, según Marcos, todo el tiempo de la Iglesia, fundada precisamente en este gesto de Jesús y en lo que ese signo significa (el compromiso concreto de entrega, y la entrega concreta de la vida). Éste es, según Marcos, el signo definitivo del proyecto de Jesús, centrada en sus discípulos, abierto a todos los hombres y mujeres: La copa de vino nuevo del Reino que él ha anunciado (preparado) y que ahora promete a los suyos, desde el borde de la muerte.
Marcos sólo ha empleado la palabra «nuevo», gr. kainos, en contextos especiales de ruptura y recreación: habla de «enseñanza nueva», didakhê kainê, como título y nota principal del evangelio (1:27); de «nuevos odres», askous kainous, para el vino «joven», neon, con el sentido de kainon, del banquete nupcial del mesías (2:21-22). Desde ese fondo ha de entenderse la alusión al vino nuevo del Reino de Dios, que los seguidores de Jesús podrán compartir con él. Así se vinculan comida de Jesús con los pecadores en Mc 2,13-17 (vino nupcial, que toman al casarse, de una copa, novio y novia: Mc 2:21-22), cena con los discípulos (gesto de la copa) y banquete escatológico del vino del reino.
El recuerdo de la Cena de Jesús sitúa a sus seguidores ante el signo de la entrega de Jesús, en el momento clave de su entrega y promesa de Reino.
Pablo. De la copa del reino a la institución de la Eucaristía
El texto doble de la «institución eucarística», expresada en el pan y el vino (Mc 14:12-21 par) es posterior a la promesa del vino del reino. Probablemente no proviene de la última cena, pero puede recoger y reformular un elemento de ella
En un momento dado, que sólo conocemos bien por Pablo (1 Cor 11: 23-26), algunas comunidades helenistas (de Jerusalén y Damasco, de la costa de Palestina y de Fenicia y después de Antioquía) «descubren» (encuentran y despliegan) un sentido especial en los signos de la cena de memoria de Jesús.
Esas comunidades interpretan el pan como «cuerpo mesiánico» (sôma del Cristo) y el vino como/cáliz, copa de la alianza.Los seguidores de Jesús «descubren» su presencia en el pan y como pan, no sólo para el futuro del Reino, sino en el presente de su vida. Interpretan el vino de la promesa del reino futuro como «copa mesiánica» en la que el mismo Reino se hace presente, de manera que en ella se evoca y simboliza sangre (gr. haima) de la nueva alianza que Dios ha realizado con los hombres por Cristo. Éste ha sido el momento clave: el descubrimiento de la «sangre» (muerte) de Jesús como presencia salvadora, el compartir su sangre.
De un modo solemne, Pablo afirma que él «ha recibido del Señor» (egôparelabon apo tou Kyriou, 1 Cor 11:23) la «identidad y sentido» de la Cena de Jesús, que habría sido revelada por el mismo Señor, en una línea comunitaria que proviene de los helenistas de Hch 6, y que desemboca de alguna forma en el mismo Pablo.
Pablo 1 Cor, 11, 23-26
233Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan 24y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
25Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
26Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. 27De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor.
En un sentido, al afirmar que ha recibido la tradición eucarística «del Señor», Pablo podría estar pensando que él ha sido el «creador» (descubridor, propagador) de este tipo de eucaristía, en la que Jesús aparece pan como sôma mesiánico y cáliz (potêrion) como copa de la alianza nueva, en la sangre de Jesús.
Pero, en otro sentido, Pablo puede afirmar que ha «recibido del Señor» algo que la misma comunidad helenista le ha transmitido como palabra o tradición del Señor; en ese sentido, él aparecería como transmisor de una tradición eucarística propia de la comunidad helenista. Esa formulación eucarística, que puede llamarse paulina (o quizá mejor antioquena, por el lugar desde donde parece haberse propagado desde el año 40-50 d.C.) es la que se ha impuesto después, de alguna forma, en todas las iglesias. Según ese modelo, la Cena del Señor tiende a separarse de la comida diaria (con pan y peces), para convertirse en ritual del pan y el vino sagrado. Este pan y vino no aparecen ya como meros signos de comida fraterna y de anticipación escatológica (en el plano normal y nacional del judaísmo, como podía suceder en Qumrán y en otros grupos), sino como elementos fuertes de la presencia mistérica de Jesús.
De esa forma, por la misma dinámica de su mensaje, las iglesias helenistas (representadas por Pablo) han dado un «salto» fuerte, que se puede y debe fundar en un tipo de judaísmo (y, sobre todo en la vida de Jesús), pero que desborda otros tipos de judaísmo, y la misma experiencia anterior de las iglesias, al afirmar que el pan y la copa de la Cena son el cuerpo y la nueva alianza en la sangre del Señor.
Evangelio de Marcos. Introduce la eucaristía en la vida de Jesús
Marcos recoge la tradición de la eucaristía helenista (tal como Pablo la ha «recibido» y transmitida) y la integra en la historia de Jesús, en el contexto de su cena histórica, poniendo así de relieve la afirmación central de Pablo, que había introducido su fórmula con una frase enigmática que, sin contexto adecuado, resultaba difícil de entender: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan…» (1 Cor 11:23). Sólo en el fondo de «entrega histórica» se puede entender e interpretar el signo eucarístico del pan como cuerpo mesiánico y del vino como sangre de la alianza. Eso es lo que Marcos ha puesto de relieve al situar la eucaristía en este momento de la «entrega» de Jesús.
Mc 14, 22-24
Mc 14: 22Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».
23Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. 24Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos
De esa manera, el pan y el vino aparecen en Marcos como elementos centrales (básicos) de una cena ritual de celebración, que no es ya una simple comida diaria. En ese contexto, Pablo añadía la exigencia de repetir el gesto eucarístico («haced esto en memoria mía», 1 Cor 11:25).
Marcos, con Mateo, sitúan el relato de la cena en el conjunto de la «biografía kerigmática» de Jesús, de manera que, en sentido estricto (a diferencia de 1 Cor 11:24-25), no ofrece un texto de ritual, sino un recuerdo histórico; por eso, en principio, no siente la necesidad de evocar la necesidad de repetición del gesto, diciendo: «haced esto».
A pesar de ello, es claro que Marcos está presentando aquí el signo distintivo del Jesús pascual de los helenistas, que ha entenderse desde el fondo de todo su evangelio, y en especial a partir de la sección de los panes (Mc. 6:6b-8, 26). Eso significa que la eucaristía no es un gesto aislado de la vida de Jesús, sino que ofrece el compendio y el sentido más profundo de ella.
Este es un tema que se discutió y se sigue discutiendo desde la perspectiva del judaísmo de su tiempo, fijándose especialmente en el día en que ella pudo celebrarse. De todas formas, es probable que más que la fijación del día de su celebración, a Marcos le interesa el hecho de que Jesús ha pasado de la vieja pascua nacional (celebrada con cordero sacrificado en el templo) a la nueva experiencia de su muerte y de su pascua (celebrada con pan y vino).
Por eso, Marcos empieza situando la cena de Jesús en contexto de pascua israelita (como quieren los Doce), para superar después (por dentro) ese nivel, pasando así de un tipo de alianza (fiesta) intrajudía a la alianza cristiana, que ha de estar abierta a todas las gentes (cf. Mc. 13:10).
CENA DE ENTREGA MESIÁNICA. Por encima de la fecha externa, conviene saber cómo Marcos ha entendido la Cena de Jesús en el conjunto de su evangelio. Posiblemente, los discípulos quisieron que fuera una liturgia oficial (con cordero), en la Víspera de Pascua, pero de hecho, según Marcos, esa liturgia no pudo celebrarse en la Vigilia de Pascua, pues aquel año la Pascua cayó en sábado y la cena de Jesús y sus discípulos no se celebró la víspera del sábado (que fue el día de la crucifixión), sino la víspera de la víspera (el llamado Jueves Santo). No parece una cena pascual, al estilo «ortodoxo».
Ciertamente, son muchos los investigadores que afirman que la cena de pascua se podía celebrar de hecho no sólo la vigilia de pascua (que era el día más santo), sino alguno de los días anteriores, que es lo que habría sucedido en el caso de Jesús y sus discípulos, que habrían adelantado el día de la celebración, por razones de prudencia. Sea como fuere, el caso es que, según Marcos, Jesús ofreció a su celebración un sentido distinto, pues prescindió del «cordero tradicional» (con su sangre), para centrarse en el pan y el vino, como signos de su propia entrega mesiánica.
En la Cena de Jesús faltan —o no se citan— tres elementos básicos de la pascua judía tradicional: pan ázimo, cordero, hierbas amargas. Resulta asombroso que Jesús no hubiera aludido en su Cena a esos signos, si es que estuvieran celebrando la Pascua oficial judía: las hierbas amargas podían expresar su sufrimiento, el cordero su muerte, los ázimos el nuevo pan del reino.
El Jesús de Marcos no ha querido culminar su obra con el cordero ritual de la fiesta, que debía sacrificarse precisamente en el templo, para el culto de la pascua, celebrado luego en las casas. Todo parece indicar que la cena de Jesús no tuvo carácter pascual estricto. Pero, el problema no está en mostrar el carácter pascual o no pascual de la Cena de Jesús, sino en descubrir la razón por la que Marcos ha querido introducirla en un contexto pascual. Probablemente. lo ha hecho para ejemplificar la oposición entre los discípulos (que se empeñan en comer la pascua judía, en fidelidad a las tradiciones rituales del pueblo) y Jesús, que les ofrece una comida distinta de aquella que le piden. Por eso, ha introducido la Cena en contexto de pascua judía, para indicar así mejor la novedad de Jesús frente a ella.
En un primer momento, Marcos muestra que Jesús acepta el deseo de los Doce, representantes del pueblo mesiánico, en el marco de su anuncio de Reino, para celebrar la cena ritual de la memoria y esperanza israelita. Pero después él transforma el rito nacional y lo convierte en Cena de su propia despedida —y de su presencia más alta—, desplegando en ella los signos básicos de su mensaje.
Sentado a la mesa con sus discípulos Jesús celebra con ellos, por anticipado, el banquete de anuncio del Reino, que había sido un elemento esencial de su camino, desde la comida con Leví y los publicanos (2:13-18), a quienes invitaba al reino, pasando por las multiplicaciones (6:30-44 y 8:1-10), que extienden el banquete hacia los pobres de Israel y los gentiles, hasta la cena de la noche anterior en casa del leproso, con el gesto de la unción de la mujer (14:3-9). Culminando y condensando esas comidas, en el momento final de su camino, Jesús se ha sentado con los Doce para realizar ratificar su camino y realizar su gesto culminante.
Le han impulsado a cenar ellos: sus discípulos, de manera que él debía mostrarse satisfecho de su solicitud. Le han invitado a celebrar la fiesta de la afirmación judía, a fin de que él pudiera decidirse, finalmente, a realizar aquello para lo que había venido a Jerusalén: para instaurar por fin el Reino. Éste era el momento decisivo, la hora de la verdad; ahora debía cumplirse ya lo prometido, esta noche de Pascua, noche del Paso de Dios y de la liberación del pueblo.
Lógicamente, desde la perspectiva de los discípulos (Pedro en Mc :31-33; los zebedeos en 10:35-40), Jesús debía descorrer ahora el velo de su trama, como Dios lo había descorrido la noche de la Pascua de los hebreos en Egipto (cf. Ex 12). Si algo podía, Jesús debía hacerlo esta noche. Pero él no pudo o no quiso, sino que, en contra de lo que esperaban, empezó a entristecerse y a decirles que uno de ellos, del grupo de los Doce, uno de los que le habían invitado a cenar y metía la mano en el mismo plano, le iba a traicionar (14:18-20, retomando un motivo de Sal 41:9).
Recostados en torno a la mesa (anakeimenôn, 14:18), compartiendo la memoria y esperanza israelita, sería el momento de la decisión, el signo de solidaridad suprema. Jesús debería haber hablado entonces del cordero y de la sangre de la pascua, asumiendo los ideales de la nación sagrada en su compromiso por el Reino. Era la oportunidad para estrechar los lazos con el pasado y presente de su pueblo. Si todo hubiera sido normal, Jesús debería haber reafirmado su pertenencia al pueblo de la alianza, en clave de comida sagrada. Pues bien, en vez de eso, en el momento de mayor solemnidad, dejando a un lado el simbolismo judío de la sangre y del cordero nacional de pascua, Jesús dirá a sus discípulos que van a traicionarle.
Jesús aprovechó este tiempo de encuentro decisivo para manifestarles la hondura más oculta de su traición, entristeciéndoles por ello. Por eso, ésta no es la cena de la Pascua de Dios, sino la cena donde culminó la infidelidad de sus discípulos, como él mismo se lo hizo ver, hablándoles de su traición, de tal manera que ellos, uno a uno, empezaron a entristecerse (êrxanto lypeisthai; 14:19).
En ese contexto, mientras se recuestan ante la mesa, en signo que debía ser de fuerte solidaridad, Jesús desenmascara su traición —centrada en Judas—, pero extensiva a todos: La noche de la traición... aquí y en Getsemaní. Se supone que ésta debía ser una hora de unión intensa, de vinculación grupal: momento oportuno para estrechar los grupales y abrir caminos de futuro nacional. Para poner de relieve ese aspecto, Marcos ha situado la cena en contexto de Pascua.
Los Doce quieren que sea la hora del Cordero de la liberación, el momento de la prueba asumida (hierbas amargas), de la esperanza nacional cercana (ázimos). Pero, en lugar de eso, Jesús descubre en la Cena la ruptura radical del grupo: «¡Uno de vosotros (=de los Doce) me ha de traicionar!» (14:20).
Lo que debía ser comida de fidelidad se vuelve memorial de muerte, y así se muestra que Jesús no muere por intriga de una mala reina en el Banquete de Herodes, como se dice de Juan Bautista (cf. Mc 6:14-29, sino por algo más doloroso: por la «entrega» de uno de sus Doce, que rompe el signo del pan universal, para ponerse al servicio de la comida intra-judía sacral de los sacerdotes. Precisamente aquí, dentro de un banquete que debía ser de Pascua Nacional, cumpliendo su sagrado deber israelita, Judas se dispone a entregar a Jesús (como anunciaba 14:10-11).
COMPARACIÓN PABLO-MARCOS. Pablo escribe un texto litúrgico, no una biografía mesiánica como Marcos, y por eso transmite por dos veces, en referencia al pan y en referencia al vino, el mandato de la repetición «anamnética»: «haced esto en memoria mía». Marcos, en cambio, no incluye ese mandato, aunque puede darse por supuesto.
Pablo vincula el aspecto sacrificial con el pan, del que se dice: «Esto es mi cuerpo [sôma] por vosotros [hyper]»; así sobreentiende que es un cuerpo «dado por» (a favor de), un cuerpo cuya esencia misma es «don», no clausura en sí. El pan de la cena es «el cuerpo del Hijo de Dios entregado por mí, por vosotros» (hyper emou).
Pablo interpreta el cáliz no como sangre, sino como nueva alianza en mi sangre (kainê diathêkê en tô emô haimati), evitando el horror que los judíos pueden sentir por la sangre, pues el cáliz no es la sangre del Kyrios, sino «la nueva alianza» que se expresa en ella. Lo que en la Cena se celebra no es por tanto «la sangre derramada», sino la nueva alianza, en una perspectiva claramente judía y escatológica, pues muchos judíos esperaban la nueva alianza que Jer 31:31 había prometido para el tiempo de culminación de Israel.
A diferencia de Pablo, Marcos puede identificar ya el cáliz con la sangre (vida) de Jesús y no sólo con su alianza. El Jesús de Marcos había hablado ya del cáliz como «bautismo de vida», es decir, como muerte a favor del Reino (cf. Mc 10:35-45). En ese contexto ha añadido que Jesús, Hijo del Hombre, «ha venido a servir a los demás y a dar su vida (psykhê) como redención por muchos [anti pollôn]» (10:45). Desde ese fondo se entiende el signo del vino, interpretado como «sangre» en el sentido radical de «vida» (Gn 9:4-5; Lv 17:11,14; Dt 12:23).
Marcos, y Mateo, dan un paso en adelante, de manera que tomando el cáliz con el vino, Jesús dice en sentido ya preciso: «esto es mi sangre…», pero no sangre sin más, sino sangre de alianza, de manera que lo fundamental sigue siendo la «alianza», no la sangre en sí, que es medio para la alianza. El texto de Marcos (retomado al pie de la letra en Mt 26:28) se puede traducir de dos maneras.
a) Ésta es la sangre mía de la alianza, uniendo mou (mía) con haima (sangre), para destacar la novedad de la sangre de Jesús, como suponiendo que la alianza resulta conocida (sería la misma de Ex 24:8) y que la novedad es la sangre.
b) Es la sangre de mi alianza, uniendo mou con diathêkês, para destacar así la novedad de la alianza de Jesús (en una línea más cercana a Pablo). En las dos traducciones, la palabra central no es sangre, sino alianza, como aparecía más claro en Pablo-Lucas. Jesús no dice «esto es mi sangre» sin más, sino «ésta es la sangre» de mi alianza.
Pablo presenta la eucaristía en un fondo escatológico, de manera que la celebración del pan/cuerpo y del cáliz/alianza aparecen como anuncio del Señor que viene (1 Cor 11:26). En ese mismo contexto, Marcos recoge el texto esencial que se arraiga en la historia de Jesús, y que anuncia la llegada del Reino: «En verdad os digo: no beberé del fruto de la vid hasta el día aquel en que beba [el] nuevo en el Reino de Dios (Mc 14:25). Este Jesús de la última cena de Marcos habla de la llegada del Reino; Pablo, en cambio, anuncia la venida del Kyrios. Esta diferencia es normal: el Jesús de Marcos —que, en este caso, nos lleva hasta un plano histórico más antiguo que el de Pablo— se sitúa aquí en la línea de todo su mensaje anterior, mientras que Pablo sabe ya que la plenitud del Reino de Dios se identifica con el mismo Jesús, que es Kyrios anunciado en la eucaristía.
Desde ese fondo, puede afirmarse que este pasaje de Marcos se encuentra en el principio de la evolución eucarística de la Iglesia, allí donde (en ámbito judío) el signo principal es el cáliz (copa de vino) y la esperanza básica es la llegada del Reino, que Jesús anuncia al decir que no beberá ya aquí del vino, con los suyos, sino que beberá el Vino Nuevo de Dios; no dice que él es vino de Reino (como en el texto eucarístico), sino que beberá el vino del Reino, con sus discípulos.
Las palabras de Mc 14:25 son fundamentales, como muestra su introducción solemne: «en verdad os digo» (amên legô hymin), que parece servir no sólo para ratificar la importancia de la frase que sigue, sino también para interpretar a partir de ella lo anterior. Todo permite supone que Jesús, dentro de un amplio contexto pascual, ha celebrado con sus discípulos una fiesta de entrada en la tierra prometida, en la línea de un texto clásico de la tradición judía (Jos 5:10-12).
Jesús no está recordando el pasado (la pascua nacional judía del Éxodo, con cordero), sino instituyendo un tipo de pascua nueva, en mismo borde de la «tierra prometida», para celebrar su entrada en ella. Por eso alude al vino nuevo, que no es propio de la fiesta de pascua (en el plenilunio de primavera no lo había todavía), sino el vino de una fiesta de primicias, que parece más vinculado al recuerdo de Pentecostés (alianza) e incluso al de la fiesta de los Tabernáculos (cuando se bebía el vino nuevo). En este contexto pueden recordarse los diversos ritos pentecostales del vino y pan, propios de varias fiestas judías que diversas comunidades estaban celebrando en aquel tiempo.
NOTAS
[1] Mt 26, 29 ha retocado ligeramente el texto de Marcos, simplificando la formula de juramento. Lucas lo ha dividido en dos partes paralelas: una sobre la pascua y otra sobre el vino (cf. Lc 22, 16.18), ampliando así el tema y vinculando (quizá en forma tardía) comida y bebida, como signos del reino. Los dos signos (pascua del pan y bebida) quedan proyectados de esa forma hacia el futuro de la escatología.
[2] La Biblia recuerda otros votos semejantes: David no dormirá en su lecho hasta edificar a Dios un templo (Sal 132, 2-5); los conjurados de Hech 23, 23 no comerán ni beberán hasta matar a Pablo... Esto parece indicar que el Reino se iniciará en los próximos días y que Jesús asistirá a su comienzo. Pero el dicho puede significar también que la muerte de Jesús es inminente, aunque añadiendo que, después de morir, él volverá a beber «vino en el reino de Dios. Sea como fuere, este dicho supone que Jesús era consciente del peligro de muerte violenta, pero esperaba que Dios interviniera y que el Reino comenzase pronto, sea antes de su muerte, sea inmediatamente después (cf. G. Theissen y A. Merz, Jesús histórico, Sígueme, Salamanca 2000, 476-477).
[3] En este contexto pueden recordarse los diversos ritos pentecostales del vino y pan. El texto completo de Marcos sobre la Última Cena (Mc 14, 12-21) resalta la ruptura mesiánica de Jesús, que nos lleva de la pascua judía a la esperanza y plenitud del Reino. Este logion resulta lógico dentro del contexto de Jesús y de sus ideales de reino, vinculados al pan y al vino (especialmente al vino), en la línea de la tensión escatológica de su mensaje. Ante el riesgo de morir, Jesús reúne a sus discípulos y les ofrece el signo más hondo de su vida, una copa de solidaridad y promesa escatológica.