Iglesia y familia en el Ev. de Mateo 1 (Rev. de Ciencias y Orientación familiar, UPSA)

Se han publicado y se vienen discutiendo ya los “lineamenta” o esquemas de ese Sínodo, que tratará de La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Las opiniones sobre el tema son diversas, y se mueven entre la pura teoría y la fácil propaganda, a favor o en contra de la iglesia y la familia: se casan los curas, crecen los divorcios, viva el matrimonio gay, los transexuales van en contra del derecho de la iglesia etc. etc.
En ese contexto, valorando mi libro sobre La Familia en la Biblia (Verbo Divino, Estella 2014), la Revista de Ciencias y Orientación familiar de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), que es quizá el máximo organismo científico español sobre el tema, me ha pedido un trabajo de fondo sobre las claves de la familia en la Biblia, y he pensado que mi aportación puede fundarse en el evangelio de Mateo, insistiendo en el riesgo de el escándalo, entendido como principio de destrucción de la familia.
El trabajo acaba de ser publicado, y quien quiera puede acudir a la revista de la UPSA para consultarlo en su integridad. Aquí ofrezco una síntesis para los lectores de mi blog. Lo haré DM en dos momentos: hoy la primera parte; este fin de semana la segunda.
Mi reflexión es algo largas, pero insiste en algo esencial, destacando el riesgo de escándalo y destrucción de la familia, partiendo de los niños y pequeños. Lea quien quiera seguir, pasando quizá por alto las primeras reflexiones, para comenzar con el apartado que dice Pregunta básica: ¿Quién es el más grande? .
El pasaje que sigue, y mi estudio sobre la familia, nos sitúa ante un “pecado” mayor que el de la pederastia puramente física, que es ciertamente grande, pero que sólo alcanza su verdadera gravedad en el contexto del gran pecado humano que es la envidia y lucha interhumana: aprovecharse de los otros, es decir, utilizarles al servicio de nuestro provecho particular.
Buen día a todos los lectores veraniegos (en el hemisferio norte), con mi agradecimiento al director de la revista y a la Escuela de la Familia de la UPSA por pedirme y publicar este trabajo.
Iglesia y familia en el Evangelio de Mateo. Introducción
Sobre la historia y sentido de la familia en la Biblia se han escrito en los últimos años muchas y buenas investigaciones . Hay también numerosos libros y trabajos dedicados a la familia en la historia de Jesús y en los evangelios, especialmente en Marcos. En ese contexto ofrezco esta aportación sobre Iglesia y Familia en el Evangelio de Mateo.
Podría haber trazado una visión de conjunto, en clave teológica, cristológica, eclesial y/o antropológica, destacando algunos temas monográficos, como Jesús y la familia en el Evangelio de la Infancia (Mt 1-2), Crisis mesiánica y Ruptura de Familia (Mt 10, 21-22), Nueva Familia Mesiánica (Mt 12, 46-50; 19, 27-30). También podría haber insistido en La Fraternidad según el Evangelio de Mateo, en la línea que empezó a desarrollar Joseph Ratzinger, en sus trabajos más antiguos.
Pero he querido centrarme en una sección especial de Mateo (17, 24‒19, 15), centrada en Iglesia y Familia. Ella comienza con la escena del tributo (17, 24-27) a la que sigue la gran catequesis o discurso unitario sobre la Iglesia como familia (Mt 18), a partir de los niños (18, 1-4), los pequeños y/o perdidos (18, 5-14), con la ley eclesial de la unión comunitaria (18, 15-20), para culminar en la experiencia y tarea del perdón mutuo (18, 15-35). Terminado ese discurso, Jesús plantea y/o resuelve algunas preguntas básicas sobre el matrimonio y los niños (19, 1-15), ofreciendo así una visión de conjunto de la familia en la Biblia, como indicarán las reflexiones que siguen.

((En esa línea he publicado un estudio sobre La Familia en la Biblia. Una historia pendiente, Verbo Divino, Estella 2014, donde ofrezco una visión de conjunto del tema con amplia bibliografía. Cf. también Crisis de familia y Trinidad en Marcos, Carthaginensia 10 (1994) 263-306; Familia mesiánica y matrimonio en Marcos, Estudios Trinitarios 28 (1994) 321-341, y en obras de conjunto como Evangelio de Marcos. La buena noticia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2012, e Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013. Dediqué además, a ese tema de la fraternidad cristiana en Mateo, un amplio estudio titulado Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25,31-46, Sígueme, Salamanca 1984. Vengo preparando desde hace algún tiempo un comentario al Evangelio de Mateo en cuyo contexto se sitúan las reflexiones que siguen.
No puedo desarrollar todos los temas de fondo de esa sección, y así me limito a ofrecer una visión de conjunto de ella, partiendo del libro ya citado (La Familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 2014), insistiendo en la relación entre Iglesia y familia. Para una introducción a Mateo, cf. D. Senior, What are they saying about Matthew?, Paulist, New York 1996 y G. N. Stanton, The Interpretation of Matthew, Clark, Edinburgh 1995. Entre los comentarios básicos, cf. W. D. Davies, y D. C. Allison Jr., Matthew I-III, ICC, Clark, Edinburg 1991ss; P. Bonnard, Evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1983; U. Luz, El Evangelio según San Mateo I-III, Sígueme, Salamanca 1993ss)).
1. Introducción. Los hijos son libres, no pagan impuestos ( Mt 17, 22-27)
Todo empieza con la escena del “tributo” (17, 22-27), un tema que es clave en la Biblia. Tributos a quien: ¿a Dios, al Estado? Pues bien, en ese contexto, Jesús pone de relieve que sus seguidores, hijos de Dios forman todos una familia, de manera que no tienen obligación de pagar, pues no están obligados por ninguna ley impositiva, pero, añadiendo después que, por no escandalizar, ellos pueden hacerlo. Éste es el tema: La familia es un espacio de fraternidad y comunión donde unos no pagan a los otros, pues todos viven en comunicación gratuita de la vida… Pero
Mt 17, 24 Y llegando a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: ¿No paga vuestro Maestro el didracma? 25 Él respondió: Sí. Pero cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: ¿Qué te parece, Simón?: los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran tasas o tributo (tele y kenson), de sus hijos o de los extraños? 26 Él contestó “de los extraños”. Y Jesús le dijo: Por tanto, los hijos están libres. 27 Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti.
Este pasaje ofrece un paradigma, con sentencia económico/eclesial y milagro, que se entiende como forma simbólica de solucionar un tema clave de organización eclesial y de política. Es un texto de “política eclesial” que interpreta las relaciones de Jesús y de la Iglesia con el judaísmo (y la política imperial) a partir del impuesto para el culto y clero de Jerusalén (cf. ya Neh 10, 35). No sabemos si Jesús lo pagaba, aunque podemos suponer que sí, pues lo hacían todos los judíos lo hacían. Pero es muy posible que este pasaje haya sido escrito tras el año 70 d.C., cuando los romanos habían empezado a cobrar ese tributo del templo.
(Sobre el tema socio-religioso de fondo, cf. W. Carter, Mateo y los márgenes. Una lectura sociopolítica y religiosa, Verbo Divino, Estella 2007, 517-520).
Por eso, el texto empieza hablando del didracma (17, 24), las dos dracmas del impuesto judío del templo, para seguir citando los telê y/o kenson del impuesto romano (17, 25). Para la iglesia de los judeo-cristianos del evangelio de Mateo (escrito hacia el 89/85 d.C.), el problema no era ya el mantenimiento del templo de Jerusalén (destruido el año 70), sino la solidaridad con el conjunto de los judíos, castigados por Roma tras la derrota, que debían entregar su impuesto al Imperio.
En un primer plano, según Jesús, los cristianos son “hijos” de Dios, forman parte de la “casa o familia real”, de manera que no tienen que pagar. En contra de aquellos que se sienten súbditos y esclavos (obligados a pagar), ellos (como Jesús y Pedro) se descubren hijos y hermanos, y como tales no tienen que dar a Dios nada, sino recibir sus beneficios, pues Dios no cobra tributo a los suyos, sino que él mismo les ofrece todo, procurando que vivan en abundante gratuidad. En un sentido radical, conforme a ese modelo de humanidad fundado y promovido por Jesús, la vida social no puede entenderse como sometimiento, sino como filiación y fraternidad.
Si hombres y mujeres somos hijos de Dios, hemos de ser también hijos y hermanos de los hombres, una gran familia, no siervos los uno de los otros, de manera que no debemos pagar tributos, como supone Pablo en Gal 3, 28: “Ya no hay señores y esclavos…”, pues todos somos “uno en Cristo”.
Ésta experiencia introduce en el mundo un germen o levadura (cf. Mt 13, 23.33) de familia y libertad, y según ella nadie tiene que pagar nada a los demás (ni a reyes y emperadores o sacerdotes), pues en Dios somos familia, hijos de su casa. Sin embargo, para que no escandalizar… (17, 27), es decir, para no romper con violencia la estructura actual del mundo y para no desligarnos de los más pobres, Jesús pide a Pedro que pague (que se someta a la ley del tributo). Eso significa que, en el orden actual (desde dentro o fuera de Israel), siendo en sí plenamente libres, los cristianos han de portarse en un plano como extraños, pagando un “censo” con ellos (los allotrioi). Entendido de esa forma, el pago del impuesto constituye un gesto de libertad radical. Siendo radicalmente libres, familiares de Dios, los seguidores de Jesús, aceptan el sometimiento (sin estar por dentro sometidos), como el Cristo de Flp 2, 6-11, que siendo divino (pudiendo vivir en la libertad plena de Dios) se hizo esclavo, para liberar a los esclavos, en gesto de solidaridad con los oprimidos de este mundo.
Este pasaje ha sido muy importante para la tradición cristiana de la familia, porque introduce dos palabras significativas.
(a) Por un lado alude los allotrioi, extraños o extranjeros, aquellos que no forman parte de la familia de Dios, ni de la familia de los hijos de la tierra.
(b) Por otro sabe que los hijos, huioi, no tienen ninguna deuda que pagar, ni a Dios ni a los demás, sino ser familia con todos. Como hijos de Dios (hermanos entre sí), los cristianos están llamados a extender el espíritu y la práctica de la filiación y fraternidad de la familia de Dios en el mundo entero (cf. Gal 3-4).
2. Pregunta básica, un orden de familia: ¿Quién es el más grande? (18, 1-5).

Con este pasaje entramos ya en la sección estrictamente eclesial de Mateo (Mt 18: Sermón sobre la Iglesia), marcada por la pregunta de los discípulos: ¿quién es el más grande en el Reino de los cielos? De manera significativa, esos discípulos (los Doce) relacionan lo que hoy llamaríamos religión con una estratificación social, con la búsqueda de un tipo de poder o autoridad que se supone de fondo religioso, de dominio de unos sobre otros. Ésta no es una pregunta de tipo personal, de puro orgullo y deseo de grandeza, sino de fondo social, de organización del camino del Reino, después que Jesús ha dicho a Pedro que los hijos no pagan, pero que, por no escandalizar:
‒ 18, 1 En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: ¿Quién es, pues (=según esto), el mayor en el Reino de los Cielos?
‒ 2 Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos 3 y dijo: En verdad os digo, si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
‒ 4 Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. 5 Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.
Éste es un texto claramente organizado y definido, a partir de una pregunta de los discípulos (18, 1), con una anécdota de Jesús, que toma a un niño y lo coloca en el centro (18, 2), y con dos explicaciones complementarias: hacerse niños y recibir a los niños (18, 3-5). Los discípulos quieren ser los mayores en la familia del Reino, pero Jesús invierte su deseo, y dice que lo fundamental es hacerse pequeños, como en una familia, donde recibe más atención el niño mas necesitado.
((Este pasaje nos sitúa ante la tarea radical de la libertad de la familia de Dios, asumiendo la carga y tarea del mundo, como Jesús que siendo libre se hizo esclavo, para acompañar a los hombres y mujeres y para liberarles (cf. Mt 16, 21 y 17, 22-23). Este pasaje, con la distinción entre extraños e hijos, ha sido poderosamente comentado y expandido, aunque de un modo unilateral, por la tradición gnóstica del siglo II d.C. Cf. F. García Bazán, Gnosis La esencia del dualismo antiguo, Castañeda, Buenos Aires 1978. A. Orbe, Intro¬ducción a la teología de los siglos II-III, Sígueme, Salamanca 1988; S. Pétremént, Le Dieu Séparé. Les Origines du Gnosticisme, Cerf, Paris 1984. Cf. J. D. Crossan, «Kingdom and Children. A Structural Exegesis», JBL SemPap, 1982, 63-80; V. K. Robbins, «Pronouncement Stories and Jesus Blessing of the Children. A Rhetorical Approach», Ibid 407-435. Cf. J. D. Crossan, «Kingdom and Children. A Structural Exegesis», JBL SemPap, 1982, 63-80; V. K. Robbins, «Pronouncement Stories and Jesus Blessing of the Children. A Rhetorical Approach», Ibid 407-435)).
Ésta es la primera pregunta, la cuestión originaria que los discípulos plantean en una Iglesia que ellos interpretan como espacio de poder. Pero Jesús les responde cambiando de plano, para elevarles de nivel u situarles en un espacio de familia, donde el mayor es el niño. Los discípulos se creen importantes porque piensan que la estrategia del Reino de Dios es jerárquica, y ellos han de ser los más altos. No dudan de la necesidad de que haya jerarquía, sólo les importa saber quién ocupa el primer lugar en ella. Pues bien, Jesús responde que lo esencial no es el poder, sino el bien de los niños. Esto nos sitúa ante dos modelos de autoridad-familia:
− Desde los más grandes. Para que funcione un grupo humano en línea de poder se requieren dirigentes, y es preciso que actúen rectamente. Pero allí donde se elevan ellos, los pequeños (empezando por los niños) quedan en un plano inferior, pues no tienen capacidad humana (poder) para imponerse sobre los demás.
− Desde los niños. Jesús invierte el modelo anterior, toma a un niño (paidion) y le pone en mesô autôn, es medio de aquellos que buscan sobresalir, viviendo así a costa de los demás. Ellos, los niños, son el centro, la autoridad mayor del grupo.
Ciertamente, el gesto de Jesús puede tener un rasgo de cariño personal, como ha puesto de relieve el texto base de Mc 9, 36, donde se dice que Jesús abraza al niño. Pero Mateo insiste más en la autoridad del niño, en cuanto carente de poder externo. Él no quiere una buena jerarquía (y mucho menos una mala), con la victoria de los “fuertes”, sino un lugar de crecimiento y despliegue de vida desde los más pequeños, como indican las dos sentencias complementarias que siguen:
− Convertirse y hacerse pequeño (18, 3-4). Frente al “ser a costa de los demás”, Jesús establece como principio básico de su enseñanza y familia de Reino el “ser para los demás”, a partir de los más débiles. Ésta es una consecuencia de su visión de Dios como Padre al servicio de los hijos (¡no son los hijos para los padres, sino los padres para los hijos!). Por eso, sus discípulos tienen que hacerse niños en la familia de Dios, recibiendo de esa forma el Reino.
− El que recibe a un niño como estos a mi me recibe (18, 5). Cerrada en sí misma, la actitud anterior (hacerse niño) podría entenderse de manera regresiva, como expresión de una vuelta a un estado de infancia regresiva, como una fijación infantil. Pues bien, de manera paradójica, Jesús ha vinculado la experiencia anterior con la tarea de “recibir”, es decir, de acoger y ayudar a los niños. No surgen así dos grupos distintos (unos que se hacen niños y otros que acogen a los niños), sino que los mismos que se hacen niños acogen a otros niños.
En este contexto, el niño (paidion) es aquel que está llamado a “recibir”, porque es muy dependiente, de forma que no puede vivir por sí mismo, sino a partir de aquello que le ofrecen otros, de manera que si le dejan solo muere. Por eso, su mayor grandeza no está en imponerse y dominar, sino en acoger y aprender, recibiendo la vida que le regalan otros. Por eso, Jesús pide a sus discípulos que se hagan niños (pequeños como niños), para así recibir y crecer, descubriendo que la vida es camino de gratuidad, y que sólo recibiendo puede darse (y dando en verdad se recibe).
(( Frente a la obsesión por crecer haciendo grandes obras (conquistar el reino por ascesis, conocimiento o violencia) se expresa aquí la más honda experiencia de receptividad o acogida. Sin duda, este Jesús de Mateo está hablando a una iglesia donde muchos intentar “tomar” el poder, pues quieren una comunidad fuerte, de hombre importantes, capaces de mandar y organizar “bien” a los demás. En contra de eso, Jesús interpreta la vida desde el Reino como experiencia de familia, donde lo que importa es hacerse niños (¡hijos de Dios!) para ayudar a otros niños. Para situar mejor el tema, cf. S. C. Barton, Discipleship and family ties in Mark and Matthew (SNTS Mon. Ser 80), Cambridge UP 1994; M. Bunge, (ed.), The Child in Christian Thought, Eerdmans, Gran Rapids 2001; S. Légasse, Jésus et l'enfant, Gabalda, Paris 1969)) .
− Se trata, pues, de recibir el Reino, no de conquistarlo por la fuerza, de convertirse y hacerse como niño, en un gesto de deconstrucción básica, si es que vale esta palabra. De-construir implica desandar lo andado, desaprender lo aprendido, invertir de esa forma un camino antes mal recorrido, para aprender de otra manera, como los niños que recibir y hacer que fructifique así lo recibido.
− Se trata, al mismo tiempo, de recibir activamente a los niños. Se trata, pues, de hacerse niños para ayudar (=acoger, hacer crecer) a otros niños y necesitados. Los más pequeños se vuelven de esa forma los más grandes, acogiendo a otros pequeños, haciéndose servidores de ellos (es decir, de otros “niños”), pero no desde algún tipo de altivez y grandeza dominadora, sino para acompañarles y educarles, compartiendo así la vida, en forma de comunión gratuita entre personas.
3. De niños a pequeños, un camino cristiano, un riesgo de escándalo (18, 6-14)
Del tema anterior de los niños (paidia) pasa Mateo a los pequeños (mikroi: 18, 6.10), que son los necesitados de diverso tipo, hombres y mujeres sin autoridad o prestigio para ser reconocidos, en un contexto social más extenso, y en especial en la iglesia. Ciertamente, sigue en el fondo la exigencia de acoger a los niños, en un plano de más intimidad, pero ahora se pone de relieve la importancia de no escandalizar a los pequeños, de no hacerles caer (18, 6) ni despreciarles (18, 10), en un contexto que es ya más eclesial y social, siendo estrictamente familiar.
((El riesgo mayor de un grupo humano como el de los cristianos de Mateo es el escándalo (mal ejemplo o testimonio que destruye a los demás) y el desprecio, entendido como actitud de superioridad y de rechazo de los otros. Actualmente (2015) vivimos en una sociedad muy individualista, pues cada uno tiende a pensar que ha de ocuparse sólo de sí mismo, sin cuidarse de los otros, como si cada uno fuera auto-suficiente. Sólo un retorno fuerte a los dones y exigencias de la vida de familia puede hacer posible una reconstrucción de nuestra sociedad. Cf. P. Donati, La familia como raíz de la sociedad, BAC, Madrid 2013; Manual de Sociología de la Familia, Eunsa, Pamplona, 2003; Repensar la sociedad. El enfoque relacional, Ediciones Universitarias, Madrid, 2006)).
Este pasaje nos sitúa, según eso, ante una eclesiología y/o doctrina familiar negativa, donde, más que aquello que ha de hacerse, importa lo que no se debe hacer, una visión de la familia fundada en el valor de los pequeños (necesitados en sentido extenso) a los que no se puede escandalizar o despreciar en modo alguno.
(( El riesgo mayor de un grupo humano como el de los cristianos de Mateo es el escándalo (mal ejemplo o testimonio que destruye a los demás) y el desprecio, entendido como actitud de superioridad y de rechazo de los otros. Actualmente (2015) vivimos en una sociedad muy individualista, pues cada uno tiende a pensar que ha de ocuparse sólo de sí mismo, sin cuidarse de los otros, como si cada uno fuera auto-suficiente. Sólo un retorno fuerte a los dones y exigencias de la vida de familia puede hacer posible una reconstrucción de nuestra sociedad. Cf. P. Donati, La familia como raíz de la sociedad, BAC, Madrid 2013; Manual de Sociología de la Familia, Eunsa, Pamplona, 2003; Repensar la sociedad. El enfoque relacional, Ediciones Universitarias, Madrid, 2006)) .
El entorno de Mateo vive en un contexto de fuerte inter-relación, en la que cada uno se encuentra ligado a los demás, de tal manera que depende de ellos, no sólo en la forma de entender las relaciones sociales, sino también de entenderse a sí mismo. Pero todo nos permite pensar que podía estar surgiendo una religión de élite, un cristianismo de fuertes y grandes, que no tenían problema en escandalizar y despreciar a los pequeños. En contra de eso ha querido trazar Mateo las bases de una comunidad/familia centrada en los pequeños:
(1. Escándalo) 18,6 Pues al que escandalice a uno de estos pequeños…, más le vale que le colgaran al cuello una piedra de molino y le hundieran en lo profundo del mar.
(2. Reflexión) 7 ¡Ay del mundo por los escándalos!...Ay de aquel que escandaliza.
(3. Casuística) 8 Pues, si tu mano o tu pie te hace escandalizar, córtatelo…
(4. Menosprecio) 10 Tened cuidado, no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos…
(5. Ampliación) 12¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada?...
1. El que escandalice a uno de estos pequeños… (18, 6).
A los niños (paidia) se les impide ser al no acogerles. A los pequeños (mikroi) se les manipula y destruye escandalizándoles. Ciertamente, había en aquella iglesia/familia de Mateo personas de fuerte identidad, que han elegido libremente a Jesús y que mantienen de esa forma su opción, siendo capaces incluso de morir por ello. Pero otros muchos eran débiles, pequeños, incapaces de valerse por sí mismo.
Era un tiempo de crisis intensa, con grandes movimientos políticos (guerra del 67-70 d.C.) y cambios de lugar social y personal, un mundo en el que muchos eran traídos y llevados por los intereses de otros. En un contexto semejante había hablado Mt 12, 31-32 del pecado contra el Espíritu Santo (impedir que Jesús curara a los posesos). El pecado es ahora escandalizar a los pequeños en la familia cristiana.
‒ Escandalizar es manipular a los pequeños, aprovechándose de ellos (“poniéndoles” piedras en el camino), haciéndoles perder su identidad. No sólo los niños están en manos de otros, sino también los pequeños, hombres y mujeres con menores capacidades de vida y pensamiento, de libertad y autonomía.
− Escandalizar es destruir a los pequeños (=hacerles caer, utilizar y destruir su identidad personal, su autonomía). Una comunidad de relación intensa, como la judeo-cristiana de Mateo, era un lugar de gran riesgo, muy influenciable, tanto en sentido positivo (acogida buena), como sentido negativo.
Mateo no quiere una Iglesia/Familia de sabios-poderosos, de escribas o justos autosuficientes, que utilizan o desprecian a los pobres, sino una comunión que se funda en los más pobres, rechazados y excluido, partiendo de los niños. Eso significa que ellos deben “renunciar” a un tipo de sabiduría-fuerza, para no escandalizar a los pequeños, como ha puesto de relieve Pablo (que así aparece otra vez muy cerca de Mateo). En este contexto se entiende la palabra clave:
Más le valiera que le colgaran al cuello una piedra de asno de molino (mylos onikos), una piedra giratoria de molienda... y se echara al mar...
Esta expresión (¡más le valiera…! ) resulta extraordinariamente dura, y se formula de manera general, pues no se dice quién debería atar al cuello la piedra de molino del escandalizador y echarle al mar. Pero ella muestra bien la gravedad de este “pecado de familia”: Es preferible destruirse uno a sí mismo (o ser destruido) que hacer caer a los pequeños .
((R. Girard ha mostrado la importancia radical del escándalo en el despliegue y destrucción de la vida humana: Aquél por el que llega el escándalo, Caparrós, Madrid, 2006. Cf. también La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1983; El misterio de nuestro mundo, Sígueme, Salamanca 1982; El chivo expiatorio, Anagrama, Barcelona 1986; .
Nos hallamos ante un “pecado” mucho mayor que la pederastia, que es ciertamente grande, pero que sólo se puede entender y valorar en el contexto del gran pecado humano de la envidia y lucha interhumana, vinculada al deseo de placer/poder egoísta, como he señalado en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2005)).
2.¡Ay del mundo por los escándalos…! (18, 7).
A diferencia de Lc 6, 20-26, Mt 5, 2-12 no ha unido los ayes a las bienaventuranzas, pero emplea esta figura de lamentación (¡ay!) en lugares decisivos de su evangelio (Cf. 11, 21; 23. 15. 16. 23. 25. 27. 29). En ese contexto se entienden los dos “ayes” de esta sección:
− ¡Ay del mundo por los escándalos…! El mundo (kosmos) aparece aquí como un gran teatro de escándalos, que se extienden como una amenaza de destrucción universal. Mateo sigue diciendo “ciertamente, es necesario que vengan los escándalos…”, porque el mundo ha caído en manos del pecado (cf. Rom 1-5), de manera que habla, con una terminología casi filosófica, de la ananké o necesidad del escándalo
− Pero ¡ay del hombre por el que viene el escándalo!... Éste no es un ay de tragedia, algo que deja al hombre en manos del destino, como en el pensamiento clásico de Grecia, sino un ay de lamentación y pena por la condición de aquel que produce el escándalo. La vida del hombre que escandaliza y hace caer a los otros carece de sentido, es más negativa que la muerte (porque destruir a los otros es peor que morir).
3. Pues si tu mano o tu pie te hace escandalizar… (18, 8-9).
Este motivo aparecía ya en Mt 5, 29-30, pero aquí no se trata ya de un escándalo vinculado a la ruptura matrimonial, sino a la destrucción de la raíz de la familia, empezando por los pequeños y en especial los niños que debían ser acogidos y cuidados en ella. Así como en el matrimonio un esposo debe “sacrificarse” (¡cortarse un pie…!) por fidelidad y/o bien del otro (y de la comunión de la pareja), así en la Iglesia/familia un creyente ha de sacrificarse por el bien de los pequeños y en especial de los niños, no sólo en un plano del escándalo sexual (pederastia), sino en cualquier otro tipo de ruptura y destrucción humana:
− Escándalo de individuos, escándalo de Iglesia. La Iglesia es una familia en la que unos ayudan a los otros, y todos se sostienen y animan mutuamente, de manera que su ley más honda es el don y tarea de la comunión fraterna, que no está organizada desde una jerarquía superior que manda y se impone sobre otros, sino desde la comunión de todos. Por eso, el texto habla de una manera personal, dirigida a cada uno de los individuos que integran la familia de Jesús (¡si tu pie escandaliza…!), que ha de estar formada por personas que no destruyen ni utilizan a los otros, sino al contrario, les ayudan y acompañan.
− Necesidad de renuncia. Para mantener la comunión con los pequeños (no escandalizarles) resulta necesario que cada creyente esté dispuesto a “sacarse un ojo” o a “cortarse un pie, una mano”, es decir, a perder algo suyo para bien de los otros. En esa línea interpreta este pasaje la palabra clave de Mt 16, 25-26:
Quien quiera salvar su vida ha de estar dispuesto a perderla”, y esto no sólo por imposición externa, sino por entrega personal, por el bien de los demás.
Dar algo propio por bien y amor a los pequeños no implica perderlo, sino ganarlo, ganarse uno a sí mismo en un plano más alto, para así entrar en el Reino, con aquellos con quienes compartimos la familia de los hijos de Dios.
((Hay actualmente en la Iglesia Católica una gran preocupación por el “escándalo” de la pederastia, sobre todo en relación con el clero. Para entender y resolver ese problema, que a veces se ha vuelto obsesivo, debemos situarlo en el contexto más amplio de la educación y maduración sexual/humana de los cristianos y de la humanidad en su conjunto. Desde diversas perspectivas, cf. M. Foucault, Historia de la sexualidad, Siglo XXI, Madrid 2002; J. Granados, La carne si fa amore. Il corpo, cardine della storia della salvezza, Cantagalli, Siena 2010; Teología de la carne. El cuerpo en la historia de la salvación, Monte Carmelo, Burgos 2012: L. Melina, Amar en la diferencia. Las formas de la sexualidad y el pensamiento católico (con S. Belardinelli), BAC, Madrid 2013.
He destacado el signo poderoso de lo angélico en varias entradas del Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015. Cf. en especial: B. Marconcini (ed.), Angeli e demoni. Il dramma della storia tra il bene e il male, Dehoniane Bologna, 1991; E. Peterson, El libro de los ángeles, Rialp, Madrid 1957; H. Schlier, «Los ángeles en el Nuevo Testamento», en Problemas exegéticos fundamentales del Nuevo Testamento, FAX, Madrid 1970; W. Wink, Naming the Powers; Unmasking the Powers; Engaging the Powers, I-III, Fortress, Philadelphia 1984, 1986, 1992).))
4. No menospreciéis a unos de estos pequeños, pues sus ángeles… (18, 10).
Este gesto de comunión con los menos importantes nos sitúa ante un “mundo superior”, pues los pequeños se encuentran protegidos por los ángeles del cielo, formando así parte de la familia de Dios. Este pasaje ha dejado honda huella en la comunidad cristiana, que ha formulado a partir aquí su visión de los ángeles custodios, como ángeles de los pequeños que “contemplan en el cielo el rostro de mi Padre”:
− Ángeles de los pequeños. Estos ángeles son protectores/intercesores de los más pequeños de la comunidad, en un gesto de radical inversión y transformación del mundo de lo angélico, que solía aparecer en el entorno apocalíptico como principio de poder. Así se hablaba de los ángeles de los astros del cielo y de las grandes naciones de la tierra. Pues bien, Mateo les presenta como guardianes y custodios de los más pequeños.
− Ángeles de la comunidad. Esta función de los ángeles de Dios, al servicio de los más pequeños de la Iglesia (cf. 18, 10), constituye un dato esencial de la iglesia/familia de Mateo. Éstos son, sin duda, de los ángeles o espíritus poderosos de las iglesias, como ha puesto de relieve el Apocalipsis (cf. 1, 20). Pero aquí no aparecen como ángeles fuertes de las comunidades o del conjunto de los creyentes, triunfadores del gran juicio de Dios (cf Mt 13, 39 y 25, 31-45), sino como portadores y garantes del valor de los pequeños. Ésta es, pues, ante una eclesiología angélico/mesiánica, de encarnación de Dios en la familia humana, desde los más pequeños.
5. Oveja extraviada (18, 12-14).
No está simplemente perdida (apolesasa) como en Lc 15, 4-7, sino errante (planêthê): se aleja de las otras noventa y nuevo ovejas del rebaño, y de esa forma se extravía. Este signo nos sitúa ante un motivo claramente eclesial, propio de la historia bíblica:
− La oveja se extravía (18, 12). Ella va descarriada, como los planetas que no siguen su rumbo, sino que abandona el orden o camino de la comunidad. No es simplemente pequeña o más débil, sino quizá todo lo contrario, pues ha querido buscar otras formas de vida, arriesgándose con ello, como muestra en especial el ciclo de Henoc (cf. 1 Hen 72-82), donde se evoca el pecado de los “astros” que se extraviaron, perdieron su rumbo en torno al espacio de Dios y empezaron a errar, como “planetas”. Significativamente, Mateo presenta esta parábola de la oveja o planeta/ángel errante (18, 12) tras haberse referido a los ángeles de los pequeños (18, 10), como indicando la relación profunda que existe entre ambos motivos.
− Pastor que busca a los astros/ovejas errantes (18, 12). No se dice que las perdona si ellas vienen ya arrepentidas (como el Padre del Hijo Pródigo de Lc 15), sino que él mismo sale a buscarla, dejando en el monte a las otras noventa y nueve, porque le importa en especial aquella que ha perdido la comunión (comunicación) con las otras, por su mismo deseo (maldad) o porque ha sido expulsada por otras. Ésta es, pues, una parábola eclesial, que no trata de los publicanos y pecadores a los Jesús ha venido a buscar (Lc 15, 1-2), sino de aquellos miembros de la comunidad que han perdido la comunión de (o en) la Iglesia.
Este pastor no busca simplemente ovejas extrañas para formar así un rebaño propio, sino que se preocupa de su oveja errante (extraviada), y se alegra con ellas al encontrarla, no para juzgarla y/o castigarla, sino para ofrecerle un camino de salvación (en línea de familia). Esta parábola nos sitúa así ante la gran paradoja de la unidad y ruptura familiar de la Iglesia, pues el pastor ha “permitido” primero que algunas ovejas se extravíen o se dejen engañar, para buscarlas después, vinculando así dos rasgos que parecen opuestos. (a) La libertad de las ovejas que pueden marcharse del rebaño y “errar” (trazar propios caminos). (b) El cuidado del pastor que busca a las errantes, no para castigarlas, sino para ofrecerles de nuevo un espacio en su rebaño.
(( He desarrollado el tema en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2005, presentando el pecado de los ángeles-astros caídos (extraviados). Sobre el tema del pastor sigue siendo importante W. Jost, Poimen. Das Bild vom Hirten in der biblischen Ueberlieferung und Seine christologische Bedeutung, Giessen 1939. Para una comparación con Jn 10, cf. A. J. Simonis, Die Hirtenrede im Johannes-Evagelium, I. Biblico, Roma 1967)).